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Domingo, 11 de febrero de 2007

ENTREVISTAS > EL LEGENDARIO ROBIN WILLIAMSON, GURú DEL FOLK Y EL HIPPISMO

El extraño del pelo largo

En los ’60, su banda era considerada un faro: los Rolling Stones los invitaron a formar parte de su sello, Paul McCartney eligió su disco como el mejor del ’68, Silvio Rodríguez decidió dedicarse a la música cuando los escuchó y Caetano Veloso cayó a sus pies. Cuarenta años después, Robin Williamson levantó el teléfono en su Gales natal y habló con Radar de aquellos años en que volaron el marco de la puerta de la percepción, del disco solista que está sacando por estos días en la Argentina y de todo lo que pasó y quedó en el camino.

 Por Martín Pérez

Con mucho frío, lluvia y viento. Así es como suele ser el clima invernal de Gales en esta época del año, y así es como está el mundo que rodea el hogar de Robin Williamson por aquellas latitudes. ¿Y el cambio climático? “Aún no se nota tanto”, ironiza a través de la línea telefónica el ex integrante de la Incredible String Band en un cuidado idioma inglés, y su voz suena firme y amigable a la vez. Y agrega: “Hay demasiada agua en el mundo, espero que eso termine balanceándolo todo”.

Allá lejos y hace tiempo, cuando el mundo pareció ser casi como el Jardín del Edén –estamos hablando de los años ’60, claro–, Williamson fue uno de sus profetas. Empezando su carrera a mitad de camino entre el legado de sus ancestros celtas y su fanatismo por la escritura automática de los beatniks, con su grupo (y codo a codo con el otro líder nato de la Incredible, Mike Heron), Williamson llevó al folk hasta sus límites, y le incorporó sonidos –e instrumentos– atípicos y exóticos, al punto de que el término aldea global se utilizó por primera vez en una reseña de un concierto de la Incredible en Nueva York a mediados de los ’60. “Es que, antes del moog, la única forma de incluir sonoridades diferentes en la música era usando instrumentos exóticos”, explica Williamson, el cantante dueño de una voz mágica, que sedujo a tantos de sus colegas.

“Si uno no canta como Williamson cuando tiene 18 años, nunca lo hará”, declaró recientemente Robert Plant, el cantante de Led Zeppelin, fan confeso del grupo. “Robert siempre fue muy generoso en sus declaraciones sobre mí”, casi se disculpa Robin. Pero: ¿a qué se refería Plant? ¿Cómo era aquella voz de Williamson? Al escuchar la pregunta, se produce un pequeño silencio de duda, incredulidad, o tal vez apenas un poco de vergüenza al tener que hablar de sí mismo. Pero la respuesta finalmente llega: “Creo que se refería a que tenía mucha decoración. Como si estuviese todo el tiempo entre la tradición de los cantantes irlandeses y la de la música de la India”.

Aquella voz aún se puede disfrutar en los discos más clásicos de Incredible String Band, como el fantástico The Hangman’s Beautiful Daughter, el tercer álbum del grupo, que increíblemente alcanzó el top 5 en Inglaterra casi sin que sus temas sonasen en la radio. Todo, absolutamente todo –la declaración de Plant, el que no sonasen en la radio e incluso el que el mundo hippie estuviese fascinado con ellos–, se comprende escuchando el tema “Witches Hat”, por ejemplo. Mucha agua pasó bajo el puente desde aquel disco hasta The Iron Stone, el flamante álbum por el que Williamson está atendiendo este llamado telefónico desde Buenos Aires. “Antes las palabras fluían como el agua”, recuerda Robin. “En este nuevo disco, las palabras ya estaban escritas desde antes. Lo que fluyó fue la música, que en muchos casos está improvisada”.

