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Domingo, 17 de junio de 2007

CHRISTOPHER HITCHENS

El sitio de Paris

 Por Christopher Hitchens

Hay una enorme puerta trampa esperando para abrirse bajo cualquiera que sea crítico de lo que se llama “cultura popular” o (para redefinir el sujeto) cualquiera que se sienta incómodo con la sistemática y masificada cretinización de los medios masivos. Si uno denuncia una cobertura excesiva, se está sumando al exceso. Si se muestra incluso un pequeño conocimiento del tema, se traiciona el interés en algo que uno querría denunciar como poco importante o irrelevante.

Algunos escritores tratan de abarcar todo, haciendo sus columnas al mismo tiempo “relevantes” y “contemporáneas” mientras siguen manifestando su autoproclamada superioridad. Entonces –y parafraseo apenas– “mientras nos obsesionamos con Paris Hilton, la gente de Darfur sigue muriendo”.

Y ahora aquí voy, aclarándome la garganta con lo anterior antes de decidir hacer algo que creí nunca iba a hacer: escribir sobre Paris Hilton. Y aún más, no elijo escribir sobre ella como metáfora o significante, sino como sujeto, escribo sobre ella a secas. En algún punto durante estas últimas semanas, me pareció que éramos testigos de una pequeña pero importante injusticia. Esos titulares celebratorios y glotones que mostraban a una chica llorando en su vuelta a la cárcel me dieron náuseas. Entonces, ¿finalmente consiguieron que la chica llorara en cámara? ¿Están contentos ahora?

No me importa admitir que yo también he visto a Paris Hilton haciendo el acto sexual. Lo expongo con tanta crudeza porque fue una de las secuencias menos eróticas que vi en mi vida. Parecía saber lo que se esperaba de ella y manifestaba una experiencia ganada, pero yo podría haber creído que estaba drogada. En ningún momento la expresión de su rostro equivalía siquiera a un simulacro de hacer el amor. (Kingsley Amis, un genio en estas cuestiones y ciertamente no un puritano, una vez capturó la experiencia combinada de lo sórdido y lo ilícito al decir que, incluso aunque quería que un espectáculo siguiera adelante, también quería que se detuviera.)

Así que ahora una joven sabe que, dondequiera que vaya, esto es lo que ve la gente, y de esto se ríe. No hay un jirón de privacidad relacionado a su nombre. Pero esto termina siendo sólo el preludio. Supuestamente no enterada de que su licencia de conducir seguía suspendida, resultado de haber sido hallada con aliento a alcohol, también descubre que su majestad la ley no le dará un respiro. Evidentemente, con tanta falta de propósito y tanto descontrol como el que ella ha demostrado, es arbitrariamente condenada a prisión, liberada con un pretexto igualmente leve y –aquí viene el fragmento hermoso– sujeta a una rutina del gato y el ratón que la manda a prisión de vuelta. En este punto, llora pidiendo por su madre y exclama que “no es correcto”. Y entonces comienza el verdadero despellejo.

En Toronto, donde yo estaba el día que importa, el diario The Sun cubrió su portada con la foto del rostro de Paris Hilton bañado en lágrimas bajo el duro titular: “Llorona”. Yo no quería ver esto en absoluto pero, ¿qué opción tenía? Fue típico de una cobertura inescapable y universal. No contentos con verla desnuda y penetrada varias veces, parece lógico que necesitamos verla castigada y humillada también. La cultura supuestamente “de mente abierta” termina siendo tan puritana como los patriarcas de La letra escarlata. Hilton legalmente es una adulta pero todo el tratamiento que está recibiendo apesta a los horribles, vicarios y enterrados impulsos que se encuentran bajo la pornografía y el abuso infantil.

No puedo imaginar lo que debe ser, mientras se espera una sentencia de prisión por una pequeña infracción, ver a estúpidas masas adictas a la televisión aullando con una risa fácil y cómplice mientras Sarah Silverman (conductora de la última edición de los premios MTV) dice que las futuras barras de tu celda “serán pintadas como penes” y bromea de forma pesada sobre el riesgo que corren tus dientes si te golpeás contra ellos. Y esto en horario central, y sin cortes. Las fiestas de linchamiento solían llamarse “fiestas”, y no tenemos el derecho a olvidarlo, y la horrible coincidencia de sexualidad repugnante y obscenidad es el nombre correcto para usar y la venganza es lo que parece darle el sabor a la Saturnalia. Debe haber más de un periodista de “chismes” que ya tiene ensayado qué hacer cuando Paris Hilton tenga una desesperante sobredosis. ¡Y qué glorioso día de cobertura será!

Atrapado en mi propia trampa de escribir sobre un no-sujeto, creo que puedo defender mi propia autoestima, y al mismo tiempo la integridad de una chica perdida, diciendo dos cosas. Primero, los quehaceres triviales de Paris Hilton no tienen importancia alguna para mí, o para nadie más, y no se debería forzarme a contemplarlos. Segundo, ella debería ser dejada en paz para que viva el tipo de vida que le han dejado para vivir. Si suena paradójico, que así sea.

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