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Domingo, 26 de junio de 2005

CINE > LA TRILOGíA AMERICANA DE GUS VAN SANT

Chicos muertos

Hermosas y asfixiantes, de un lirismo arriesgado pero escueto, técnicamente soberbias, emocionalmente contenidas y sin atisbos didácticos, con sus últimas tres películas Gus van Sant ha completado una trilogía conmovedora: Gerry (filmada en el noroeste argentino), Elephant (basada en la masacre de Columbine) y ahora Last Days (sobre los últimos días de Kurt Cobain). A la espera del estreno de esta última en la Argentina, Radar repasa estas preguntas sin respuesta a un misterio de nuestro tiempo: el de jóvenes que matan, mueren o se matan sin explicaciones convincentes.

 Por Mariana Enriquez

En 1997 Gus van Sant publicó Pink, una novela fallida que tuvo escasa difusión, dedicada a River Phoenix, el protagonista de la que entonces se consideraba su mejor película, Mi mundo privado. Entre la multitud de personajes, dos referencian claramente a personajes reales: Blake, una estrella de rock que se suicida de un disparo en la boca, y Félix, que muere de sobredosis en una vereda, en compañía de su hermano menor, que trata de socorrerlo en vano. En su novela, Van Sant recreaba –siguiendo las reglas del fan-fiction, ese “género” contemporáneo que florece en Internet– las muertes de River Phoenix y Kurt Cobain. Venía incubando desde entonces Last Days, su nueva película inspirada en los últimos días de Cobain.

Y quizá por entonces, cuando todavía estaba trabajando para los estudios de Hollywood en sus películas más impersonales (Good Will Hunting, la remake de Pyscho y Finding Forrester) también estaba pensando en la trilogía que culmina con Last Days y se completa con Gerry (2002) y Elephant (2003). Tres películas hermosas y asfixiantes, de un lirismo arriesgado pero escueto, técnicamente soberbias, emocionalmente contenidas y sin atisbos didácticos o naturalistas. Last Days no es la mejor de la trilogía, pero es un cierre perfecto donde Van Sant desnuda sin pudor alguno su obsesión con la juventud y la muerte, la pureza del vacío, y cierto determinismo; una sensación de lo inevitable, de destino fatal precedido por esas largas caminatas que los personajes llevan adelante en las tres películas, acompañados por la cámara testigo que no puede rescatarlos –y se pregunta si acaso es posible hacerlo.

Gerry está dedicada al realizador húngaro Bela Tarr (Satantango) y su estética despojada, caracterizada por tomas dolorosamente largas y lentas. No obstante, Gerry es Van Sant en estado puro, a pesar de la reconocida influencia y la cita a Esperando a Godot de Beckett. Rodada en el norte argentino, el Valle de la Muerte y en Utah, Gerry presenta a dos amigos interpretados por Matt Damon y Casey Affleck (ambos se llaman “Gerry”, además) que se pierden, a lo mejor intencionalmente –tal es la negligencia– en el desierto. Van Sant se basó en un caso real que tuvo gran exposición en los medios. Caminan y caminan, hablan de tonterías, apenas se refieren a su desesperada situación, y las larguísimas escenas silenciosas sobre áridos terrenos blancuzcos expresan la claustrofobia que sólo pueden articular los espacios abiertos y las infinitas posibilidades. Los dos Gerrys pueden ser alter egos o camaradas: a Van Sant poco le interesan las explicaciones o el realismo. El acto de piedad final, una toma lejana donde ambos Gerrys parecen besarse sobre un suelo salitroso, parece una escena romántica, y lo es: pocos realizadores tienen la capacidad de Van Sant de hablar de sexo sin mencionarlo o mostrarlo. Esa larga caminata por la nada no podría tener otro final. De la misma manera, los largos paseos en plano secuencia por la helada escuela de Elephant son preludio de la violencia inevitable, latente, planeada en una cercana casa de apacible barrio suburbano.

Elephant, inspirada en la masacre de Columbine, es uno de los comentarios más lúcidos sobre la violencia y la soledad adolescente que desató el traumático hecho ocurrido en la escuela de Colorado en 1999. Van Sant no necesita golpes bajos para dar pie a escenas sumamente dolorosas: le basta con la angustia del rubísimo debutante Alex Frost quitándole a su padre borracho el control del auto camino a la escuela el día de la masacre para plantear una situación desoladora. Elephant no juzga ni explica a los adolescentes. Los observa desde varias miradas posibles: caricaturizados, idealizados, huecos, conmovedores, curiosos, alegres, aburridos, violentos. Pero ninguna mirada es única ni determinante. Son apenas fragmentos de los últimos momentos de sus vidas. Elephant es, también, una proeza técnica. Las escenas se repiten desde diferentes puntos de vista, el tiempo se fractura, los planos secuencia que siguen a los chicos caminantes parecen girar sobre sí mismos en espera de lo inevitable. Como en Gerry, antes del acto final los asesinos cumplen un rito de limpieza que culmina en un beso tan sexual como de camaradería –para Van Sant, desde Mi mundo privado, son términos homologables–, detalle que causó cierto escozor en la crítica pero que puede verse más como una provocadora firma de autor, no carente de romanticismo.

