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Domingo, 4 de enero de 2015

EL BUEN SALVAJE

HISTORIETA Fue una serie breve y olvidada, publicada por la legendaria revista PBT en 1916. Pero ahora Aventuras de un matrimonio sin bautizar acaba de ser rescatada en un cuidado volumen por la Biblioteca Nacional. En esta edición facsimilar el trabajo iniciado por el español R. Tomay, pero mayormente dibujado por el rosarino Oscar Soldati, se revela ante esta nueva lectura como una obra única, que reclama con toda justicia el título de la primera historieta moderna argentina.

 Por Juan Manuel Domínguez

Lo dijo alguna vez Art Spiegelman: “Ser un gran dibujante de comics no implica necesariamente ser un buen dibujante. Porque las historietas no se tratan realmente acerca del dibujo”. La frase del autor de Maus, nombre clave de la historieta adulta moderna occidental, adquiere un tinte nuevo si se la piensa en términos de su pasión: las historietas de comienzos del siglo XX, aquellas que, bajo el canon y estandarizaciones posteriores, no estarían “bien dibujadas”. Pero que iban, sin agenda y sólo por andar sin reglas, a lugares que hoy podrían definirse tranquilamente como experimentales. O incluso inalcanzables. “Hay en este modo primitivo, o inicial, de la historieta argentina una crudeza distinta a la norteamericana”, señaló Spiegelman, ojeando hace un par de meses en su estudio un ejemplar de La historieta salvaje, la antología compilada por Judith Gociol y José María Gutiérrez que recupera obras de la historieta argentina que van desde el comienzo del siglo XX hasta la década del ’30. “Ante esa idea del dibujo bueno, que lamentablemente a veces hoy insiste y persiste más de lo que debería, son igual de relajadas, bestiales y libres que sus pares norteamericanas, y más bien cercanas en los límites de la imagen, que eran los límites de la calidad de impresión. Pero distintas en su ferocidad: la historieta argentina parece más ingenua, pero al mismo tiempo más lanzada al vacío. ¿Había mucha producción así o éstas son páginas excepcionales?”, preguntaba entonces un fascinado Spiegelman.

En ese sentido, de historieta que a nada teme porque ni siquiera sabe qué es el miedo al editor, la reciente edición facsimilar de Aventuras de un matrimonio sin bautizar a cargo de la Biblioteca Nacional fascinaría al autor de Maus. Suerte de Santo Grial de la prehistoria de las viñetas rioplatenses, es una obra que ya había sido rescatada en parte por la antología de Gociol y Gutiérrez. Su curiosa historia comienza en la revista PBT bajo la pluma del español R. Tomey, hacia el año 1916. Pero, junto con el cambio de director de la revista, enseguida tomará la posta el rosarino Oscar Soldati, responsable de las decisiones narrativas y –particularmente– expresivas que la popularizaron en su tiempo.

“Aventuras de un matrimonio sin bautizar tiene características que la distinguen de todo lo producido contemporáneamente hasta entonces e incluso posteriormente”, explica José María Gutiérrez, coordinador del Archivo de Historieta y Humor Gráfico de la Biblioteca Nacional, y responsable de esta edición junto a Federico Reggiani y Federico Mutinelli. “Es la primera serie formulada íntegramente con globos”, aclara Gutiérrez. “Se dio en ella un proceso muy interesante: el traspaso de la forma tradicional europea, de viñeta con textos al pie de cada una, con el que arrancó la tira, hacia la forma norteamericana, que es la articulación del diálogo mediante el globo, sin ningún tipo de intervención externa a la viñeta.”

En Aventuras de un matrimonio sin bautizar (que, concurso de lectores mediante, cambiará su título por Las aventuras de Don Tallarín y Doña Tortuga), Oscar Soldati, primer argentino en dibujar una historieta con globos de diálogo, toma en el quinto episodio la plancha abandonada por Tomey (que, ya de por sí, abandonaba cierta puesta en escena teatral) y crea una obra que “adelanta los modos de los dibujos animados sin perder una idea de clase y de idiosincrasia local”. Así lo señala su compilador, que recuerda que la historieta comenzó a publicarse durante el año de la victoria de Yrigoyen en las urnas.

Protagonizada por un escuálido Don y una oronda Doña, la serie apela a un absurdo brutal, tanto por sus ideas como por la forma cruda en que son ilustradas en viñetas en blanco y negro: pelotas de football usadas como botas de siete leguas, juegos con las onomatopeyas –perros ebrios que maúllan– y la profundidad de campo, alteraciones físicas cartoonescas posibles de ser vistas en personajes estirados como un chicle o en el hecho de que un ratón, gato y perro se metan en el cuerpo de Don Tallarín, donde continuarán peleándose.

Ese universo con reglas propias era en realidad la continuación de la plancha “Necrología - Muerte repentina de Don Salamito y Doña Gaviota”. Allí, una vez muertos, el Don y la Doña dejan una carta que, entre otras cosas, le dice al juez: “Disculpe el mal olor”. Según Gutiérrez, semejante narrativa no era nada común sino más bien una rareza para la época. “Aventuras... no es una historieta habitual: no es que las resoluciones sean vanguardistas sino que, temáticamente, las aventuras que viven y cómo las resuelven son absoluta y directamente inusuales. No hay otra historieta de la época, o incluso posteriores, en las que los personajes hagan esas cosas, que tengan esa libertad para jugar de esa manera. Y además activando todo el dispositivo con que se publicó en la edición original, que implicaba un juego de ida y vuelta con los lectores.”

Reproducido en las páginas finales de la reedición, Gutiérrez se refiere al concurso que requería ideas del público en el correo de lectores, en un comienzo para cambiar el título a la tira. Y luego para ver en qué forma debía morir el matrimonio protagonista. “Un correo que incluía niños, y era inusual incluso en las revistas de la época”, agrega. “Es más: Soldati en muchas ocasiones también llega a tomar ideas gráficas para la tira a partir de los garabatos infantiles que acompañan al correo.”

La abrupta serie (tanto por lo distinta como por su escueta duración, de apenas 28 episodios) podría pensarse que es definida en su extravagancia tanto por Soldati como por sus ideas como autor. Gutiérrez explica, sin embargo, que “Soldati es recordado como un tipo muy ingenuo, al que llamaban en una crónica porteña ‘un imberbe’. En las descripciones que leí, todos hablan de su carácter medio ingenuo-angelical. Creo que eso está presente en Aventuras..., en el modo que la aborda y en la soltura misma, dos características que no se dan en el resto de sus obras. Incluso, como el guionista no está firmado, nunca se ha podido comprobar si quien escribía Aventuras... era efectivamente él”.

Allí, en esos improbables cruces de ayer y de hoy –en Soldati y su no ser un gran dibujante, pero ser, al mismo tiempo y por un milagroso período, un gran historietista; en los cambios de la revista PBT y de la Argentina de Yrigoyen– fue que se generó una obra fugaz, libre y salvaje. Un trabajo olvidado en los pliegues de la historia de la historieta, rescatada con justicia por una edición impecable. “Exóticas maestrías”, es como la define Horacio González en el prólogo del volumen que recopila la que, con suma justicia, será considerada, de ahora y para siempre, como “la primera historieta moderna argentina”.

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