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Domingo, 9 de octubre de 2005

FOTOGRAFíA > LA RETROSPECTIVA DE DANI YAKO

Ojos bien abiertos

Mezcla de documentalista, flâneur y ensayista, Dani Yako ha organizado su primera muestra en diez años: una retrospectiva de 76 fotos que abarcan 25 años de carrera y en las que revela una vez más su ductilidad para capturar en los infinitos pliegues del blanco y negro el sentido (y el sinsentido) de la existencia en este país llamado Argentina.

 Por Cecilia Sosa

Si el ángel de la fotografía tiene en sus manos el poder de mostrar el mundo tal como se verá en su último día, Dani Yako tiene algo de ese ángel. Siempre parece estar en el lugar justo, en el momento preciso. En medio de una correntada para sorprender al hombre que en bicicleta le roba a la inundación una antena de televisión. Listo para espiar el amor tras el motor descubierto de un fitito o cómo un pie se convierte en piedra en una fábrica de ladrillos en Santiago del Estero. El instante en que un nene rubio, vestido de principito, acerca su perro a oler el montón de chicos que duerme sobre el respiradero de subte en Plaza Italia. O para descubrir que, en realidad, las vacas sí vuelan.

Lo bueno es que no hay que esperar el día del Juicio Final para ver su obra. Basta con darse una vuelta por el Centro Cultural Recoleta para encontrarse con una retrospectiva que reúne 76 fotos y 25 años de trabajo: 1980-2005. Galicia, Venecia, París, Florencia, Pekín, San Pablo pero, sobre todo, Argentina. El tono documental de los ’80, el de flâneur sorprendido, el del ensayista del mundo del trabajo (volcado en el libro Extinción). Todo Yako. Que ahora tiene un nuevo proyecto: la desocupación.

Pero el ángel de Yako es particular: es un ángel pudoroso, casi tímido; que vive entre luces y sombras y que puede mostrar los infinitos colores que se extienden entre el blanco y el negro. Un ángel que siempre se retira para dejar espacio a los demás; el espacio justo para que se estacione la pregunta. El gigantismo de una hoja de tabaco; la sal de la vida juntada a palazos en un desierto de Jujuy, un traje de minero secándose al sol, la oscuridad de una fábrica de televisores en Ushuaia; un tango en el recinto del Congreso; el backstage familiar de un motín en Caseros; o una sonata de Bach sostenida por un atril-escoba en la calle Florida.

Por eso, porque Yako siempre parece estar un poco escondido, un poco borrado detrás de su cámara, es raro descubrir en la muestra un rincón tan íntimo, tan personal. Ahí está su hija, Julia, y su mochilón en un primer día de clases, y años después dando saltitos al borde del Sena. Y un primer plano de Laura, su mujer. Y también un par de ojos y un bigote (los de Yako) y al fondo, el edificio Azopardo donde estuvo detenido durante tres días en 1976. Justo antes del exilio en Madrid.

“Dudé mucho en poner esa foto. Muchos se impresionaron. Yo no suelo hablar. Me acuerdo que cuando esa foto en la que estoy salió publicada, en 2001, mi hija llegó del colegio y me dijo: ‘¿Cómo que saliste en un diario y no me contaste?’. Contarle a tu hijo algunas cosas es difícil. ¿Qué diferencia hay para un chico entre estar preso y desaparecido? Ahora tiene 13 años, está preparada. Y está ella en la muestra, y también está Silvia, mi hermana. Esta muestra tiene mucho que ver con la muerte de mi hermana. Y si algo la atraviesa, es tal vez una actitud, una forma de ver, de aproximarse a las cosas que en 25 años no cambió demasiado.”

Es cierto: algo no cambió. Y no es sólo una técnica, una obcecada persistencia en el blanco y negro contra toda fiebre digital. “Me sigue gustando el blanco y negro; revelar, copiar; los tiempos del laboratorio, la magia de no saber lo que hiciste hasta que van apareciendo las fotos. Nunca hice una foto con una cámara digital. Y eso que trabajo en un medio en el que todo es digital y hasta mi hija tiene un fotoblog”, dice con una sonrisa.

También hay otra cosa: un saber mostrar y una responsabilidad frente a esos rostros retratados sin escándalo, sin compasión, dignificados en el gesto cotidiano. Como si el acto aparentemente irrelevante registrado con una Leica lograra condensar el sentido de toda una existencia. La radiografía de un país en un perro que se despereza.

Hace casi diez años que Yako no exponía. “Hace 6 años estuve a punto de hacer una muestra pero me agarró una depresión terrible y una semana antes la levanté. Quería romper todo, no quería saber nada más con las fotos, me parecía que nada de lo que había hecho servía para nada. Pero la crisis me ayudó y después vinieron años de producción que terminaron en el libro”, dice.

Así es Yako. Jefe desde hace 20 años (primero en DyN y luego como editor de fotografía de la maquinaria del grupo Clarín), humilde al punto de negar cualquier rótulo de “cronista social”, y sin embargo, testimoniando, año tras año, cómo cambia la textura de un país. Así también encara su nuevo proyecto que empezó hace un año y medio en Catamarca; y que sigue en Concordia (Entre Ríos), a donde llegó siguiendo las estadísticas que la mostraban como la ciudad más empobrecida del país.

“Me instalé en El Silencio, el barrio más pobre de Concordia. Es un lugar muy raro; una población que vive casi exclusivamente del basural. Casi nadie tiene un trabajo; es todo cartoneo, rebusque, changa. Lo que se ve en las fotos no es el basural, son los campos que lo rodean y todas esas bolsas se vuelan y nadie las levanta. En Extinción todavía estaba la conexión con el trabajo, pero con la desocupación cambia radicalmente todo, hay más problemas: cómo hacer desocupación sin hacer un tratado de la miseria, cómo evitar los golpes bajos, cómo no ser obvio, cómo mostrar la ausencia. En Extinción fueron muchas historias, el país entero. Ahora estoy pensando en hacer algo intensivo, en un solo lugar. Tal vez sea El Silencio.”

En las fotos de Yako hay una exigencia: decenas de caras que exigen no ser olvidados. Tal vez por eso, Yako escribe los nombres y las historias de los protagonistas de sus fotos en una libreta.

“Antes las perdía. Ahora no. Me gusta mandar las fotos. Es como devolverles algo. Con este trabajo me pasó algo muy raro. Me sentí muy conectado con el país. Cuando volví en el ‘83 mucha gente me decía: ‘Para qué volviste, si en España estabas mejor’. Y yo nunca tuve la sensación de haberme equivocado. Acá conocí a Laura, mi mujer; acá rehíce mi vida. Y la verdad es que nunca fui tan feliz como en los últimos años en Argentina.”

Dani Yako. Fotografía. 1980/2005
Sala C, C. C. Recoleta, Junín 1930.
De martes a viernes de 14 a 21
Sábados de 14 a 22
Hasta el 30 de octubre.

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Yako sabe mostrar sin escándalo, sin compasión, dignificando el gesto cotidiano. Como si el acto aparentemente irrelevante lograra condensar el sentido de toda una existencia. La radiografía de un país en un perro que se despereza.
 
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