libros

Domingo, 28 de diciembre de 2003

Cosas de negros

Identidades secretas:
la negritud argentina
Alejandro Solomianski

Beatriz Viterbo
Rosario, 2003
288 págs.

por Cecilia Pavón

La literatura argentina del siglo XIX está llena de personajes de origen africanos. La primera acepción de “tango”, según el diccionario de la Real Academia es “fiesta o baile de negros”. En las escuelas primarias, para el 25 de Mayo, los niños se pintan la cara con corcho quemado. Sin embargo, un término como “afroargentino” suena en el mejor de los casos insólito y disparatado y en el peor como una ofensa a la argentinidad.
Como en aquel episodio de agosto de 2002 en el que María Magdalena Lamadrid, una afroargentina, no pudo abordar un avión porque el empleado del aeropuerto consideró que ser argentino y ser negro no podían ser atributos del mismo sujeto. En su ensayo Identidades secretas, Alejandro Solomianski parte de hechos banales que revelan convicciones profundamente arraigadas. Como la creencia de que en la Argentina no hay negros, y que si alguna vez los hubo no se trató más que de una minoría irrelevante perdida en el pasado de alguna batalla de liberación nacional, que paradójicamente ni siquiera valdría la pena homenajear. Identidades secretas cuestiona estas “verdades” demostrando cuánto más de africano hay en la cultura argentina de lo que estamos acostumbrados a considerar.
Con ánimo revisionista, el autor relee los clásicos de la literatura “fundacional” como Amalia, Martín Fierro y El matadero, pero con el lente de la negritud, buscando personajes que puedan darnos pistas sobre cómo era materialmente la vida de la comunidad afroargentina de aquella época, pero también para exponer operaciones clave en la construcción del mito de la blancura argentina por parte de los intelectuales decimonónicos.
La invitación a repensar estos personajes (por ejemplo, las negras que recogen achuras en el matadero, tarea abyecta entonces que luego pasó a formar parte de la comida típica rioplatense) es atractiva como ejercicio de extrañamiento ante ficciones que forman parte de nuestro background cultural más íntimo. Pero lo más interesante del libro llega en el momento en que Solomianski expone el resultado de un valioso trabajo de campo realizado en bibliotecas de nuestro país. Se trata de un corpus de textos y publicaciones de los afroargentinos del siglo XIX, hasta ahora no recogidos en ningún tipo de publicación, y que sin trabajos de este tipo corren el riesgo de perderse para siempre. Periódicos como La broma, La juventud o Los negros, que aglutinaba a periodistas e intelectuales afroargentinos, payadores y poetas como Gabino Ezeiza y Horacio Mendizábal y Miguel Noguera, activos tanto en la cultura letrada como en la popular.
A través de un recorrido de citas que antologizan lo más relevante de este corpus textual, es posible percibir la existencia de una comunidad racial con conciencia clara de sí, que buscaba articularse dentro del proyecto mayor de identidad nacional, en el momento en que se estaba formando la comunidad imaginada que reconocemos como nación y que nos conforma hasta hoy. El borramiento y la exclusión sistemática de estos aportes (en algunos casos de una lucidez sorprendente) son lo que lleva a Solomianski a plantear una coincidencia entre intelectual y subalterno, que aparecería entre algunos afroargentinos del siglo XIX y reaparecería en otros momentos de la historia como durante la dictadura de los años ‘70. Remover el pasado para sacar a la luz lo reprimido y silenciado y “acceder a voces nunca oídas” con el fin de recontextualizar las emisiones del discurso hegemónico actual y cuestionar las historias nacionales son las líneas académico-políticas sobre las que se sustenta este ensayo.

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