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Domingo, 3 de octubre de 2004

MúSICA

Canada Dry

K.D. Lang revisita las mejores canciones populares canadienses y demuestra que menos es más.

 Por Diego Fischerman

El Paralelo 49 de latitud norte marca un límite: al sur están Minnesota y Washington; al norte, Manitoba y la Columbia Británica. Y si mencionar el Paralelo en uno de los lados no quiere decir casi nada, en el otro, en cambio, es toda una declaración. Hablar en Canadá del Paralelo 49 es sencillamente hablar de Canadá. Así que el título Hymns of the 49th Parallel no deja lugar a dudas. Allí, Kathryn Dawn (más conocida como K.D.) Lang, ex estrella del country à la Nashville y después ídolo pop, se convierte en la ascética y extraordinaria intérprete de varias de las mejores canciones de tradición popular de autores canadienses, de After the Gold Rush de Neil Young a Bird on a Wire de Leonard Cohen, pasando por A Case of You y Jericho de Joni Mitchell y su propia Simple, compuesta con su colaborador habitual, el bajista David Piltch.
Desde The Reclines (el grupo que formó en obvio homenaje a Patsy Cline) y su temprano premio Juno (equivalente canadiense del Grammy) de 1985, recibido con traje de novia y botas de vaquera, hasta el éxito del disco Ingenue (incluido por la revista Rolling Stone entre los esenciales de los noventa) y el tema Constant Craving de 1992, hubo dos cambios importantes, uno relacionado con el género musical y el otro con el género a secas. En primer lugar abandonó el country. En segundo, reconoció públicamente su lesbianismo. El momento del primero, en todo caso, fue bien calculado para hacer posible el segundo, ya que después de la confesión difícilmente hubiera podido continuar su carrera dentro del ambiente ultraconservador de Nashville, algo así como Cosquín pero con sombrero de cowboy.
Y los himnos canadienses marcan una tercera variación. Por un lado está el sello grabador, una submarca que la gigantesca Warner reserva para sus productos de calidad. Nonesuch comenzó como una marca exclusiva dedicada a la música étnica, a ediciones de música clásica a cargo de grandes intérpretes jóvenes norteamericanos y a las fenomenales reconstrucciones de comedias musicales de Gershwin realizadas por Tomy Krasner. Hoy, en el sello recalan Bill Frisell, Laurie Anderson, el Kronos Quartet, el grupo de rock Wilco, el ahora canonizado Brian Wilson y pianistas de jazz como Fred Hersch y Brad Mehldau, que acaba de editar allí su Live in Tokio. La inclusión de K.D. Lang en el catálogo y la bellísima presentación de su cd, que reproduce el cuadro Oak Tree Snowball de Andy Goldsworthy en una cubierta de cartón, son tan significativas, eventualmente, como el mínimo acompañamiento de Teddy Borowiecki en piano, teclados y acordeón, Ben Mink en guitarras y fiddle y David Piltch en bajo eléctrico, y –dato nada menor– el siempre jerarquizador contrabajo, sumado ocasionalmente al doble cuarteto de cuerdas orquestado por el legendario Eumir Deodato.
“Cantar era una de las pocas cosas que podían hacerse en la pradera. Si hubiera vivido en la ciudad, tal vez hubiera pintado o tomado clases de ballet, pero allí sólo había iglesias y, dentro de ellas, pianos. En realidad, tampoco era exactamente en la pradera; mis hermanos y yo estudiábamos piano con una monja, en un convento, a 96 kilómetros de nuestra casa”, cuenta la cantante. En ese entonces, Lang vivía en Consort, estado de Alberta, donde había nacido el 2 de noviembre de 1961. Tenía 12 años cuando su padre se fue de casa (“literalmente en medio de la noche”) y 13 cuando tuvo su primera relación homosexual con la esposa de uno de sus maestros.
El padre, dueño de uno de esos negocios semirrurales que venden desde remedios hasta revistas, fue el responsable de que la joven Lang tuviera por primera vez entre sus manos publicaciones como Rolling Stone y Creem y escuchara a Delaney and Bonnie, Joe Cocker y Leon Russell. Una de sus hermanas, cinco años mayor y ansiosa por irse de Alberta, fue la que, al entrar en la universidad, la introdujo “en el capítulo Rickie Lee Jones, Kate Bush y Joni Mitchell”. De ahí sale una de las mejores voces de la canción actual: timbre homogéneo y cálido, excelentes y profundos graves.Una voz que, además, parece haber descubierto el viejo truco de lograr más con menos. Para verificarlo, bien vale escuchar, una al lado de la otra, la nueva y la vieja versión de Simple, grabada en Invincible Summer, de 2000 (álbum que, dicho sea de paso, tomaba su título de Albert Camus). O mejor aún: escuchar la de A Case of You junto a las dos de Joni Mitchell –otra experta en releerse a sí misma–, la del disco Blue (1971) y la de Both Sides Now (2000), con arreglos de Vince Mendoza y Wayne Shorter en saxo soprano, para comprobar que la de K.D. Lang, acompañada por mínimos y exactos piano y contrabajo, está lejos de quedar desmerecida.

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