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Domingo, 19 de octubre de 2014

PARA LOS ÁRBOLES

MÚSICA Diez años atrás, la voz magnética y misteriosa de Cristóbal Repetto debutaba discográficamente con un disco de tango, producido por Gustavo Santaolalla. Con 24 años, Repetto ingresó en el circuito de la world music europea y compartió cartel con figuras como Youssou N’Dour, Salif Keïta o El Cigala. Una década más tarde, reunido otra vez con Santaolalla, Repetto acaba de editar el entrañable Tiempo y silencio, un disco de folklore atravesado por el regreso a su Maipú natal, en la provincia de Buenos Aires, y en el que se permite ir del maestro Atahualpa Yupanqui hasta su admirado León Gieco.

 Por Juan Andrade

Cuando Cristóbal Repetto empezó a darle forma al que sería su segundo disco, ya había recorrido un largo camino y una quincena de países europeos con “Tabernero”, “Organito” y los otros tangos añejos que forman parte de su álbum debut. Su voz magnética y misteriosa había llegado, a través del circuito de la denominada world music, a cautivar al público de lugares como Eslovenia, Bélgica y Austria. La música porteña que lo había catapultado a la fama, a partir de su participación en Bajofondo Tango Club, era su carta de presentación arriba y abajo de los escenarios. Sin embargo, una poderosa fuerza gravitatoria lo atraía cada vez con mayor insistencia desde su Maipú natal. Tenía una idea en mente: grabar un álbum “mitad de folklore y mitad de tango”. Pero la balanza artística se terminó inclinando por su propio peso. Y las pinturas de la gran ciudad fueron perdiendo terreno frente a los paisajes campestres que marcaron su infancia.

“¿Te parece hacer otro disco igual?”, lo tanteó el productor Gustavo Santa-olalla. “¿Por qué no te planteás que aparezca tu mirada sobre el folklore?”, arriesgó. Fue, según el cantante, el “último espaldarazo” que necesitaba para mandarse de lleno con Tiempo y silencio. El resultado es una trama sonora en la que conviven las huellas más o menos visibles o audibles de Atahualpa Yupanqui, Víctor Jara, Violeta Parra, Jaime Dávalos y Eduardo Falú, pero también León Gieco o Pedro Guerra. “Es un disco soñado, me define un poco más que el primero; ya no está el tango como protagonista”, dice Repetto. “Esta vez traté que la voz esté detrás de la canción. En el primero quizá sorprendió mi registro vocal. En Tiempo y silencio las verdaderas protagonistas son las canciones.” Y esto último viene a cuento de una frase de Yupanqui que le repetía su admirada Suma Paz y que él adoptó para su propio horizonte creativo: “El canto debe alumbrar y no deslumbrar”.

“Siempre me pregunto si, en principio, soy un cantor de folklore que grabó un disco de tango. O un cantor de tango que grabó un disco de folklore”, plantea Repetto. “Hoy por hoy me defino como un cantor de canciones. Porque, si no, ¿dónde pondría Tiempo y silencio?”, concluye. Entre un trabajo y otro transcurrieron diez años. “Y en el medio pasó la vida”, dice. “Con el tiempo, uno va madurando artísticamente. Y se va creando otra sonoridad en la voz, también. Yo creo que mi voz ahora está más reposada, suena desde otro lugar. Ya no tiene ese modo de apoyar la tensión tanguera y arrabalera. El trabajo interpretativo demandaba otra cosa: no podría cantar como lo hago en Bajofondo en Tiempo y silencio, quedaría muy desubicado. Hay algunas canciones, como ‘Ausencia’ o ‘Suéltate la cinta’, que las canto con un hilo de voz. Me fui redescubriendo como intérprete. Encontré algo: hoy se consolidó mi propia voz.”

