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Sábado, 25 de octubre de 2014

CON NOMBRE PROPIO

Muy Antoniadis

Una pionera en arte utilitario presenta su colección de vajilla, en línea con un estilo que ya produjo almohadones, portalaptops y otros “objetos” como una estación de subte.

 Por Luján Cambariere

Lo decorativo al servicio de lo narrativo, el utilitario en función de acercar el arte a todos, el cruce de fronteras, el mundo cotidiano, lo oriental, la estética de los ‘50... todo eso es Muy Antoniadis. Carolina fue pionera en unir arte y diseño, en abrevar de ambos mundos rescatando lo mejor que tienen. Del 7 al 9 de noviembre estará presente con su colección de vajilla en porcelana pintada en Atico de Diseño, en la Noche de las Artes, en Boulevard Sáenz Peña, el distrito de arte y diseño de Tigre.

En tu web decís que “escribís pintando”...

–Para mí la imagen y el texto están muy unidos. De hecho, si no hubiera pintado habría sido escritora. De chica escribía. Me venían frases y también me pasa con las imágenes, que aparecen de repente, entonces es un ida y vuelta que se complementa. Por ejemplo, muchas veces un texto me dispara una imagen o veo una imagen que me dispara un texto. Me parece que es algo que se complementa bien.

¿Y el tema del utilitario es algo que nació en vos a la par de la pintura?

–A los 16 años yo tenía una amiga que su mamá pintaba sobre porcelana y yo iba a la casa y me fascinaba. Entonces ella me ofreció enseñarme. Fui todos los sábados a la tarde de los 16 a los 19 años y aprendí todo el oficio de pintura sobre porcelana, que es un repertorio más acotado –pájaros, flores–. Entonces empecé a hacer mis propios diseños. Y cuando entré a la escuela de arte me ayudó para bancarme un montón de cosas, porque les vendía a muchos negocios. Y por otro lado, debe ser mi ascendente Capricornio, tengo una cosa muy sistemática, que por eso también me llevo bien con el diseño. Por un lado tengo una cosa muy volada, más poética y otra más sistemática. Entonces la porcelana y el diseño fueron cosas que siempre me acompañaron y me ayudaron a sustentarme la carrera. Después lo interrumpí un poco cuando terminé la carrera y fui insertándome con la pintura y cuando me fui a vivir sola, me hice un juego para mí y ahí venía la gente y me pedía y entonces retomé. En los ‘90 hice la presentación de mi vajilla en Papelera Palermo, que no era algo muy común en esa época. Habíamos hecho una instalación. Y después, en la época de Jorge Glusberg, hice una instalación que se llamó Artes menores, problemas mayores. Jugando con esto de que el diseño empezó como un arte menor. Había hecho una serie de vasijas que estaban pintadas con el interior del cuerpo. Las veías de lejos y parecían flores y cuando te acercabas eran intestinos, hígados. Siempre juego con eso, que haya una primera apariencia decorativa y después si lo observás vas encontrando otras cosas. Ahora estoy más con el tema narrativo, contar historias. La idea es que el comensal se interrogue.

¿Tu obra plástica va muy separada de esto?

–Es relativo. Porque por una parte hago vajilla para consumo cotidiano. La gente no puede comprarme un cuadro, pero sí la vajilla. Y después tengo otra obra intermedia, que son por ejemplo unos cuadros de cerámica. Y después mis cuadros.

¿Por qué creés que te convocan para trabajar en otros soportes? Por el tipo de obra, porque no sos prejuiciosa....

–En la escuela de arte, cuando estudié en la Pueyrredón, era una rara avis. Yo cursé en la época de la dictadura militar. La imagen más imponente eran artistas como Bacon, la cosa más expresionista de denuncia social, y yo había vivido en una casa muy artística. Mi mamá escribía, sacaba fotos, una casa muy creativa, con su propio mundo, por lo que para mí insertarme en el mundo fue lo conflictivo, no el mundo del arte. Yo seguía mucho la obra de Matisse y Klimt, que en esa época no se los revisaba tanto. Seguí la línea de los simbolistas. Que tienen una cosa decorativa y fueron los primeros que trataron de unir el arte con el diseño. Y después, la estética de los ‘50 y ‘60, porque yo amaba ver televisión y me veía todas las películas de Doris Day. Toda la estética del ‘50 me volvía loca. Hice un mix con todo, el mundo del ama de casa, lo cotidiano, un mundo bucólico. Así que siempre se me asoció al diseño porque de algún modo siempre trabajo con ese límite que sería lo decorativo y lo que trata de trascender lo decorativo. Moverme en ese abismo a mí me gusta.

¿Cuáles serían tus grandes temas?

–Los vínculos. De hecho, tengo toda una serie de niños, en exclusión, en competencia. Basado en lo psicológico y lo relacional.

La estación de subte, portalaptops, almohadones...

–Me convocan. Yo trabajé doce años en diseño en la UBA, adjunta de la cátedra de Skific-Saltzman, jefa de trabajos prácticos de Skific y adjunta de indumentaria de Saltzman. Con ellas aprendí un montón. Fue una experiencia riquísima. Y siempre digo que como yo daba clase en la Pueyrredón y en la UBA, siempre decía que era una espía que llevaba información de unos a otros. A los de arte los sistematizaba, porque si no estaban con un cuadro todo un año, y a los de diseño les llevaba arte. En el subte busqué obras que tuvieran que ver con escenas cotidianas, como trabajo sin facciones. La idea es que reflejen su familia.

Fuiste una pionera en muchas cosas...

–Ahora todo esto está muy vigente, es verdad. También trabajé lo autobiográfico y el registro fotográfico en la vajilla. Ahora estoy abocada a las narraciones, contar y combinar historias, dos hombres y una mujer, un gato, muebles, personajes, naturaleza, objetos, siempre en blanco y negro. A lo sumo ahora agregué un color.

http://www.carolinaantoniadis.com

www.facebook.com/aticodedisenio

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