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Domingo, 12 de agosto de 2007

PLáSTICA > DUELO DE PINTURA ABSTRACTA Y FOTOGRAFíA

Gemelas del sueño

La nueva muestra de María Luz Gil plantea un diálogo entre la composición abstracta y el hiperrealismo fotográfico, con dípticos que oponen y complementan fotos de gente durmiendo con la misma imagen llevada a su mínima expresión de forma y color, en pintura abstracta.

 Por Cecilia Sosa

¿Qué extraño encanto tiene un cuerpo dormido? Extendido o acurrucado, arrojado de espaldas sobre un césped mullido, oculto entre las raíces de un árbol, improvisando una siesta con mantita al borde de un bucólico lago o sobre el banco frío y duro de una plaza. En la muestra de María Luz Gil hay personas que duermen. Muchas. A veces hasta hay que forzar la vista para descubrirlas tras el pliegue de un sauce o en la cima de una colina. Entonces se puede espiar unas piernas camufladas bajo la luz de un farol que ilumina a medias un parque en otoño, o una plaza, o un jardín; pequeños espacios públicos robados al mundo que devienen territorios íntimos y frágiles que dan miedo quebrar con un susurro. ¿Pero quiénes son esos seres?, ¿de verdad duermen o sólo simulan?, ¿acaso buscan olvidar todo aquello que se abre más allá de los marcos de la foto? Cuerpos que en su quietud obcecada de ojos cerrados parecen enfrentarse al devenir escurridizo y volátil de los sueños.

Pero los que duermen no están solos. Al lado de cada fotografía hay una pintura, una pintura que es como su sombra, su radiografía o su impugnación. Allí parecen descubrirse las líneas de fuga que asisten a cada cuerpo. Como si cada ser quedara expuesto aquí en su borde más oculto y sólo quedaran en pie las formas y colores brillantes que sostienen por dentro su geometría desarmada. Series: una fotografía y una foto. Y entre ambas, un diálogo, un juego, un eco. Así, un pijama japonés puede convertirse en una fulgurante línea roja, tan cortante y definitiva que parece digna de Mondrian. O un cuerpo y una paloma pueden devenir dos rectas acostadas sobre un mar verde pálido que recuerda el banco de plaza. Así también una siesta al borde del lago se desarma en un paisaje límpido y desolado, donde los grandes planos verdes invocan el césped, la luz reflejada en el agua se vuelve una breve franja amarilla y el buzo rojo apenas un hilo finito de sangre. Un mundo geométrico de arco iris acostados donde hasta unas zapatillas coloradas transmutan en una recta fulgurante.

María Luz Gil egresó de la Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón en 1978 y se inició como pintora. Pero desde 1994 se dedicó a la video-instalación, donde jugaba a condensar pequeños relatos. Su obra se mostró en el Centro Cultural Recoleta, en el Borges, en las galerías Praxis y Nexus, y también recorrió París, Nueva York, Barcelona y Croacia. Ahora, para la exposición en el Espacio Lila Mitre, María Luz volvió a la pintura pero conservó todas las experiencias anteriores. Aunque el espectador no lo sepa, el proceso de creación comienza en una computadora. “Cada foto es procesada digitalmente para obtener la composición abstracta que inspira la nueva obra. Traslado la fotografía al monitor y con una herramienta digital atrapo los colores y hago un boceto que luego llevo al lienzo”, cuenta.

Atrapar colores. De uno y otro lado. Y en la novedosa cercanía entre el hiperrealismo fotográfico y la abstracción de la pintura se abre un diálogo provocador. ¿O se trata más bien de un duelo? Vistas en conjunto, la serie de duplas tienen una efecto raro: súbitamente habitada por la imagen de la foto que la acompaña, la geometría plana y abstracta de los cuadros se vuelve romántica, tenebrosa o espesa. La abstracción cobra vida. Se carga de noche, de niebla, de árboles. Como si una imagen fugara en la otra e incitara una carrera de colores y planos que no se contienen nunca pero que sin embargo se invocan.

Y entonces gana una ilusión: por un momento parece posible atrapar no sólo la forma, la silueta material del que duerme sino también la trama infinitamente sinuosa y fantasmal que conforma su sueño. Como si en cada uno de los abstraídos paisajes que custodian cada foto viajara escondido un sueño. Un sueño que, al ser expuesto públicamente en sus resortes más oscuros, en sus aristas más abismales, puede ser cartografiado, íntimamente deconstruido, con precisión milimétrica, en un arco iris de colores y en par de líneas rectas. Acaso la gracia del juego es que se burla de su imposibilidad, como si en el fondo supiera que los sueños no se atrapan nunca.

La obra de María Luz Gil puede visitarse de lunes a viernes de 12 a 20 en Lila Mitre Espacio de Arte, Guido 1568, 4815-3905. Hasta el 31 de agosto.

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