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Sábado, 18 de octubre de 2014

De robos y otras venalidades

El misterio de los adoquines porteños es una muestra de la deshonestidad mezclada con incompetencia del macrismo en funciones. Un nuevo libro investiga y revela los números y los socios del negocio.

 Por Sergio Kiernan

Una idea a futuro para los porteños es que la corrupción en su ciudad sea un caso testigo para una suerte de Nunca más municipal, local y lleno de “incumplimientos de los deberes de funcionario público”. El macrismo en funciones ofrece infinitas avenidas de entrada a esta idea, porque quienes están ahora en el poder lo usan para dos cosas y sólo dos: para que Mauricio Macri sea presidente y para que su industria favorita se enriquezca. Como el PRO sabe unir lo útil a lo agradable, ambas cosas van juntas con obras “para la foto”, rentables aunque innecesarias, que rinden buenos contratos y cartelería de campaña. Pero dejan los hilos que permitirán seguir el rastro del anuncio de obra al contrato, del contrato al patrimonio del funcionario en cuestión, del patrimonio al sobreprecio y el desperdicio.

Un ejemplo reciente lo dio la propia Auditoría porteña, que reveló en un informe que en los últimos cinco años se levantaron 83.214 metros lineales de adoquines sólo en esa obra simbólica por lo inútil, la reconstrucción de cunetas. Miles de cuadras de esta ciudad fueron pavimentadas por encima de los adoquines originales, pero con tino se dejó una banda de piedras a la vista a cada lado. Como parte del Plan Jefes y Jefas de Empresas de la Construcción, el macrismo pagó por la retirada de cientos de cuadras de estos adoquines, en muchos casos con el cordón original de piedra dura, y por su reemplazo por un cemento de dudosa calidad.

La Auditoría no cuestiona siquiera el tema de fondo, que es la perfecta inutilidad de la obra, pero se pregunta otra cosa. Los 83 kilómetros lineales de adoquines equivalen a casi dos millones y medio de adoquines, a los que se deben sumar otros 36.000.000 retirados al asfaltarse 727.414 metros cuadrados de calles, todos números oficiales de la Ciudad. Con lo que el gobierno porteño debería tener apilados por ahí más de cuarenta millones de adoquines. Pero resulta que sólo tiene menos de cuatro millones. Falta el noventa por ciento de lo retirado.

El auditor porteño, Facundo del Gainzo, descubrió preguntando a funcionarios del macrismo que no existe ningún control real, que nadie tiene el menor plan de qué hacer con las piedras y que sólo se anota lo que pide algún órgano porteño para alguna obra propia. El desorden es tal que de hecho el gobierno de esta ciudad hasta estuvo comprando adoquines, pagando más de 2400 pesos por metro cuadrado.

Robos y avivadas

Lo de los adoquines es apenas una punta de alguno de los muchos ovillos que deja la gestión del PRO, madeja que ahora se puede seguir con más orden gracias a un nuevo libro de Gabriela Massuh. La autora, novelista, doctora en Filología, directora de la editorial Mardulce, directora por muchos años del Instituto Goethe y traductora del alemán, resulta una investigadora inesperada del sucio mundo del macrismo. Su libro lleva el duro título de El robo de Buenos Aires: la trama de corrupción, ineficiencia y negocios que les arrebató la ciudad a sus habitantes. Lo que sigue al título es lapidario por cierto y detallado.

La historia comienza con Massuh, tucumana, explicando cómo se tuvo que acostumbrar a una Buenos Aires que le resultaba “más violenta, más convulsiva, más sucia y más ardua” que las ciudades de su infancia. La vivencia urbana de la nena mudada a la Capital se compone de elementos familiares, de interminables viajes en colectivo, de visitas de compras al centro, de comparaciones entre urbes alemanas y provinciales, de geografías porteñas como las esquinas a evitar, las salidas de colegios pesados, la estrechez del departamento, las pintadas, las arboledas. La autora tuvo que alejarse de Buenos Aires para quererla y tenerla en sus sueños, una experiencia más común de lo que puede pensarse.

