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Domingo, 27 de mayo de 2007

MúSICA > TRAVIS: A FAVOR O EN CONTRA

El buen nombre

Paul McCartney peregrinó hasta la puerta de la casa del cantante para expresarle su admiración. Elton John comparó su disco anterior con el Revolver de los Beatles. Chris Martin no para de reconocer que Coldplay –y muchos de las nuevas bandas neosensibles– no existirían sin ellos. Y hasta la misma crítica supo elogiarlos hace un par de discos. Entonces, ¿por qué está de moda odiar a Travis?

 Por Rodrigo Fresán

¿Por qué será que el periodismo rock y sus alrededores suelen burlarse o despreciar o directamente odiar a Travis? ¿Por su inequívoco aspecto de buenos chicos escoceses? ¿Porque eligieron como nombre –luego de un breve período como Running Red y el beatlesco Glass Onion– el del protagonista de París/Texas? ¿Porque sus crisis existenciales y casi separatistas no pasan por el sexo y la droga y el ego and roll sino por la muerte de un abuelo o porque uno de ellos casi se rompe el cuello al zambullirse de cabeza y sin darse cuenta en una pileta casi vacía? ¿Porque sus impecables canciones suelen gozar de la melancólica madurez adolescente, de la potente fragilidad que también tienen “Don’t Think Twice It’s All Right”, “Norwegian Wood”, “Homeward Bound”, “Canción para mi muerte”, “Voglio Vederti Danzare” o “Miss Misery”? ¿Porque nada les interesa menos que ser y sonar como Radiohead por más que compartan al productor Nigel Godrich? ¿Porque en su logrado pero tentativo debut, Good Feeling (1998, producido por Steve Lillywhite) tienen una canción llamada “Happy” que es tan pero tan feliz de llamarse así y donde, a la altura del estribillo, casi se grita que “Soy tan feliz porque eres tan feliz”? ¿Porque vendieron mucho a pesar de ser acusados de blandengues? ¿Porque sus videoclips son divertidos e inteligentes al mismo tiempo? ¿Porque sus conciertos –los vi en Barcelona hace unos cuantos años, volveré a verlos en junio– son cosa seria y revelan a cuatro tipos que suenan y saltan con una energía pasmosa mientras tocan esas canciones supuestamente delicadas? ¿Porque se consagraron ante una multitud enloquecida cuando, en el Glastonbury Festival de 1999, justo se puso a llover cuando sonaban los primeros acordes de ese triunfante himno perdedor que es “Why Does It Always Rain on Me”? ¿Porque los descubrió el legendario Niko Bolas? ¿Porque en un principio fueron apadrinados por Oasis? ¿Porque alguna vez el mismísimo Paul McCartney peregrinó hasta la casa de Francis Healy –líder y songwriter de la band– para declararle su incondicional admiración? ¿Porque Chris Martin no deja de repetir una y otra vez que de no ser por Travis hoy no existiría Coldplay? ¿Por ser los “culpables” de abrirles la puerta a los Nuevos Sensibilistas como los ya mencionados Coldplay, Keane, Snow Patrol, Aqualung, etc.? ¿Porque se atrevieron con un formidable cover del “Baby One More Time” de Britney Spears? ¿Porque los créditos de agradecimientos de sus discos son casi tan largos como la lista telefónica de un pueblo tamaño medio de las Highlands? ¿O porque cada uno de sus trabajos hasta la fecha –incluyendo a este quinto álbum titulado The Boy with No Name– desbordan grandes y sensibles y tan pegadizos temas?

Señas personales

Vaya uno a saber... El caso es que la situación no cambia y no parece que vaya a cambiar y así, la brevísima crítica (tres estrellas sobre cinco) que la revista Uncut le dedica a The Boy with No Name en su último número luego de un “Aquí están de vuelta en la tierra de los coros soleados y alegres” y cierra con un condescendiente: “Un adorable álbum en más de un sentido, pero tan ligero como una pluma”.

