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Domingo, 30 de marzo de 2008

MúSICA > NICK CAVE A LOS 50: DISCO, DELIRIO Y TALENTO

Los años 50

Hace un par de años Nick Cave atravesó dos momentos cruciales en la vida de un artista: llegó a la cima de su estilo y a una furiosa crisis de la mediana edad. Ahora, tras giras, colaboraciones y bandas de sonido, de cara al difícil desafío de envejecer sin convertirse en un bronce, ha dado una nueva muestra de ductilidad, talento y sabiduría: volvió a las bases, coronó su racha más productiva y se volvió saludablemente loco. Dig!!! Lazarus, Dig!!! es otra muestra del lugar que merece en el Olimpo de los cantautores.

 Por Mariana Enriquez

Hace unos tres años, cuando editó el álbum doble Abbatoir Blues / The Lyre of Orpheus, Nick Cave alcanzó un techo, tocó con la punta de los dedos el cielorraso de la cúpula de su catedral de canciones. Era un disco enorme en todo sentido: coros gospel, los Bad Seeds integrados como nunca como banda, tocando sin dejar un solo espacio, letras sobre el apocalipsis y la llegada de hordas bestiales, la Biblia, Orfeo y Philip Larkin, y sobre todo Cave cantando como un predicador que visiona la llegada de los cuatro jinetes, en vivo desde el púlpito. Era un disco fantástico, de una intensidad frenética imposible de continuar, por puro recargo. ¿Cómo salir entonces de ese atolladero barroco? Volviendo a las bases. Pero no de cualquier manera. Aquí no hay ya ojos asombrados ni candor: Nick Cave y sus compinches son viejos punks baqueteados que ya estremecieron con un minimalismo aterrador en The Birthday Party, el grupo con el que Cave llegó desde Australia para dejar todo patas para arriba en Londres a principios de los años ’80. Aquellos viejos discos de ese grupo incendiario acaban de reeditarse: conviene volver a escucharlos para comprobar que suenan más originales, poderosos y salvajes que la producción de cualquier (pero cualquier en serio) banda de jóvenes maravilla actuales.

Pero retomando: cómo envejecer sin ponerse solemne y respetable, entonces. Cave le encontró la vuelta con Grinderman, un grupo paralelo que el año pasado sacó un disco autotitulado y funcionó como recargador de baterías rockeras seminales –Cave tocó la guitarra, por ejemplo, instrumento que sólo sabía rasguear hasta ese momento, porque él compone en piano (y suena como si no hubiera aprendido mucho, lo que es fantástico)–. El disco también funcionó como una toma de posición ante la crisis de la mediana edad. En la tapa había un mono masturbándose y el grueso de las canciones cargaban con furia contra la madurez aunque abrazándola (¿qué remedio?): pura rabia ante la muerte de la luz tal como la que pedía Dylan Thomas. En la desvergonzada “No Pussy Blues”, por ejemplo: “Mi rostro ya fue, mi cuerpo también/ Y no puedo evitar pensar, mientras estoy acá arriba recibiendo el aplauso/ de todos los jóvenes y bellos/ con sus ojos inquisidores/ pensar que sobre todas las cosas debo amarme a mí mismo/ Veo a una chica en la multitud/ le pido salir con ella/ Me dice que no tiene ganas/ Le cambio las sábanas a la cama, me peino, meto la panza para adentro y ella sigue diciendo que no quiere/ Tengo el blues de la falta de concha”.

Algo más se afianzó junto a la erotomanía y el minimalismo: el humor. Nick Cave y sus Bad Seeds fueron un grupo de amargos de traje oscuro en sus comienzos, pero aprendieron de verdad a reírse de sí mismos con el tiempo, y eso los alejó de la caricatura; eso también convirtió a Cave en uno de los mejores y más completos compositores de la escena actual, y a su banda en la que todo músico querría como soporte y compañía. Humor negro y zonzón, que desbarataba la oscuridad del mito Cave en canciones absurdas como “O’Malley’s Bar” de Murder Ballads (entre tantas otras), pero que muchas veces no llegaba a quien no fuera un fan: es decir, mucha gente cree que entrar a los Bad Seeds es penetrar en una negra noche faulkneriana presidida por el demonio y Johnny Cash. Bueno, eso claro que está presente, pero también la comedia, el grotesco: ¿o acaso hay algo más temible que el rostro de un payaso de dientes amarillentos?

