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Jueves, 28 de mayo de 2015

SI PASA EN LA VIDA, PASA EN TINDER

“Es retrógrado pensar que es de loser conocer gente por Internet”

La juventud local aviva el fuego de la red social/aplicación de la llamita: anécdotas, reflexiones, fetiches y trucos de usuarios de Tinder, entre el garche y el amor, la frustración y la sinceridad, la atracción y el terror.

 Por Lola Sasturain

Como dijeron los Smiths, con eterna vigencia: “Soy humano y necesito ser amado, igual que todo el mundo”. Las redes sociales, desde el fundacional ICQ, pasando por el nostálgico MSN Messenger y llegando a las plataformas de fotos desde el arcaico Fotolog hasta el cool tumblr –y ni hablar de Twitter– existen y existieron para comunicarse con la gente querida pero también para un propósito máximo: mostrar la mejor versión de uno mismo y facilitar el contacto con un vasto universo de potenciales almas gemelas. Parece haber dejado de ser tabú el participar de sitios de citas. Será que eso de conocer gente a la vieja usanza resulta algo cada vez más utópico y démodé. Que lleva tiempo, predisposición y muchas veces dinero. Que todo el proceso de fichar, tantear terreno, hablar, intentar seducir y recién ahí, finalmente, saber si el otro está interesado o al menos disponible, puede omitirse. Todo gracias a una aplicación cuyo diseño y planteamiento es tan simple e inteligente que no se entiende cómo no existe desde siempre. Tinder, cuyo eslogan es elocuente: “Así es como se conoce la gente; igual que la vida misma, pero mejor”.

El gran fantasma de la cita a ciegas –ese antipático pero inevitablemente existente– es el de la escasa garantía de atracción física y el temor (más bien terror) al rechazo por esa misma razón. Tinder lo solucionó de una manera que, si bien no puede garantizar que no haya sorpresas, resulta de lo más discreta para no arriesgarse a caer en la primera cita sin ningún tipo de data (y para no clavarse en una cita con alguien que vive en Córdoba y difícilmente puedas volver a ver). Pudiendo dar “Me gusta” o “No me gusta” a partir de tres fotos seleccionadas del perfil de Facebook, de los kilómetros de cercanía y de ver los amigos en común, si los hay. Y lo mejor de todo es que el otro sólo se entera si él también dio “like” a tus fotos. Espléndido.

Tinder es una aplicación móvil de las llamadas geosociales –de las que consideran como variable la posición geográfica del usuario–, lanzada bajo este nombre en 2012 por Sean Rad, Justin Mateen y Jonathan Badeen, y como casi todo fue probada por primera vez en un campus universitario yanqui, en este caso el de la Universidad del Sur de California. Siempre un paso adelantados en lo que respecta a sacudir prejuicios, o tal vez simplemente más acostumbrados a pensar “por fuera de la caja” (en este caso, por fuera del círculo de gente conocida) en un mundo todavía predominantemente heteronormativo, los gays fueron los primeros en incorporarlo.

En palabras de Valentín, filósofo de 30 años que conoció a su novia –también filósofa– por Tinder, hay mucho que aprender de esto: “El mayor beneficio que le encuentro es la posibilidad de lo desconocido. Si bien la mayoría de las parejas se forma a partir de vínculos compartidos, como amigos que presentan a otros, es de lo más afortunado cuando conocemos a alguien completamente desvinculado de nuestro pequeño mundo social”.

Victoria, ilustradora de 24 años, cuenta su motivo para usar Tinder, una red que se estima que suma un millón de nuevos usuarios al día: “El noventa por ciento de mis amigos son gays y lesbianas, y siempre que salimos vamos a lugares gay con gente gay... ¡me cuesta mucho conocer hombres nuevos hétero!”.

La cita a ciegas tradicional está en franco deceso. Será porque cada vez se es más cínico, más paranoico, se tiene una autovaloración desmedida, poco tiempo o miedo, las razones son miles, y sobre todo para las chicas, eternamente perseguidas (y con razón) con tantas historias de psicópatas y violadores seriales, y con mucha más presión cultural sobre sus espaldas por verse lindas y deseables. Por no defraudar, bah. Pero como dice Heidi, una estudiante de arquitectura de 22 años: “El chico Tinder vio fotos elegidas por vos, que es cierto que te favorecen, pero mostrando algo más que el cuerpo. A mí me ven en fotos de día, en museos, en la bici, pintando y sacando fotos, por ejemplo. Decido mostrar eso, y el tipo habla conmigo sin saber si tengo culo o tetas, porque las fotos no lo muestran. Muchos me han dicho ‘Qué bien que no tenés selfies en el espejo’, o ‘Banco que no pongas fotos en el boliche’, y eso es algo que decido porque el boliche no es algo significativo en mi vida. En cambio, en un bar te tenés que hacer la copada y vestirte llamativa porque si no estás fuera de juego, y yo no me siento cómoda en ese personaje”.

La foto lo es todo. No sólo es importante qué se muestra sino el hecho en sí de decidir mostrarlo, opina Nazarena, también veinteañera y estudiante de diseño, y quien sale hace varios meses –aunque no excluyentemente– con alguien que conoció en Tinder: “Ahí ya está filtrado quienes tienen ganas de conocer a alguien. Y puede parecer un comentario banal de diseñadora, pero la foto dice mucho más de la persona que simplemente cómo se ve. El tipo de foto, la calidad, qué muestra, si tiene algún tipo de trabajo o es una foto así nomás... a partir de esas cosas me puedo dar cuenta, al menos por prejuicio, de si tenemos algo el común”.