LA PIEDRA DE HIERRO

Aquella voz mágica –o lo mucho que queda de ella cuatro décadas más tarde– se deja escuchar generosamente en The Iron Stone, el tercero de los discos que Robin Williamson ha ido editando en la discográfica ECM. El primero, The Seed-at-Zero (2000), estaba basado en poemas de Dylan Thomas. Para el segundo, Skirting the River Road (2002), el eje fueron William Blake y Walt Whitman, pero Robin ya incluía textos propios. Y si bien The Iron Stone recorre versos clásicos de Walter Raleigh y Ralph Waldo Emerson, así como varios ejemplos de música folk tradicional, la obra de Williamson está aún más presente. De hecho, el título del disco es un claro guiño para los fanáticos de su antigua banda, que no son pocos: The Iron Stone es también el nombre de un tema del grupo, incluido en el disco, al igual que “The Yellow Snake”, también de la Incredible y también compuesto en 1968. “La verdad que fue un tema que apareció solo cuando estábamos tocando, ni se me ocurrió pensar en eso cuando lo grabamos”, explica Robin. “Estábamos improvisando, apareció ese tema... ¡y quedó!”

Durante los quince tracks de The Iron Stone –el primero de sus tres discos para ECM en distribuirse por estas pampas–, la voz de Robin Williamson lo domina todo, ya sea recitando o cantando. También suena su arpa celta, entre tantos instrumentos que son su responsabilidad (como la flauta china), pero el trío que lo acompaña es todo un lujo. El multiinstrumentista sueco Ale Moller toca la mandolina, y el hijo del respetado Joe Maneri, Mat, está a cargo de la viola. Los dos son habitués en el elenco de ECM, pero el que más se destaca es el que completa el trío, el legendario contrabajista Barre Phillips. Nacido en 1939, Phillips se inició con Ornette Coleman, pero en el ’60 estaba en Nueva York formando parte de la nueva ola del free jazz más rabioso de la época a las órdenes de Archie Sheep. Como curiosidad se puede mencionar que llegó a grabar un disco junto a David Allen (ex Gong), pero terminó convirtiéndose más tarde en uno de los nombres importantes de la escena de jazz europeo durante los años ’70 y ’80.

“Lo que más me gusta del disco es su espontaneidad”, apunta Williamson. “Vamos a salir a presentarlo tocándolo en vivo en marzo en algunas ciudades de Europa”, adelanta, y se interrumpe cuando recuerda que, bueno, la Argentina queda bastante lejos de Europa. Se disculpa en un trabajoso aunque sorprendente castellano. “Es que tengo algunos amigos mexicanos”, explica. Y señala con educación que el tema que abre el disco, en el que recita una fábula de su autoría llamada “The Climber”, tiene varios puntos en contacto con la obra de Jorge Luis Borges. En ella se cuenta la historia de tres hermanos, hijos del gran escalador –el the climber en cuestión–, que cumplen el deseo final de su padre y trepan juntos hasta perderse entre las nubes. Los dos hermanos más viejos perecen en el intento, pero el más joven logra alcanzar su objetivo y descender hasta su ciudad natal. Pero las mujeres sabias de su pueblo leen en su rostro que nunca volverá a trepar otra vez.

¿No hay un eco de lo que quedó de aquellos años ’60 en esa extraña fábula? Después de todo, ya no hay en el rock contemporáneo escaladores que trepen tan alto, que arriesguen tanto. “No sé qué quiere decir esa fábula. Pero es por eso que me gusta, como me gustan los cuentos de Borges. Porque tienen muchas interpretaciones posibles.”

