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Domingo, 19 de abril de 2015

HERMANO DE LOS HOMBRES

A fines de 1975, poco después de que Eduardo Galeano publicara La canción de nosotros, novela por la que le otorgaron el Premio Casa de las Américas, Osvaldo Soriano lo entrevistaba para el suplemento de cultura de El Cronista Comercial. Por entonces Soriano ya se había apartado del diario La Opinión y Galeano dirigía la extraordinaria revista Crisis. Todavía no lo sabían, pero eran sus últimos meses en el país: a mediados del año siguiente, cuando la dictadura ya iba superando lo imaginable en su impronta genocida, los dos se exiliarían en Europa. En esta nota con la que se cierra el homenaje de Radar, Galeano habla de su concepción de la literatura y de su ojo para el lenguaje, de la experiencia simultánea como escritor y periodista y del presente y el futuro de la literatura latinoamericana.

 Por Osvaldo Soriano

¿Qué significa para vos haber escrito La canción de nosotros después de Las venas abiertas de América latina y Vagamundo, dos libros de gran repercusión?

–Yo diría que fue como mirarme ante un espejo roto. El libro nació de adentro hacia fuera a partir de una necesidad mía, interior, de confirmación de mi identidad. Esa necesidad pienso que coincide con una necesidad colectiva de los uruguayos y, por extensión, de los latinoamericanos, que somos todos habitantes de una región del mundo que todavía se está buscando a sí misma, y que se encuentra todavía a sí misma mucho más en el dolor que en la celebración de las conquistas. Entonces, es un libro que nace de la necesidad de reformularnos como colectividad, de volver a juntar los pedacitos. Para poder hacerlo yo me cuestioné todo para, a partir de toda esas preguntas sin respuesta que duelen en el alma, poner en movimiento fuerzas de vida, personajes que respiren con vigor.

Esa catarsis mía, esa manera de transpirar tensiones, quisiera que fuera útil a mis compatriotas y a toda la gente que en América latina se asoma a una realidad que la niega y que busca un piso en el cual apoyarse para creer y para darse, para saber que hay valores en los cuales nosotros podemos apoyarnos porque no hay máquina de picar carne humana que pueda con ellos.

La canción es una novela simple, de estructura tradicional. Sin embargo tiene la densidad de un texto que trata sobre momentos épicos de la historia del Uruguay. ¿Te parece fundamentalmente una novela política?

–Es una novela política, pero se propone que los hechos políticos encarnen en seres humanos que están vivos y aman, dudan, sufren, temen, son débiles, vulnerables, a veces invencibles. Quizás la novela funciona en un nivel mítico, pero esa comarca del mito es también la comarca de la vida cotidiana. Es decir, es una novela mítica, pero donde no hay nada que provenga de los episodios sencillos de la vida de todos los días. La realidad y su misterio. Y es muy uruguayo, ¿no? Se ve que el pago me tira mucho.

Después de la dramática experiencia uruguaya, La canción de nosotros es, creo, la primera obra que surge como respuesta literaria. ¿Qué eficacia puede tener una novela en ese plano?

–El escritor le propone al lector o dispara en él estímulos que van a hacerlo sentir, pensar, actuar, de una manera diferente. Pienso que la eficacia de un libro consiste en que después de leerlo, el lector cambie un poquito. Si el lector no ha cambiado por lo menos un poquito, es porque el libro no sirve. Si se puede leer un libro impunemente no es un libro eficaz. Uno lo escribe como una larga carta para millares de personas que no conoce pero que quiere de antemano. Y es una manera de abrazarlos a todos, de sentirse hermano de los hombres que componen desesperaciones y esperanzas. No todos en el sentido de amar al prójimo sin mirar lo que hace, ni lo que siente, ni lo que piensa, ni lo que dice. A todos los rebeldes, los humillados, los torturados, los malcomidos, los desesperados y los hombres justos de esta tierra.

Vos sos uno de los escritores que viajan mucho por el mundo, pero fundamentalmente por América latina. ¿Cómo influye esto en tus libros?

–Yo soy peregrino de alma. El camino me llama. Me gusta sentirme libre y andariego. Estuve en Europa, en los Estados Unidos y en Asia. Pero a mí lo que me gusta es andar por América latina. Es como una manera de recorrerme, a pesar de las diferencias raciales y hasta de idioma, y a pesar de las diferencias históricas y culturales. Mis libros son el resultado de lo que yo he ido siendo a lo largo de mi vida y a la inversa, los libros han influido para hacer de mí el tipo que soy. Porque así como yo pienso que un libro es eficaz en la medida en que no puede ser leído sin que el lector cambie un poco, también creo que un libro es auténtico cuando cambia profundamente a quien lo escribe. Las experiencias de vida intensa se reflejan en lo que uno escribe, y las peregrinaciones aparecen.

