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Domingo, 18 de marzo de 2007

MúSICA > VUELVE ARCADE FIRE

En llamas

Cuando sacaron su primer disco, Bono, David Bowie y Chris Martin de Coldplay se trenzaron en una amable discusión
para dirimir quién de ellos era el que había descubierto a “la banda más grande de la historia”. Ahora, en su segundo
disco, Bob Johnston –legendario productor de Bob Dylan y Leonard Cohen– dice que hay “dos o tres canciones mejores que cualquiera de Lennon”. Se llaman The Arcade Fire. Son de Canadá. Vale la pena buscarlos.

 Por Rodrigo Fresán

Mientras yo escribo esto, el septeto canadiense Arcade Fire se apresta a presentar sus nuevas canciones en alguna iglesia de por ahí antes de la llegada de los festivales del verano y de los escenarios más grandes y descubiertos. Canciones sobre la inminencia del Apocalipsis global y la certeza de los armaggedones íntimos. Oiganlos tronar, rayos y centellas, santos y pecadores, y la voz poseída y jorobada del texano Win Butler –una mezcla de David Byrne y Nick Cave– trepando por el campanario para colgarse de las campanas, predicando un “No quiero luchar en una guerra santa / No quiero vivir más en América” e impulsada por órgano, acordeón, glockenspiel, alucinados coros celestiales, hurdy-gurdy, panderetas, tímpanis, mandolinas, acordeones, ukeleles, címbalos, un primitivo sintetizador Moog, xilofón, violines, cornos y lo que venga.

Y si el tan alabado Funeral de hace tres años se ocupaba de los consuelos tribales frente a lo inevitable de la muerte, entonces este Neon Bible –título que se les ocurrió sin saber que ya era el de una novela adolescente escrita por el suicida John Kennedy Toole antes de La conjura de los necios– parece revelar que el consuelo dura poco, que Dios ha muerto, y que después de esa luz blanca al final del túnel no hay otra cosa que habitaciones vacías donde, seguramente, no se escucha la música de Arcade Fire. Esa música donde todos tocan todo, donde no existen roles fijos ni instrumentos reservados, y donde son ellos los que se producen porque sólo ellos saben cómo tiene que sonar su sonora música. Así que mejor oigámosla –seamos felices– mientras estamos aquí.

DE PIE Si se ignora –injustamente– el EP titulado Arcade Fire y rebautizado por sus fans como Us Kids Know (editado por la banda en 2003 y relanzado en 2005 y donde se encuentra la exquisita “My Heart is an Apple” y la primera versión de “No Cars Go”; Butler ruega despreciar los piratas 2001 Demos, donde se puede oír al primer y efímero Arcade Fire texano antes de la mudanza, y el Arcade Fire Christmas Album, grabado en un living navideño) entonces Neon Bible viene a ser algo así como la Segunda Venida y uno de los álbumes más esperados de este año. Recuerden, fue en 2004 cuando Funeral –con sus canciones-relatos de niños perdiéndose en la nieve para vivir como salvajes domésticos mientras los matrimonios de sus padres se derretían para siempre y los amigos se morían a montones– se convirtió primero en un fenómeno de culto para, casi enseguida, trepar a alegre y promocionada discusión entre Bono, David Bowie y Chris Martin de Coldplay para dirimir quién de ellos era el que en realidad había descubierto a “la banda más grande de la Historia”.

Enseguida, la portada del Time canadiense, ganadores en todas las encuestas, canción en la serie funeraria Six Feet Under (ese gran single que es “Cold Wind”), invitados al show de David Letterman, su “Wake Up” como música de fondo para abrir –en directo o grabada– la última macro-gira de U2 y actuaciones por festivales internacionales y ahí los vi yo, en Barcelona, cantando y girando y golpeándose entre ellos como en el más eufórico y sacro de los arrebatos. Conciertos que son más que conciertos y a los que definen como “nuestro mensaje; porque no tenemos nada que decir salvo aquello que se encuentra en nuestra música”.

Y esa más oscura de las euforias y el cantar en lenguas se continúa en este portentoso Neon Bible que no decepciona y al que la única crítica que se le puede hacer es su desmedida pero cumplidora voluntad de ser tan... tan... portentoso. Si Funeral era un disco para deudos de cementerio, Neon Bible es para zombies de estadio. Una intensidad casi adolescente en letras ideales para lobos esteparios y guardianes entre el centeno pero madura y creativa y por encima de toda épica en lo musical. Un estruendo que recuerda, bizarramente, un poco al Springsteen más temprano pero que, mientras aquél se decía nacido para correr, éstos se afirman nacidos para arrastrarse mientras el mundo entero se derrumba y, sí, se extraña un tanto el humor davidlynchiano de Funeral y, por supuesto, ya comienza a hablarse de otra mejor banda de la Historia Made in Montreal –ese nuevo Seattle– respondiendo al nombre de The Besnard Lakes. Buena suerte a ellos.