LAS PUERTAS DE LA PERCEPCION

Aunque Williamson asegura que prefiere concentrarse en el presente antes que en el pasado, es imposible evitar que el tema aparezca todo el tiempo durante la charla. “Me estoy poniendo muy viejo, así que hay un montón de pasado del que hablar”, bromea. Pero explica que, cuando se habla de los ’60, todo el mundo se refiere a Vietnam o a la psicodelia, pero que las cosas que quedaron de aquella época fueron conceptos como el de la ecología, la liberación de la mujer, el cambio en la educación, el respeto a los niños. Cosas que hoy son de todos los días, pero entonces eran parte de esa revolución. “Es verdad que por aquellos días creímos que el mundo cambiaría para siempre”, confiesa. “No sólo se abrieron las puertas de la percepción sino que voló el marco de la puerta y también las paredes. Pero muy rápidamente todos se dieron cuenta de que ese sueño no iba a ser posible, llegó el cinismo y nada cambió. Bueno, algunas cosas sí. Como por ejemplo ese concepto de pensar en el mundo como un todo.”

En su fascinante libro de memorias White Bicycles, subtitulado como “Haciendo música en los ’60”, el productor Joe Boyd advierte que a los lectores más jóvenes seguramente les será difícil creer que Incredible String Band fue una banda venerada por los Rolling Stones –que los tentaron para formar parte de su sello–, por Paul McCartney –que eligió Hangman’s como el mejor disco de 1968– e incluso por Caetano Veloso y Silvio Rodríguez. El cantautor cubano le confesó al propio Boyd que fue escuchando un casete pirata del primer disco del grupo, mientras se recuperaba en una cama de un hospital militar de una herida de bala recibida durante su instrucción, cuando decidió que se dedicaría a la música. “La historia ha dictaminado que la ISB carece terminalmente de onda, identificándola para siempre con un mundo folk lleno de incienso y de cuelgue”, escribe Boyd. “Los Beatles usaron flores durante un corto período, pero son más recordados por los trajes de su primera época, o por el final en la terraza de Let it Be. Mike y Robin representan los aspectos de los años ’60 que sus sobrevivientes encuentran más vergonzosos.” Ante ése y otros comentarios del libro de Boyd, Williamson responde muy brevemente. Sin sequedad, pero sin querer decir tampoco demasiado: “El libro me pareció fascinante, pero hay cosas que yo recuerdo de otra manera”. ¿Qué cosas? No lo dice. Pero eso sí, aclara, le encantaron las fotos: “¡Ah, esos pelos y esos colores!”.

Sin embargo, aquellos tan hippies años ’60, lejos de seguir dando vergüenza, parecen estar viviendo una suerte de revival impulsado por una nueva generación dentro del mundo de la música internacional. El año pasado, un contemporáneo de Williamson como Bert Jansch editó un nuevo disco, The Black Swan, y casi obligatoriamente pasó a formar parte de las listas de los mejores del año en Gran Bretaña, cuando en otra época sólo hubiese sido consumido por unos pocos entendidos. Una leyenda como la cantante Vashti Bunyan, que sólo había grabado un único disco, fue rescatada del olvido y volvió a grabar 35 años más tarde, acompañada por Devendra Banhart, el nuevo hippie que mejor representa este revival. Pero Williamson parece estar completamente al margen de este regreso de los ’60. “No escuché la música de Banhart, y con Bert nos seguimos viendo, pero tampoco escuché sus últimos discos”, explica Robin. “Y yo grabé en el disco original de Vashti, pero no conozco este nuevo, del que todo el mundo me habla.”

Sin embargo, Williamson no parece haber cambiado demasiado con respecto a aquellos tiempos, a juzgar por la música que se escucha en su último disco. “No te creas, ya no soy tan ingenuo”, apunta. “Pero en lo que no cambié es en que sigo pensando que estar vivo es un misterio. No creo que nadie entienda realmente lo que significa. Sigo pensando que estamos en el medio de un viaje mágico y misterioso.”

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“Es verdad que por aquellos días creímos que el mundo cambiaría para siempre. No sólo se abrieron las puertas de la percepción sino que voló el marco de la puerta y también las paredes. Pero enseguida todos se dieron cuenta de que ese sueño no iba a ser posible y llegó el cinismo. Pero al menos quedó, por ejemplo, ese concepto de pensar en el mundo como un todo.”
 
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