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Domingo, 22 de octubre de 2006

PERSONAJES > EL LEGENDARIO HORACIO FERRER

Loco, loco, loco

Además de poeta, letrista y músico, siempre fue difusor del tango, autor de libros especializados, conductor de programas de radio en su Montevideo natal. Le regaló la popularidad a Astor Piazzolla, con las letras de “Balada para un loco”, “Chiquilín de Bachín”, y la opereta “María de Buenos Aires”. Defensor de las tendencias vanguardistas, hoy es presidente de la Academia Nacional del Tango: sostiene que descree de la nostalgia, apuesta al tango actual y, mientras tanto, escribe poemas que protagonizan Shakespeare y Lady Di, y una ópera sobre Dios. Ah, y vive en un hotel.

 Por Natalí Schejtman

Hace 30 años Horacio Ferrer se compró una habitación en el Alvear Palace Hotel. Ahí vive con Lulú, o “la mujer de quien yo soy el hombre”, como llama él a esta artista plástica a quien conoció hace casi 25 años. Ferrer odiaba los hoteles hasta que decidió vivir en uno y a los 73 años es un galante visitador de su lobby y de la aledaña y perfumada galería Promenade, además de un tenaz asistente al gimnasio. El personal lo mima, tiene vecinos pasajeros e ilustres y puede darse tiempo para contemplarlos, tanto como “a los buscas de siempre que van a hacer pinta, que también los hay”. Como noctámbulo confeso, ve la luz del día no antes de las 12 y no cruza la puerta sin tomar mate en la cama con Lulú. Una vida de hotel que califica de “maravillosa”.

A pesar de su pasada aversión, no es ésta la primera vez que el autor de las letras de “Balada para un loco” o “Chiquilín de Bachín” convierte el hotel en un lugar no tan transitorio y bastante acogedor. La primera fue en Mar del Plata, cerca de 1960, cuando se asentó en uno que quedaba exactamente al lado de la casa de Nonino y Nonina, y el cuento que lo llevó de su Montevideo natal a estacionarse un mes en la ciudad balnearia involucra a su otro gran amor, con quien conformaría una de las duplas más prolíficas y atendidas del tango: Astor Piazzolla. “Lo conocí en 1948, yo tenía 15 años y era estudiante en preparatoria de Arquitectura en Montevideo. Se presentó en el Café Ateneo. Cuando bajó del escenario yo lo intercepté, de hincha, y le dije: Maestro, permita que le interrumpa, usted tiene un amigo que ha dejado de enamorarse de las chicas, ha dejado de dormir de noche, ha dejado de estudiar pensando en su música. Y ese amigo soy yo”, rememora Ferrer, y se ríe de su declaración. Gracias a su insistencia, el contacto tuvo como secuela unas cartas, y cuando Piazzolla volvía en barco de París después de haber estudiado con la mitificada Mme. Boulanger, fue él quien lo esperó en la escala que hizo en Montevideo con la intención de llevarlo a cenar. Antes, sorteando un diluvio espectacular, le pidió que lo acompañara a un lugar: “Yo tenía un programa de radio donde hacía una cosa que no hacía nadie, que era analizar los estilos poéticos, musicales, dancísticos y vocales del tango. Había hecho una convocatoria de jóvenes y fundado el Club de la Guardia Nueva, una sociedad para estudiar el tango con preferencia por el vanguardista. Funcionaba en un sótano. Un lugar con vida social, se armaban parejas. La vida social es muy importante: si no hay armonía, no hay saber y no hay respeto”. Ferrer, que vestido con traje impecable y un distintivo pañuelo al cuello transpira una solemnidad nada intimidante, tiene la agraciada recurrencia de enunciar máximas de cosas inesperadas, y siempre lo hace como si las estuviera recitando en un estrado pactado más desde la complicidad que desde la autoridad, como si le tocara la palabra pero entre amigos. Entonces, así como sella la relación entre tertulia y creación, también describe con minucia el plato de comida que inventaron aquella noche lluviosa en la escala que Astor hizo en Montevideo cuando, después de recibir la ovación de los jóvenes alborotados de la Guardia Nueva, fueron finalmente a llenarse las barrigas: “Milanesas con cebolla frita arriba. El punto de la cebolla frita es lo fundamental, que quede color té con leche, y brillantita. ¡Oh! Es un plato exquisito, yo lo sigo haciendo”.

