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Domingo, 10 de septiembre de 2006

CINE > EL COREANO IM KWON-TAEK EN LA LUGONES

El Padlino

Hasta hace pocos años, el cine de Im Kwon-taek seguía inédito en buena parte del mundo, a pesar de que el legendario director, autor de cien películas, es considerado el padrino del hoy tan en boga cine coreano contemporáneo, encarnado en películas como Old Boy y Hierro 3. Este mes un ciclo en la sala Lugones lo presenta en Buenos Aires.

 Por Mariano Kairuz

“Es como si el pájaro pudiera salir volando de la tela.” Tal es la observación que le hacen a Ohwon ante su pintura, en pleno progreso. No se trata de un simple elogio del “realismo” de las formas en blancos y negros y grises que Ohwon concibió sobre su tela. Porque no parece ser de la copia fiel de la naturaleza que proviene su fuerza, sino de su vitalidad, de la energía que anima al dibujo. De “la mente que está detrás del paisaje”, como se dice en otro momento de Pinceladas de fuego, o Chihwaseon, la película que imagina la vida de Ohwon. Una inspirada película sobre la inspiración que narra los avatares de este pintor coreano del siglo XIX de cuya biografía se conoce poco y nada, inventando los espacios en blanco, y haciendo pronunciar a su protagonista máximas espontáneas tales como que “para aprender a pintar, primero uno debe aprender a beber”, o decir, entre mareado y furibundo, cosas del tipo de “sin un trago y una mujer, no puedo sostener el pincel” y “¿cómo voy a pintar si no puedo tener una erección?”.

El retrato de Ohwon que emprende Chihwaseon, el relato de su iluminación y de los tironeos del poder a los que estuvo sujeto su arte, está marcado por la mirada febril y a veces demencial de Choi Min-sik, el actor que lo interpreta y que un año más tarde encarnaría al sufrido protagonista del film Old Boy. Pero la obra que Chihwaseon ha ayudado a abrir al mundo fue probablemente menos la de Ohwon que la de su director, el veterano Im Kwon-taek. Que está considerado algo así como el padrino del cine coreano contemporáneo, pero hasta hace unos pocos años seguía inédito en buena parte del mundo. En el año 2000, antes de Pinceladas de fuego, su film inmediatamente anterior, Chunhyang, integró la competencia principal de Cannes. Con Pinceladas repitió, y esta vez se llevó el premio al mejor director (compartido con P. T. Anderson por Embriagado de amor), lo que vino a ser, al menos a escala internacional, una suerte de reconocimiento y consagración de un director insuficientemente conocido, a la hora de su película número 98.

En sus zapatos

La historia de Im Kwon-taek tiene bastante en común con muchas otras historias del cine, pero en especial con muchas otras historias de cineastas asiáticos, por lo en apariencia azaroso y por lo definitivamente prolífico de sus comienzos. Im nació en 1936, y como muchos en su país se vio obligado a peregrinar en busca de trabajo –de lo que fuera– tras la guerra de Corea. Así pasó por Pusan y, antes de mudarse a Seúl en 1956, intentó iniciar un negocio reciclando como zapatos las botas del ejército norteamericano. Un amigo que trabajaba en una compañía cinematográfica lo recomendó como asistente, trabajo en el que empezó siendo uno más de una veintena de empleados que cumplían esa función. Su única motivación en aquella época, dice Im, era ganarse la vida, pero en 1962 dirigió su primera película (Adiós al río Duman, un drama acerca de universitarios coreanos que parten para combatir a los japoneses en Manchuria) y diez años más tarde su filmografía ya sumaba casi cincuenta títulos. Como muchos otros cineastas de la industria de esa zona del mundo en aquellos años, filmaba a mansalva comedias y películas de acción y de otros géneros “populares”. Entre 1978 y 1980, a partir de su film Genealogía, dice Im, “empecé a encontrar mi propia voz”, y un año más tarde quedó finalmente prestigiado ante la crítica coreana con la película Mandala, “mi primer éxito como un director serio”. Esta segunda etapa de su cine se definiría por su relación más y más estrecha con lo específicamente coreano; como parte de una exploración crecientemente personal, y a su vez en plena conciencia de que era la única manera de competir con el cine norteamericano y de distinguir a las películas de su país de otras cinematografías asiáticas mucho más perfiladas (como la hongkonesa) en el mercado internacional.

La coreanidad

Un par de meses atrás Im participó en una protesta en defensa de la cuota de pantalla coreana (que es uno de los mayores ejemplos del mundo en lo que hace a la protección de su cinematografía nacional) frente a los extorsivos reclamos norteamericanos de reducirla como parte de un acuerdo de libre comercio con Corea. Para participar de una marcha que contaría con la presencia de varias personalidades del cine coreano, Im anunció que suspendería por varios días el rodaje de su película número cien.

Hace ya más de diez años, Im le dijo en una entrevista al especialista inglés en cine oriental Tony Rayns que “la guerra de Corea y sus secuelas han producido un enorme daño (sobre la cultura y las tradiciones coreanas), pero la incursión de las influencias occidentales en los últimos cuarenta años han sido el factor principal”. Por aquel entonces estaba estrenando Seopyeonje, su película 92, en la que abordaba un tema que comenzaba a obsesionarlo: la historia del pansori, un relato musical tradicional que a lo largo del siglo XX fue quedando sepultado en el olvido. Im homenajeó nuevamente al pansori siete años más tarde en Chunhyang, una fábula de amor prohibido entre un chico de familia noble y una cortesana. Pero todo su cine de estos últimos años, el que integra la muestra programada por la Lugones a partir del próximo jueves, está impregnado de esta expresión de “coreanidad”: también los rituales fúnebres tradicionales didácticamente señalados en Festival; así como el relato épico histórico de Las montañas de Taebak (sobre la guerra civil entre comunistas y nacionalistas a mediados del siglo XX) y los apuntes de contexto (el colapso de una dinastía) sobre los que pinta la historia de embriaguez, sexo y creación de Ohwon en Pinceladas... La cual, seguro que nada casualmente, también tiene un final oscuro; el del misterioso desvanecimiento de una gran fuente creadora.

La programación completa del ciclo Im Kwon-taek: maestro del cine coreano

Jueves 14: Ven, ven, ven, hacia arriba (Aje aje bara aje; 1989)
A las 17 y 20.30 horas (134’ - 35mm)
Viernes 15: Festival (Chukje; 1996)
A las 17, 19.30 y 22 horas (106’ - 35mm)
Sábado 16: Seopyeonje (1993)
A las 14.30, 17, 19.30 y 22 horas (112’ - 35mm)
Domingo 17: Pinceladas de fuego (Chihwaseon; 2002)
A las 14.30, 17, 19.30 y 22 horas (117’; 35mm)
Lunes 18: Las montañas de Taebak (Taebek sanmaek; 1994)
A las 17 y 20.30 horas (168’ - 35mm)
Martes 19: El hijo del general (Janggunui adeul; 1990)
A las 17, 19.30 y 22 horas (108’ - 35mm)
Miércoles 20: Perdición (Chang; 1997)
A las 17, 19.30 y 22 horas (105’ - 35mm)
Jueves 21: Chunhyang (2000)
A las 17, 19.30 y 22 horas (120’ - 35mm).

En la sala Leopoldo Lugones, Av. Corrientes 1530 www.teatrosanmartin.com.ar

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