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Domingo, 25 de noviembre de 2007

FOTOGRAFíA > LAS IMáGENES DE PEPE FERNáNDEZ EN VILLA OCAMPO

Un argentino en París

Se instaló en Francia en 1954, y fue un fiel representante de la bohemia argentina en el exilio parisino. Murió hace un año, en su buhardilla de la rue du Four. Pepe Fernández era escritor y fotógrafo, amigo de Victoria Ocampo y su círculo. A esas personas con las que se codeaba retrató en fotos tomadas con espontaneidad, nunca en un estudio: momentos robados a Borges, Silvina Ocampo, Bioy Casares, Cortázar, María Elena Walsh, Italo Calvino, Pablo Neruda, Manuel Mujica Lainez. Y ahora algunas de esas tomas inéditas y privadas se pueden ver en la casa de Victoria Ocampo, apenas un preludio a las retrospectivas de su obra planeadas para el año que viene en galería Vasari y el Museo Fernández Blanco.

 Por Felisa Pinto

El 14 de julio del año pasado, mientras la fiesta nacional francesa se festejaba en un feriado total y caluroso, el pianista, luego fotógrafo y siempre escritor Pepe Fernández sufrió un episodio cardíaco fatal mientras se duchaba en la buhardilla de la rue du Four, adonde vivió desde 1959. En el 54 había llegado a París invitado por Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares. Pepe nació en Buenos Aires en 1928, y había fumado demasiados paquetes de cigarrillos Gitanes en su vida, hasta ese momento fatídico.

Para recordarlo, se podrán ver algunas de sus fotografías de escritores que fueron sus amigos y cómplices de la vida en algunas paredes de Villa Ocampo, donde han sido incorporadas a la atmósfera Ocampo que tanto conoció. Allí están las instantáneas, como se decía antes, retratos tomados en total espontaneidad, dentro y fuera de su casa, pero nunca en estudio. Una mirada que su gran amiga Sara Facio supo registrar al presentar sus fotos en la Fotogalería del Teatro San Martín en 1991. “El fotógrafo fue fiel a sus primeros motivos. Afinó su visión en el retrato y en medio de reportajes muchas veces insulsos o rutinarios supo encontrar el instante donde el gesto o la expresión dan al personaje en su real esencia. De allí que su galería de notables nos llega. No es sólo la foto de un elegido. Es la imagen íntima y sensible que logra quien está detrás de la cámara con conocimiento y respeto por el personaje. Fernández bucea en ellos desde su admiración y su cariño y sus retratos reflejan una interioridad realmente conmovedora.” Son testimonios de miradas cómplices, entre fotógrafo y fotografiados: Borges, Silvina Ocampo, Adolfo Bioy, Cortázar, María Elena Walsh, Italo Calvino, Neruda, Mujica Lainez han sido rescatados de su vasto universo gráfico para exhibirlos, desde hace unos días y en permanencia, en la casa de Victoria Ocampo, con gran criterio, en su calidad de tomas inéditas y privadas.

María Elena Walsh

Son una parte ínfima de los 50 mil negativos en blanco y negro, y 6 mil en color, prolijamente clasificados por Pepe, y el legado que permitirá realizar proyectos de una muestra retrospectiva el año que viene en la galería Vasari y también en el Museo Fernández Blanco.

Herencia valiosa que pudo ser rescatada, luego de malas sorpresas. Cuando se descubrió, días después de su muerte en soledad, que amigos ilustrados y otros, amigos también de lo ajeno, se alzaron con cartas atesoradas desde siempre por el autor con celebridades de su total intimidad. Como las que intercambió con Silvina Ocampo, Cortázar, Borges o María Elena Walsh, entre otros, hasta unas de Man Ray, otro amigo habitual de Fernández. Lo increíble es que el ladrón cultivado se llevó los originales, clasificados y anotados, y en un gesto inaudito dejó las fotocopias. Por suerte se salvaron algunas pinturas y retratos de él mismo, como una carbonilla de Pepe pintada por el escritor Juan Rodolfo Wilcock y otro dibujo de Silvina Ocampo. con quien solía hacer boutades a dúo. Y reírse mucho juntos cuando decidían cuchichear debajo de una mesa, mientras Borges y Bioy peroraban sobre la misma mesa. También se salvaron originales y cartas de María Elena Walsh, autora de la “Zamba para Pepe”, ese himno a su amigo, hoy convertido en estribillo archipopular.