Hablemos de los libros anteriores a estos tres. ¿Cómo los ubicás en tu obra?

–Los libros anteriores son como un prólogo de estos. Ni Las venas..., ni Vagamundo ni La canción hubieran sido posibles sin los otros libros. Son como la síntesis de lo escrito anteriormente. Y también como estilo, como lenguaje, estos libros son el resultado de una exploración que no nace con ellos, de una búsqueda de la dignidad de la palabra, de la desnudez de la palabra que está presente desde el principio. En los libros anteriores hay mucha pero mucha barriga, mucha gordura. Y aquí no, aquí ya creo que se ve más hueso.

Vos me dijiste hace unos días algo acerca de una calificación política de la forma de escribir.

–Para mí la derecha es una máscara. Todo lo que ideológicamente contenga el enmascaramiento de la realidad, lo que sirva para ocultarla o disfrazarla o mentirla, sirve al sistema. Y a la inversa, todo lo que la desnude es útil para que el sistema cambie y en consecuencia sirve a la causa de la liberación de los oprimidos. ¿En qué consisten esas máscaras cuando hablamos de lenguaje? El lenguaje no es solamente un instrumento de comunicación sino que es mucho más que eso. Es un poco la huella digital de los pueblos, la prueba de su identidad, y en consecuencia sintetiza las cosas más importantes de la tierra y de la vida. Lo que lamento es que a lo mejor no lo puedo explicar en términos teóricamente convincentes, pero te transmito lo que yo siento como escritor o como aprendiz de escritor. Y es que hay un lenguaje mentiroso en buena parte de la literatura latinoamericana. Hay un lenguaje que escamotea y miente. ¿Cuál es el lenguaje que escamotea y miente? El que de un modo a veces involuntario (porque quien lo practica es alguien inspirado en las mejores intenciones), en lugar de ayudar a revelar la realidad, ayuda a disfrazarla, porque la sumerge bajo un mar de palabras gratuitas y pomposas. Eso no quiere decir que yo niegue la literatura de escritores latinoamericanos que definen una realidad compleja por medios también complejos –como es el caso de Carpentier o Guimaraes Rosa– porque en ellos la frondosidad del estilo encaja como el guante a la mano en el mundo que quieren transmitir. Pero en América latina vos encontrás que cuanto más flaco está el pueblo, más gorda es la literatura que generan los intelectuales: a menos calorías, más palabras. Eso me parece francamente reaccionario. Por ejemplo, fijate en la retórica de algunos escritores bolivianos. Bolivia tiene ocho facultades de derecho, que fabrican vampiros de indios, discurseadores profesionales. Te llenan de palabras, no hay oído que pueda aguantar tanta palabra junta. Y fijate lo que es la pobreza y la dignidad enjuta de ese pueblo, que no tiene nada que ver.

¿Cómo contesta el pueblo a eso?

–Con un lenguaje nuevo. Por eso pienso que hay una contracultura en ascenso en América latina. Que se siente como una cosa borrosa, que todavía no tiene expresión cabal, pero que está por ahí temblando bajo la tierra. La vibración, el latido de eso se siente ya, y esa cultura nueva es distinta a la que conocemos, y es una cultura de pocas palabras, que niega la tesis de los que suponen que hay una especie de determinismo de la naturaleza en nuestros países. América latina –dicen algunos tipos– es territorio de naturaleza exuberante, tiene entonces que tener una literatura exuberante. No hay ningún determinismo de la naturaleza que no sea reaccionario y mentiroso. ¿Acaso no floreció el arte barroco en las tierras áridas y peladas de Castilla? El hombre no está atado al paisaje y mucho menos a la apariencia del paisaje, porque la exuberancia no tiene nada que ver con la potencia Hay una literatura que vos conocés y yo también que tiene mucho músculo y ninguna fuerza.

¿Cuál es tu experiencia como escritor y periodista a la vez?

