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Domingo, 23 de noviembre de 2014

EL ÉXTASIS DE LO REAL

FOTOGRAFIA Maestro para varias generaciones de fotógrafos y artistas, observador delicado de mundos íntimos, el sanjuanino Oscar Pintor presenta una nueva muestra con trabajos inéditos: 24 obras nunca antes vistas en la galería Casa Florida. Y una vez más, en este admirable montaje de emboscadas visuales, sus imágenes ponen en debate si la fotografía le debe lealtad al mundo real o a la ilusión.

 Por Marcos Zimmermann

En 1799, y con sólo veintiséis años, Aimè Bonpland exploraba el Orinoco junto con Alexander von Humboldt, de treinta. El primero iba en busca de especies botánicas; el segundo, de geografía. En un diario apócrifo publicado por Yumaris Natal, un librero de Ciudad Bolívar, cuenta Bonpland que después de varios meses de enormes suplicios perdieron vestimenta, maneras y hasta gran parte de las 60 mil plantas equinocciales que él mismo había recolectado pacientemente durante el viaje. Sañudos, exhaustos y casi vencidos por esa tierra mañosa, una noche aspiraron un polvo alucinógeno derivado de una orquídea que más tarde tomaría su propio nombre, la Ornithocefalus bonplandii. Se lo soplaron en la nariz, mezclado con cenizas y yopo, los yanomamos del río Mavaca, en el Amazonas profundo. Ese día, el científico escribió en su diario: “Hoy descubrí América”. Años después, y luego de haber sido el jardinero de Josefina Bonaparte, Bonpland volvió a Sudamérica y fue tomado prisionero por el dictador paraguayo José Gaspar Rodríguez de Francia, acusado de espía. Fue liberado en 1831 y murió veintidós años después, pobre y viejo, en Santa Ana, provincia de Misiones. Explica Yumaris Natal en el prólogo de su diario que, en su lecho de muerte, y como último acto de vida, Bonpland pidió oler las pequeñísimas flores de aquella orquídea que, decía, le proporcionaban el “éxtasis de lo real”.

Cien años después, Joseph Conrad conocía el río Congo, donde ambientaría su extraordinaria novela El corazón de las tinieblas. El vertiginoso relato terminó de tomar forma durante un estado alucinatorio en el que el escritor cayó, a raíz de una fiebre altísima producida por las múltiples enfermedades que había contraído allí. Fue en medio de visiones cuando Conrad imaginó el viaje de Marlow hacia el fondo de la naturaleza humana y el discurso de Kurtz acerca del horror del mundo.

Como una confirmación de la distancia que me separa de estos notables personajes, confieso que mi primer contacto con el más allá se produjo durante la ingesta de un ácido lisérgico en la humilde Mar de Ajó. Recuerdo que, pocos minutos después, un tifón interior barrió con mi conciencia y me reveló otra manera de ver las cosas. Desde entonces, nunca volví a ser el mismo. En ese “viaje” supe que existen otros estados de vigilia. Que todo lo que es de un modo puede volverse de repente de otro, sin dejar de ser lo que era. Y que, en esos momentos de extraordinaria verdad, cada cosa, hasta la más material, se muestra acompañada por su espíritu.

Traigo a colación estas experiencias inquietantes del alma porque una sensación similar se tiene al mirar las fotografías de Oscar Pintor. Si la fotografía bien puede ser definida como un arte de lo real, la obra de Oscar desmorona irremediablemente esa certeza. En ella todo es verdadero, pero nada cierto, las cosas muestran su lado ambiguo y la realidad, su doble fondo.

Aldous Huxley en Las puertas de la percepción, Ouspenski en Tertium Organum y Gurdjieff con su teoría del cuarto camino plantearon que la realidad material podría no ser tan llana como parece. Hoy sabemos que su aspecto puede depender del lugar desde donde se la mire, de la velocidad a la cual nos movemos y hasta de cosas tales como de cierta presión en un área específica de nuestro cerebro. Pero si las cosas pueden convertirse en otras de un momento a otro por cuestiones tan fortuitas, ¿debemos inferir que lo real no existe? ¿Que la apariencia de un objeto no es más que una ilusión?

Antonio. San Juan, 1986.

A esos pensamientos nos conducen las fotografías de Oscar Pintor. Al observarlas, el ojo parece confundirse. Pasea por paisajes tropicales que luego resultan muros de mampostería. Se detiene en una paloma que duerme una siesta imposible en una cornisa o en el horror del rostro de un sacerdote de madera que escucha la confesión de un militar, también de madera. Es testigo de cómo una mujer invisible deja una señal con forma de bombacha y alcanza a descubrir una vaca entre el follaje, justo en el momento en que se da vuelta y queda convertida en estatua de sal, como la mujer de Lot. Finalmente duda por qué puerta –entre dos idénticas– penetrar a un bosque de papel y trata de descubrir el rostro del dueño de una oreja iluminada por la luz iridiscente de la mañana.

Estas son algunas de las redes que tira Oscar Pintor al ojo en la obra fotográfica inédita que compone esta maravillosa muestra integrada por 24 obras expuestas en la galería Casa Florida: un admirable montaje de celadas visuales que pone en debate si la fotografía le debe lealtad al mundo real o a la ilusión. Si debe ser testigo de la consistencia del mundo o de su intangibilidad.

