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Domingo, 27 de noviembre de 2005

MúSICA > FIONA APPLE, DESPUéS DE SEIS AñOS DE SILENCIO

La gran manzana

A los 20 se convirtió en una revelación con un disco en el que hablaba de la violación que había sufrido y declaraciones públicas sobre los suplicios psiquiátricos que le siguieron y el martirio de antidepresivos que atravesó. Dos años después editó un disco todavía mejor, pero descaradamente ignorado por parte de la prensa. Entonces, Fiona Apple se sumergió en un silencio de seis años rodeado de rumores, posibles boicots de su discográfica y un disco abortado que se conseguía en Internet. Ahora, la aparición de aquel disco, grabado de nuevo, devuelve al mundo a una de sus mejores compositoras.

 Por Mariana Enriquez

“La gente se preocupa por mí más de lo que necesito”, se quejaba Fiona Apple en una entrevista para una radio norteamericana hace una semana. “Me prestan demasiada atención, y creen saber lo que es mejor para mí. Y eso me da náuseas. Todo lo que quiero decir es: ‘¿Es que no me conocen? ¡Hago canciones con todos esos problemas! ¡Está todo bien!’”

Lo que le molesta –y esto antes de que sus fans organizaran un salvataje– es ser una de las pocas artistas que se muestra sinceramente desequilibrada y tener que soportar no sólo el cartel de loca, de por sí pesado, sino también el de muñequita frágil. Lo que es un enorme malentendido, si se escucha a Fiona Apple desde el principio, con atención. Tenía apenas veinte años cuando editó Tidal, su primer disco (que vendió 3 millones de copias) y en todas las canciones sonaba dramática como la jovencita que era, pero también vagamente feroz. Sucede que entonces hizo un video, el de la canción “Criminal”, donde se la veía desorientada, delgadísima, casi asustada y en ropa interior. Ella misma lo reconoce: “No es un video sexy, y no estaba cómoda. Es perturbador”. Poco después, cuando recibió un premio MTV, dio un discurso donde dijo: “Voy a usar mi tiempo como quiera, y tengo que decirles que todo esto es una mierda, y no deberían tratar de vivir como nosotros, ni imitarnos”. Lo finalizó citando a Maya Angelou. Todo el ambiente se burló de ella sin piedad por el desborde (aunque la verdad no era tan disparatado ni dañino que una chica de veinte años hablara en contra del culto a las celebridades o citara para un público tontuelo a una de las mayores escritoras de Estados Unidos).

Pero Fiona ya le había contado a un periodista acerca de cuando, a los doce años, un hombre la violó en la escalera del edificio donde vivía; ya había hablado de terapia, psiquiatras y antidepresivos, y lo había hecho por el mejor motivo posible: “¿Por qué no voy a contarlo? No me siento avergonzada. Yo no hice nada malo”. Todo se desencadenó cuando le preguntaron por la letra de “Sullen Girl”, la mejor y más triste canción de Tidal; puede tratarse de cualquier dolor, pero Fiona aclaró que era acerca de su depresión y la violación. Y desde entonces, las aguas se dividieron: por un lado, los críticos sobreprotectores, por otro los impiadosos que la acusaban de utilizar su historia para provocar un efecto voyeurístico. “Era fácil ponerme en ese rol porque lloraba mucho, me mostraba muy emocional, y decidieron que fuera la chica loca. Eso atrae a la gente, sea porque lo odie o porque le encanta, y eso vende más discos y revistas. En fin, hace más dinero.”

Tres años después de Tidal, Fiona editó el disco conocido como When the Pawn... (el título original completo tiene noventa palabras), con menos drama, canciones excelentes y cierta calma. Vendió un cuarto que el anterior; algunos críticos ciegos, como los de la revista Spin, decidieron despreciarlo (en la reseña decidieron que no merecía ni una estrella). Muchos pensaban que debían ignorar y subestimar el trabajo y la imagen de la Lolita herida. Fiona se puso de novia con el director de cine Paul Thomas Anderson, y virtualmente se retiró.

