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Domingo, 27 de junio de 2004

MúSICA

Volver a irse

Después de ocho años de silencio, J.J. Cale volvió a las fuentes y se encerró en un estudio de la psicótica Tulsa –ciudad mitad country, mitad blues, con una pizca de jazz– a grabar con los compinches con los que no tocaba desde hacía cuatro décadas. Lo que salió –50 minutos de inconfundible clasicismo Cale– se llama To Tulsa and Back.

Por Rodrigo Fresán

Pregunta: ¿qué tienen en común Widespread Panic, Johnny Cash, Lynyrd Skynyrd, Captain Beefheart, The Allman Brothers Band, Carlos Santana, The Band, Bryan Ferry, Deep Purple, José Feliciano, Poco y, por supuesto, Eric Clapton? Respuesta: todos ellos han interpretado canciones de J.J. Cale –”After Midnight”, “Cocaine”, “Magnolia”, “Call Me the Breeze”, “Crazy Mama”, “Closer to You”, “Carry On”, “Money Talks”, “Travellin’ Light”– como si fueran casi propias y está todo bien. A J.J. Cale no le preocupa, siempre y cuando sigan entrando los royalties que le permiten vivir tranquilo, salir a un escenario alguna noche y grabar un disco de tanto en tanto. Esta vez, ese “de tanto en tanto” fueron ocho largos años –lo último fue Guitar Man, en el 97, cuando empezó la siesta que sólo interrumpiría un disco en vivo en el 2001–, y está claro que J.J. Cale no conoce el significado de la palabra apuro.
Nacido en Tulsa, Oklahoma, en 1938 –las iniciales J.J. equivalen a Jean-Jacques–, lo suyo es y siempre ha sido el bajo perfil de altura. Y en un año de retornos muy publicitados y glamorosos –discos nuevos de Prince, The Cure, Beasty Boys y U2 entre otros–, la noticia de que Cale tiene un nuevo disco no conseguirá grandes titulares. Ni falta que le hacen. Porque el nuevo disco de Cale –To Tulsa and Back– suena aquí y ahora tan bien como sigue sonando Naturaly, su debut solista de 1970. Y así es la cosa y entonces se entiende: no es que J.J. Cale sea perezoso; lo que ocurre es que escribe y toca y canta canciones que no se gastan, que no tienen edad, que están fuera del tiempo y de la despótica idea pop de que hay que cambiar y reinventar el sonido a la velocidad del sonido. Lejos de todo y de todos, J.J. Cale ha hecho todo un arte y una carrera del hecho de hacer siempre lo mismo, siempre igual, siempre bien.
Y en la tapa de To Tulsa and Back Cale aparece sentado en el asiento del conductor de un auto pesado, mirando a cámara con esa cara de fósil noble que recuerda un poco a la de Clint Eastwood, su brazo izquierdo apoyado en la ventanilla abierta.
Y detalle interesante: J.J. Cale no usa reloj.
IDA
Por lo que no hay nada nuevo que decir de To Tulsa and Back, y qué bien que así sea. To Tulsa and Back dura casi 50 minutos, incluye trece nuevas canciones y está lleno de guitarras veloces y lentas y suena como Cale ya sonaba antes de que Dire Straits clonara su sonido y Eric Clapton descubriera la primera versión de “After Midnight”, canción pantanosa que Cale –ya veterano tanto de los estudios de Nashville como de la escena rockabilly, plagada de imitadores de Elvis y de los más alegres tugurios del blues– grabara por primera vez con una efímera y paródica banda psicodélica, The Leathercoated, para el disco A Trip Down Sunset Trip, y que más tarde incluyera en Naturaly. Clapton escuchó el tema, hizo que se escuchara y lo volvió famoso, y Cale, que sintió entonces “como si hubiera encontrado petróleo en el patio de atrás”, asegura hoy que “Eric Clapton lleva pagando mi alquiler más de treinta años. De no haber sido por él, yo estaría vendiendo zapatos. No ha sido un mal negocio”.
Tampoco ha sido un mal viaje: trece discos para los que no pasan los años, donde giran guitarras veloces y guitarras lentas (“Mi estilo no es otra cosa que el resultado del fracaso de intentar imitar a quienes admiro”, confiesa) y esa voz de pistolero monotónico siempre muy baja en la mezcla, cosa de “que tengan que esforzarse para entender lo que estoy cantando”. To Tulsa and Back continúa esa saludable tradición: un disco que suena como si lo hubieran dejado mucho tiempo afuera para que lo moje la lluvia y lo seque el sol y lo mordisqueen los coyotes. Un disco bien curtido.