Y tampoco se modifica lo que suele decir Travis a la hora de tener que salir un nuevo opus. Cosas como “No tenemos que andar disculpándonos por hacer canciones agradables” o “Sí, somos románticos... ¿algún problema?” o “De acuerdo: es más de lo mismo pero es lo que nos gusta”.

Lo que permite señalar ciertos matices porque –a diferencia del anterior y un tanto oscuro 12 Memories, comparado por Elton John con Revolver y salpicando la buena onda habitual con canciones sobre la violencia doméstica (“Re-Offender”) o sobre la política de Blair en cuanto a Irak (“Peace the Fuck Off” y “The Beautiful Occupation”, esta última celebrada hasta por el agonista profesional Thom Yorke)– de lo que aquí se trata es de regresar a sus indiscutibles dos obras maestras: The Man Who (1999) y The Invisible Band (2001), sendos ganadores de premios BRIT al disco del año, también merecedores de dos prestigiosos trofeos Ivor Novello, y desbordantes de hits sobre enamorarse, pelearse, reconciliarse, tener hijos y vuelta a empezar.

The Boy with No Name (bautizado así porque Healy y su mujer Nora demoraron lo suyo en encontrarle apelativo y marca registrada a su bebé, a quien está dedicada la tierna “My Eyes”, y quien durante unas cuantas semana respondió, apenas, al apelativo de “El chico sin nombre”) vuelve a insistir con esa gráfica tan Travis en su portada: la banda fotografiada muy al fondo y casi devorada por un paisaje que alguna vez fue un campo nevado, luego el inmenso árbol de un bosque y, ahora, la terraza de un edificio de una metrópoli. Y Travis –más allá de invitados como Brian Eno o KT Tunstall– vuelve a insistir con el sonido Travis: la voz suave de Healy, las guitarras cristalinas, los estribillos perfectos, las melodías tan implacables como las de las cajitas de música, la glorificación del vals pop y, de entrada, por lo menos, cuatro obras maestras en las que Healy canta mejor que nunca. Cinco canciones redondas que seguramente serán más a medida que la cosa siga girando. “Closer”, “Big Chair”, “Battleships”, las guitarras Blonde On Blonde con la lírica-de-personaje à la Kinks en “Selfish Jean” y esa encendida oda a la bohemia del ayer que es “New Amsterdam” a Basquiat, Truffaut, Dylan, De Niro, Wenders, Scorsese, la Chica del Adiós y el amanecer de un nuevo día. Canciones de las que muchos renegarán en público pero, seguro, escucharán a escondidas y con la luz apagada.

Rasgos de identidad

Y el video de “Closer” que es otro gran video de Travis y que, de algún modo, dice muchas cosas entre líneas y escenas como alguna vez comentaron aquel de la cena descarrilada estilo La fiesta inolvidable, o el del ovni, o el del pueblo de las mujeres embarazadas, o el del lago, o el de las flexiones al anochecer o aquel otro con los cuatro miembros de la banda agarrándose a patadas en escenarios y camerinos.

En el de “Closer”, los cuatro chicos son empleados de un supermercado cuyo ritmo zombi alteran poniéndose a tocar entre las góndolas para inútil indignación del manager supervisor del lugar interpretado por el comediante Ben “Zoolander” Stiller. Hay que decirlo: es una canción preciosa que parece fluir más allá de todo tiempo y espacio y época y moda. Y, al sonar por los altoparlantes, Travis parece estar confiándonos: “Ya, claro, total van a decir que lo que hacemos nosotros es muzak... Así que lo decimos primero nosotros riéndonos de todos los se ríen de nosotros. De los que se ríen con los dientes apretados por la furia, claro”.

“Más cerca, más cerca... Apóyate en mí ahora, apóyate en mí ahora...”, susurra Healy en la canción. Y todos bailan lento entre latas y carritos y cajas registradoras.

Después, más adelante, en “Colder”, Healy confiesa: “Estoy enamorado de todos”.

Y no queda otra que creerle.

Y –a propósito– Fran y Nora Healy ya se decidieron: el chico tiene nombre y se llama Clay.

Buen nombre.

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