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Domingo, 15 de diciembre de 2002

MúSICA

Hombre de negro

A los setenta años, después de sortear un par de zancadillas médicas (dos neumonías y ¿Parkinson?, ¿síndrome de Shy-rager?, ¿neuropatía automática?), Johnny Cash volvió al ruedo. A la vez rozagante y maduro, The Man Comes Around –cuarto capítulo de la serie American Recordings– prueba que la leyenda de Arkansas, demacrada y todo, sabe cómo seguir reinventándose.

Por Rodrigo Fresán
En el principio, se oye una voz que parece venir desde el principio de los tiempos o desde la habitación de al lado. Da igual. La voz —potente y frágil al mismo tiempo— recita una parrafada del bíblico “Libro de las Revelaciones”: algo acerca de oír el sonido del trueno y cuatro bestias y un caballo blanco y la orden inapelable de un “Ven y verás”. “Y fui y vi”, dice la voz. Ahí entran una guitarra acústica y una perfecta canción que describe el día del Juicio Final como si se tratara de una kermesse en las afueras del pueblo mientras —se nos explica— “hay un hombre que ha venido a pasar lista y decidir a quién salvar y a quién echarle la culpa”. Enseguida, escaleras que descienden del cielo y vírgenes en vestidos resplandecientes, mientras “el Padre se lleva a todos sus pollos a casa”. Así empieza una canción titulada “The Man Comes Around” que a Johnny Cash le llevó escribir siete de sus setenta años y que abre el álbum The Man Comes Around. La espera valió la pena.

EL SOÑADOR
Y es una canción rara para un compact raro, el cuarto de su celebrada serie American Recordings. Y es una canción que, como todas las buenas canciones, tiene una buena historia detrás. Explica Cash en alguna entrevista y en el cuadernillo que acompaña de The Man Comes Around: “La idea inicial para la canción se me apareció hace siete años. Yo estaba en Nottingham, Inglaterra, y me había comprado un libro titulado Dreaming of the Queen. El libro trataba sobre todas esas personas que alguna vez soñaron que estaban con la reina Elizabeth II. Así que, luego de leerlo, yo soñé que llegaba al palacio de Buckingham y allí estaba ella, sentada en el suelo, cosiendo o bordando, cosa que no creo que haga una reina: coser sentada en el suelo, digo. Había otra mujer con ella, y conversaban y reían y sacaban cosas de una canastita con hilos de colores y pedazos de tela. Cuando estuve cerca, la Reina levantó la vista y me dijo: ‘¡Johnny Cash! Tú eres como un árbol de espinos girando en un huracán. Entonces, por supuesto, me desperté pensando que ahora vendría la revelación definitiva, la explicación de todos los misterios. Pero no pasó nada, como de costumbre. Eso de ‘árbol en un huracán’ me sonaba familiar. Me sonaba a algo bíblico, y lo busqué y lo encontré en el Libro de Job. Pero seguí sin entender su sentido. Así que decidí hacer lo que suele hacerse en estos casos: me puse a escribir mi propia revelación. A partir de ahí, todo esto creció hasta convertirse en The Man Comes Around y, no, nunca me presentaron a la Reina”.
“The Man Comes Around” es también una canción entre moribunda e inmortal, aparente contradicción que marca al álbum y a estos días de Johnny Cash en que la cosa está complicada y —por casualidad o a propósito— la foto en la portada de The Man Comes Around se parece tanto a una de esas máscaras funerarias que se le arranca a un muerto recién hecho. Sí, hace ya un tiempo que Johnny Cash viene esquivando a la dama que también se viste de negro, y lo hace con elegancia y humor. Y, quién sabe, tal vez ese diminutivo juvenil que no ha podido o querido sacudirse lo salve y haya Johnny Cash para rato y tal vez no, tal vez el sueño breve mute muy pronto a sueño eterno. En cualquier caso, difícil imaginarlo fuera de este mundo. El otro día leí una entrevista al agonizante Warren Zevon —víctima de un cáncer terminal y terminante— en la que sonreía: “Me dicen que están haciendo apuestas acerca de quién va a morir antes: Zevon o Cash. Y, con mi mala suerte de costumbre, todo parece indicar que voy a ser primero, que voy a ganar por primera vez en mi vida la carrera que menos me interesa ganar, ja”.