To Tulsa and Back es, también, un artefacto anecdóticamente sabroso. La cosa fue así: J.J. Cale, que por estos días vive al sur del desierto de California, lamentó la muerte de su productor Audie Ashworth, sintió lanostalgia de los orígenes, cargó el camión y apuntó a Tulsa, ciudad psicótica –mitad country y mitad blues con una pizca de jazz– donde todo empezó, donde empezó él. Y allí buscó y encontró a los viejos e iniciáticos camaradas con quienes no tocaba hacía cuatro décadas, desde los tiempos de Johnny Cale & The Valentines. Después se encerraron en un estudio. Después grabaron un disco que –según Cale– “fue exactamente igual que una de esas reuniones de ex alumnos del secundario”. Y después, como anuncia el título del asunto, Cale volvió a su casa. Eso es todo. Eso es más que suficiente.
VUELTA
Lo que no quita que en To Tulsa and Back haya momentos novedosos. Para empezar, un trío de canciones que se refieren a problemas muy puntuales: “Stone River” fue compuesta a pedido de la campaña ecologista Earthjustice y habla de un río que ya no corre; “Homeless” alude a los que no tienen casa y “The Problem” puede entenderse sin problemas como un disparo a los ojos de Bush: “¿Han oído las noticias de lo que sucede por aquí? / El hombre a cargo de las cosas va a tener que irse / Porque se la pasa esquivando el problema, nene / Y el problema es el hombre que está a cargo de las cosas”. Las letras de estas tres canciones son las únicas que aparecen en el cuadernillo. El resto, como de costumbre, hay que esforzarse para oírlo: son melancólicas canciones de amor y de desprecio, y hasta hay una oda un poco tonta –lo peor del disco– a Río de Janeiro. La producción, como siempre, es impecable: ese sonido clásico pero, de tanto en tanto, sacudido por algún detalle inesperado, por algún loop casi robótico. Y a no olvidarse que Cale –techie consumado que se la pasa modificando cibernéticamente una Stratocaster de look prehistórico–, ya en 1970, fue uno de los primeros en grabar con una drum machine construida por él mismo.
Ahora, antes de saltar a Europa, donde lo reverencian como un dios, J.J. Cale vuelve a la carretera norteamericana como parte de un festival de guitarristas super-estrellas que incluye a Jeff Beck, ZZ Top, Carlos Santana, B.B. King and Buddy Guy y Clapton, a quien no ve desde hace veinticinco años. Lo que no deja de causarle cierta gracia y cierta incomodidad; a él, a Cale, que de joven, por tímido, tocaba de espaldas al público. La discográfica, gruñe ahora, lo obligó por contrato a dar entrevistas para promocionar To Tulsa and Back: “No soy de los que alguna vez quisieron ser famosos. Eso nunca me interesó. De ahí, tal vez, que mis discos no vendan tan bien pero mis canciones triunfen cuando las interpretan otros, otros a los que, en la mayoría de los casos, ni siquiera llego a conocer. Tal vez tenga que ver con que no estoy dispuesto a jugar ciertos juegos que te impone el sistema. Lo que no significa que sea un recluso. A veces pienso que eso de la fama de recluso es algo que se le ocurrió a alguien de algún departamento de marketing para disimular el hecho de que para el gran público consumidor yo resulto aburrido. Y como lo de ermitaño me da cierto misterio, todos felices. A mí lo que me gusta es escribir canciones. A eso me dedico. Las escribo y las voy archivando y ahí están y así de tanto en tanto... Me han dicho que han pasado ocho años desde mi último disco... No puede ser... ¿En serio pasaron ocho años?”
Hasta luego, hasta más luego todavía. Hasta vaya uno a saber cuándo.

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