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Jueves, 11 de diciembre de 2008

CUANDO LAS BATALLAS VIRTUALES SE PONEN DEMASIADO REALES

Juegos de guerra

Con el petróleo de Irak no fue suficiente y mejor invadir Venezuela para asegurarse: de eso se trata Mercenaries II, el juego con el que tal vez se divierta Bush. Pero también podría venirse para acá a pretender que es un marine, por más que su arma lance pelotitas de pintura. Al fin y al cabo, ¿no son buenos entrenamientos?

 Por Luis Paz

A menudo parece que, quitándole a la guerra la sangre, la tortura y los dolores originales, el belicismo puede convertirse en negocio sin mayores escrúpulos. Y a veces sucede que no es necesario quitarle nada. Tan o más vieja que sexo y drogas, igual de confiable como depositaria de inversiones, la guerra hipermediatizada, espectacularizada, fue vaciándose de sus terribles sentidos ulteriores y reconstruida como espacio lúdico. Así sucede con el paintball, que experimenta un reverdecer; y más tecnológica y millonariamente, con los videojuegos de guerra. Invadir a Irak o Venezuela, asesinar a un VIP, conquistar un territorio devastando todo a nuestro paso, son hoy juegos posibles. Juegos de guerra virtuales, pero demasiado reales.

El nene lo elige como festejo de cumpleaños, el pibe lo cambia por el fulbito del domingo, el matrimonio lo usa como terapia y la nona como ejercicio. Parece una de aquellas sanas diversiones familiares. Encima es el balance justo de actividad física y puesta de atención. Con esa descripción, ¿quién no recomendaría jugar al paintball? Sólo el que en la década pasada puso una arena de combate, creído de que el paintball sería al menemato lo que el pádel fue a los ‘80: un deporte avant-garde. Pero el paintball se quedó en el culto y recién por estos días, quince años después, empieza a salir. En buena medida gracias a la maravillosa vida urbana años 2000, fuente inagotable de traumas.

“Soñé que era un soldado aliado en la Segunda Guerra Mundial y que me la pasaba matando nazis con un rifle. Tenía muy buena puntería. El Call of Duty y la expectativa de un juego de paintball me afectaron.” Bueno Zekki, estudiante de Medicina de Morón que comentaste tu sueño en el foro Mancia.org, para la próxima intentá soñarte en la invasión a Irak. Es fácil, porque la marcadora Tippman 98 Custom que usás en el paintball es del mismo tipo que usan los marines: cinética, de tipo ráfaga, que en Irak mutila y en el juego de la pintura provoca soberana calentura.

Si alguna señora, que dejó ir al pibe a jugar, lee el NO, que no se preocupe: las balas son pelotitas cargadas con pintura o gelatina con colorante. Y los moretones con los que llega el nene no duelen. El dolor más grande que provoca el paintball es al bolsillo: una partida cuesta a partir de 100 pesos, siendo muy cuidadoso con las bolitas (pellets). Se juega en dos equipos, sin límite de miembros, pero con igual cantidad por lado. Las modalidades más comunes son “Bola rápida” (un tiroteo, básicamente), “Captura la bandera” (afanarle el trapo al otro equipo), “Mata al VIP” (cebarse con un pobre tipo tan o más traumado que uno), “Rey de la colina” (barrer con el enemigo o conquistar el puesto central) y “Escenario” (las partidas más largas, guionadas y pretendidamente “recreativas”).

Las modalidades son traducciones de los yanquis, porque Estados Unidos es potencia con 10 millones de jugadores al año. Hasta Jonathan Davis hizo poner un circuito para el regreso del Family Values Tour de Körn. Acá no son tantos, pero tienen representación gremial: la Asociación Argentina de Paintball, que tiene registro de 59 espacios donde jugar en Capital, el conurbano y 13 provincias. Y en la virtualidad 2.0 aparecen a diario foros, grupos, blogs y fotologs pro-paintball. Son como una comunidad de fanáticos de La caída del Halcón Negro y Rescatando al soldado Ryan, que le da duro al tiroteo hasta que está el asado. Bien “heavy nacional”, lo que casualmente es el nick del vice de la AAP, donde los cadetes (jugadores de 14 a 18) no tienen voto. Aunque sí pueden llevar cámaras digitales, lo que le permitió a un flogger filmarse haciendo su típico pasito con su ropa à la Schwarzenegger en Commando, testimonio bailado que se recupera vía YouTube. Y a una jovencísima flogger, fotografiar a sus tiernos amiguitos “acribillando al boliviano que filmó el paintball” del domingo. “Se arrastraba como rata”, le recordaban en el guestbook de su fotolog, hoy desactivado.

Lo que no pudo desactivarse fue el guión de Civilization IV: Colonization, cuarta expansión de la cuarta entrega de la franquicia inspirada en el juego Civilization, editado por Sid Meier en 1994. Es que en este videojuego, el usuario debe seleccionar una de entre cuatro naciones–Estado (España, Italia, Francia o los Países Bajos) y “civilizar” a los bárbaros americanos entre los siglos XVII y XIX. Lo bueno: la misión final será liberar a la Colonia y declarar su independencia de la Corona elegida. Lo malo: el juego está planteado en los mismos términos sociopolíticos que Civilización y Barbarie. El escritor Ben Fritz, en su blog Variety Cutscene, denuncia al juego como “inquietante y moralmente perturbador”, y culpa a los “desarrolladores y jugadores que no toman los videojuegos seriamente como un medio de comunicación con implicaciones morales”. Fritz dice que la colonización implica “el robo, asesinato, abuso, engaño, explotación y aniquilación de los nativos”. Eduardo Galeano aportó otras vilezas de la conquista real en Las venas abiertas de América latina.

Pero la modernidad líquida permite que los hechos actuales chorreen más fácilmente: “Derrocar a un tirano hambriento de poder que altera el suministro de petróleo”. Así define Pandemic Studios la línea argumental de su juego Mercenaries II: World in Flames, que consiste en invadir Venezuela. Casualmente, la tierra de Chávez y Catherine Fullop satisface el 15 por ciento de las necesidades de combustible de los norteamericanos. “Pandemic Studios está en el negocio del entretenimiento y nunca ha estado en contacto con el gobierno de Estados Unidos para el desarrollo de Mercenaries 2”, declaró la firma.

Para la misma época apareció Conflict: Denied Ops, sobre dos agentes de la CIA que deben realizar “tareas especiales” en Venezuela, Ruanda y Siberia. “Un golpe de Estado militar provoca una guerra civil. La ONU, encabezada por Estados Unidos, toma lugar en el conflicto y el dictador amenaza con utilizar un arma nuclear.” Los soldados del dictador, no casualmente, usan boinas rojas. El juego es de la compañía Eidos, que Elevation Partners intentó comprar en 2005. Elevation Partners es propiedad de Bono, el cantante de U2. Sí, el mismísimo.

En 2002, millones de niños, jóvenes y adultos jugaron al Conflict: Desert Store. Unos meses después, Estados Unidos invadió Irak. No es para ponerse paranoico, pero sí para pedir un poco de balance. ¿Cuándo habrá dictadores blancos en los videojuegos? ¿Y cuándo crearán uno donde se pueda sopapear a Bush, a la mejor manera Mortal Kombat?

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