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Domingo, 11 de noviembre de 2012

La ciudad ultrajada

Nacido en Italia, Giuseppe Ananía emigró con su madre a la Argentina siendo apenas un niño, y, cuando más adelante se convirtió en poeta, adoptaría el nombre de José Portogalo. En 1935 se publicó su libro de poemas Tumulto, que obtuvo un premio municipal que le valió el reconocimiento de los poetas sociales que venían desde el grupo Boedo y una implacable persecución del intendente conservador. Entonces Portogalo debió abandonar la ciudad de Buenos Aires por haber perdido la ciudadanía, acusado de “ultraje al pudor”. La editorial Serapis, de Rosario, vuelve a publicar la edición original de la anarquista Imán, incluyendo las ilustraciones del dibujante y muralista Demetrio Urruchúa.

 Por Guillermo Saccomanno

Al comienzo, la biografía de Giuseppe Ananía puede parecer un relato de Roberto Arlt. Transcurre 1909. Dos pibes se la rebuscan en la calle. El mayor, Carlos Muñoz del Solar, tiene doce. Y el menor, Giuseppe, ahora José, apenas cinco. Mientras Carlos abre una valija, extrae una serpiente, juega con ella y convoca a los paseantes con unas oraciones cabalísticas, José trabaja de lustrabotas. La serpiente es un anzuelo para que Carlos, en un rato, empiece a ofrecer toda clase de chucherías y baratijas y José aproveche para embetunar zapatos y botines. Con el tiempo, los dos pibes cumplirán el sueño de ser poetas y adoptarán otros nombres: Carlos se hará llamar Carlos de la Púa. Giuseppe adoptará el apellido de su padrastro, un vendedor de pescado, y será conocido como José Portogalo. Venido de Calabria con su madre a los cuatro, Giuseppe la acompañó en busca de su padre, que había viajado antes para hacer la América. Cuando ubicó a su marido, la mujer lo encontró aquerenciado en un nuevo matrimonio y con familia. Madre e hijo se instalaron en La Boca. La indigencia no le impidió abrirse paso. Y tampoco a Giuseppe. No sólo de lustrabotas iba a trabajar. Pintor de paredes, canillita, más tarde bailarín profesional de tango. Como poeta no tardará en vincularse con el grupo Boedo, fundado por Elías Castelnuovo, Nicolás Olivari, Leónidas Barletta, los hermanos Raúl y Enrique González Tuñón y Roberto Mariani entre otros. Los títulos del grupo son elocuentes: Camas desde un peso, La calle del agujero en la media, Larvas, Eche veinte centavos en la ranura, a los que bien pueden sumarse los clásicos de Arlt. Agrupados en torno de la editorial Claridad, los narradores y poetas de Boedo confiaban que el arte no era gratuito, que la literatura tenía un sentido, que la imagen poética cumplía una función. Se trataba de transformar la realidad, cambiar el mundo, disponer el talento personal al servicio de la revolución que unos años antes había erigido a Rusia en paradigma de justicia social. Tumulto, con ilustraciones de Demetrio Urruchúa (antecedente del grupo Espartaco), publicado por la editorial Imán en 1935, es la obra clave de Portogalo, la que lo convertirá en un poeta maldito, condenado por la Justicia, arrojado al exilio. Su hijo, el también escritor y periodista Pablo Ananía, supo explicarlo: “No era Portogalo el que hablaba en Tumulto sino su propia época”. Y ésta era la del ’30, la Infame.

Desde el vamos, Portogalo define su tono: “En la boca una voz amarga y en las manos esa angustia tremenda del jornal inseguro”. Unos versos más abajo, escribe: “Y no sabes, no sabes que el libro abrió un boquete, /como un hondazo en el medio del cielo en una estrella”. Portogalo se define: “Amo a los pobres diablos que son de mi sangre”. Según sus propios términos, la escritura poética es un acto reivindicativo: “Le arranqué los tornillos a mi angustia”, confiesa.