Bohemia y verso

La otra recurrencia es fundir una respuesta con el recitado de algún poema, por medio de un límite difuso debido a su oratoria tan adornada. En general, los elegidos son los que le escribió a su amigo Astor, quien después de una cena tan fructífera le dejó sus brazos abiertos para ir a Mar del Plata. Ferrer aprovecharía esa invitación al poco tiempo, luego de un romance fallido á la Romeo y Julieta con quien era a la vez su prima hermana y su prima segunda (consecuencia de padres cruzados por parentescos): “Nos decían que iban a salir deformes los hijos y para mí fue terrible. Yo quedé knock-out. Le pedí 300 pesos a mi padre, que no los tenía y los consiguió, y me fui a Mar del Plata. No me curé porque las heridas de amor no se curan, siempre quedan...”.

Si bien la confianza era cada vez mayor, no fue inmediata la sociedad artística. Casi del todo asentado en el costado argentino del Río de la Plata, Ferrer iba curtiendo los cenáculos tangueros porteños y conociendo a sus figuras más relevantes: “¡Y me daban bola! Yo había inventado algo que a ellos les gustaba, una cosa que no era frecuente. Era como un pequeño filósofo del tango. Ya conocía a Troilo, a De Caro, a Fresedo... Les interesaba mi análisis estético del tango, una mirada artísticamente desentrañadora. Porque con los mismos instrumentos una cosa suena de una manera y otra de otro y entonces resulta que hay cincuenta estilos maravillosos, que son el verdadero hacer del tango. Por qué esta orquesta tiene más valores musicales o expresivos que otra. Era un ida y vuelta: a ellos les gustaba lo que yo decía y a la vez querían contarme más cosas de sus propios estilos”. Pero mientras se consolidaba como especialista —por esos años publicaría su libro El tango. Su historia y evolución— y como potente difusor, todavía guardaba inéditos sus poemas. Sus textos, cuenta, tenían demasiado olor a Rubén Darío y no lograba que alguna parte de su frenesí tanguero se colara en la hoja: “Un día dejé un empleo y me quedé sin trabajar y aproveché ese mes para escribir un poema por día. Ahí me salió todo lo que yo quería hacer... Del fondo de las cosas y envuelta en una estola de frío, con el gesto de quien se ha muerto mucho, vendrá la última grela, fatal, canyengue y sola, taqueando entre la pampa tiniebla de los puchos...¡Eso es lo que yo quería! ¡Eso es lo que yo quería hacer!”, grita Ferrer, golpeándose el pecho emocionado cuando recuerda esos versos de "La última grela". Una vez editados los más de 30 poemas, le mandó el libro a Troilo y a Piazzolla: “Astor me dijo: ‘Vos hacés en la poesía lo que yo hago en la música. Vos y yo tenemos que trabajar juntos’”.

“Yo creo que el tango va a evolucionar hacia una cosa más abstracta y más loca, más despelotada, menos prolija. Más despeinado va a estar todo.”

Como primera ocurrencia, Astor quiso hacer un musical de teatro “un West Side Story (Amor sin barreras). Pero salió María de Buenos Aires, el drama de una errante prostituta porteña que deambula entre la vida y la muerte y fue estrenada humildemente en 1968 en Buenos Aires y reestrenada a todo trapo en París en 1987, para nunca dejar de girar. En verdad, antes del primer pequeño estreno hubo uno todavía más íntimo. Fue en Montevideo, en el marco de unas decimonónicas reuniones a las que Ferrer asistía con sus amigos trasnochadores: “Se llamaba La Lunera, lo hacíamos los lunes para endulzar el día más amargo de la semana. En esa rueda yo le leí a Piazzolla el primer acto de María de Buenos Aires y quedamos felices. En Buenos Aires no se pueden hacer este tipo de reuniones porque las distancias son mucho más grandes, a la gente a la noche le cuesta mucho volver a su casa. ¡La bohemia no tiene auto! A lo sumo tiene bicicleta, o monopatín...”, se ríe Ferrer.