Y ahora, esta ciudad “tiene un alma exánime” porque está “convirtiéndose progresiva y vertiginosamente en desmemoria. La hemos destruido y nos ha desamparado”. El resultado es que nuestra ciudad es “el marketing de lo que alguna vez fue”.

A este arranque, más personal, le siguen capítulos duros sobre grandes negocios como Puerto Madero, que enriqueció a tantos menemistas, en el que se descubren cosas como que hasta 2007 no se preguntaba de dónde venía el dinero. En esas páginas Massuh establece con números que a nadie le importa ni le importó jamás que ese barrio exista, tenga habitantes o vida real, porque fue concebido desde el vamos como una inversión abstracta. La mitad de lo que se ve ahí pertenece a extranjeros que lo vieron en foto, gente que participa del giro internacional de capitales que buscan estacionarse en algún lugar rentable o al menos estable, que no haga demasiadas preguntas. De hecho, un especialista que se dedicó a vender muchos de esos departamentos define a Puerto Madero como “la mayor caja de seguridad del país”.

El libro, editado por Sudamericana, sigue con una larga comparación de modelos de ciudad que va de Berlín a París y se detiene en la Río de Janeiro rebelada contra el Mundial. El tema es la integración urbana, eso que hace que los que viven en una ciudad se sientan parte de ella y no apenas habitantes. En el debate uno se entera hasta de la denominación técnica de lugares como Nordelta: “urbanización cerrada poderizada”, en el sentido de creada a partir de dragados y control de aguas. En la comparación entre provincia y ciudad aparece claramente la vocación especulativa del macrismo, que promueve activamente el reemplazo de piezas urbanas por otras más grandes, dando hasta exenciones impositivas.

Lo que no deja a salvo a la provincia de Buenos Aires, que permite algunas de las mayores aventuras urbanas en Escobar y Tigre, emprendimientos de tal impacto que ya andan contando las especies a extinguirse. Estos emprendimientos tienen una característica común, la de usar tierra barata porque es inundable. La idea es “acabar” con las inundaciones canalizando las aguas, lo que es mostrado como progreso y hasta como un falluto caso de “reutilización de aguas de lluvia” supuestamente ecológico. La cosa es que se construyen ciudades sobre humedales necesarios para evitar inundaciones en otros sectores geográficos, lo que incluye, por ejemplo, el área urbana porteña: por algo se inundan esos campos.

El cuento continúa con la valorización del suelo urbano y el ataque al patrimonio edificado, todo contado con impecable lógica económica que revela que el valor de la tierra en Buenos Aires subió un quinientos por ciento en términos reales en apenas una década. En estos capítulos hay nombres familiares para los lectores de m2, de Basta de Demoler a Marcelo Magadán, e historias dolorosas de pérdidas de nuestro patrimonio. La novedad viene en la investigación de dos de los mayores especuladores inmobiliarios del país, Eduardo Costantini y Eduardo Elsztain, que incluye el enorme negocio por el que el Abasto se transformó en un shopping.

Nicolás Caputo es otra figura empresaria, “amigo y hermano adoptivo” de Macri, su asesor ad honorem y miembro firme de la mesa más chica que tiene el gobierno porteño. Su constructora es de las más beneficiadas por el PRO en funciones y es irritante seguir la lista de favores, contratos y contactos que recibe de nuestra ciudad.

Y la cosa termina con la incapacidad contumaz del gobierno macrista en ejecutar sus presupuestos, en la preferencia por elefantes blancos como el metrobús, por las diferencias estratosféricas entre lo que se presupuesta para obras y cualquier otro asunto de gobierno, en la peculiar mezcla de incompetencia y mala fe que tiñe todo. El panorama final es el de un gobierno chanta, clasista, snob y de una crueldad frívola hacia el que menos tiene, que se ocupa de tonterías para la foto mientras crecen las villas miseria.

El de Gabriela Massuh es un libro duro y útil, lleno de números que hay que recordar y de conceptos claros. Es la exposición de la economía y las prioridades de negocios del actual gobierno porteño, con lo que resulta la explicación final de pulsiones que de otro modo no se entienden.

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