Tumulto. José Portogalo Ilustraciones de Demetrio Urruchúa. Serapis 126 páginas

Narrativo, político, blasfemo y con una sensualidad intolerable para la pacatería de la época, Portogalo, lector de Almafuerte y Carriego, fija en sus poemas sus antecedentes: Walt Whitman, Carl Sandburg, Langston Hughes. Uno de sus temas: “Hoy/ un albañil/ se rompió la crisma desde un séptimo piso contra el asfalto aceitoso/ y regado por un sol de mala muerte”. Otro tema: “¿Quién sostiene los pezones de las lindas dactilógrafas tuberculosas, que ganan 60$ mensuales, visten como ‘mantenidas’ y sueñan con un viaje a Hollywood?”. Su poesía no hace concesiones: “Me trepan los insultos mareas numerosas /como trepan los hijos al cariño del hombre”, declara en el poema que titula el libro. Escribe contra “sacerdotes, artistas, profesores, poetas, / los que en nombre del pueblo se erigen en vigías, / ¡esos hijos de puta con almuerzo y cena!”. Y también, a la par, un erotismo frenético: “¡Qué lindo sería poseer a las muchachas sobre la tierra/ y ensuciarles la boca con zumo de pasto y las mejillas con zumo de pétalos!”. Y si cuadra, el poeta interpela a la cristiandad, al mismísimo Jesús: “No queremos tus frases hechas. Yo que vengo de abajo/ y que anduve entre obreros con hambre y manos sucias, /que sé lo que es el mundo, este mundo de mierda, te lo digo derecho: Tus palabras son putas”. Y como no puede ser de otro modo, ahí está la resonancia épica de la insurrección proletaria armada: “Poema del dedo en el gatillo” no está lejos de “La luna con gatillo”. Es que no están lejos ni los fusilamientos de la Patagonia ni la masacre de la Semana Trágica. “De algún charco de sangre extraigo esta vena lúcida”, escribe Portogalo. De aquí en más el gatillo será un significante obligado de mucha poesía de izquierda hasta alcanzar los ’70.

César Tiempo, respaldado por Horacio Rega Molina, consigue que se le otorgue, en 1935, el Premio Municipal de Poesía. Cuando la noticia se publica y el libro llega al escritorio del intendente Mariano de Vedia y Mitre, quien tenía alguna inclinación plumífera, anula el premio, inhibe su importe y secuestra la edición acusando al autor de ultraje al pudor, por la cual perdió su carta de ciudadanía. Portogalo debió abandonar su barrio de entonces, Villa Ortúzar, marchó a Córdoba y después pasó un tiempo en Rosario. Tuvo que exiliarse en Uruguay. Cuando años más tarde pudo retornar a Buenos Aires, se empleó en Clarín. Pero como consecuencia de un viaje a China, donde habían viajado sus amigos González Tuñón y Juanele Ortiz, fue despedido. Cuando murió, en 1973, dejó una vasta producción poética. Tregua, Centinela de sangre, Canción para el día sin miedo, Perduración de la fábula, Tango, Los pájaros ciegos, son sólo algunos. Citando a Enrique Banchs, Portogalo coincidía en que “Un alma de hombre humilde tiene más de una Ilíada”. Y en tren de polémica literaria, en “Poema escrito en el puño de mi camisa”, anotó: “Jorge Luis Borges cantó las orillas de Villa Ortúzar/ pero no vio el incendio del centro de Villa Ortúzar”.

Párrafo aparte, cabe meditar en la chicana a Borges. Con frecuencia la crítica literaria trató de trivializar el antagonismo entre los dos grupos literarios de entonces, Boedo y Florida. A pesar de la rivalidad, muchos se encontraron trabajando juntos en el amarillista Crítica. Los límites, se ha dicho, tenían su elasticidad. Hay ejemplos. Arlt, amigo de Güiraldes, quien le propone reemplazar el título La vida puerca por El juguete rabioso. González Tuñón, por más progres que fueran sus ideas, en lo formal sobrevuela a sus compañeros de grupo. Borges, por su lado, opera la reivindicación del malevo, el tango y la lírica barrial en Carriego. Aunque Boedo ponía el acento en el contenidismo y Florida subrayaba la reivindicación hedonista del gusto y se combatían unos a otros a través de epitafios, la sangre nunca llegó al río. La tinta, menos. Sin embargo, al consultar el monumental Borges de Bioy Casares se advierte que las intrigas se sucedieron en tiempo y espacio. Ahora, al recuperarse la poesía de Portogalo, se impone reflexionar si el antagonismo fue tan boutade como se cree, si las tensiones que Tumulto denuncia, los reclamos que esos versos crispan, leídos a la luz de nuestros días, no cobran una vigencia inusitada que más de un poeta joven levanta tal vez sin haberlo leído. “Fascismo. Corporativismo. Proteccionismo. / He aquí las máscaras del capitalismo que huele como un cadáver”, escribía Portogalo. De pronto, una ráfaga de saludable viento puro: “Nada de ‘frases hechas’, amigos, estamos en la calle”. Y la calle, cabría acotar, tiene dos veredas. Que el lector elija cuál caminar.

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