Piazzolla y después

Ferrer es el letrista de los tangos más conocidos de Piazzolla, esos que viajan desenfrenadamente por el mundo y son traducidos a idiomas impensados. Todos ellos estarán presentes en el espectáculo De Piazzolla y Ferrer, con la presencia de Amelita Baltar (otra fija dilecta del astro), José Angel Trelles y la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Ferrer está feliz con la idea del espectáculo (del empresario Carlos Biancalana), y se prepara para recitar sus poemas. Pero si todo podría indicar una tendencia nostálgica hacia sus años de juventud, él, a pesar de almacenar detalladas anécdotas de la escena tanguera de los años ‘50 y ‘60, de las tertulias etílicas con sus ídolos, a pesar de haber sido parte de una generación muy sólida como tal y pletórica de nocturnos vasos comunicantes, y a pesar de que extraña mucho a los amigos que ya se murieron, ratifica lo lejos que quiere estar de la eterna añoranza del pasado: “Pobre del que no tenga recuerdos, pero no hay que meter pedazotes de pasado en el medio del presente. No extraño esa época porque ya la viví, y molesta lo que estoy viviendo ahora. Si yo tengo que amar a Lulú como la amo pensando en todas las que amé, estaría dañando este amor tan maravilloso”. Esta actitud va más allá de su intimidad e invade la mirada sobre el creciente interés que viene despertando el tango. Tan es así que no sólo halaga la calidad de la “la industria turística” que lo hace show, sino que se muestra muy al tanto de la producción de los jóvenes en circuitos pequeños y hasta participó en un video clip de la banda de rock Bangladesh, que hizo un cover de Balada para un loco. “Todo eso me encanta. Mezclarme con gente mayor y menor. No soy sectario para nada. Eso de ‘todo tiempo pasado fue mejor’... ¡horror de los horrores!”.

En su momento, las letras de Ferrer fueron festejadas como innovadoras y multidimensionales. Ahora, como presidente de la Academia Nacional del Tango, es su turno de mirar a la generación que está lanzándose y pronostica con entusiasmo: “Yo creo que va a evolucionar hacia una cosa más abstracta y más loca, más despelotada, menos prolija, más despeinado todo”. En definitiva, son las nuevas generaciones las encargadas de resignificar todo un mundo de arrabales, compadres y minas que se van. Ferrer indaga en esa dirección: “El arrabal de hoy está poblado por la cumbia villera. Lo que pasa es que no tiene el refinamiento de esos arrabaleros toscos y maravillosos que inventaron al tango. La cumbia villera es verdadera, pero no me parece que vaya a hacer una gran campaña a lo largo de la historia”. Pero además, insiste en ampliar la definición de tango: “Tiene de todo: la reflexión madura, la ordinariez, la vulgaridad, el pensamiento filosófico y paisajístico, lo humorístico, lo teatral, lo satírico. Siempre existe todo eso. La libertad es uno de los puntales del tango, un puntal no estético sino ético, pero que después determina la amplitud estética. Ser libre, qué misterio... Ser libre. Ya en su vientre mi madre me decía: ‘ser libre no se compra ni es dádiva o favor’. Yo vivo del hermoso secreto de esta orgía: si polvo fui y al polvo iré, soy polvo de alegría y en leche de alma preño mi libertad en flor. ¡Ah! ¡Cómo me gustó escribir eso!”.

Tango y Dios

Mientras resuelve vicisitudes de la Academia (lugar de reunión, de conciertos, de formación y de respaldo a otras fundaciones) y no se pierde el seguimiento de sus obras ciudadanas del mundo, Ferrer sigue escribiendo y tiene llamativos proyectos. Uno de ellos es el libro de poemas, casi terminado, que se llama Shakespeare es mío. Cuenta dos de sus poemas: en uno, Shakespeare, Hamlet, Feste y Falstaff forman un cuarteto para cantar: “El que toca el instrumento es el loco Feste, el trovador, y Falstaff pone la bohemia y esa filosofía brutal sobre la vida. Forman un cuarteto que... anticipa a los Beatles. Y van a cantar Yesterday, pero se va a transformar en Tomorrow”. En otro poema, Lady Di le reprocha a Shakespeare no haber vivido lo suficiente para hacer su propia tragedia. Por otro lado, Ferrer está pensando una ópera del todo ambiciosa: va a tratar sobre Dios y estará basada en el cuadro tríptico de El Bosco El jardín de las delicias: “Va a ser una ópera coral. Yo soy muy rápido para escribir, pero quiero pensar mucho antes. Va a tener tango, música sacra, música de circo y música de murga”. Ferrer se entretiene imaginando ideas diversas de Dios y va y viene con proyecciones, fantasías y ensoñaciones. El parece seguir fiel a una máxima máxima, la que aplica para el trabajo, pero también para el resto de sus actividades, y ésa que seguramente es muy responsable de su vitalidad: “¡Hay que divertirse! Es así”.

De Piazzolla y Ferrer se presenta el 3 y 4 de noviembre en el Luna Park, Bouchard 465

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“A Astor lo conocí en 1948, yo tenía 15 años y era estudiante en Montevideo. Se presentó en el Café Ateneo. Cuando bajó del escenario le dije: ‘Maestro, usted tiene un amigo que ha dejado de enamorarse, ha dejado de dormir de noche y de estudiar pensando en su música. Y ese amigo soy yo’.”
Imagen: Nora Lezano
 
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