Mariana, diseñadora de indumentaria de 30 años, también busca esto que se encuentra más allá de la foto. “Yo estaba convencida de que todo lo que hace atractiva a una persona no se ve en una foto, con lo cual los match tenían que ver con un criterio estético de filtro de Instagram y no realmente con el flaco del otro lado”, cuenta. Qué quiere mostrar una persona sobre sí misma, valga la redundancia, habla y mucho sobre ella.

Aparentemente, Tinder es una rara avis que fusiona el “en contra de las apariencias y a favor del corazón” del programa de TV Cupido con los sitios de citas de antaño, sumado al plus de narcisismo y exhibicionismo de las cada vez más múltiples redes sociales de cada quien. Esto de estar “solos pero conectados”, la mediatización del contacto interpersonal en todos los niveles producida por Internet, también tiene mucho que ver.

Valentín, que además de filósofo es un obsesivo autodidacta del mundo informático, habla de la “appificación” de todo: “Alcanza con comparar dos de las más importantes plataformas, Tinder y OkCupid. Mientras que para el primero alcanza con vincular la cuenta de Facebook, elegir pocas fotos y escribir una o dos líneas, en el segundo hay que responder cuestionarios y dedicarle cierto tiempo para enriquecer la experiencia. Tinder, por otro lado, es también un juego, al punto de que hay parejas que lo usan para ver quién les pone ‘Like’ y sin buscar nada más”. Esto es lo que en la jerga es denominado “jugar al Tinder”, porque como buena red social, acá también hay gente para todo. Likear para ver quién te likea, y hacer una pequeña caricia narcisista, o simplemente para divertirse con la idea de la infinidad de “posibles”. Porque la pantalla también da impunidad. Y, se sabe, muchas veces es más sexy la adrenalina de la posibilidad que los bifes en sí, y esto también se traslada al plano digital.

Por ahí va Mía, martillera pública de 23 años, que ya anda con alguien pero que a veces usa la aplicación para jugar: “Chateo con varios pero no saldría con ninguno... sólo me gustaría que me invite un baterista todo tatuado, que cuando me responde me maltrata y es obvio que nunca me va a invitar”. Nicolás, fotógrafo de 26 años, hace énfasis con mucho humor en este tipo de comportamiento: “Te medís. A esta altura ya sé qué tipo de chicos podrían darme bola y qué tipo de chicos seguro, pero ahí entra en juego el amor propio. Todos queremos matchear con el más lindo, pero como no estamos seguros de quién es el más lindo vamos a seguir jugando. Y finalmente, obvio, nos vamos a quedar con el que nos responde”.

Lo curioso es que Tinder ya tomó cartas en el asunto. La versión española sancionará a los likeadores compulsivos, obligándolos a contratar la versión paga de Tinder Premium si se quieren likes ilimitados. Y no termina ahí: en un gesto llamativo y por demás polémico, estos precios serán más caros para los mayores de 30. Dedo acusador, avivada capitalista o las dos cosas, imposible determinar. Pero la gran pregunta, aquella que carcome a algunos usuarios y con seguridad a todas las madres es otra: ¿es posible encontrar el amor en Tinder? O un poco más depurada y honesta: ¿Tinder es sólo para coger? La respuesta es clara, unívoca y al unísono: depende de cómo lo uses. Porque no hay fórmulas mágicas: si pasa en la vida, pasa en Tinder.

Por ejemplo, a Heidi le calza perfecto filosóficamente. “La cita demanda más energía y te da más importancia que el levante nocturno. No es algo al pasar, es tiempo valioso que decidimos pasar con alguien, por eso nos tomamos el trabajo de filtrar y, en general, sale bien. Entonces me parece muy sano conocer gente por Tinder.” Y la ilustradora Victoria dice: “No es algo automático, con el último chico con el que salí de Tinder, que salimos un tiempo, chateamos durante dos meses hasta la primera cita. Todo está mediado por pantallas. Es retrógrado pensar que es de loser conocer gente por Internet, ¡considerando que vivimos a través de Internet! Por eso yo no tengo prejuicios, y creo que pronto realmente todo el mundo va a usarlo”, vaticina.

También Mariana adhiere a que Tinder es lo que elegís hacer de él: “No vas a ser más o menos puta de lo que siempre fuiste por estar en Tinder”. Y cuenta su propia experiencia, a modo de fábula: “Uno me invitó a merendar, a las 17 me pasó a buscar y a las 20 estábamos en mi casa fumando porro y garchando. Después me sentí rara y entendí que así no me copaba tanto. Después salí con nerds tipo Big Bang Theory, con un inglés, un canadiense, un drogadicto, uno que se me hizo el novio en la primera cita... y ahora el actual: hace un mes que nos conocimos y estamos a full, medio enamorados... nos vemos, nos escribimos, ya nos dijimos te quiero. Moraleja: hace un par de semanas ya no estoy más en Tinder”.

Como los Smiths se siguen escuchando después de tres décadas, el humano-cyborg híper mediatizado no abandonó su búsqueda más clásica: la de un compañero. Por qué, para qué, cómo y quién no debería ser tema de conversación a esta altura.

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