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Jueves, 18 de noviembre de 2004

LA VELA PUERCA Y TODA UNA NUEVA GENERACION DEL ROCK URUGUAYO

Puente Celeste

El grupo más popular de la Banda Oriental se prueba este fin de semana en el gran escenario del rock argentino. Vienen para presentar su disco A contraluz, y para confirmar su romance con las masas porteñas. Detrás de ellos (con ellos), una nueva oleada de bandas busca su lugar en el mapa musical del Río de la Plata.

POR INA GODOY Desde Montevideo
Una especie de corre, ve y dile cuenta que Montevideo arde y lo cierto es que, más allá de la muchedumbre que cubrió las calles con el histórico triunfo del Frente Amplio, la capital uruguaya estalla de música. Una prueba de eso fue Pilsen Rock (como Quilmes Rock, pero de acá), el primer festival ciento por ciento uruguayo realizado el fin de semana pasado en la ciudad de Durazno –a 180 kilómetros de Montevideo–, al que llegaron más de 70 mil personas de todo el país. Otra es que, en los últimos tres meses del 2004, alrededor de veinte discos de las principales bandas y solistas se sumarán a la oferta, todo un record para la humilde y pequeña industria discográfica de Uruguay. Y otra prueba, por si falta, es que esa explosión superó las fronteras del paisito y llega hasta una doble fecha de La Vela Puerca en Obras, mañana y el sábado.
La Vela llega a Buenos Aires para presentar A contraluz, tan sólo el tercer disco en casi diez años de carrera. Y no es que se trate de un caso más de la famosa haraganería uruguaya, más bien se trata de una banda que escribe su historia sobre el escenario y que alcanza su clímax cuando llega ese momento. “El estudio y el vivo están en los antípodas. La energía de lo que pasa en vivo, la adrenalina que corre, hace que un show nunca sea igual a otro. En el estudio se te ven todos los granos, es una cosa superfría, grabás en un silencio total, vas armando las canciones como un Frankenstein. Creo que todavía no es un ambiente donde nos movamos naturalmente”, sentencia el carismático Sebastián Teysera, cantante y líder del grupo más popular de Uruguay. Sin embargo, una especie de estrategia ricotera, hasta ahora, se tradujo en la intención consciente de no empalagar: eso los llevó a alejarse de los escenarios montevideanos durante un año. “No queremos romper la gallina de los huevos de oro, acá hubo muchos grupos que empezaron a tocar demasiado y terminaron matando la historia. Nosotros no queremos eso, entonces decidimos que no vamos a tocar para pagar el alquiler”, dice Teysera.
Cuando la banda nació, allá por el ‘95, llenó un hueco que dejó la generación de la década del ‘80. Con grupos como Los Traidores, Los Estómagos o La Tabaré, la propuesta se acotaba a una visión pesimista y caótica de la realidad. Pasados de aquello, la clave del éxito de La Vela fue montar en cada show una fiesta, proponiendo ceremonias musicales que invitaban a saltar, bailar y divertirse, sin que eso signifique dejar de pensar o perder contacto con la realidad. Casi diez años más tarde, lejos de ser los únicos, los puercos fomentaron la aparición de unos cuantos discípulos y, aun así, siguen siendo la vedette de una oferta que no ha dejado de crecer, incluso con propuestas que no muestran pudor en imitarlos. “Creo que coinciden estilos como el ska o el reggae, en el momento en que nacimos no había bandas haciendo eso, pero ahora hay muchas. De todas formas son estilos que estamos abandonando, sólo queda un resabio, las canciones están pidiendo otros ritmos y nosotros somos esclavos de la canción”, dice el Enano sin titubeos.
–¿La Vela deja el ska y hacia dónde va?
–Hacia las canciones, sabemos qué estilos no queremos hacer, como el rap, la salsa o el merengue, todo lo demás está habilitado. Las canciones que quedaron afuera de este disco se parecen a Dice, temas más conceptuales, de 6 o 7 minutos.
–¿Por qué creés que ocurre esta especie de efervescencia de la música uruguaya dentro y fuera del país?
