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Domingo, 5 de septiembre de 2004

CINE

Tiro al blanco

Demorado acto de justicia, la flamante edición en DVD de Míralos morir rescata la opera prima de Peter Bogdanovich de un olvido inexplicable. El film –un thriller cinéfilo protagonizado por Boris Karloff– marcó un hito en la historia del cine americano: el fin de la era clásica y la entrada en la modernidad.

 Por Horacio Bernades

Es el eslabón perdido, el puente entre generaciones. La encrucijada en la que géneros, autores y estilos parecerían cruzarse por única vez. El hilo que lleva de Psicosis a Taxi Driver y de allí a Elefante, de Gus Van Sant. Lo que va de Roger Corman a Antonioni. De las screwball comedies de los años ‘30 a la plena angustia contemporánea. De El fotógrafo del pánico, de Michael Powell, a El estado de las cosas y Nick’s Movie, de Wenders. La película que, en plenos años ‘60, arranca el terror de su viejo y apolillado castillo gótico y lo instala para siempre en una contemporaneidad de autos y autopistas, de clase media y jeans, introduciéndolo a su vez en el seno de la más inmaculada e intocable de las instituciones: la familia. La despedida definitiva a la era del clasicismo y el ingreso del cine norteamericano a la modernidad cinematográfica, todo a cargo de uno de los alumnos más dilectos de los maestros de la vieja guardia: Ford, Hawks, Lang o Fuller.
Míralos morir (1967) es la opera prima de Peter Bogdanovich, y sin ninguna duda es su film más perturbador, quizás el único de un cineasta que siempre permaneció ajeno a toda voluntad revulsiva. En el momento de su estreno, Targets (el título original) tuvo una repercusión apenas moderada. La suficiente como para que la BBS –alianza de productores y cineastas independientes que estuvo detrás de Easy Rider– le produjera a Bogdanovich el film siguiente, la segunda de sus obras maestras: La última película. En Argentina, Míralos morir jamás tuvo más trascendencia que la de un film de culto, una clave entre cinéfilos, suerte de password que permite acceder a los años ‘60 por la puerta trasera del cine norteamericano.
Por eso hay que celebrar con énfasis su reciente edición en DVD a cargo de la major AVH. Con el formato scope restituido, el technicolor de Lazlo Kovacs devuelto a pleno y, entre sus adicionales, una jugosa entrevista al realizador, la edición de Míralos morir pasa a formar parte de un involuntario relanzamiento Bogdanovich en VHS y DVD que incluye la sublime La última película, Luna de papel y Daisy Miller, donde Bogdanovich obliga a Henry James a travestirse con las ropas de George Cukor. ¿Para cuándo Máscara, They All Laughed, Noises Off y Texasville?

El heredero
“Todas las buenas películas ya se filmaron”, comenta el propio Bogdanovich en un momento de Míralos morir, luego de ver por televisión unas escenas de El código criminal, película en blanco y negro dirigida por Howard Hawks. Bogdanovich, que por entonces tenía 28 años, hace de Sammy Michaels, joven cinéfilo que acaba de presentarle un guión a su amigo Byron Orlok con la ilusión de que éste lo interprete. Orlok tiene 70 largos, anda con bastón, arrastra un cansancio de siglos y es lo que suele denominarse una “vieja gloria de Hollywood”. O un has-been, que viene a ser lo mismo pero dicho con mala leche.
Orlok es Karloff, Boris Karloff. Bogdanovich estrecha las ataduras entre ficción y realidad no sólo mediante el nombre del personaje; también incluye en la película fragmentos de The Criminal Code –uno de sus primeros papeles en Hollywood, anterior incluso a Frankenstein y La momia– y de El terror, que Karloff había filmado, ya en las postrimerías de su carrera, a las órdenes de Roger Corman. La relación padre/hijo que en Míralos morir sostienen Karloff y Bogdanovich transparenta la clase de vínculo que el realizador de Luna de papel siempre mantuvo con el cine clásico de Hollywood y con sus más eminentes representantes.
De hecho, Bogdanovich fue uno de los primeros cinéfilos norteamericanos. Antes de pasar al cine había adquirido renombre como programador de cine del MOMA y con una columna periodística en la revista Esquire. Desde esos dos frentes de batalla, el futuro director se dedicó a reflotar aquel cine de los ‘30, ‘40 y ‘50 que la ola renovadora de los ‘60 había convertido poco menos que en una mala palabra para sus compatriotas.

Horror vacui
Para su propio director, Míralos morir es una película rara. No tanto porque mira hacia atrás con nostalgia (que sería una de las marcas más notorias de su cine posterior) sino porque al mismo tiempo se ocupa del presente, algo que de ahí en más no resultaría tan frecuente. Y lo hace con una sequedad desolada, un sentimiento de vacío que el último plano de la película se encarga de materializar. Tal vez sea justamente ésa la razón por la que a partir de ahí –con la posible excepción de La última película, que registra la misma fusión entre melancolía y horror vacui– Bogdanovich resolvería erradicar de su cine la palabra presente.
En rigor, el juego de oposiciones entre pasado y presente, entre tradición y modernidad, es la materia misma de Míralos morir, tanto en términos temáticos como estilísticos. “Soy un anacronismo viviente”, dice Byron Orlok. Las imágenes góticas de El terror, que Roger Corman cedió a su amigo Bogdanovich junto con unos minutos del contrato que lo unía a Karloff (como el propio Peter B. explica en la entrevista incluida en el DVD), no hacen más que confirmarlo. “El terror ya no está en las películas sino en la realidad”, afirma más tarde Bogdanovich por boca de Karloff. La película entera se ocupa de poner esa idea atroz en escena, mediante la introducción de un segundo personaje, Bobby Thompson, hijo de una familia de clase media de Los Angeles. Admirable detalle de guión, el hecho de que comparta techo con padres y esposa denuncia una patología familiar que los decorados, llenos de colores chocantes, no hacen más que refrendar.
Este genuino representante de la normalidad norteamericana es uno de esos asesinos “tapados” que desde entonces proliferarían en la cultura y el cine de su país. Algunas de sus encarnaciones más recientes: los chicos de Scream y Elefante. Hijo de un padre que –como escapado de Bowling for Columbine– le inculca el gusto por las armas, luego de armar un desastre en casa, el bueno de Bobby llena el baúl de su auto de pistolas, rifles y fusiles (como más tarde haría Travis Bickle en Taxi Driver) y se instala en el techo de un depósito de agua, al costado de la autopista. Apostado allí se dedicará a tirar al blanco como quien voltea patos en una kermesse. El último acto (ése para el que Sam Fuller le aconsejó a Bogdanovich que pusiera toda la carne en el asador y todas las chirolas en la producción) lo encontrará en un autocine, apuntando al público a través de un agujero practicado en la pantalla, mientras transcurre el último homenaje que el mundo del cine le dedica a Byron Orlok.
En un momento genial –la última verónica de Míralos morir–, el francotirador no podrá distinguir cuál de los dos Orlok que avanzan hacia él son reales: si el de la pantalla o el que sube al escenario. Es en el filo de esa ilusión, en ese entrecruzamiento indiscernible entre realidad y ficción, donde Míralos morir construye su poder y su verdad, como todo el cine que verdaderamente importa.

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