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Sábado, 9 de junio de 2012

Un plan para el Congreso

Diputados lanza una ambiciosa movida para restaurar el Palacio y consolidar sus anexos, mientras la Ciudad sigue permitiendo trucos para demoler.

 Por Sergio Kiernan

No asombra que haya sido Julián Domínguez, presidente de la Cámara de Diputados, el que lanzara el plan. Cuando era ministro de Agricultura y Ganadería, miró de cerca la célebre sede en Las Mellizas de Paseo Colón, reunió a su equipo y propuso restaurarla. Pero bien, con rigor, con una orden clara: que todo quede lo más parecido posible al original. Es muy raro que un funcionario piense así y más que a partir de este pensamiento pasen cosas como que se copien baldosas Art Nouveau para reponerlas en metros y metros de pavimentos, que se hagan pliegos de licitación estrictos y que todos los muchos actores sigan el guión de recuperar el aspecto patrimonial de los dos edificios.

Este jueves, el ex ministro y diputado volvió a las andadas con otro proyecto de largo plazo, que también puede superar su permanencia en el cargo. Domínguez presentó en sociedad el Plan Rector de Intervenciones Edilicias, que implica nada menos que atender más de 100.000 metros cuadrados, con un tercio exacto de altísimo valor patrimonial y todas las protecciones posibles. No es por nada que los socios en el proyecto van de la Honorable Cámara al Ministerio de Planificación Federal, pasando por la UTN, la UBA, la UNLP, la Comisión Nacional de Museos y Monumentos y un ya largo etcétera que incluye a los actores internos de la Casa: arquitectos, sindicatos, empleados, carpinteros y encargados de mantenimiento y obras. Es llamativo ver el entusiasmo con que los que mantienen la Casa funcionando respondieron al llamado.

Básicamente, lo que encaró Domínguez pasa por encontrar soluciones en tiempo real a problemas urgentes, avanzar en crear infraestructura necesaria y planear para el futuro, evitando el eterno parche. Por un lado, se encara restaurar el Palacio y darle la tecnología que necesita. El arranque fue rápido e incluyó gestos como arrancar moquettes gastadísimas para recuperar maravillosos pavimentos de mosaicos, o eliminar un eterno depósito que se comía nada menos que una de las galerías del recinto. Menos visible, se lanzó un complejo trabajo de relevamiento e información, ya que ni siquiera hay un plano entendible del Congreso y nadie sabe por dónde pasan exactamente tantos cables y ductos. Esconder instalaciones, renovar servicios y agregar tecnologías tan básicas como Internet requiere una información milimétrica.

Al mismo tiempo, en la calle Bartolomé Mitre se está terminando el Anexo D, donde se mudarán los talleres del Palacio, que hoy siguen en subsuelos de total oscuridad, y ya se abrieron otros dos para las oficinas administrativas. El primer anexo, el cubo espejado que se nota fue creado por el Cuerpo de Ingenieros del Ejército en tiempos de la dictadura, está en estado crítico. Lo que se hizo fue de toda urgencia, desde arreglar cloacas a asegurar ascensores y reponer cableados en largos pasillos sin lámparas, mientras se estudian difíciles soluciones de fondo.

El plan contempla avanzar en la llamada “manzana legislativa”, la formada por Rivadavia, Callao, Mitre y Riobamba, donde se elevan todos los edificios parlamentarios y donde se planea la expansión a futuro. Una obra a tratar es interconectar estos inmuebles por el pulmón de manzana, creando una plaza y permitiendo una circulación interna. Otra es agregar verde y tratar de paliar las graves deficiencias del anexo militar, que bordea lo inhabitable.

El plan fue presentado con pleno apoyo de los bloques radical, CC, PAN y peronista federal, un caso de transversalidad de buen pronóstico. La frutilla en el postre, el sueño de todos, es que incluya a la Confitería del Molino, extrañada en pleno por la clase política argentina. La expropiación sigue trabada y tal vez necesite un empujón político para que recuperemos ese símbolo arquitectónico de nuestro país. ¿Por qué no? Lo que Domínguez acaba de lanzar bien puede ser también el rescate de esa obra maestra.