–Siempre se dice, y es verdad, que el periodismo es la escuela de un escritor. En primer lugar te da contacto con el mundo, no se pueden hacer notas o reportajes sobre las vueltas de tu propio ombligo. Te obliga a salir a la calle, a conversar con la gente. La segunda cosa que me parece positiva es que obliga a la síntesis y a la claridad, también. El periodista tiene que ser claro, no se puede dar el lujo de la oscuridad. Ahora hay también aspectos negativos del periodismo. Te obliga a una simplificación de la realidad que puede traicionarla. A veces la simplificación es una estafa, porque miente la realidad, es un engranaje devorador, a veces hay que tomar distancia del periodismo para poder escribir literatura.

Varios escritores latinoamericanos han escrito sus mejores obras fuera de sus países. Lo mejor de Cortázar está escrito en París; lo de García Márquez en Barcelona o México; incluso algunos cubanos, como Carpentier, han escrito afuera. Onetti trabajó mucho en Buenos Aires. Vos escribiste este libro fuera del Uruguay. ¿Te parece casual? ¿O el distanciamiento –sin perder de vista la realidad, claro– de la abrumadora velocidad y violencia con que suceden las cosas en nuestros países puede hacer más eficaz el acto de la creación?

–Ahora está muy de moda atacar a algunos escritores latinoamericanos porque viven en Europa. Yo no comparto esa opinión. El arraigo que puede tener una literatura no depende del lugar donde se escribe. Se puede escribir en Buenos Aires como si uno estuviera en París y hacer una literatura completamente ajena a la realidad de la ciudad y del país. Y a la inversa, se puede hacer en Europa la pintura uruguaya más cabal, como pasó con Pedro Figari, que pintó en París sus cuadros más importantes. No es un hecho geográfico. También te aseguro que estar fuera de América latina para mí sería muy difícil, porque me sustraería a las tensiones de la vida; sería como estar fuera de la tormenta. Un poco como vivir en un museo.

¿Pero esa tormenta no te puede arrancar a veces el lápiz de las manos?

–Sí, pero al mismo tiempo da un jadeo que no se tiene si uno escribe en un lugar tranquilo. Así recibís electricidad y la transmitís. Yo escribo con la ventana abierta; necesito los ruidos de la calle para sentirme vivo.

¿Qué opinás del conjunto de la narrativa latinoamericana actual?

–Creo que la mejor narrativa del siglo es la norteamericana. En los grandes escritores norteamericanos hay una gran fueraza, una gran vitalidad. Pero la literatura latinoamericana actual es mejor que la que se está haciendo en los Estados Unidos. No era mejor hace veinte años, pero ahora sí. Tengo mucha confianza en lo que va a dar el Río de la Plata. Nosotros, como los norteamericanos, tenemos un pasado corto. Esto por un lado es una desventaja, porque a veces uno se queda con la sensación de estar con las raíces en el aire. Pero por otro lado nos obliga a inventarnos a nosotros mismos, a crear nuestra propia tradición desde el pulso de la vida presente. Casi no tenemos tatarabuelos que nos ayuden o nos sostengan cuando dudamos o cuando nos sentimos caer en el vacío. ¿De qué nos sirve copiar? Los países europeos ya saben todo de sí, se conquistaron al conquistar el mundo. Aquí todo está por hacerse, todo está a punto de nacer y para ser inventado. En cierto modo, en 1975, nosotros somos todavía como fundadores de un mundo y para un escritor eso es un de-safío poderoso, estimulante, que cuesta mucho sobrellevar, pero que es al mismo tiempo muy hermoso. Hay un pasado y una tradición que es como de hoy, casi. Los orientales sentimos lo de Artigas como una cosa de ahora. Porque además las banderas que levantó todavía merecen ser levantadas y es por ellas que en definitiva uno está alzado. Lo que quiero decir es que al no haber un pasado largo es como si uno actuara sin libreto, como si estuviera nombrando cada cosa por primera vez. Nuestra tarea consiste en redescubrir el significado de las palabras para devolverlas invictas a la historia que está haciéndose. Y en ese sentido, es como una tarea de dignificación y purificación a la que estamos obligados, porque nosotros somos intérpretes de un lenguaje nuevo.

Cuando decís “nosotros”, ¿cómo lo precisarías?

–Nosotros porque creo que los libros que uno escribe y las cosas que uno hace forman parte de un proceso general de cambio que uno integra y del que es apenas un pedacito. Uno hace lo suyo en la medida que puede, y eso se incorpora a lo que muchos hacen para que todos seamos realmente libres. Porque esta pelea no es solamente por cosas de cuchillo y tenedor, ¿no te parece?

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