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Domingo, 3 de octubre de 2004

FENóMENOS > LA NUEVA MODA: EL CóDIGO DA VINCI TOUR A PARíS

A llorar a la iglesia

El Código Da Vinci aumentó drásticamente las visitas al Louvre y a la iglesia de Saint Sulpice. Pero hay un problema: los turistas llegan engañados por el libro en busca de cosas que no existen. Y los curas dijeron basta.

 Por Eduardo Febbro

desde París

“Contrariamente a las afirmaciones fantasiosas que figuran en una reciente novela de éxito, la línea meridiana de Saint Sulpice no es el vestigio de un centro pagano que existió en este lugar...” La advertencia, pegada en una de las paredes de la iglesia Saint Sulpice de París, deja atónitos a los cientos de turistas norteamericanos que, cada día, acuden a la iglesia siguiendo las huellas de los misterios del libro de Dan Brown, El Código Da Vinci. Cansados y hasta ofendidos por las constantes preguntas de los turistas, los curas de Saint Sulpice decidieron poner término a la confusión. El Código Da Vinci miente, las explicaciones históricas que envuelven el misterio de los códigos son una falacia. Y el texto que aspira a reestablecer la verdad, escrito en francés e inglés, está ubicado a un costado de un obelisco en cuya punta hay un globo. Se trata de un antiquísimo sistema que, siguiendo el desplazamiento del sol sobre una línea trazada en el suelo y a lo largo de la pirámide, permite calcular fechas precisas. Su objetivo original consistió en determinar el desplazamiento del equinoccio de marzo. Lo que ofendió a la Iglesia francesa es que, en El Código Da Vinci, Brown asegura: 1) que el monumento fue construido sobre las ruinas de un templo pagano; 2) que la famosa línea se llama “línea-rosa”; 3) que ésta esconde un secreto que uno de los protagonistas de la novela descubre en la pirámide; y 4) que allí se produjo un crimen.
Consecuencia: los 10 millones de ejemplares vendidos en el mundo angloparlante provocaron un auténtico fenómeno de moda entre norteamericanos, británicos y canadienses: viajar a París para visitar la escena del crimen y descubrir los famosos códigos escondidos tanto en el Museo del Lou-
vre como en Saint Sulpice. Entre los meses de abril y mayo pasados, la iglesia vio pasar 20 mil turistas más que de costumbre. El negocio es tan redondo que varias agencias de turismo proponen hoy, por poco más de 3 mil dólares, un “Da Vinci Code Tour” a través de los lugares mencionados en la novela. Según los padres de Saint Sulpice y los guías del Louvre, “el fenómeno roza la histeria”. Pero como si fuera poco, el interés por todo lo que le ocurre al personaje de la novela se hace extensivo también a otros sectores: el hotel Ritz, donde el personaje pasa su primera noche, desborda de reservas. Y todo por conferirle a un puñado de objetos valores históricos que no tienen.
Hoy existen dos ediciones de El Código Da Vinci. La original en inglés, con todas las falacias, y la traducción francesa, donde éstas fueron corregidas. Al igual que frente al obelisco de Saint Sulpice, los turistas se reúnen durante largos y largos minutos ante el cuadro de La Gioconda. Buscan, también, un detalle imaginario que... contiene un código: un error de perspectiva señalado en el libro. La desilusión es mucho más real cuando quieren ver otro de los cuadros de Leonardo: La Cène, actualmente en Italia.
La historia de El Código Da Vinci comienza en París, cuando un profesor especializado en simbolismo, Robert Langdon, se entera en plena noche que el curador del Louvre acaba de ser asesinado en la gran galería. La novela narra luego la vertiginosa investigación llevada a cabo a través de Francia, Gran Bretaña e Italia con el fin de desentrañar el misterioso código encontrado junto al muerto. El eje del misterio es La Gioconda. El cuadro, según Brown, encierra todos los secretos del cristianismo y de la vida de Jesús. Abstraídos y fascinados, los turistas buscan sin éxito los secretos del libro. Pero como la ficción ha mentido dos veces, los secretos son ilusiones convertidas en un buen negocio.

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