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Domingo, 13 de julio de 2008

MúSICA >TRES JOYAS EN EL NUEVOS AIRES FOLK 3

Los ojos del mundo

A los 14 años, Conor Oberst se convirtió en un talento deslumbrante del que se esperaba que diera eso que hace décadas no da un artista. Ahora, a los 27, tras haber hecho todo para sacarse ese peso de encima, sin haber decepcionado a nadie y con ¡37! discos grabados, el líder de Bright Eyes llega a Buenos Aires en un momento único de su vida.

 Por Mariana Enriquez

El caso Conor Oberst es un ejemplo del hambre de talento en estos tiempos, las desesperantes ganas colectivas de encontrar a un músico icónico, alguien que pueda hablar del mundo y de sí mismo y que parezca que habla de cada uno de nosotros, de la Historia y de lo que pasa todos los días en casa, cada dolor y cada noche de fiesta. Alguien que pueda escribir la banda sonora de una vida. Conor Oberst tiene muchos elementos para ser ese artista que forzosamente no puede ser; y no puede serlo porque ese artista total, como Cohen o Dylan, le pertenece a otros años, a otra era. Pero, como sea, a Oberst le tocó llenar el espacio vacío, lo que puso sobre sus hombros de niño prodigio una responsabilidad desmedida. Su historia personal ayudaba: un chico de Omaha, Nebraska, que editaba discos desde los 14 años, que fundó su propio sello a los 16 (Saddle Creek), y a los 20 editó un disco llamado Fevers & Mirrors que era una verdadera maravilla.

Hay varios discos antes de Fevers & Mirrors, incluso tres casetes solistas que los fans pagan en especias cada vez que aparecen en e-bay u otro sitio online; pero es Fevers & Mirrors el momento en que Conor Oberst dejó las canciones de autocompasión adolescente (que le salían muy bien, por cierto) para dar el salto hacia el estrado de cantautor que deja boquiabierto. Se trata de un disco oscuro, pero con un sonido limpio, bien lejos del lío low-fi anterior. Y sobre todo se trata de un disco teatral, dramático: esa intensidad es la característica de Oberst que más crispa a sus detractores. Porque Oberst exagera, con una voz que parece siempre a punto de quebrarse en llanto (es fanático de The Cure, y suena como un Robert Smith sin pudores e infinitamente más descontrolado); y ese tono invade Fevers & Mirrors, con su alt-country operático, su folk fúnebre y letras tan hermosas como ésta: “Hay un sueño en mi cabeza, que no se quiere ir desde que llegó, hace algunas noches / Estoy parado sobre el puente del pueblo donde viví de chico, con mi mamá y mis hermanos / Y de repente el puente desaparece, y quedo suspendido en el aire, sin que nada me sostenga / Y cuelgo como una estrella, brillando en la oscuridad para todos esos ojos hambrientos que me miran / Una estrella que es igual a esas a las que les pedimos deseos”.

A los 22 años, Conor Oberst –Bright Eyes es él mismo más la banda con la que toca, que sigue instrucciones– logró el disco que para muchos sería la primera obra maestra del siglo XXI: Lifted, or the Store is in the Soil, Keep your Ear to the Ground. Ahí, a pleno barroquismo y en un paroxismo de talento, destilaba por fin todas sus influencias –Townes Van Zandt, Daniel Johnston, The Cure, Nirvana, Gram Parsons– y encontraba su propia voz: el trovador de la juventud demasiado largo, de esto tan extraño de ser joven durante demasiado tiempo y no saber qué hacer; también, uno de los mejores y más maduros cronistas del amor y las chicas y los romances breves y tóxicos. Ejemplos: ese disco tenía “Waste of Saint”, una canción donde Conor está solo con su guitarra y canta con el frenesí de un Johnston en plena manía. Dice así: “Tengo un amigo, está sobre todo hecho de dolor / Se despierta, maneja hasta su trabajo, y vuelve a casa otra vez / Una vez recortó mis pesadillas en papel / Pensé que era un trabajo hermoso, lo puse en la tapa de un disco / Y traté de decirle que tenía un sentido del color y la composición magníficos / Y me dijo: ‘Gracias, pero tus elogios no me llegan, tus ojos son pobres, sos ciego. Ninguna belleza puede salir de mí. Soy un desperdicio de aliento, de espacio, de tiempo’”. Un poco antes está “Nothing Gets Crossed Out”, una canción nostálgica de pop melancólico sobre las ganas de volver a ser adolescente, sobre el miedo al futuro, en formato de carta o diario: “Estoy tratando de encontrar consuelo en escribir / Y Tim: escuché tu disco y es más que bueno / Cuando vuelvas de gira creo que tendríamos que volver a juntarnos / Porque estoy sentimental acerca de aquellos días / Todos esos veranos cantando, bebiendo, riéndonos, perdiendo el tiempo / ¿Recordás esas canciones y cómo sonreíamos en sótanos hechos de música? / Pero ahora tengo que arrastrarme para llegar a cualquier lado. No soy tan fuerte como creía”. Y por fin la gran canción, un country high lonesome (como Gram Parsons y Keith Richards llamaban a las canciones country de “hermosa tristeza”), “Laura Laurent”, una de amor perdido con guitarras cálidas y un final a todo volumen, casi esperanzador: “Laura, eras la canción más triste con forma de mujer / Yo pensaba que eras hermosa, pero tus movimientos me hacían llorar / Espero que te estés riendo ahora, desde ese lugar sobre la alfombra / Donde compartimos una bolsa de dormir, en el departamento de tu hermana / Oh, ella se preocupaba tanto, yo era un desconocido / Me pidió que te cuidara / Y yo la traicioné”.

