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Domingo, 8 de agosto de 2004

PERSONAJES

35 centímetros de fama

Era la estrella más grande del porno, el taxi boy más requerido de Hollywood y los millonarios lo contrataban para que inseminara a sus esposas. Hasta que la fama se le subió a la cabeza y entró en una espiral de drogas, mafias y armas que desembocó en un oscuro crimen múltiple en 1981. El caso llegó al cine con la celebrada Boogie Nights y ahora regresa con el estreno de Wonderland. En esta entrevista realizada por la revista Hustler en 1983, John Holmes habló por primera vez de ese episodio que lo llevó a la ruina, la cárcel, la huelga de hambre y de vuelta al porno hasta su muerte en 1988.

Tu nombre es sinónimo de un porno duro que hasta hace pocos años era considerado de baja calidad y depravado. ¿Te molesta esa reputación?
–No, porque estoy dispuesto a asumir quién soy. Soy un profesional del sexo; así como otro es jugador de tenis, médico o contador. Pero en lugar de una raqueta o un estetoscopio tengo un miembro de 35 centímetros de largo tan grueso como mi antebrazo. Esa es mi herramienta principal y la he usado para tener relaciones sexuales con aproximadamente 14 mil mujeres. Muchas de ellas son mis clientas: las mismas mujeres adineradas que me pagan cuando trabajo como taxi boy. A muchas las conocí en una casa de orgías en Hollywood Hills donde yo recibía un porcentaje de las ganancias por ser la atracción principal. Doce de ellas, todas casadas y con la aprobación de sus maridos, son madres de chicos a los que yo he engendrado, cada uno por una gran suma de dinero. Veinte o veinticinco de estas mujeres eran prostitutas a las que yo les pagué para que tuvieran sexo conmigo. Y muchas de esas mujeres han estado sexualmente conmigo en más de 2 mil películas pornográficas.
¿Por qué te convocaban constantemente para esas películas?
–Puedo sostener una erección casi indefinidamente. En una película porno una escena sexual de cuatro minutos en pantalla significa que he mantenido una erección durante las cinco horas que llevó rodarla. También puedo sostener una erección montándome a una chica al borde de un acantilado, mirando hacia abajo, mil metros sobre la nada, mientras mis rodillas sangran por la superficie arenosa. Acabo cuantas veces sea necesario.
¿Podrías darme un ejemplo?
–Una de las películas que hice se llamó Dancing Ladies. Yo interpretaba a un doctor que se muda a un nuevo departamento. Todas las amas de casa del edificio lo persiguen. Cuatro mujeres las interpretaban. Otros cuatro hombres interpretaban a sus maridos. Cada uno de ellos tenía dos escenas en las que acababan en cámara, es decir, dos planos detalle de un orgasmo externo. Pero ninguno de los otros tipos funcionaba bien ese día. Interpretaron a sus personajes y yo hice todas las escenas de eyaculación; nueve en ocho horas. Mantener el control ha sido siempre lo más importante en mi vida.
¿Perdiste alguna vez el control?
–La única vez fue cuando tomaba cocaína y fumaba pasta base. En menos de dos años había hecho humo dos departamentos, mi casa, mi negocio de antigüedades, mi ferretería y mi carrera. Llegué a estar despierto diez días seguidos. Comía como mucho medio taco de Taco Bell cada cuatro días. Cuando me vi en un espejo, lo que vi bien podría haber sido un liberado de un campo de concentración nazi. Ya no podía hacer películas. No había tenido sexo en seis meses y todas mis clientas habían desaparecido. Me encontré corriendo de acá para allá vendiendo drogas a gente tan ruin que yo mismo hubiera cruzado la calle para evitarlos en el pasado. En una época vendía un kilo y medio de cocaína por día a estrellas de rock, asesinos, dentistas, propietarios de restaurantes, ladrones, matones de la mafia, abogados, productores, directores, cualquiera que comprara. Me pagaban día a día con un ladrillo de pasta base del tamaño de un pedazo de mármol que valía mil dólares. Eso da 365 mil dólares al año. Me lo fumé todo. Incluso tuve que pedir plata prestada para ponerle nafta al auto. Era un drogadicto.