Neon Bible –ya desde el arranque de “Black Mirror” con reminiscencias de The Velvet Underground, o esa parodia dark a The Beach Boys que es “Black Wave/Bad Vibrations”, o la emocionante gótico-mariachi y muy Bad Seeds “Ocean of Noise”, o la cyber-retro “The Well and the Lighthouse”– es uno de esos discos tan redondos que marean cuando se los escucha por primera vez pero que, enseguida, se vuelven familiares y amigos y seres muy queridos que no cansan ni dan ganas de pedirles que vuelvan a sus casas. De ahí que el temor magnífico e inicial que provoca la antibélica “Intervention” –“Trabajando para la iglesia mientras tu vida se hace pedazos”, casi aúlla Butler sobre un tsunami de órgano eclesiástico– enseguida se convierte en gozo extático sin que esto nos permita olvidarnos de ese miedo debutante que sentimos la primera vez que entramos a una catedral y vimos a toda esa gente sangrando en los altares.

DE RODILLAS Y buenas noticias y aleluyas: si Funeral recordaba tantas cosas buenas, este Neon Bible (compuesto –con la excepción de la remozada “No Cars Go” sonando ahora muy Prefab Sprout– en la carretera y luego de un bloqueo inspiracional que les hizo temer lo peor a Butler y a su esposa Régine Chassahne, la chica que hizo que, por amor, Butler se mudara a Canadá) recuerda, más allá de detalles puntuales y buscados, pura y exclusivamente a Arcade Fire. A la banda multi-referencial que se compró una iglesia abandonada en un pueblo de Québec y que, desde allí, ha sabido cómo hacer que todos los guiños e influencias jueguen a su favor y que, reprocesados, parezcan materia nueva y original. Hay que tener talento para eso, el mismo talento que tienen otros “popciclopedistas” como Neil Finn, Badly Drawn Boy o Beck.

Y todo inspirado en el mercurial sonido del legendario productor y septuagenario Bob Johnston. El de Dylan en Highway 61 Revisited y Blonde o Blonde, el de Leonard Cohen en Songs from a Room y Songs of Love and Hate y a quien fueron a visitar, a pedirle su bendición, a tocarle canciones que a Johnston le encantaron llegando a comentar que “dos o tres de ellas son mejores que cualquier cosa que haya hecho John Lennon”. Neon Bible es dylanesco en “(Antichrist Television Blues)” donde, en una casi reescritura de “Maggie’s Farm” se oye un “No sé qué voy a hacer / Porque los aviones se la pasan estrellándose siempre de dos en dos” y en “Keep the Car Running”, y coherente en la perfecta “Windowsill” y en “Neon Bible”; pero es flamígero y arcadiano en cada uno de sus sanguíneos cortes hasta alcanzar una suerte de liberación resignada con ese lamento final que es “My Body is a Cage”, la primera de las nuevas canciones que compusieron Butler y Cassagne, la canción que rompió el hielo de la sequía y que dio luz a este sermón de luz advirtiendo de la llegada de las tinieblas. Explicó Butler: “Las canciones de Neon Bible salen de las pesadillas que nunca he dejado de tener desde que soy niño y en las que figuras tenebrosas me persiguen y me alcanzan. Y que ahora se traducen en la presencia de alguna extraña organización gubernamental o fuerza invisible que yo no comprendo y que siempre me produce un temor insoportable. Estas sensaciones privadas, que siempre me fueron tan familiares en mis sueños, de un tiempo a esta parte han comenzado a resonar, cuando estoy despierto, en el mundo en que vivimos todos. Y hay pocas cosas más raras que sentir, con los ojos abiertos y en todas partes, lo mismo que hasta hace poco sólo sentías dormido y en tu cama”.

Butler ha definido a Neon Bible como “el sonido de estar parado junto al océano de noche”. De ser así, de rodillas, aquí van estos himnos para escuchar, soñando insomnes, mientras se espera la llegada de la primera última ola y, de pronto, se comprende que en el Paraíso también hay fuegos eternos, y que está bien que así sea.

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