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Jueves, 3 de septiembre de 2015

HOT GIRLS WANTED EN NETFLIX

¿Cuánto vale ser la chica nueva?

Un registro del boom de las teen stars pasajeras del porno.

 Por Hernán Panessi

Los sitios porno tienen más visitas al mes que Netflix, Amazon y Twitter juntos. Cada vez se ve más porno “semiprofesional” o “amateur”. En la era de Internet, la estrella porno que encarna a “la vecina” (the girl next door, le dicen) es reemplazada por la “chica real”. Tomarse una buena foto convierte a cualquiera en celebridad de inmediato. Así, el documental Hot Girls Wanted, producido por la actriz Rashida Jones y subido recientemente a Netflix, muestra el descarnado proceso de cómo miles de jóvenes entran y salen del porno.

“Quiero conseguirte más seguidores”, le dice –en la intimidad– una joven actriz a otra. “¿Seremos estrellas algún día?”, se preguntan. “Estrellas, estrellas”, repiquetean. Se trata de chicas que no habían nacido cuando comenzó Internet. Y ahora son uno: carne de su carne. Se sobrevuelan historias pequeñas, chicas con meses en la industria. La ley exige que prueben que tienen como mínimo 18 años. La industria no está sujeta a ninguna otra reglamentación federal. Corta: “Adolescente” es el término más buscado en pornografía por Internet.

Todos los días una chica deja de hacer porno. Todos los días una nueva chica quiere hacer porno. El dato: miles de chicas de entre 18 y 20 años se meten al porno. Van, vienen, viajan, cogen y se van. Algunas se quedan un poco más pero el procedimiento es –en la mayoría de los casos– el mismo. De ser lavacopas a tener casa, auto y trabajo. De la nada a la eternidad. La ilusión que condena y las manchas del tigre. La tensión brutal del sistema capitalista llevada a la jurisprudencia del XXX.

Fiestas, alcohol, cámaras subjetivas, chicas corrientes excitadas. Un par de datos más: las chicas nuevas filman de tres a cinco escenas por semana. En promedio ganan $ 800 dólares por escena. Twitter es clave para el crecimiento de una estrella porno. A diferencia de Facebook e Instagram, no censura la mayoría del contenido porno. Y surgen preguntas. ¿Cuánto tiempo es la vida productiva de una chica en el porno? Cinco años. ¿En el peor de los casos? De dos a tres meses. La industria chupa, fagocita y devuelve.

“Tengo el presentimiento de que mamá sabe. Será difícil volver a casa”, asoma –atemorizada– una de ellas. ¿Cuánto tardará hasta que se enteren? Un mes, más o menos. Mientras tanto, la bicicleta sigue girando, el sol sigue saliendo y las humedades, pliegues y cavidades siguen ventilándose por la red. Como onda expansiva, pase lo que pase.

Ahora bien, si las chicas nuevas no tienen aceptación popular, tendrán que aceptar trabajar para un nicho. Ahí aparecen el bondage, el gueto, la fantasía latina. Oferta y demanda. El film es siempre el mismo: siempre es la primera vez.

Estimuladas bajo el signo del dinero fácil y la fama urgente, estas jóvenes no han hecho más que producir sexo y porno, eso y lo otro, y nada más. Por ahí, unos ojos cada vez van siendo menos brillosos, un rostro –hormonal, rojizo, aniñado– que día tras día se va arrugando un poquito más, una voz que pierde todas las inflexiones de su primitiva dulzura, una boca que se abre para lamer y para pronunciar estas palabras:

–Estamos en más lugares que McDonald’s.

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