¿Dónde conseguías drogas?
–Mi proveedor era un miembro de la Lavender Hill Mob, la Mafia Gay de Los Angeles. Una noche se quedó sin cocaína. Esa fue la noche que conocí a Eddie Nash. El debe haber invertido diez mil dólares de cocaína en mí. Una vez que quedé enganchado, empecé a pagar. Ganó unos 750 mil dólares de mi dinero con su inversión.
¿Tenías alguna otra conexión para conseguir drogas?
–Sí, también le compraba cocaína a la gente de la Avenida Wonderland. Eran adictos a la heroína que vivían en un campamento armado. Tenían dos armas antiguas robadas que valían 25.000 dólares, y que yo le llevé a Nash a cambio de mil dólares de heroína. Todo lo que tenían que hacer para recuperar las armas era llevar los mil dólares. Pero cada vez que tenían suficiente dinero, llamaban a otro contacto para gastarlo con él. Así que las armas estuvieron en lo de Nash una semana, dos semanas, seis semanas. Eddie quería su dinero; la gente de Wonderland quería recuperar sus armas, y yo estaba justo en el medio. Ahí fue que la gente de Wonderland tuvo la idea de robarle a Eddie Nash. Se iban a meter en su casa, saquear el lugar y matar a todo el mundo. Yo sabía que si se lo contaba a Eddie, él mandaría a su gente y entonces sería la gente de Wonderland la que terminaría siendo asesinada. Yo estaba entre la espada y la pared. Así que accedí a dejar abierta una puerta corrediza de vidrio en lo de Eddie Nash si la gente de Wonderland Avenue me garantizaba que nadie saldría lastimado. Le robaron a Eddie Nash y se llevaron heroína, cocaína, joyas, 10 mil dólares en efectivo y las armas antiguas. El día posterior al robo fui torturado durante 14 horas por Nash y ocho de sus guardaespaldas mientras 60 o 70 personas entraban y salían de su casa para hacer sus compras habituales de drogas. Yo estaba sentado al lado del hall de entrada con mis manos atadas con cinta adhesiva negra. Mi boca sangraba en el lugar en el que Eddie me había golpeado con una pistola. Nadie me saludaba. A la mañana siguiente cuatro personas fueron golpeadas hasta morir en la Avenida Wonderland Avenue, y otra mujer fue dada por muerta.
Tras rehusarte a contarle al jurado lo que viste exactamente en Wonderland, pasaste 110 días preso antes de decidirte a testificar. ¿Qué fue lo que te decidió a hacerlo?
–Recibí un mensaje de la gente que antes había amenazado mi vida en caso de que testificara. Me dijeron que ya podía hablar.
¿Cómo lidiaste con la idea de quedar encerrado para siempre?
–La idea de estar sin libertad era desesperante. Durante el juicio conseguí meter una hoja de afeitar en la cárcel y estaba más que preparado para matarme si me encontraban culpable. Planeaba cortarme la yugular. De esa manera, morir sólo toma seis minutos. El mismo día que me declararon inocente yo estaba listo para matarme esa noche.
¿Quiénes eran algunos de los otros presos en la cárcel?
–El “Skid Row Slasher”, que había asesinado a once borrachos mientras dormían en las calles de Los Angeles; Kenneth Bianchi, “el estrangulador de la colina”, que había asesinado a once mujeres; y Angelo Buono, su primo. Había un tipo que había abusado sexualmente de sus dos hijos pequeños, los había matado y había incendiado su casa. El jefe de la Mafia Negra de Los Angeles estaba ahí. También el tipo de la Mafia Israelita que había sido condenado por desmembrar a dos personas en el Bonaventure Hotel. Era un tipo extremadamente simpático. También jugué gin rummy a través de los barrotes de mi celda con un chico que esperaba su condena tras haber entregado evidencias contra el “Asesino de la Autopista”, William Bonin, que había torturado y asesinado a veintiún chicos en Orange County y Los Angeles.