Con este disco, sin dudas extraordinario y excéntrico, llegó la fama. Conor anduvo noviando con Winona Ryder. Se fue de gira con Bruce Springsteen, R.E.M. y Neil Young (como parte de campaña por los demócratas), y todos expresaron su admiración; hasta lo hizo Lou Reed, que se subió al escenario para uno de sus shows (donde cantó temas de Velvet Underground: después de todo se trata de Reed, el hombre más mala onda del rock). A Conor se le subió todo un poco a la cabeza: se aisló de la prensa y se focalizó en proyectos raros destinados, sobre todo, a acabar con el mito de niño prodigio heredero de Dylan, que es un salvavidas de plomo para cualquiera. Además se mudó a Nueva York; más tarde confesó que tuvo miedo de perder la inspiración encandilado por las luces de la gran ciudad. En 2004 editó dos discos en simultáneo, uno de country rock y folk con Emmylou Harris como invitada llamado I’m Wide Awake it’s Morning, y otro de música electrónica llamado Digital Ash in a Digital Urn. La confusión reinó: el primero era excelente; el segundo, lejos de ser un desastre, era claramente menor. El joven maravilla mostraba sus limitaciones, y los críticos que esperaban verlo caer se regodearon. Pero poco pudieron hacer frente a la contundencia de canciones de I’m Wide Awake como “Poison Oak”, un country cansado, otoñal: “Creo que nunca te amé tanto / Que cuando me diste la espalda / Y diste un portazo / Cuando te robaste el auto y te fuiste a México / Y usaste cheques sin fondo / Para llenarte el brazo”. O el extraño júbilo visionario de “At the Bottom of Everything”, una canción histérica, de guitarras nerviosísimas: “Tenemos que tomar todos los remedios que son demasiado caros para venderse, y prenderle fuego al predicador que nos promete el infierno / Y en el oído de todos los anarquistas que duermen, pero ni sueñan, tenemos que cantar / Y decir algo así: mientras mi madre riega las plantas / Mi padre carga las armas / Y me dice que la muerte nos va a devolver a Dios”.

Ahora, Conor Oberst tiene 27 años, estuvo de gira con Jim Jones y M. Ward, y sacó un disco (el número ¡37! si se cuentan EPs, compilaciones y grabaciones en vivo; otro caso de supertalento y demasía, como Ryan Adams) que se llama Cassadagga (antes del primer solista, que se espera para agosto de este año, y sólo llevará su nombre como título). Para muchos, es más de lo mismo, pero mejor terminado. Un redondeo. Un ciclo cerrado para ver qué deparará el futuro. Escribe Marisa Brown en allmusic.com: “Es americano, lleno de guitarras acústicas folkie, lleno de angustia y disenso pero, sin embargo, con un optimismo esperanzado que no se puede ocultar debajo de las cuerdas, los clarinetes y la ironía. Es una madura interpretación de la vida, no sólo quejas y reclamos. Es un viaje, y quiere llevarnos hasta el final”. ¿Y qué más se le puede pedir a un artista?

Sábado 19 de julio a las 19.30
Bright Eyes (Conor Oberst and
the Mystic Valley Band)
Valle de Muñecas / Nacho y Los Caracoles
En La Trastienda Club, Balcarce y Belgrano.

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