Pero, hace tres años, se supo que estaba grabando un disco con el productor Jon Brion, el mismo de When the Pawn... El proceso de grabación fue bastante lento, la compañía no anunciaba el lanzamiento, y sobrevino un enorme malentendido que aún hoy no cierra del todo. Para resumir, en el 2002 se filtró a Internet una versión del nuevo disco Extraordinary Machine, que recibió críticas excelentes. Todo el que pudo la bajó: incluso podía encontrarse en una casilla de correo de yahoo!, con una contraseña e identificación que hicieron públicas los fans en el sitio freefiona.com. Es que entre los seguidores corría la versión de que los ejecutivos retenían el disco porque no les parecía comercial, y de este modo le arruinaban la carrera a Fiona.

Ella, hoy, con el disco en la calle, vuelto a producir por Mike Elizondo, explica lo que realmente ocurrió: “Yo me negué a sacar el disco. No estaba conforme con la versión de Jon Brion, que era buena, pero quería algo más personal. Cuando se lo dije a los ejecutivos, ellos aceptaron que volviera a grabarlo, pero pidieron escuchar una canción a la vez. Entonces me ofendí y abandoné todo”. La compañía niega haber hecho este pedido, y asegura que fue un problema de comunicación. Como sea, poco después Fiona se enteró de que los fans estaban inundando las oficinas de Sony con pequeñas manzanas, y de que el disco se había filtrado. “En ese momento fue una mierda. El disco no estaba terminado. Y me sentí culpable, porque no era verdad que lo habían cajoneado. Pero, ¿qué iba a hacer? ¿Pedirles a los fans que pararan, decirles que yo misma había abandonado? Además, yo abandoné porque pensaba que iban a cajonear el disco, cosa que, en verdad, nunca pasó.”

¿Confuso? Bastante. Lo cierto es que Extraordinary Machine está en la calle, y es un disco extraordinario. Además, a qué negarlo, las idas y vueltas y el salvataje de los fans servirán para que más gente lo escuche, cosa que no está nada mal siendo el material tan bueno. Son doce canciones de cabaret noir, con Fiona golpeando el piano, su voz nocturna mejor que nunca, y sus letras, siempre confesionales, mucho más maduras. Ya tiene veintiocho años, se nota, y nadie como ella para domar sus demonios. “Si hubiera una mejor manera de andar, la encontraría/ Sé gentil conmigo, o tratame mal/ Yo lo voy a aprovechar, soy una máquina extraordinaria”, canta con cierto humor en el primer tema. Y hay otras, muchas, grandes canciones. La oscura “O’ Sailor”, compleja disección de una relación fallida: “Otra vez estoy indecisa sobre vos/ Debe estar bien que no estés aquí/ Pero todo tiene dos caras porque lo arruiné todo/ Aunque me salvé a mí misma al no creerte nunca, querido”. “Parting Gift”, otro tema donde suena más siniestra que dulce, es una despedida a una o varias relaciones penosas: “Fue mi culpa, nunca supiste tanto de mí/ Tonto, estúpido pasatiempo mío/ Siempre fuiste bueno para rimar/ Desde el primer hasta el último momento los signos/ Decían “pare”, pero seguimos adelante de todo, corazón/ Terminó mal, pero me encantó lo que empezamos”.

En este momento, Fiona Apple está a punto de salir de gira, y confiesa estar “aterrada”. Después de todo, pasó seis años casi recluida. Y no da muchas explicaciones. “La verdad es que no hice nada demasiado interesante en ese tiempo. Sólo decidí que no quería escribir ni hacer nada por un tiempo largo, y eso fue lo que pasó. Me quedé en casa. Obviamente, la gente se preocupó, me decían que estaba desaprovechando mi talento... Bueno, es que nadie entiende mi forma de trabajar.” De eso se trata el último tema de Extraordinary Machine, “Waltz”: “Si no tenés una canción para cantar/ Está bien/ Igual sabés cómo tararear/ Si no tenés una cita, celebralo/ salí a sentarte al patio, a hacer nada/ Es lo que tenés que hacer y, además, ya nadie lo hace/ No, no creo en perder el tiempo/ ¿Por qué tendría que hacer lo que los demás quieren que haga?/ Si estoy más que bien”. Es un cierre perfecto para este disco inclasificable, donde Fiona Apple se atreve a pedir que la dejen en paz, porque sabe lo que está haciendo y cómo debe hacerlo; donde tranquiliza a los preocupados, sus fans incluidos, tirándoles por la cabeza con una colección de canciones que confirman su capacidad de resistencia, su rotunda negativa a victimizarse, la seguridad de que ella sabe cuidarse sola.

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