EL PROCER
Vestido de negro, voz ominosa, mirada fulminante y canciones siempre sonando sobre esa delgada línea que separa al amor del asesinato y a Dios del Diablo, Johnny Cash —por encima de todo— como inapelable clásico americano, como hombre-saga, como historia digna de ser contada. Una vez vi un especial del canal E! sobre su vida y sentí que me volvía loco: adentro de esa vida cabían varias novelas, demasiadas películas. Johnny Cash nace en 1932 en Kingsland, Arkansas, ciudad que hoy se enorgullece de tener su estatua en la plaza central. Hijo de granjeros pobres. Gana concurso de canto. Vuela por los cielos de la Segunda Guerra Mundial. Es descubierto por Sam Phillips y pasa a formar parte de la escudería que reúne a Roy Orbison, Carl Perkins, Jerry Lee Lewis y Elvis Presley, conjunción astral conocida como “El Cuarteto del Millón de Dólares”. Los otros tres se pasan al rock pero él se queda en el country. Se hace famoso y se vuelve violento (peleas pesadas en el backstage y pastillas veloces en todas partes). Casamiento y divorcio y alguna noche en alguna cárcel mientras su fama crece y se convierte en el victorioso cantante favorito de los perdedores. Vende más que los Beatles en América. Vende más de cincuenta millones de discos. Segundas nupcias con June Carter, de la legendaria familia folk de los Carter, y la chica lo domestica un poco. Las ventas bajan, su compañía lo desprecia y resucita, más triunfal que nunca, con el penitenciario disco en vivo Johnny Cash at Folsom Prison. Tiene su propio programa de televisión, donde invita a cantar a novatos como Neil Young. Se va de gira por Vietnam para alentar a los muchachos de pelo al rape, y de ahí a los países del otro lado del Muro. Graba con Bob Dylan “Girl from the North Country” para el disco Nashville Skyline. (Paréntesis para completistas: una reciente versión pirata del descatalogado Dylan —también conocido como A Fool Such As I— agrega diez duetos más de Bob y Johnny entre los que se incluyen clásicos cashianos como “Ring of Fire” y “I Walk the Line”.) Escribe una autobiografía demencial, Man in Black, y una demencial biografía novelada en primera persona de San Pablo, Man in White. Padre de Rosanne Cash y suegro de Nick Lowe y el perfecto guardián espiritual para América: en una mano la Biblia y en la otra un Colt. Y el Colt está, siempre, cargado y con ganas de descargarse.

EL PADRINO
Y lo más interesante de todo: en los ‘90 Johnny Cash consigue lo que muy pocos consiguen: se reinventa sin caer en el ridículo y se eleva más alto que nunca. Johnny Cash deja detrás el bronce conservador e histórico. Lo que no implica negar un curriculum que lo llevó a los Halls of Fame de songwriters, rockabilly, rock and roll y country-music (único artista en conseguir los cuatro títulos); seis Grammys, tres álbumes multi-platino y 130 éxitos en la lista de Billboard. Johnny Cash crece a Big John, a patriarca perfecto para la generación MTV y los neo-cowboys del alt-country. Johnny Cash aparece junto a U2 en un track de Zooropa (1993) —la autorreferencial “The Wanderer”— y tiene la inspiración de llamar al productor de moda Rick Rubin —especialista en hip-hop y trash-rock— para que reformule su sonido. Rubin, por suerte, no lo moderniza sino que lo despoja de todo adorno mersa-vaquero con violines y chicas de coro. Lo que resulta es el destilado de un Johnny Cash seco y sin atenuantes que aparece en American Recordings en 1994 —el álbum le gana un Grammy más— cantando clásicos nuevos y propios como “Delia’s Gone” (sobre el fino arte de llenar de balas a una mujer molesta), temas tradicionales y covers de gente como Leonard Cohen, Nick Lowe, Tom Waits, Loudon Wainwright III, Kris Kristofferson y el metalero satánico Glen Danzig. La mezcla es rara pero funciona a la perfección, porque Cash se las arregla para hacer suyos los temas ajenos y lo nuevo, atemporal. Como él. La estrategia siguió en 1996 con American Recordings II: Unchained (otra vez producción espartana, temas propios, venerables, extraños, y las aportaciones de Beck, Tom Petty, Soundgarden) y en el 2000 con American Recordings III: Solitary Man, donde reincide Petty y se presentan U2 (formidable versión de “One”), Nick Cave, Neil Diamond y Will Oldham. Tres álbumes siempre iluminados por sombrías liner-notes en las que Cash va armando un suerte de mapa musical y existencialista mientras alaba al Señor y, otra vez, juega con el revólver. El redescubrimiento se completa con la edición de varias antologías totales que van de lo exhaustivo a lo fashion (presentadas por Bono y Quentin Tarantino). Y de golpe, una noche terrible, en medio de un concierto, Johnny Cash sintió que ya no podía seguir y detuvo todo y se puso de pie y salió por un costado del escenario. Y —los momentos históricos nunca son gratis— nadie pidió que le devolvieran el valor de su entrada.