Si todos estaban confinados a sus respectivas celdas, ¿cómo te comunicabas con los otros presos?
–Hay un espejo que recorre el pasillo a unos tres metros de las rejas. Uno puede mirar en él y ver el reflejo del tipo de al lado. Cuando salí de la cárcel me resultó difícil hablar con alguien de cerca.
¿Qué fotos habías pegado en la pared?
–Tenía fotos de comida. Odiaba tanto la comida de la cárcel que recortaba las fotos de la sección de comida de las revistas. Otros prisioneros tenían ratas y ratones como mascotas. Yo tenía una cucaracha que usaba como degustadora. Si ella no comía algo, yo tampoco lo comía. Y ella no tocaba la mitad de la comida del lugar. Las tres cosas que más extrañaba eran la comida, la libertad y el sexo.
¿Cómo lidiabas con la falta de sexo?
–Mal. No había tenido un sueño húmedo desde los 16 años, pero volví a tenerlos en la cárcel.
¿Eran sueños eróticos?
–Claro. Uno no tiene eyaculaciones nocturnas soñando con Chevrolets.
¿Soñabas con personas específicas de tu pasado?
–Por supuesto. Es difícil soñar con las de tu futuro.
¿Alguien te avanzó sexualmente en la cárcel?
–Bueno, los oficiales se paraban y me miraban mientras me duchaba. No era exactamente un avance sexual; era más por curiosidad. Se metían en la ducha, se quedaban, me miraban, se babeaban y se iban. Cuando era chico, fue en la ducha del gimnasio que empecé a ser conocido por el tamaño de mi miembro. Los otros chicos me llamaban “Pija de caballo”. Años antes, el médico que me había dado a luz le dijo a mi madre que yo tenía tres piernas y sólo dos pies.
Se ha oído mucho sobre la homosexualidad en los correccionales. ¿Viste alguna evidencia de ese comportamiento?
–Donde yo estaba no había sexo porque todos tenían una celda individual y salían de a uno por vez. Si te acercabas lo suficiente a los barrotes de otros reclusos, lo más probable es que trataran de matarte antes que besarte. Pero en el pabellón común, donde tenían a seis tipos por celda, había bastante sexo forzoso. Los violados de ese pabellón llegaban al nuestro en camillas, acostados boca abajo con sábanas ensangrentadas alrededor del culo. El abuso sexual y los acuchillamientos se multiplicaron cuando el aire acondicionado se apagó por nueve días, y yo estaba ahí. En la cárcel, cuanto más alta es la temperatura mayor es el grado de violencia.
¿Alguna vez te abusaron o amenazaron?
–Sólo otros presos. Los diarios y las revistas doblados pueden convertirse en palos de madera y varias veces intentaron pegarme. Pero tuve suficiente suerte como para mantenerme fuera de su alcance. Una vez me ataron un brazo a uno de los barrotes de la celda y alguien trató de sacarme un ojo con un lápiz. Salí indemne. Durante mi juicio algunos jueces y juezas me pedían autógrafos, también los fiscales y las secretarias. En el pasado he autografiado bombachas y corpiños, así como cajas de videos y cubiertas de libros. Una vez se me acercó una pareja en Hollywood Boulevard y el tipo me dijo: “Vamos a una fiesta de swingers. Firmame la teta de mi mujer”. Fuimos hasta un callejón, y lo hice.
¿Por qué hiciste huelga de hambre en la cárcel?
–Se habían abusado de mí durante tanto tiempo que sentí que tenía que hacer algo. Lamentaba que la única bala que tenía en mi arsenal era mi propia salud, pero tenía que demostrar de alguna manera que me oponía a que mis derechos constitucionales fueran violados.
¿Cómo te afectó la huelga de hambre?
