libros

Domingo, 17 de agosto de 2003

Revolución cultural

EN EL ESTANQUE
Ha Jin

Trad. Jordi Fibla
Tusquets
Barcelona, 2002
214 págs.

POR ROMINA FRESCHI

Luego de editar La espera, segunda novela de Ha Jin, Tusquets traduce y edita esta primera y anterior narración que hoy llega a la Argentina, con más de un tinte castizo en la traducción. El problema del lenguaje no es ajeno a la novela, por eso la extrañeza es enorme al leer, por ejemplo, un “¡me follo a vuestros antepasados!” en la boca de los personajes. En fin, son detalles cómicos que se generan en la lucha de los mercados editoriales, pero es verdad que a la hora de tratar de visualizar de dónde viene este texto, la dificultad del idioma se hace presente.
Ha Jin es de nacionalidad china y vive desde 1985 en Estados Unidos. Escribe en inglés, con una conciencia clara de la dificultad de escribir literatura en una segunda lengua, lo cual implica un aprendizaje constante, y también con la conciencia de que sólo en inglés y en su país adoptivo puede vivir como escritor.
Su país natal, sin embargo, es el escenario de sus relatos. En el estanque plantea la historia de un integrante de una comunidad pequeña de China, Colonia del Llano. Shao Bin es el nombre del personaje y la anécdota se construye con las peripecias que éste vive en pos de un ascenso social que lo lleve de trabajar en la sección de mantenimiento de una fábrica a una posición de artista de propaganda partidaria. En el medio, sus aspiraciones se mezclan con ilusiones de un título universitario, una carrera como artista plástico reconocido, el prestigio de un calígrafo tradicional, el recuerdo de la revolución y el deseo, instigado principalmente por Meilán, su esposa, de tener una casa más grande.
El episodio que desencadena justamente todas las demás acciones es el hecho de que la familia de Bin no tenga acceso a una vivienda mejor, de acuerdo con la repartición que se realiza en la fábrica comunista. La no adjudicación de la nueva casa se debe, según Shao Bin, a la corrupción de sus jefes, Liu y Ma, que reservan para sí, y para aquellos que los sobornan, los mejores productos y departamentos. Shao Bin decide entonces iniciar una campaña de desacreditación de sus superiores a través de su afición al arte, con dibujos y afiches que caricaturizan a los líderes. Esas acciones tienen su represalia, y se inicia una guerra interna que va sumando personajes y llega hasta la ciudad de Pekín. En esas idas y venidas, los implicados emplean para su defensa los más diversos discursos institucionales y realizan sus acciones en nombre del comunismo, el Partido, la libertad de prensa, el arte, los antiguos proverbios y la tradición, recurriendo a uno y otro con singular candidez y ridícula incoherencia. Finalmente, en el agua quieta del estanque de Colonia del Llano, queda demostrado que son todos sapos de un mismo pozo: la paz de la comunidad se restablece mediante una serie de arreglos y conversaciones entre Yang, superior de Liu y Ma, con éstos y con el mismo Bin, quien, a último momento, ni piensa en su familia, engolosinado por sus veleidades de artista.
Satírica, cómica y por momentos despareja, la novela deja sin embargo dos o tres momentos de seria trascendencia, todos relacionados con la tarea del arte: Shao Bin experimenta en algunas ocasiones un fervor especial y un goce único en su trabajo, aunque luego el destino de esas obras sea contrario o lejano de su intención original. Esos momentos parecen ser los únicos de aprendizaje real del personaje, a pesar de que más tarde la obra viaja (de China a Estados Unidos y, desde allí, a España y a América latina) con otras consecuencias.

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