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Sábado, 7 de julio de 2007

PATRIMONIO ARQUITECTóNICO DEMOLIDO

Otro edificio a la piqueta

Esta vez le toca al petit hotel de Callao 924, una obra de Luis Martín que comenzó a demolerse el jueves, víctima del vacío legal y la indiferencia oficial que permite negocios a costa del patrimonio.

Ante la completa inercia del gobierno porteño, siguen cayendo algunos de los mejores edificios de nuestra ciudad. Este jueves comenzó la demolición de la magnífica residencia de Callao 924, donde funcionó por años una mutual, y que fue antaño un lujoso petit hotel. En el lugar se va a alzar, cuándo no, otro edificio en altura. Un señor –una empresa– va a hacer un buen negocio, el patrimonio de todos va a perder otra pieza, la ciudad va a estar un poquito más fea y hasta la demolición, que incluye mármoles finísimos y varios vitrales de gran porte, se va a vender en el exterior. Todas estas tragedias le importan un pito a Planeamiento porteño, ente repleto de arquitectos que autorizó sin dolor ni culpa la demolición del edificio. Como consta en autos y personalmente, a estos arquitectos de Planeamiento les parece bobo preservar el patrimonio edificado y rezongan abiertamente en cuanto se mencionan las Areas de Protección Históricas y las listas de edificios a catalogar.

El petit hotel de Callao 924 es una obra discreta y elegante de Luis Martín, un especialista en ese tipo de edificios. La obra forma parte de un conjunto de los más logrados de la ciudad, nunca fue preservado como lugar y por supuesto fue arruinado con demoliciones individuales, una por una. Hace muchos años, cuando Callao era una alameda y la frontera entre la ciudad y las quintas de frutas y verduras, este arranque de Recoleta comenzó a poblarse de residencias de aires europeos y de los primeros edificios de altura de la ciudad. En el espacio entre Callao, Marcelo T. de Alvear, Rodríguez Peña y Paraguay se hizo una plaza, bendecida por uno de los mejores monumentos que tenemos, el de Pellegrini, y por una arboleda añosa. Sobre Rodríguez Peña se alzó un palacio, donado hace muchos años al sistema educativo y desfachatadamente remodelado por la dictadura. Tal vez fue el palacio Pizzurno lo que le dio el tono al conjunto, pero en las primeras décadas del siglo la plaza terminó rodeada por un conjunto escolar ceñudo y romano sobre Paraguay, edificios elegantes sobre Alvear, incluyendo una belleza de Alejandro Bustillo y la embajada serbia, residencia de los Mihanovich. La cuadra de Callao era la mejor, por el ancho de la avenida que le daba mejor perspectiva. Milagrosamente, hasta hace pocos años estuvo completa, en parte porque casi todos sus edificios son altos y de departamentos, porque las esquinas están tomadas por la vieja sede de OSN –monumento histórico– y un edificio de rentas muy señorial, y porque de los cuatro petit hoteles que tenía, uno era sindical y otro, la embajada siria.

Por supuesto, los que cayeron primero fueron los privados y en su lugar se alzan hoy dos edificios modernitos de una mediocridad absoluta y olvidable. Ahora le llegó la hora al que ocupó el sindicato tanto años, muy remodelado en planta baja pero virtualmente intacto en sus pisos superiores y en su elegantísima entrada. Los interiores son del calibre a esperar en algo elegido y construido en la época en que se compraban cosas bellas y no apenas caras: mármoles rosados, maderas francesas talladas, vitralerías Beaux Arts, marqueterías refinadas y una puerta de tableros tallados de primera agua.

Además de perder el edificio, se perderán todos estos objetos bellos, raros e irreemplazables. Argentina es ahora el Congo de las antigüedades, exportándolas como si fueran ébanos o marfiles hasta que se extingan. Los mármoles, ornamentos y vitrales rumbearán en breve a países ricos que no pueden creer que seamos tan giles de venderles semejantes cosas. En una nota reciente, el diario madrileño El País contó con pena y asombro cómo vendemos lo nuestro sin mosquearnos y sin que a ninguna autoridad se le cruce siquiera por la cabeza regular el asunto.

Mientras el Ejecutivo porteño duerme –se enteraron por los vecinos que fueron a pedir ayuda–, el Legislativo duda. La Comisión de Patrimonio de la Legislatura pidió urgentísimamente que con toda urgencia se trate una catalogación de emergencia (y urgente) de Callao 924. Pero les pidieron una semana para tratar el tema, tiempo más que suficiente para que todo esté perdido.

Los vecinos ya mencionados son los de Recoleta, que formaron una sociedad para frenar la piqueta que pronto nos va a dejar sin un tipo de edificio antes común, el petit hotel a la francesa. El jueves estaban parados frente a La Mutual repartiendo unos volantitos y ayer organizaron una protesta frente a la demolición. Estos vecinos, que conmueven por su voluntad de tratar de salvar edificios, se pueden contactar en el mail [email protected].

De paso, la volanteada sirvió para ver cómo reacciona el peatón común ante estos vandalismos. No hubo una sola persona que dijera que estaba bien cargarse el petit hotel y resultó llamativa la cantidad que se detenía a comentar “qué barbaridad” y mirar la casa intensamente, como para poder recordarla.

Tal vez la Legislatura llegue a frenar este destrozo. Pero lo más probable es que hayamos perdido otro tesoro porteño gracias a la indiferencia activista de algunos funcionarios, la impotencia difusa de otros y la falta de audacia política de legislar de una vez el tema.

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