–Me sentía miserable. No la disfruté en absoluto. Durante los primeros días no pensaba en otra cosa que en pilas y pilas de caviar. Soñaba que me perseguía una torta de frutilla. Luego fueron Big Macs y Chicken McNuggets. Los primeros veinte días viví nada más que a agua y café y la pastilla para dormir que me daban cada noche. Eventualmente empecé a perder la vista, tenía unos calambres estomacales terribles y casi me desmayaba cuando trataba de pararme.
¿Cuáles fueron tus primeras impresiones cuando te dejaron en libertad?
–Mi piel se destiñó en la cárcel. Cuando salí parecía una geisha empolvada, con la piel muy blanca. Lo primero que sentí fue el viento en mi piel. Luego olí las hojas y el pasto. Todo me afectaba. Me quedé levantado toda la noche para ver el amanecer.
¿Hay algo que no harías en una película porno?
–Cuando recién empezaba, un productor me ofreció 500 dólares para tener sexo con una chica de catorce años. Los rechacé, aunque era mucho dinero en ese momento. No trabajo con chicos, animales ni enanos, por razones obvias.
¿Y con homosexuales?
–Como cerca del 50 por ciento de mi público es gay, hice un corto de quince minutos en 8mm, dirigido específicamente al mercado gay. La película encontró su público. Vendió tres millones de copias. En ella, un tipo me la chupaba. No pude sostener mi erección. Soy una prostituta sin ningún tipo de moral sexual, pero nunca tuve necesidad de un tipo. Nunca tuve una pija en mi boca. ¿Pero quién sabe?
¿Qué te parece el sadomasoquismo?
–He estado en películas sadomaso en las cuales algunas personas les pegaban con un látigo a otras, las encadenaban y las violaban, pero yo no era nunca el que lo hacía. En los únicos films de ese tipo que he hecho yo era el que estaba atado. Y la chica era la que forzaba la cópula oral y simulaba pegarme con un látigo.
¿Cómo dejaste la cocaína?
–Era una cuestión de fuerza de voluntad: simplemente dejé. Uno no pasa por una abstinencia física. No es doloroso. Dejar la cocaína es como dejar de fumar, sólo que diez veces más difícil.
¿Cuánto pensás en la pornografía?
–Lo menos posible. Cuando estoy alejado del set, lo último que quiero es hacer una película pornográfica o pensar en una. Un panadero no se va a su casa y come galletitas toda la noche. Si voy a un set es para ver cómo trabaja cierto fotógrafo o cierto director. Una vez alguien me pidió que calificara las performances sexuales de las actrices porno con las que había trabajado. No puedo hacer eso, simplemente porque no es sexo verdadero para mí.
¿Entonces qué es?
–Hacer el amor con alguien con quien realmente amo estar. Una vez cada dos meses necesito dejar lo que estoy haciendo y encontrar a ese tipo de persona. Si no todo es una mentira. La manera en que toco a una persona con la que amo estar, en que la huelo, en que le hago el amor, es un hecho. Es diferente cuando vuelvo a mis clientas o a mis películas. Sé qué es real y qué es falso.
Todo este énfasis en el sexo, dentro y fuera de la pantalla ¿no se vuelve aburrido después de un tiempo?
–Seguro, pero a veces también puede ser gratificante. Antes de que me metiera con la pasta base y dejara de trabajar, recibía más de 2 mil cartas de fans por mes. La mitad de la gente que me escribía me decía que ver mis películas les había ayudado a superar represiones sexuales propias, y me lo agradecían. Eso me hacía sentir bien. Por otro lado, no es divertido llegar a casa y encontrar autos de extraños en la puerta o gente en mi jardín sacándole fotos. Tuve que cambiar mi número de teléfono siete veces en un mes por un gay que no dejaba de llamarme en medio de la noche para decirme que quería hacerlo conmigo. Cuando la compañía telefónica lo rastreó, resultó ser uno de sus operadores. A veces es gracioso. La mayoría de las veces no lo es. Tal vez ése sea el precio de la fama.

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