La plácida Ciudad

Buenos Aires está ya tan mal administrada que las picardías se están haciendo rutina. Ante la plácida mirada del macrismo, los especuladores inmobiliarios repiten truquitos casi infantiles, de los que con un poco de rigor no pasarían de ensayo. El que se está poniendo de moda es el de la “intrusión” oportuna, de agenda, justito cuando hace falta para que no te cataloguen el inmueble que querés demoler. Ya ocurrió en un caso célebre denunciado por Proteger Barracas, que les salió mal a los autores. Y acaba de ocurrir con todo éxito en Curapaligüe 67/69.

Este edificio fue comprado el 15 de junio de 2011, hace casi exactamente un año. De inmediato se pidió el permiso para destruirlo completamente y el expediente pasó al Consejo Asesor en Asuntos Patrimoniales para su consideración. Debe haber sido un lugar valioso en serio, porque hasta el complaciente Consejo lo “estimó” y giró la carpeta para que sea catalogado el 29 de noviembre.

¿Qué ocurre entonces? Que mágicamente Curapaligüe es ocupado por supuestos indigentes, que son expulsados el 27 de diciembre. En esos 28 días entre la protección del Consejo y el desalojo, el edificio fue vandalizado, con robo de piezas por todos lados y un nivel de daño llamativo que incluía hasta los pisos arrancados. El propietario presenta ante el Consejo un pedido de reconsideración, el 24 de febrero de este año y el Consejo, siempre tan atento, se lo concede el 27 de marzo. El 28 de mayo se publica la resolución del también siempre solícito subsecretario de Planeamiento Urbano, Héctor Lostri, liberando la demolición.

En resumen, en casi exactos cinco meses, una pieza patrimonial fue despejada para su destrucción y reemplazo por algo que nunca será valioso pero sí rentable. A todo esto, el procedimiento de reconsideración que usa el Consejo Asesor y firma Lostri no se basa en ley alguna, ya que un ente asesor no puede reconsiderar nada y todo reclamo a las autoridades se hace por otra vía y en plazos mucho menos laxos que los que se usan ahí.

¿Cuándo van a responder en sede judicial por estos manejos?

Tango y Sirenas

En la esquina de Balbín y Núñez, pleno Saavedra, hay un viejo cafetín con el inolvidable nombre de La Sirena. La historia es exactamente la misma que le terminó dando su nombre a Caballito, el emblema de una vieja posta-pulpería-almacén de campo de 1876, cuando eso era el andurrial norte del partido de Belgrano. Cuenta la tradición que el tejado de la posta lucía una sirenita de cemento y el bar, ahora en naciente tejido urbano, heredó la marca.

La esquina corre un riesgo inminente porque está en venta. Los dueños son dos hermanos que ya pasaron hace mucho rato la edad de jubilación y les admitieron a los vecinos que ya no pueden más. Ellos quisieran que lo comprara alguien que quisiera seguir con el café y prometen darle prioridad a ese comprador ideal. Los vecinos están movilizados y buscando ayudar, con lo que mañana, de 16 a 20, organizaron un festival tanguero en el que van a actuar Juan “Tata” Cedrón, Cucuza Castiello y Moscato Luna, Karina Beorlegui, Alejandro Guyot, Raimundo Rosales, Aldo Barberis-Rusca, Eduardo Castro y Las Guitarras Saavedrinas. La movida incluye una juntada de firmas para que se preserve el “icono” cultural.

Saavedra no abunda en bares y no extraña que La Sirena tenga clientes del barrio y visitantes ilustres en su pasado. Edmundo Rivero era un regular y le gustaba contar que sus abuelos habían sido dueños de la vieja posta en algún momento. También paraban Roberto Goyeneche, el pintor Lino Enea Spilimbergo y buena parte del club Platense, incluyendo el arquero Julio Cozzi. Como el bar queda cerca del viejo estudio de la RCA Víctor, la lista de artistas que pasaron por ahí es casi que interminable.

Uno de los hermanos y socios, Marcelino Mayol, le contó al periódico El Barrio que recordaba haberlo encontrado y alquilado en 1930 junto a su abuelo. El dueño era un señor Comesaña, que tenía varias propiedades en la zona, que eventualmente se lo vendió a sus inquilinos.

Los vecinos de Saavedra hicieron la cuenta de las demoliciones en su barrio y temen lo peor para esa esquina. Y están buscando una solución creativa para que los Mayol puedan venderlo y la comunidad no pierda una pieza de su patrimonio.

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Domínguez en la carpintería del Congreso y, abajo, uno de los ambientes ya recuperados en el Palacio.
 
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