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Domingo, 2 de noviembre de 2003

El escritor de los escritores

Consagraciones Broche de oro de una notable racha de lauros, Enrique VilaMatas ganó el Premio Médicis Étranger por su novela mestiza El mal de Montano. Zoom sobre el escritor catalán que derrotó a Eugenides, DeLillo y McEwan.

Por Rodrigo Fresán, Desde Barcelona

UNO La racha comenzó con El viaje vertical, ganadora del Premio Rómulo Gallegos 2001, y desde entonces no se ha interrumpido. Y está claro que se puede desconfiar de los premios, pero no se puede desconfiar de Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948), que empalmó aquel primero con los recibidos enseguida por Bartleby y compañía (Premio Ciudad de Barcelona, Prix Fernando Aguirre-Libraire y el Prix du Meilleur Livre Étranger) y por El mal de Montano (Premio Herralde de Novela, Premio Nacional de la Crítica y casi –faltó un voto– Premio Nacional de Literatura). Y ahora, coincidiendo con la publicación de París no se acaba nunca, sus memorias inventadas, El mal de Montano, que parece empeñado en seguir sumando galardones, se ha llevado el prestigioso Prix Médicis Étranger 2003, compitiendo con títulos como Expiación de Ian McEwan, Cosmópolis de Don DeLillo y Middlesex de Jeffrey Eugenides. Vila-Matas es el primer español que lo gana, y su firma se suma a la de autores como Kundera, Auster, Eco, Bernhard, Roth y Cortázar.

dos Y de acuerdo, hasta hace poco Vila-Matas era un autor de culto en toda Latinoamérica: lo que se conoce como “un escritor de escritores”. Pero en el caso de Vila-Matas, semejante definición .-que va anexando la de “escritor de lectores”– se hace todavía más justa y apropiada, porque Vila-Matas ha convertido literal y literariamente a los escritores (escritores verdaderos o falsos) en materia y material narrativo. Porque para Vila-Matas la escritura es El Tema. La escritura como estigma, como bendición, como patología, como cura milagrosa. La escritura como esa Roma adonde van a dar todos los caminos y, finalmente, todas las tramas hechas de letras. El mal de Montano (aparecido el año pasado en España) es, junto a Historia abreviada de la literatura portátil y Bartleby y compañía, la tercera escala en un viaje en el que Vila-Matas relee su vida y reescribe sus lecturas escondido bajo las máscaras étnicas de los itinerantes shandys, los renunciantes bartlebys o los montanos, para quienes la literatura lo es todo. Los tres libros son difíciles de apresar y etiquetar. A Vila-Matas le gusta decir que lo suyo es la “literatura mestiza”: especímenes que son al mismo tiempo relatos y novelas, ensayos y diatribas, digresiones y epifanías enhebrándose y mordiéndose la cola alrededor de la idea de abrir un libro para ver qué hay ahí adentro o de cerrarlo una vez que se ha comprendido que aquello que en teoría estaba prisionero entre sus tapas se ha escapado para siempre, por el solo placer de que la ficción se entrevere con la no-ficción.

tres Y si en Historia abreviada..., Bartleby y compañía y El mal de Montano Vila-Matas aparecía como testigo privilegiado o guía experto, en el recién aparecido París no se acaba nunca –que algún crítico local ya ha definido como “genial”–, el escritor español por fin asume el rol de personaje universal. Aquí Vila-Matas ordena su memoir parisina y desordena sus recuerdos de aprendiz de escritor a mediados de los ‘70 como “joven, guapo e idiota” inquilino de Marguerite Duras. Alguien, entonces, que intenta escribir su primera novela (La asesina ilustrada), y que ahora la reescribe en un libro que, otra vez, se regocija a la hora de dinamitar los clichés del género “iniciación parisina”: “No hay mucha grandeza, belleza o intensidad en los minutos de mi juventud dedicados a la escritura. Lo sé, es deplorable. Pero esa es mi suerte, vivo sin nostalgia. No añoro ni mi pureza, ni mi entusiasmo estimulante, ni la intensidad”, reflexiona Vila-Matas desde estos días felices con “la seducción de la escritura en estos años de ahora, lo de la edad tardía”, cuando los franceses comienzan a venerarlo como a uno de los suyos. Y así es: París no se acaba nunca –libro tan desopilante como emotivo, animado por un abrumador reparto de celebridades y ex famosos, que comienza con un Vila-Matas descalificado casi a patadas en un concurso de dobles de Ernest Hemingway y termina con Marguerite Duras replegándose sobre su propia memoria– es un curioso collage autobiográfico del pasado que, escrito desde el presente, aporta a esa juventud inexperta todos los trucos de un maestro con el futuro asegurado.

cuatro “Tengo una gran confusión. Casi prefiero que me vayan definiendo los demás... Hasta no hace mucho yo creía que escribir equivalía a empezar a conocerse a sí mismo; pero a medida que va pasando el tiempo me he ido creando tantos personajes e historias que yo siento de verdad, aunque sean falsas; así que ahora me doy cuenta de que nunca sabré quién soy por culpa de escribir”, me dijo una vez Vila-Matas. Ahora, asumido su destino de personaje en París no se acaba nunca –una de las últimas frases del París era una fiesta de Hemingway, libro al que el español homenajea y castiga al mismo tiempo con esta suerte de espejo deformante–, Vila-Matas confiesa también haberse convertido en otro Vila-Matas. Lo anunció en el último número de la revista mex-española Letras Libres –donde cuenta con sección propia de nombre “Conspiración Shandy”– en el ensayo titulado “Impresiones de abstemia”. Allí Vila-Matas explica que ha dejado el tabaco y el alcohol como sistema para enderezar un mal entendido: “Para no sé cuántos desconocidos, yo era una persona apoyada en las barras de los bares de medio mundo. No contaba para ellos, por ejemplo, mi imagen de persona apoyada en su escritorio diez horas diarias, desde hace treinta años. No contaba tal vez porque son pocas las personas que alguna vez me han visto escribir o conocen mi dedicación espartana a la literatura, y en cambio una infinidad las que han espiado o contemplado mis apariciones en sociedad. Desde que dejé de beber, mi intención es seguir siendo visto en las barras de los bares, pero convertido en un muermo. Que mi cara de aburrido les lleve a pensar que debo ser más divertido cuando escribo, y no al revés, como venía sucediendo hasta ahora”.
El otro día me lo encontré a Vila-Matas en la librería donde me lo encuentro siempre. Conversamos sobre su candidatura al Premio Médicis. Le comenté que Jeffrey Eugenides me había dicho que estaba seguro de que iba a ganar “el español”. Vila-Matas estaba acatarrado. Me advirtió que sólo podía hablarme en monosilábica voz baja. “Sí”, me susurró cuando le comenté lo de Eugenides, y después dijo “No”; y yo no supe si Vila-Matas se refería a que Eugenides había dicho eso pero que él no creía ser el ganador, más allá de lo que había dicho Eugenides. Después se rió casi sin hacer ruido. “Ja”, dijo Vila-Matas. Y a no preocuparse: lo cierto es que era –otro, el mismo, el mismo otro de siempre– un Vila-Matas muy divertido. Un Vila-Matas escrito por Vila-Matas. Un personaje de Vila-Matas. Vila-Matas.

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