Silvina Ocampo

Testimonios visuales y otros

Sus fotos no son fotos de estudio. No hay búsqueda artística sino espontaneidad y sobreentendidos cómplices que Pepe empezó a desarrollar como fotógrafo en el ‘71, varios años después de haber sido pianista en el cabaret La Guitare, adonde fue llevado por María Elena Walsh y Leda Valladares cuando ellas hacían su número extraordinario con canciones folklóricas argentinas. Allí también Pepe alternaba su rol de pianista y mientras estaba al cuidado del guardarropa, junto al entonces desconocido Alberto Greco, con quien compartían jugosas propinas que les permitían sobrevivir en la vie parisienne, con los códigos típicos y conocidos de la bohemia argentina en Francia, desde los años ‘50 en adelante.

Jorge Luis Borges

Profesional con sede en su casa de la rue du Four, adonde su cocina era su laboratorio, por allí pasaron todos sus amigos intelectuales antes y durante su momento de fama. Radar pudo hurgar en su archivo algunas tomas inéditas que no se exhiben en Villa Ocampo. Se descubre a Manucho Mujica Lainez enredado a una cortina vegetal, o a María Elena sensual y abrazada a un gato parisino. Allí es claro que el clic de su Nikon se escuchaba cuando pescaba el momento justo dentro o fuera de su casa o en diversos escenarios. Cortázar en el mítico bar La Closerie des Lilas (1979) o Neruda en el ensayo del Canto General, con música de Teodorakis (1972) o Bioy, en charla con Italo Calvino en un hotel dos estrellas en París (1973). Una toma magistral e inesperada, tanto para Pepe como para Borges, es una foto que registra un diálogo casual del escritor, ya ciego, con una cocotte de la Martinica, justo cuando Pepe llegaba a la cita en el café Les Deux Magots y apretó el obturador sin que Borges se enterara, logrando una situación inequívocamente equívoca.

Mujica Láinez

Otra toma que recorrió el mundo en su calidad de icónica es la de Borges, también casualmente parado en el centro de una estrella (o sol) estampada en el piso, que luego Pepe le vendió a la editorial Gallimard para convertirla en casi un logo de la obra borgeana. El pintor Berni, jugando al ajedrez en el ‘72, y varias poses del tenista Vilas y el boxeador Monzón, verdaderos reportajes gráficos datan seguramente de cuando fue corresponsal en París de la revista Panorama; son otros documentos, quizá descarte, de aquellas épocas.

El legado

Mariana Grisolía es la heredera directa de los miles de negativos en blanco y negro y de diapositivas color, testimonios de su trabajo para cubrir moda francesa para Vogue, y el diario Liberation reflejando su estética particular. Pero también de originales y copias vintage de todo tipo y temática. También de reportajes en vivo que va a digitalizar, muchos libros y primeras ediciones dedicadas, más sus diarios registrados con su escritura a mano en los clásicos libros de contabilidad tamaño oficio, como también lo hacía Manuel Mujica Lainez a la hora de escribir sus memorias. Son 20 volúmenes escritos desde hace medio siglo hasta el año pasado, que probablemente sean publicados en Francia y en Buenos Aires, quizás uno de los mejores documentos de una crónica de medio siglo de un argentino en París. Todo ese material inédito y su consiguiente rescate novelesco ha sido posible gracias a Ricardo Alejandro Torres, pariente de Pepe, y de Nicolás Helft y Ernesto Montequín.

Julio Cortázar

“La imagen de mi tío, desde que yo era chica, es un inquieto y divertido personaje con varias cámaras colgando del cuello y un paquete de Gitanes en la mano o el bolsillo. O diciéndome: cuando me muera, lo único que tengo para dejarte son mis fotos y esta alfombrita rotosa y persa, que un día encontré en la basura, en una calle cerca de Saint Germain des Pres.”

Pero no se olvida, de recordarlo y poder mirarlo, en las mejores versiones fotográficas del propio Pepe Fernández, tomadas por Grete Stern y Sara Facio, respectivamente, en dos épocas diferentes. Probablemente es como un diálogo gozoso y pleno entre artistas-fotógrafos. Aun ahora.

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Pepe Fernández en París.
 
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