CADA MINUTO VALIO UNA VIDA

A mediados de 2005, con su álbum debut Cristóbal Repetto editado por el prestigioso sello alemán Deutsche Grammophone, Cristóbal encaró su primera gira europea y subió a escenarios como los del Teatro Olimpia de París o el Royal Festival Hall de Londres, en los que compartió cartel con figuras de la talla de Youssou N’Dour, Salif Keïta o El Cigala. “En ese momento tenía 24 años, fue una experiencia muy enriquecedora. Me acuerdo de cuando llegamos al Olimpia; me tocaba abrir el concierto de la cantante portuguesa Cristina Branco. Y, para calmarme, me dijeron: ‘Quedate tranquilo, que en este escenario estuvieron los Beatles’. ¡Para mí fue peor!”, exclama, entre risas. “Venía con un ritmo vertiginoso, siendo muy joven. Hubo como una subida y después, cuando lo asimilé todo, una bajada de golpe. Me quedé en Maipú pensando, reflexionando, agradeciendo, tratando de terminar de entender todo lo que había pasado. Yo creo que en ese clima de reposo nació Tiempo y silencio.”

El cantante volvió a instalarse definitivamente en Maipú en 2011, pero por aquella época, cuenta, ya había comenzado a trazar el camino de vuelta. “Todo regreso a Maipú es hermoso. Y éste en particular ha sido muy especial: era toda una decisión, después de tanta movida en Buenos Aires y los viajes a Europa, volver a mi lugar, donde la vida es más reposada, donde a la mañana te despiertan los gallos”, describe. “Me volví a conectar con los lugares en los que caminaba cuando era chico, por eso creo que ‘Por el camino perdido’, el tema de Gieco, es una descripción que pinta perfecto lo que fue mi infancia. Me emociona la frase que dice ‘cada minuto valió una vida’. Lo siento así, porque me acuerdo de los partidos de fútbol que jugaba en el potrero, bajo la lluvia o hasta altas horas de la noche. Allí tengo a mi familia, a mi padre. A Natalia –mi novia– la conocí allá y hace 18 años que estamos juntos: más de la mitad de nuestras vidas.”

Formado en la escuela del álbum conceptual, Repetto diseñó un repertorio en el que cada pieza tiene su propio universo, a la vez que forma parte de la totalidad que plantea la obra. “Quería grabar canciones que tuvieran que ver con los primeros discos que me mostró mi padre, que tiene una discoteca enorme en la que aun hoy sigo descubriendo artistas”, explica. “El hilo conductor son los recuerdos de la infancia, la raíz, la identidad. Saber quiénes somos, de dónde venimos. También tiene que ver con una frase que repite siempre Santaolalla: ‘Pinta tu aldea y serás universal’. Yo creo que en este disco pinto mi aldea. Y no sería el mismo resultado si no hubiera escuchado De Ushuaia a La Quiaca. Ese fue el disparador, no sólo por cómo fue grabado, con estudios móviles y en escenarios naturales. Que estén Gustavo de productor y León de invitado es, para mí, muy simbólico.” Su trayecto, claro, fue un tanto más acotado. “Se podría haber llamado De Maipú a Maipú”, bromea.

MARIPOSAS DE NOVIEMBRE

Registrado en el pueblo ubicado en el centroeste bonaerense, Tiempo y silencio movilizó a los productores Santaolalla y Aníbal Kerpel, y a un puñado de músicos a través de la geografía argentina: Raúl “Tilín” Orozco llegó con su bagaje musical procedente de Mendoza; los hermanos Marcos y Juan Núñez son de Misiones; y Diego Rolón, de la Ciudad de Buenos Aires, entre otros. “Fueron cinco jornadas de grabación. Intenso, porque nos despertábamos, almorzábamos y cenábamos juntos. La convivencia funcionó como una cocina de la creación”, define el cantante. Para lograr una captura de su voz en su hábitat natural, las locaciones elegidas fueron tres: el Campo Santa Rita, la parroquia Nuestra Señora del Rosario y la hostería del pueblo. “En el campo celebramos nuestros cumpleaños o nos juntamos a guitarrear. Levantás la vista y tenés la pampa, es alucinante”, describe. “Mientras noso-tros grabábamos pasaba una vaca, un caballo. Y también se escuchaba todo el tiempo el canto de los pájaros, que se terminó metiendo en un tema.”