Lo curioso es que estas cuestiones referidas en el trabajo de Oscar Pintor surgen de fotografías que registran temas íntimos, sencillos, a través de los cuales las cosas que creíamos conocer señalan una realidad mucho más profunda. Será porque, contrariamente a esta característica inquietante de su obra, Oscar posee la calma de su San Juan natal. Es un hombre apacible y franco. Admirado tanto por su obra como por su calidad humana. Pareciera que ese San Juan impregnara sus fotografías con la misma sencillez que tiñe la tierra de esa provincia. Que los paisajes del valle de Tulum, Jáchal o Calingasta, que el chañar, el algarrobo y los diaguitas, que el maíz, la vid y la quinoa, y hasta que las tonadas, los gatos y las cuecas se hubieran colado apaciblemente en el universo visual de Pintor. Hasta que nos damos cuenta de que esas formas que creíamos serenas nos depositan en un terreno plagado de incertidumbres.

Es que, desde que Oscar Pintor hizo su primera exposición, en 1979, ha creado una obra que señaló el camino a varias generaciones de fotógrafos. Gran parte de lo que capturó en sus fotografías forma parte inseparable de la memoria visual de muchos de los que practicamos este arte. Por eso, también, Oscar Pintor entró en la historia de la fotografía argentina como el arquitecto de un quiebre en la mirada, como el hacedor de una nueva manera de observar la realidad y de expresarla. Para quienes practicamos el ejercicio de mirar, después de su obra, el mundo que fotografiamos nunca más tuvo una sola dimensión.

No fue casual que la fuerza de su mirada hiciera que, en 1984, muchos fotógrafos se identificaron con el término “fotografía de autor”, que escuché por primera vez de su boca y que le sirvió para diferenciar su modo de mirar de la manera artística edulcorada que tenían por entonces los fotógrafos que frecuentaban los fotoclubes. Esa y otras definiciones hicieron que muchos otros fotógrafos, que sentían sus mismas inquietudes, se agruparan alrededor del mítico “Núcleo de Autores Fotográficos” (NAF), grupo que él ayudó a formar e integró activamente. Tampoco es casual que en 1985, convocado por Osvaldo Giesso para asesorarlo en el área de fotografía, haya sido quien inauguró el Fotoespacio, la galería fotográfica permanente del Centro Cultural Recoleta, al frente de cuya dirección estuvo hasta 1987, donde muchos autores argentinos, hoy famosos, expusieron sus primeros ensayos.

En 1990, La Azotea le rindió el primer homenaje con la distribución de su libro antológico Oscar Pintor - Fotografías. María Cristina Orive, una de las fundadoras de esa editorial fotográfica, lo asistió en la selección de las fotografías. Desde entonces hasta el primer premio que obtuvo en el Salón Nacional de Artes Visuales de la Argentina en 2010, pasaron muchos años y, durante ese tiempo, Pintor dejó de fotografiar y volvió a hacerlo intermitentemente. También expuso en esa época en nuestro país, en Francia, Holanda, Bélgica, Estados Unidos y Brasil.

El caso es que, por motivos que a veces no son fáciles de explicar, buena parte de la obra de Oscar Pintor había permanecido aún oculta al público. Y es recién ahora, en esta muestra Pintor Inédito, inaugurada el 15 de noviembre en la Galería Casa Florida gracias a una invitación de María Elena Méndez, su directora, cuando esas fotografías pudieron salir a la luz. La curadora de la galería, Julieta Escardó, otra fotógrafa que desde hace años viene haciendo nuevas propuestas al mundo de la fotografía de arte a través de su exitosa Feria de Libros de Autor, colaboró también con él en la edición y el montaje de las fotos.

Cuando uno le pregunta a Pintor por qué esas magníficas fotografías estuvieron ocultas hasta hoy, y qué hizo que ahora las rescatara del olvido, responde que la mirada cambia con el tiempo. Que cuando publicó su primera edición antológica, la época y su criterio visual eran diferentes. Que hoy ve estas fotografías con otros ojos y que esa mirada nueva les ha dado la validez que siempre exigió para que una fotografía quede integrada a su obra.

Como hijos naturales que Pintor rescató del olvido gracias a una revisión minuciosa, el escaneo de negativos olvidados y la ampliación de aquellos que le punzaban el ojo –acciones todas apuntadas inicialmente a completar una selección para un nuevo libro antológico que Oscar Pintor está a punto de concretar– dieron como resultado esta extraordinaria exposición.

Bombacha 1. Bs. As., 1993.

La decisión de exponer este trabajo fuera del circuito tradicional de galerías tampoco fue casual. Oscar Pintor sostiene que hay una nueva movida de fotografía en las periferias urbanas y apuesta a apoyar esos nuevos espacios de arte, centros culturales y galerías que decidieron mezclarse con la cultura de los bordes de la ciudad y abrir allí nuevos mercados, tal como una vez lo hizo ya él mismo, con el Fotoespacio, en el centro de Buenos Aires. Cree que para la gente de esas zonas es refrescante que los artistas se animen a llegar hasta los barrios y promete también una novedad para quienes no puedan acceder a los precios internacionales de sus obras: en la galería estarán en venta a un precio más accesible los posters vintage de su primera muestra en la Fotogalería del Teatro San Martín, un hecho inédito en lo que a exposición de fotografías se refiere.

Al igual que Husserl, pero en términos visuales, Oscar Pintor explora en cada una de las fotos de esta muestra la ontología de ciertos objetos, lugares y seres que pueblan nuestro mundo. Este es el planteo que subyace en la obra de Pintor. El trasfondo de estas preguntas visuales que tira a nuestros ojos como quien no quiere la cosa, para urdir, desde cada imagen, una zozobra que hace picar la espalda. Hay que ver la muestra para sentir ese escozor.

La muestra Pintor Inédito, de Oscar Pintor, permanecerá abierta hasta el 16 de diciembre de 2014, de martes a viernes de 16 a 20 y sábados de 10 a 14 en la galería Casa Florida, Gral. José María Paz 1530, Florida, Vicente López. www.casafloridagaleria.com

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La Fortaleza, Uruguay, 1988.
 
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