Si Last Days cierra tan bien la trilogía es, entre otras cosas, porque las tres películas tratan de últimos días, últimos momentos, preludios a la muerte. Hay una discusión sobre Last Days que es por completo irrelevante: si retrata con “fidelidad” el final de Cobain. Así como Elephant era y no era sobre Columbine, Last Days es y no es sobre la muerte de Kurt Cobain. Por suerte, no es una biopic. Las referencias son sobre todo iconográficas: Michael Pitt, que interpreta a la estrella de rock Blake, aparece con el célebre pulóver verde y rojo que Cobain vestía cuando se suicidó, usa los mismos anteojos que el ídolo, la misma gorra, los mismos vestidos, el mismo corte y color de pelo. Pero, por ejemplo, jamás aparece usando heroína. Van Sant ni siquiera muestra el momento de la muerte: si se piensa que es un suicidio es sólo por la referencia a Cobain, no porque una imagen lo determine. La cámara sigue a Blake en un derrotero solitario por el lago cercano a su mansión arruinada, lo acompaña cuando se seca la ropa ante una fogata, cuando cocina penosamente o canta solo acompañado de una guitarra (una de las canciones, Death To Birth, es del propio Michael Pitt, y está realmente muy bien). Es un estudio sobre la soledad, una experiencia voyeurista sobre los actos cotidianos insignificantes de alguien cercano a la muerte (¿de alguien decidido a terminar con su vida?) sin un instante de psicologismo.

Como en Elephant, las escenas se repiten desde distintas perspectivas, y el tiempo está roto. No hay guión convencional, y apenas diálogos, sobre todo con actores no profesionales, como un vendedor de páginas amarillas, gemelos mormones y Kim Gordon, de Sonic Youth, que interpreta a la manager de Blake. La cámara captura la desolada belleza de los bosques que rodean la casa de la estrella, la ventana de la mansión desde la que se lo escucha tocar, los árboles reflejados en los vidrios de los autos de modo que ocultan lo que sucede en el interior. Aunque la heroína jamás está presente, es una película sobre la droga, en sus tiempos, en el estupor de Blake –la interpretación de Pitt, casi puramente física, es notable–, en la languidez de los amigos de la estrella que deambulan por la casa, duermen, se besan –el beso gay de rigor es entre Lukas Haas y Scott Green– y canturrean Venus in Furs, de The Velvet Underground. Van Sant está lejos, una vez más, de juzgar e interpretar: los amigos no son ni sanguijuelas ni contenedores, el dolor de Blake es intangible. Sería, claro, presuntuoso descifrar la desdicha de Cobain, y Van Sant prefiere sugerir apenas cierto misticismo que es totalmente adecuado a la iconografía de un ídolo muerto, desde una vez más el baño-purificación de la primera escena hasta el final, un efecto de resurrección que resultaría cursi en cualquier otro cineasta con menos pericia y empatía que Van Sant. Se puede considerar Last Days la película más personal de Van Sant, quizá un tardío exorcismo de la traumática muerte de River Phoenix, una desenfadada admisión de su fascinación por los talentosos y condenados, por los jóvenes hermosos que desde Hollywood o desde un escenario encandilan y obsesionan a los meros mortales. Cierto, no está claro si Last Days funcionaría como película sin la referencia a Cobain (Elephant funciona por sí misma y la inspiración en Columbine es mucho menos decisiva para su peso como película), pero después de todo Van Sant compuso una trilogía que va de lo casi surreal-alegórico a lo social y alcanza finalmente la cultura pop, siempre apoyado en un disparador real.

Gerry, Elephant y Last Days están basadas en hechos reales que, en realidad, son un misterio. Nadie sabe qué le pasó a ese chico perdido en el desierto, ni qué sentían los adolescentes asesinos de Columbine, ni qué hizo Cobain en sus últimos días recluido en su casa de Seattle. “Las películas son preguntas sobre lo que ocurrió”, explica Van Sant. “No son sobre los eventos, sino especulaciones ficcionales.” Son tres películas que parecen girar sobre un vacío paradójicamente recargado, y sobre todo, tres interrogantes, una trilogía de la incertidumbre.

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