La pieza referida es “Mariposa de noviembre”, donde la presencia de las aves parece delinear los bordes del paisaje sonoro. El particular ambiente y la comunión artística generada fueron retratados en un documental dirigido por Melina Terribili. En el video que acompaña la difusión del disco se puede ver a Cristóbal bajar de una combi para tocar el timbre de una típica casa de pueblo. Unos segundos más tarde, el que aparece para saludarlo con un abrazo es don Angel Feliciano Mele. Y, ya juntos en el vehículo, viajan hacia el campo en el que se grabó el disco. “Su participación es muy simbólica, porque tiene 84 años y es el músico más legendario de Maipú. Toda su vida fue mensual de campo, o sea puestero”, cuenta. “Y él compuso ‘No tenés un pingo atao’, dedicada al palenque donde ataban los caballos sus hijas para ir a la escuela rural. A mí me parece una canción increíble, le puse música de milonga campera. Para él, que se crió en el campo, también debe haber sido fuerte grabarla con Santaolalla y en su propio contexto.”

La milonga campera es, de hecho, uno de los rasgos más pronunciados del trabajo. “Sí, está muy presente”, coincide. “Es la música que identifica al pueblo y a la región: pinta de cuerpo y alma al trabajador rural. Yo la describiría como una experiencia única a la hora de cantar, porque no es un género participativo: no se puede pedir que la gente haga palmas o cante el estribillo. Uno tiene que estar comprometido espiritualmente con lo que se canta, porque detrás de cada composición estuvieron referentes de la música criolla como Yupanqui o Alberto Merlo.” La palabra de Yupanqui vuelve a aparecer en la charla a través de su “Destino del canto”, en el que encontró un significado personal: “No creérsela. Es una gran definición de lo que significa ser un artista popular. Hay una parte que dice: ‘Puede perseguirte la adversidad, aquejarte el mal físico’. Y sí, hay momentos en los que uno no está muy arriba, pero es todo parte del aprendizaje”.

MIRARSE Y VER

Junto con De Ushuaia a La Quiaca, el otro gran espejo en el que eligió mirarse fue Lágrimas negras, de Bebo Valdés y Diego El Cigala. “Cuando lo escuché, pensé: ‘Qué desafío el de un cantante de flamenco que se mete con la música centroamericana’. Entonces yo también podía grabar un disco con temas de Pedro Guerra, Violeta Parra y León Gieco.” El eclecticismo en el punto de partida tuvo su correlato en el armado del repertorio. “Elegí canciones que pudieran funcionar en géneros diferentes al que fueron concebidas. ‘Río y mar’, de León, que es reposada, la imaginé con un espíritu más litoraleño. ‘Suéltate las cintas’, de Gustavo, que fue grabada en una obra de música clásica y cantada por una soprano, la hice con un espíritu yupanquiano. Y ‘Mariposas de noviembre’, que está dedicada a Violeta Parra y la grabó Niña Pastori a capella en uno de sus discos, yo sentía que era una cueca y me animé a contarla desde ese lugar.”

“Son tan impresionantes los autores de los temas, que no fue fácil tomar la decisión de incluir uno mío. Pero creo que salí airoso”, dice, en referencia a “Mirarse y ver”, que cierra el álbum con un aire de milonga. “Tengo varios temas, pero mi faceta de compositor está esperando: yo me defino como intérprete. No sé si me voy a animar a ser cantautor. No creo que ése sea mi rol”, desliza, con una timidez que asombra. El hombre que deja mudo a todo el mundo con el prodigio de sus cuerdas vocales, a la hora de hablar sobre su arte y su oficio lo hace casi en voz baja. Y, por momentos, hay que aguzar el oído para no perder el hilo de lo que está diciendo. ¿Qué pasa cuando sube al escenario? “Con este repertorio, la última vez que canté, lloré en varias canciones. Porque esto también supone un regreso, después de diez años de no sacar un disco nuevo. Son canciones autorreferenciales, significan tanto que siento que estoy contando y cantando mi propia historia. Y eso me conmueve.”

Cristóbal Repetto presenta Tiempo y silencio el viernes 24 de octubre a las 21.30 en el Teatro SHA (Sarmiento 2255). Y un día más tarde, el sábado 25, a las 16.30, toca en el marco del Fifba “Festival del Bosque” en La Plata.

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Imagen: Nora Lezano
 
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