Y es absurda la premisa del nuevo y excelente, soberbio, disco de Nick Cave & The Bad Seeds. Se llama Dig!!! Lazarus, Dig!!! y trata de Larry, un Lázaro contemporáneo al que levantan de la tumba contra su voluntad explícita: el pobre zombie aparece en una Nueva York post-apocalíptica (según Cave, todo el disco es un homenaje a la ciudad que supo ser su patio de juegos en los ’80, cuando sus shows hacían temblar los sótanos en compañía de Lydia Lunch y Jon Spencer). La narrativa es alucinada y declamatoria: a veces Nick Cave recuerda al Bob Dylan de las imágenes surreales y los personajes, pero bajo los efectos del más daniño de los ácidos. Hace mucho tiempo que Cave está en contra de la narrativa autobiográfica en las canciones: él mismo lo hizo hasta la exasperación (y con resultados excelentes, quizá de los más hermosos de su carrera) en The Boatman’s Call, pero decidió no hacerlo nunca más: “Cuando una canción puede ser leída demasiado cerca de la experiencia porque el que la escucha sabe mucho sobre el autor, la canción pierde fuerza, significados, no puede ser apropiada por el que la escucha. Y ahí perdemos todos, y sobre todo la canción, que es lo que más me interesa”. Nadie podría creer que este disco es autobiográfico –salvo en la medida en que todo trabajo artístico lo es en tanto se nutre de obsesiones personales (como en “More News From Nowhere”, una canción larguísima, de pausada épica, donde canta: “Entro a mi habitación por la esquina, veo a mis amigos en sus lugares/ No sé cuál es cuál ni quién es quién, se cambiaron las caras.../ Y aquí todo está cada vez más raro, cada año más extraño y más noticias de ninguna parte/... Doy vuelta otra esquina, entro al corredor y veo a este tipo/ Debe medir dos metros y tiene un solo ojo/ Me pide un autógrafo, le escribo ‘Nadie’ y después lo ciego de un puntazo con mi lapicera”.

El tema de apertura dice “Lázaro, enterrate, ¡quiero que caves!” y determina el tono que sigue, de un infierno encantador, de una pérdida de sentido y una psicosis colectiva que, a veces, tiene más que decir sobre el mundo y las sociedades occidentales que una bajada de línea explícita. Este es un disco de grandes canciones, de pura música, y la voz de Cave está en cada detalle, llena de emoción, burla y miedo. La belleza de un tema como “Jesus of the Moon” la sensualidad de “Moonland”, que obliga a retorcerse, el minimalismo obsesivo de “Night of the Lotus Eaters”; la maravillosa incorporación del violinista Warren Ellis, líder de la banda australiana Dirty Three, una adquisición que terminó de definir esta vuelta a la sencillez que no renuncia a la elegancia ni a la excentricidad. Nick Cave es uno de los autores más subestimados de la escena actual, quizá porque su imagen de hombre de las tinieblas está tan fijada que se lo ve y se habla de él mucho más de lo que se lo escucha. Tiene un sonido tan propio como el de cualquiera de los grandes consagrados y un cuerpo de canciones de igual calidad (o mayor), pero él mismo se perpetúa en el lugar del aprendiz, participando de homenajes a Leonard Cohen, grabando canciones de piratas y covers de Los Beatles (y hasta de Pulp), haciendo música de películas “chicas” de directores australianos como The Proposition o The Assasination of Jesse James by the Coward Robert Ford. Vive lejos de los grandes centros culturales, en la ciudad balnearia de Brighton, porque le gusta su “elegancia decadente”, y con su banda graba cortos chistosos que pueden verse en YouTube para promocionar el disco, cortos en blanco y negro donde hace de médium trucho con turbante, y de paso anuncia que él no tiene investidura alguna, que no es un bronce. Su modo de entrar en la madurez no es del prócer respetable, porque en algún lugar sigue siendo un chico intoxicado y autodestructivo pero lleno de talento que salió de Melbourne al mundo sin mucho más que su fanatismo por Nina Simone, Johnny Cash y Leonard Cohen, junto a una banda de descontrolados. Nick Cave no entra a la madurez como un señor digno, sino como un viejo loco. Y les enseña a todos que siempre hay algo para decir, y no tiene por qué ser siempre lo mismo. Que el fuego se pierde sólo si se quiere perder.