EL VIAJERO
Con motivo de la reciente edición de American Recordings IV: The Man Comes Around, Johnny Cash se ha permitido bromear un poco sobre aquello que todos se toman en serio: “Digamos que han sido dos años interesantes: primero me diagnosticaron mal de Parkinson, después me dijeron que en realidad era algo que se llama síndrome de Shy-rager, y hace unos días le cambiaron el nombre por el de neuropatía automática. Y mientras grababa The Man Comes Around tuve neumonía dos veces. Ya no puedo salir de gira, pero eso no significa que sea lo que se dice un buen paciente. Tal vez por eso, casi inconscientemente, todo el álbum respira una cierta atmósfera de –digamos–, cómo explicarlo,... Lo cierto es que en los últimos meses han salido dos de esos discos-homenaje a mi figura y, además, un Man in Black: The Very Best of Johnny Cash, y tal vez me estén queriendo decir algo, ¿no?”.
Se diga como se diga —y mucho más allá de los recientes tributos de superestrellas y no tanto contenidos en Kindred Spirits: A Tribute to the Music of Johnny Cash y Dressed in Black: A Tribute to Johnny Cash— el flamante American Recordings IV: The Man Comes Around es probablemente el más interesante de los cuatro de la serie, y tal vez lo mejor de toda la larga carrera del hombre vestido de negro. A la ya mencionada “The Man Comes Around” de Johnny Cash —más cuatro originals más, si se cuentan las reescrituras de traditionals como “Sam Hall”, “Danny Boy” y “Streets of Laredo”— se suman la más freak y al mismo tiempo más coherente selección de temas ajenos que Johnny Cash jamás haya hecho. Aquí está una minimalista versión de “Bridge Over Troubled Waters” de Paul Simon (con el acompañamiento de la trémula e intimidada voz de Fionna Apple); un “In My Life” de los Beatles que hace saltar las lágrimas, un “Hurt” de Nine Inch Nails digno de musicalizar un cuento de Carson McCullers; el “I Hung My Head” de Sting que ya nunca más, por suerte, será de Sting; el “I’m So Lonesome I Could Cry” de Hank Williams a dúo con un Nick Cave que no es ese Nick Cave sino un colega cowboy; el “Desperado” de los Eagles despejado de toda atmósfera californiana y cocainómana, y —momento insuperable— el “Personal Jesus” de Depeche Mode, que aquí, lejos de la confitura tecno-pop y crucificado por el piano de Billy “Yo estuve en el techo con los Beatles” Preston y la guitarra de John “Red Hot Chili Peppers” Frusciante, se convierte en algo digno de ser cantado por el reverendísimo Robert Mitchum mientras persigue niños en La noche del cazador. El final —el standard “We’ll Met Again” cantado codo a codo con “la Pandilla Cash completa”—, con un Johnny que acaba recitando la letra con voz quebradiza, suena casi casi como una despedida. De ser así, vestido para matar o para morir, de vuelta o de salida, cuando ya da igual ser listo que estar listo, pocos artistas consiguieron algo tan joven y tan maduro con siete décadas encima. Con American Recordings IV: The Man Comes Around —cruzando los dedos por un quinto capítulo, rogando que éste no sea sólo el más insuperable de los epílogos— se demuestra que, como siempre y hasta que la muerte nos separe o la Reina nos lo explique, el hombre de negro paga contante y sonante, en efectivo, hasta la última moneda. Definitivamente cash.

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