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Domingo, 13 de octubre de 2013

Vida de este hombre

Entrevista > Tobias Wolff vino a la Argentina con una agenda muy apretada, pero aun así pudo conversar con un grupo de estudiantes sobre su novela Vida de este chico, en la que se basó la película Mi vida como hijo, donde Leo DiCaprio encarnó al escritor. Esa escena de un escritor que puede cambiar la vida de un muchacho, está en la base de su novela Vieja escuela. En esta entrevista Wolff habla sobre cómo la literatura lo ayudó a crecer y en definitiva a darle forma a la vida del adulto detrás del chico.

 Por Sebastián Basualdo

Hay hombres que parecen venir al mundo con la literatura encima. La tarea de escribir se desliga por completo de la idea de profesión u oficio y asume toda la fuerza de un destino inexorable. El escritor norteamericano Tobias Wolff pertenece a esta clase de hombres.

Quizá por eso hablar de sus libros en términos autobiográficos o puramente ficcionales no tenga demasiado sentido, no importa ya. El adolescente atravesado por la angustia y el maltrato encuentra su refugio en la lectura y se convertirá en Vida de este chico; el estudiante que admira a Hemingway y sueña con ser escritor en un sistema escolar conservador y elitista se materializará en las páginas que conforman la novela Vieja escuela, y años más tarde la experiencia del joven soldado que, guiado por la admiración combate en Vietnam, dará el material necesario para el libro El ejército del faraón. Porque también para Tobias Wolff la realidad debe culminar en un libro, o acaso empezar. La experiencia y la imaginación conforman un único entretejido vivencial: lo real no excluye lo fantástico. “El tipo de etiqueta o categoría como realismo sucio no me interesa en lo más mínimo. Ni siquiera sé lo que significa. Daniel Defoe, Moll Flanders, historia de un ‘pickpocket’, ¿es eso realismo sucio? Porque si yo soy un representante del realismo sucio entonces también los son Daniel Defoe, Anton Chejov y Shakespeare, pienso en King Lear en oposición a El sueño de una noche de verano. Así que es un término totalmente sin sentido. Y lo mismo con minimalismo. ¿Qué es eso? Es en realidad un término que fue usado en música por un tiempo. No tiene una real aplicación para la literatura, no creo. Si uno habla en términos de usar una expresión económica para cosas complicadas, entonces Cortázar es un minimalista y también Maupassant.”

Su estadía en Buenos Aires fue breve pero intensa; sus compromisos para el Filba no le impidieron apretar la agenda y aceptar a último momento una invitación de los alumnos de cuarto y quinto año de la Escuela Cangallo Schule para dialogar sobre el proceso creativo y Vida de este chico, un gesto más de la realidad que circunda a Tobias Wolff, donde la ficción se asoma generando la ilusión de que la literatura siempre parece devolver algo: el joven estudiante narrado en Vieja escuela, que participaba en las conferencias de los escritores consagrados, de pronto es el propio Wolff dialogando sobre una novela que lo hizo mundialmente conocido a partir de la película Mi vida como hijo, que tuvo como protagonista al entonces jovencísimo Leonardo DiCaprio en el papel de Tobias Wolff y a Robert De Niro representando a su padrastro Dwight, un hombre mediocre y violento que lejos de ocupar su rol paterno se encarga de maltratar física y psicológicamente al adolescente hasta empujarlo a límites impensables, donde la delincuencia y la angustia existencial forman una química nefasta. La película, dirigida por Michael Caton-Jones, es muy buena pero encuentra sus límites formales, naturalmente. Wolff logra en el libro Vida de este chico algo que sólo se puede lograr mediante la literatura: establecer un dialogo temporal consigo mismo.

En Vida de este chico y también en Vieja escuela la literatura aparece como un medio de desdoblamiento y liberación. Hay algo intrínseco en estos personajes que parece ser inquebrantable: su capacidad de admirar.

