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Domingo, 29 de mayo de 2005

MúSICA > LAS CANCIONES DE GUERNSEY

La isla del tesoro

Una isla entre Inglaterra y Francia albergaba hasta ahora dos peculiaridades: es obstinadamente independiente desde hace mil años y allí vivió Victor Hugo durante la escritura de Los miserables. Ahora, el erudito Andrew Lawrence-King le regala a la isla un nuevo orgullo: un disco en el que rescata las canciones que se vienen cantando allí desde tiempos inmemoriales.

 Por Diego Fischerman

Guernsey es una isla cercana a la costa de Normandía y enfrentada a Cornwall, en Inglaterra. Nada demasiado extraordinario, salvo por dos motivos. Uno es que ese pequeño territorio, al que se suman algunas islas vecinas, es independiente y gobernada por su propio Parlamento desde 1204, como dice orgullosamente Andrew Lawrence-King, nativo de Guernsey, erudito en las tradiciones musicales, escritas y orales, de la Europa medieval y máximo especialista en las distintas especies de arpa antigua, de las cuales es un virtuoso. El otro es que allí vivió Victor Hugo, durante su exilio, y en su casa de Hauteville, en el St. Peter Port, escribió Los miserables y Los trabajadores del mar. Precisamente con ese título, Lawrence-King publicó un disco dedicado a canciones de la isla y ejemplar en relación con las maneras de trabajar sobre el folklore. De hecho, de lo que suena en el disco, la mayoría es absolutamente inventado.

Lawrence-King, que aquí toca arpas, salterio y chifournie (una versión local de la zanfoña o viola de rueda, también llamada viola de ciegos) dirige el Harp Consort. Con este grupo ha realizado, por ejemplo, reconstrucciones de la Eda islandesa y del Ludus Danielis, una especie de representación sacra de la Edad Media que, en sus manos, se convierte en una fenomenal muestra de estilos y prácticas interpretativas, tal como todo hace suponer que sucedía en las ocasiones importantes para la Iglesia. También se ha dedicado a interpretar la música de uno de los grandes maestros de la música de Irlanda, Turlough O’Carolan, y a restaurar en disco cómo podría haber sido una misa mexicana en el barroco. La palabra clave, en todos los casos, es verosimilitud. Obviamente nadie sabe con exactitud cómo sonaba la música en el pasado –a veces ni siquiera en un pasado muy cercano–, pero lo que hace Lawrence-King es, a partir de los datos conocidos, de las supervivencias de elementos musicales clásicos en tradiciones populares, de ilustraciones y de crónicas y tratados, lo más creativo posible. Sus versiones pueden ser osadas, pero jamás contienen nada que se contradiga con lo que se sabe acerca de esos estilos del pasado.

En el caso particular de estas canciones de Guernsey, el arpista y director trabaja junto a dos cantantes notables, en particular por su manera de mantenerse en una zona cercana a lo popular sin intentar derrames de lava lírica. La soprano Clara Sanabras, que además de cantar toca guitarra barroca, y el barítono Paul Hillier (alguna vez fundador y director del célebre coro Hilliard Ensemble) son acompañados por un grupo en el que se alternan viola da gamba, fídula, flautas, shawn (un oboe antiguo), corneto (una especie de flauta dulce con embocadura de trompeta), gaitas, guitarras, chifournie y percusión. Pero lo más interesante es que muchas de las canciones seleccionadas, todas cantadas en perfecto guernesiés (un variedad del francés normando de la Edad Media), no existían en absoluto como tales.

Más allá de algunas rondas y danzas tradicionales, lo que había era textos por un lado y músicas posibles por el otro. Y Lawrence-King optó por trabajar cada clase de texto con una clase diferente de música. Las melodías tradicionales, algunas recopiladas en Normandía o extraídas de baladas inglesas y danzas francesas, acompañan los textos folklóricos, las danzas cortesanas del Renacimiento proveen la música para los textos amorosos y la tradición más alta de los trouvère para los poemas de Georges Métivier. El caso de este autor, que comenzó a escribir en la lengua local inspirado por Victor Hugo, es llamativo en cuanto al tránsito entre distintas herencias culturales. Como la música de O’Carolan, sus poemas, originariamente parte de la cultura alta, a lo largo del siglo XX comenzaron a cantarse como canciones tradicionales de Guernsey y aparecieron en varias antologías de música folklórica.Allí donde Lawrence-King no debió suplir con inventiva los datos faltantes, las interpretaciones, de todas maneras, son sumamente creativas y las músicas, cuando no provienen de claras tradiciones locales, pueden relacionarse con facilidad con baldas europeas del siglo XVI y, en el caso particular de “Cha chon”, la canción que cierra el disco y que se canta, con variantes, en las islas de Guernsey y la vecina Sark, está estructurada sobre el mismo bajo ostinato de dos notas, la ninna nanna del siglo XVII italiano, que Claudio Monteverdi utiliza en la ópera L’incoronazione di Poppea. Les travailleurs de la mer. Ancient Songs from a Small Island, fue editado por el sello Harmonia Mundi, está exquisitamente presentado y magníficamente grabado, y se consigue en disquerías especializadas de Buenos Aires.

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