–La crisis tuvo mucho que ver, con el apoyo del público o en la necesidad de tener que salir a buscar otros lugares para tocar. Ahí entra en juego la manera en que te plantás. En una ciudad como Buenos Aires, con una tremenda escena de rock, podríamos habernos ahorrado pasos. Sin embargo, lo que hicimos fue todo lo contrario. Nos hicimos de abajo como cualquierbanda, no nos comimos ningún escalón, primero el Salón Pueyrredón, después el Teatro del Plata, Cátulo Castillo, Marquee, Cemento, El Teatro...
–Y ahora dos Obras... ¿Cómo hicieron para ser asimilados por el público argentino como una banda nacional más?
–Creo que la diferencia que hace que el rock uruguayo y el argentino sean incomparables tiene que ver con cosas como la dictadura. En nuestro país se cortó toda la música, sólo siguió la murga y allá fue al revés, el rock siguió y la murga se cortó. Entonces acá recién ahora hay un renacimiento de la murga y allá hay un renacimiento del rock. Otra cosa muy importante que pasó en la Argentina fue que, durante la guerra de Malvinas, se prohibió la música en inglés y eso hizo que la gente empezara a hacer rock local, mientras que nosotros seguíamos bombardeados. Por lo demás, creo que hicimos bien las cosas. El hecho de que pasen nuestros temas en La Mega o que haya gente diciendo ‘yo iba a ver a La Vela cuando éramos cuarenta’, son un reflejo de que llevamos muchos años de cruzar a tocar.
Con un traje a la medida de su situación de frontman –infaltable jockey con destino de gorrito de Cerati–, Teysera se carga, más que nunca, un disco al hombro y hace de A contraluz el producto más maduro que haya dado a luz la banda en su década de existencia. Eso da que pensar, cómo no, en una posible carrera solista. Pero él mismo aleja la tentación y elige entre ser un buen músico, la voz de una generación o un buen contador de historias, la ultima opción. Y no está nada mal imaginarlo. Se trata de un potencial personaje de Big Fish, la última película de Tim Burton. Teysera, justamente, se mueve como pez en el agua a través de historias que van desde un cóndor rescatado de la explotación de un circo por el niño sensible que fue (y sigue siendo) hasta la aventura de sentarse en la punta de una isla rocosa con alimento en las manos, como blanco de una enorme colonia de gaviotas. Experiencias que su poesía sensata vuelve mágicas, con forma de canciones que establecen puentes de identificación inquebrantables con un público sediento de un guía. Sin embargo, Teysera no pierde el norte y se regodea en el sentimiento de empezar. “Es algo que te pone los pies en la tierra; a muchos les pasa que, cuando conquistan determinado lugar, les cuesta bajar, pero a nosotros nos encanta. A mí no me gusta eso de salir al escenario y decir ‘Bueno...’. Y escuchar a un estadio que responde ‘¡¡¡Ahhhhhhhhhh!!!’. ¿Bueno qué? A mí me gusta pelearla.”
Contar historias con forma de canciones es una habilidad con la que Teysera se imagina conviviendo por el resto de sus días. “Me veo haciendo música, que es para lo que vine al mundo. La Vela es un sueño hecho realidad y yo me hago cargo de eso, pero como todas las cosas que nacen se mueren, el oficio no tiene fin, aunque tenga que laburar de otra cosa. Además, me imagino que si la Vela se disuelve, voy a llamar a los mismos músicos, que es con la gente que me conecto realmente”, dice entre risas el autor de todas (menos una) las letras de A contraluz, mensajes cada vez más sutiles y literarios, esquivando ser el dueño de la verdad y evitando el panfleto.
Con todo, Teysera es un personaje público que, con treinta y un años, les firma autógrafos a adolescentes que tienen la mitad y, sin embargo, sabe que la fama sigue siendo un cuento en el que no hay que creer. Como dice en Va a escampar (“una canción que me escribí a mí mismo”, confiesa): “Hoy ¡qué raro que lo miran!/ Se pone en pie y quiere hablar/ y a su boca se le olvida/ lo que una vez quiso explicar/ su paciencia va a montar/ todo un circo para verlo desfilar”. Todo lo que el Enano tiene para decir, parece concentrarse también en las palabras simples del músico brasileño Zeca Baleiro, a quien escucha incansablemente: “No soy Dios, ni soy Señor, sólo soy un compositor popular”.

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