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Domingo, 3 de octubre de 2004

CINE

El Buda de la laguna

Primavera, verano, otoño, invierno... primavera, una gran película budista con un monje sabio y su discípulo díscolo.

 Por Mariano Kairuz

Es primavera, la primera de las cinco estaciones, y el pequeño aprendiz de monje se divierte a costa del sufrimiento de los animales que habitan en la laguna y el bosque que rodean la cabaña en la que vive junto a su maestro. Primero ata un pez a una roca, lo devuelve al arroyo y lo observa mientras el bicho aletea, intentando avanzar con mucha dificultad. Ante la escena, el nene ríe con una risa maliciosa y desdentada. Más tarde repite su acción con una rana y con una serpiente. Su maestro –un monje que parece no tener edad– lo sigue de cerca y lo observa. Por la noche, mientras duerme, ata una roca a la espalda del nene. Cuando éste despierta, el maestro le indica que salga en busca de los tres animales a los que torturó el día anterior y los libere, y le advierte que, si alguno de ellos murió por su culpa, podrá sacarse la piedra que lleva sobre su lomo, pero la cargará en su corazón el resto de su vida.
Así comienza Primavera, verano, otoño, invierno... primavera. Así es el primero de sus capítulos, que corresponden a las estaciones del año, a su vez correspondientes ellas a etapas claramente definidas en la vida de su protagonista. Y es difícil entonces, de este lado del mundo, sentarse frente a esta película y no percibirla como un cuento budista, sea lo que sea que el limitado imaginario occidental nos permita hacer de ello. Porque sus elementos potencialmente alegóricos son muchos y están a la vista: el pequeño templo que flota en un lago rodeado de naturaleza virgen, el único ambiente en que transcurre todo; las puertas ornamentadas que se abren para presentar cada episodio; los animales; las piedras; la estructura narrativa circular. Y porque algunos de sus simbolismos son incluso explicitados en los escasísimos diálogos que se pronuncian a lo largo de este film esencialmente contemplativo. Pero conviene despejar el prejuicio, el lugar común (¿qué vendría a ser, después de todo, una “película budista”, en la percepción del espectador occidental medio?), evitar el ejercicio un poco rígido de la “decodificación” y abandonarse a su disfrute. Incluso desde cierta distancia, como a un objeto un poco exótico y universal a la vez, así como era posible ver un capítulo de la serie Kung Fu. Después de todo, el protagonista de Primavera... es, definitivamente, un pequeño saltamontes con un largo camino de aprendizaje por delante.
Es cierto que su autor –su guionista y director, el coreano Kim Ki-Duk– ha avalado la interpretación simbólica de su película ante la prensa internacional, desde su estreno, en la edición 2003 del Festival de Berlín, ofreciendo todo tipo de respuestas y hasta “explicaciones”. En sucesivas entrevistas ha dicho lo suyo sobre el poder metafórico de la naturaleza cambiante del agua (que es, dice, como la de las personas), de la entidad tal vez menos física que espiritual del maestro, de la pureza del sexo en la naturaleza (que sin embargo tiene su castigo en esta historia), de los animales como posibles personas reencarnadas, sobre las puertas que se abren en el medio de la nada (en medio del lago, en el interior del templo) como objetos que señalan un camino posible y sus desvíos, sobre la autodisciplina, sobre la autoinmolación. Y sobre ese templo cuya imagen que domina toda la película y que fue construido especialmente para su filmación en una laguna artificial de tres siglos de antigüedad (la de Jusan) sólo para ser destruido una vez concluido el rodaje.
También es cierto que, con su rara aura de film introspectivo, Primavera... apareció para barrer con las expectativas que traigan consigo quienes ya hayan visto algunas de las nueve películas anteriores de Kim Ki-Duk. Quienes hayan tenido oportunidad de ver Bad Guy o La isla (que transcurría en una suerte de barrio de casas flotantes) o Adress Unknown, saben que en el cine de este coreano de 43 años –autodidacta, obrero, soldado y estudiante de pintura– hay mucha crueldad y sordidez, violencia y sadomasoquismo. Primavera..., señala su director, no está exenta de un fuerte componente de crueldad, como no lo está ninguna persona. Aquellas películas tratan como ésta –dice– sobre las relaciones humanas. Y la razón por las que puede hacerlas, ha dicho también, es porque no ha pasado tanto tiempo dedicado a estudiar el cine como a estudiar la vida. “Toda mi vida he aprendido que llevo odio y rebelión en mí. Y todo forma parte del proceso vital. La ira sigue regresando pero he llegado a comprender que así es como son las cosas. Hacer una película como ésta es como la misión de arrastrar la estatua hacia la cima de la montaña que se impone a sí mismo el aprendiz de monje (que es interpretado por el propio Kim Ki-Duk en la etapa invernal) al final. Es algo que uno simplemente debe hacer.”

Primavera, verano, otoño, invierno... primavera se estrena el próximo jueves 7 de octubre. Quienes quieran asomarse a una de sus películas previas, podrán ver la violenta Bad Guy en la sala Leopoldo Lugones (Av. Corrientes 1530) en el marco de un ciclo de nuevo cine coreano a partir del 23 de octubre.

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