Llamamos al autor Letra y música: Nick Cave

Lo que alguna vez creímos haber tenido,
en realidad no lo teníamos
Y lo que tenemos ahora nunca más será igual
Así que llamamos al autor para que explique

Nuestros chicos con tumores mucosos pasean por la calle
Les evitamos el trabajo esclavo
Los pobrecitos parecen tan tristes y viejos
Mientras nos montan por detrás
¡Les pido que desistan y reflexionen!
Y después llamamos al autor para que dé explicaciones

La mano aferrada a un rosario
Murió con tubos en la nariz
Y un grupo de ángeles que tocaban platillos con dedos
Cantó su nombre en código
Sacudimos nuestros puños hacia la lluvia castigadora
Y llamamos al autor para que dé explicaciones

Dijo, todo es un desastre por acá
Todo es banal y pueril
Hay una conspiración planetaria contra los tipos como vos y yo
En este idiota distrito de la luna
Bueno, ¡él sabía exactamente a quién culpar!
Y llamamos al autor para que dé explicaciones

¡Verborragia! ¡Verborragia!
Nada que un par de tijeras no pueda arreglar
Bueno, salí de gurú por la calle
Y los jóvenes se reunieron alrededor de mis pies
Y me preguntaron cosas –pero no supe por dónde empezar
Encendieron la mecha directo al corazón de mi padre
Y sí, una vez más
Llamo al autor para que dé explicaciones

¿Qué es esta gran cosa perruna, esta carga esclavizante
Que vuelve mediocres a cada uno de mis pensamientos?
Me siento como una aspiradora, ¡un completo chupador!
Está todo mal y él es un hijo de puta
¡Pero qué cerebro tan enorme y enciclopédico!
Llamo al autor para que dé explicaciones

Discriminación rampante,
Pobreza masiva, deuda del tercer mundo
Enfermedades infecciosas, inequidad global
Y divisiones socioeconómicas que se profundizan
Como la brecha en tu cerebro
Y llamamos al autor para que explique

Un momento
¡Mi amigo Doug golpea la ventana!
Ey, Doug, ¿cómo estás? (ey, Doug)
Bueno, me trae un libro sobre poesía del Holocausto –con ilustraciones
Y después me dice que me prepare para la lluvia
Y llamamos al autor para que dé explicaciones

¡Verborragia! ¡Verborragia!
Nada que un par de tijeras no pueda arreglar

¡Bukowski era un pajero!
¡Berryman era mejor!
Escribía como papel maché húmedo
Pero fue por el camino Hemming
Raro, con alas y con máximo dolor
Llamamos al autor para que dé explicaciones

Desde mi refugio veo que han publicado
Otro volumen de basura desarticulada
“Las olas, las olas eran soldados moviéndose”
Bueno, gracias. ¡Gracias!
Llamo al autor para que dé explicaciones

¡Verborragia! ¡Verborragia!
Nada que un par de tijeras no pueda arreglar.

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Nick Cave es uno de los autores más subestimados de la escena actual, quizá porque su imagen de hombre de las tinieblas está tan fijada que se lo ve y se habla de él mucho más de lo que se lo escucha. Tiene un sonido tan propio como el de cualquiera de los grandes consagrados y un cuerpo de canciones de igual calidad, pero no entra a la madurez como un señor digno, sino como un viejo loco.
 
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