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Jueves, 9 de abril de 2009

MIKKEY DEE, DE MOTöRHEAD

"Mi batería está en Buenos Aires"

El hombre detrás de los platillos –de los pocos raritos que todavía hacen solos– reclama encontrarse esta vez con su batería perdida una oscura noche de mayo de 2004, en Hangar, cuando “la gente” se la llevó como “parte de pago”.

 Por Mario Yannoulas

–¿Cuál es o fue el mejor baterista que tuvo Motörhead?

–¡Yo, por supuesto! ¡Ni siquiera hay punto de comparación! (risas) No, en serio, por supuesto que pienso que soy el mejor, creo que hago un buen trabajo. Es mucho más que tocar la batería: hay que ser capaz de soportar la presión de las giras y seguir escribiendo buenos temas.

La voz detrás del teléfono, presumida pero honesta, es de Mikkey Dee. Michael Kiriakos Delaouglou, baterista de Motörhead desde 1992, es un bocón mitad sueco-mitad griego que cascotea la voz pedregosa de Lemmy Kilmister desde hace casi quince años. Cuenta la historia que su incorporación al grupo llegó en un momento particular: la salida del discazo March Ör Die, grabado tras la partida de Animal Taylor, y en cuyos créditos no figura baterista alguno. La batería la había grabado Tommy Aldridge, y la llegada de Mikkey no dio a tiempo de regrabar, así que sólo pudo tocar Hellraiser y salir en las fotos del booklet. Cuando Aldridge le ofreció al ex King Diamonds quedarse con el crédito, el sueco fue honesto una vez más, y le respondió que muchas gracias, pero que no lo quería, aunque no por sentirse un impostor, ¡sino porque esas baterías no le gustaban nada! “Aldridge es muy cuadrado”, dijo alguna vez.

Sumado al grupo cuando aún contaba con dos guitarristas, comenzó a formar parte del equipo compositivo, quedando siempre Lemmy a cargo de las letras. Y ya desde 1995 forman un trío junto a Phil Campbell. Aunque probablemente no le guste, ya que dos pirotécnicos como Ian Paice (Deep Purple) y Neil Peart (Rush) son de sus influencias de manual, lo cierto es que tiene un sonido más limpio que el de sus antecesores, y no solamente por cambios tecnológicos sino también por cuestiones de técnica y estilo. Pero además es parte integrante de una especie en extinción: el baterista que hace solos, una costumbre que se ha ido perdiendo, por lo menos en lo que al mainstream respecta.

Mientras se prepara para una nueva gira que, casualmente, comienza en Buenos Aires, Mikkey Dee repasa una nueva visita a la Argentina, que tiene como excusa la presentación de Motorizer (2008), su último disco. “No encuentro demasiada diferencia respecto de nuestros dos discos anteriores, pero los tres son excelentes porque tienen buenas canciones. Seguimos intentando hacer lo mejor con este estilo, y parecemos capaces de mantenernos bien de salud y en condiciones de hacer buenas giras”, vuelca.

La penúltima visita de Motörhead al país había distado bastante de lo soñado. Fue en mayo de 2004, meses antes de Cromañón, cuando un recital que se pensaba hacer en el Estadio Malvinas Argentinas (donde sí se va a hacer esta vez), fue trasladado a Hangar. Esa noche fue terrible: la capacidad del lugar estaba sobrepasada, gente con entrada que quedó afuera, calor y más calor, y el humo de alguna bengala que hacía que el recinto pareciera un sauna incendiándose. Cuando se supo que Lemmy no podía volver para tocar los bises, algunos decidieron romper cosas, y otros tomar instrumentos y equipos como parte de pago por lo que consideraban una estafa. Entre otras cosas, la batería de Mikkey desapareció.

–Viniste varias veces. ¿Qué recordás de la Argentina?

–Mayormente buenas cosas. Pero también me acuerdo de esos disturbios estúpidos, que nos dejaron bastante tristes. Entiendo que los chicos quisieran escuchar más, pero lo que no puedo comprender es cómo unos pocos tipos –porque estoy hablando de doscientos idiotas entre 4 mil personas– pueden ser capaces de arruinar todo así.

–¿Qué pasó con tu batería?

–No sé, está en Buenos Aires (risas). Se la llevaron.

–Alguien la está tocando ahora...

–Mucha gente la está tocando, pero en partes. Uno tiene un bombo, otro un redoblante... Pero no importa la batería en sí, lo que me importa es que la gente se haya comportado de esa manera. Lo que más me afectó fue que pasara en nuestro show, porque tenemos una relación muy especial con Buenos Aires, y si me hubieses preguntado antes de esa noche si esto podía pasar, te habría dicho “imposible”. Me sentí un poco decepcionado, pero no pasa nada, en el Luna Park salió todo bien. Ahora estamos realmente entusiasmados por volver allá, siempre preguntamos si vamos a poder ir.

–Pocos meses después de aquel episodio, 194 personas murieron durante un recital...

–¿En serio?

–Sí, y desde ese entonces hay bastante paranoia con la seguridad en los estadios.

–Creo que eso es bueno. Quizás era tiempo de que en la Argentina hubiera más seguridad en los shows, como en el resto del mundo. Siempre fue buenísimo tocar allá, todas las veces anteriores a esos disturbios fueron extremadamente locas, y sin problemas. Durante años y años, la Argentina era un lugar genial para pasarla bien sin que nadie saliera herido. No necesitaban todas esas reglas de mierda, porque no las queremos, es rock and roll y se supone que sea divertido, pero después de ese episodio, y si me decís que toda esa gente murió... sí, hay que poner algún tipo de límite.

–Van a tocar en el Estadio Malvinas Argentinas...

–Ah, ¿esta vez sí?

–Sí. Vos no sos inglés, pero, ¿significa algo para el grupo?

–No. Tratamos de no mezclar la música con la política. Nosotros entretenemos, no somos ni curas ni políticos. Lemmy los odia, y yo también.

* Motörhead toca mañana en el Estadio Malvinas Argentinas, Gutemberg 355, desde las 18.

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