—A veces una influencia muy poderosa es aquella que le permite a uno decir: eso es lo que no quiero hacer, yo no quiero ser así. Creo que fui salvado por mi admiración hacia algunas personas que conocí porque me mostraron otra manera de ser, distinta del ejemplo que veía en mi casa. Cuando era joven leía mucho a Jack London y después a Ernest Hemingway. También recuerdo cuando descubrí a Salinger, El guardián entre el centeno. Yo tenía quince años y esa fue una enorme influencia para mí. Escuchar una de esas voces que podrían haber salido de uno de mis amigos o de la gente de mi alrededor. Y de hecho, cuando lo leí yo estaba en una escuela muy parecida a la que Salinger describe. La experiencia de admiración es liberadora. Te da otra manera de ver las cosas, otra manera de “querer ser” y te permite ver quién sos con más objetividad. Siempre necesitamos estar en otro lugar para poder vernos. No nos podemos ver desde donde estamos. Para mí esa es una de las bendiciones de la literatura, que te da un lugar para estar fuera de uno mismo.

De alguna manera, la imaginación y la admiración es un punto de partida para encontrarse a sí mismo, ¿no? Me refiero a ese adolescente de Vida de este chico, que luego terminará siendo un escritor.

—Creo que todos nosotros cuando estamos creciendo, inclusive también como adultos, estamos en esa lucha por encontrar un sentido en lo que somos, en cómo nos gustaría que nos vean y hasta cómo nos gustaría ser y la percepción de lo que somos.Y esas cosas a veces son difíciles de reconciliar y pueden llevarnos a una “pose” pero hay una virtud en eso porque uno sólo puede ser, o llegar a ser, lo que uno puede imaginar ser. Si no podés imaginarte de una manera, no podés serlo. Así que la vida imaginaria lleva a la vida real de tal forma que uno va por esos pasajes donde te ves atrapado entre lo que fuiste y lo que quisieras ser. Y esa tensión, esa “tierra de nadie”, es un territorio interesante para un escritor, pienso yo. Creo que esa es una de las razones por las cuales tantos escritores escriben sobre jóvenes. Hay muy pocas novelas sobre gente muy grande. Y es porque ellos ya son lo que son. Pero la gente joven está todavía negociando su lugar en el mundo, su realidad.

¿Hay algo de reconciliación con el pasado al escribir?

—Uno ve el pasado de manera más clara escribiendo sobre él, no hay duda sobre eso. Hay cosas que uno vislumbra como grandes cuando las tiene en el recuerdo, pero cuando uno tiene que sentarse a pensar sobre ellas toman una escala más apropiada. Por ejemplo con mi padrastro Dwight. Pensar sobre él me generó angustia durante muchos años. El casi mató a mi madre. Yo aliviané la historia en el libro porque parecía que estaba exagerando. No estaba. Todo lo contrario. Estaba yendo en la dirección opuesta, justamente. Fue muy difícil para mí pensar en él sin llenarme de odio. Y cuando estaba escribiendo el libro me fui dando cuenta de la figura cómica que era él y de pronto la dimensión empezó a cambiar. Ahora bien, necesito sentir que estoy escribiendo para dar sentido a mi vida, para hacer valer el aire que respiro, el espacio que ocupo. Yo me siento muy mal si no escribo. En otro nivel, diría que, creciendo de la manera en que crecí, una de las cosas que me hicieron sentir posibilidades en la vida y también un sentido de compañerismo fueron los libros. Gente joven puede sentirse a veces muy sola y aislada. Y los libros que leí me dieron un mundo, lugar de pertenencia. Así que cuando escribo, en el fondo tengo la esperanza de que mis libros sean así para otras personas. Yo no tengo ninguna agenda política, ni siquiera una agenda estética o ideológica. Lo que quiero es que mi trabajo pueda ser para otros lo que el trabajo de otros fue para mí.

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Imagen: Vito Ribelli
 
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