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Domingo, 25 de octubre de 2009

PERSONAJES > EL DOCUMENTAL SOBRE ANA WINTOUR, LA PERSONA MáS PODEROSA DEL MUNDO DE LA MODA

Al diablo con el diablo

Karl Lagerfeld hizo un vestido con su nombre, Yves Saint-Laurent le organiza desfiles privados, los nuevos tiemblan ante ella como un bailarín ante Madonna, los paparazzi la persiguen y muchos la consideran “la figura más importante del negocio de la moda”. El mundo la conoció cuando Meryl Streep la interpretó en El diablo viste a la moda. Y en un intento por mostrar su verdadera cara (o lavarla), autorizó al documentalista R.J. Cutler a registrar la trastienda del número más importante de la historia de la revista que dirige, la edición de septiembre de 2007 de la Vogue norteamericana: 840 páginas, casi 2 kilos y un negocio de 300 mil millones de dólares que tienen a la implacable Ana Wintour en la cima de la industria. Y una cámara para intentar entender a esa mujer que derrumba reputaciones y fija tendencias de años con una mirada.

 Por Violeta Gorodischer

Una de dos: o el género documental se volvió totalmente frívolo, o existen buenas razones para que muestre lo que pasa dentro de una revista de moda y arrase en el circuito del cine independiente de elite (Festival de Sundance; Museo de Arte Moderno de Nueva York). A ver, empecemos a cortar tela. Por un lado, no es cualquier revista: se trata del número especial de septiembre de la Vogue norteamericana de 2007, que superó a todas las ediciones de la historia (incluso las de 2008 y 2009) con 840 páginas y casi 2 kg de peso. Y si a cargo de la filmación de The September Issue estuvo R.J. Cutler, uno de los popes del cine de observación directa que ganó su buena reputación como productor de The War Room (el documental sobre la campaña presidencial de Bill Clinton), una ya puede ir frotándose las manos. Sumemos a esto que la directora de Vogue, Ana Wintour, es toda una celebrity desde que, en 2006, Meryl Streep la parodió en la versión cinematográfica de El diablo viste a la moda y entonces sí, la cosa empieza a cambiar de tono. El dato que falta tampoco es menor: en el mundo de la moda, el mes de septiembre funciona como si fuera enero. Ahí es cuando se muestra el panorama de todo lo que se va a usar el resto del año y por eso esa edición es tan importante, por eso la apuesta de 2007 fue casi mítica, por eso empiezan a prepararla con cinco meses de anticipación, se convoca a los CEOs de las mejores marcas y ahí, cuando todos desayunan juntos en el salón del Ritz, Wintour acuerda con ellos las coordenadas: “Camperas, no zapatos, ahí tiene que estar el fuerte este año”. ¿Así se mueven los hilos de esta invisible maquinaria de consumo? Resulta increíble la luz que el documental vuelve a echar sobre las palabras de Streep encarnando a la Wintour en El diablo viste a la moda. “Vos te ponés ese saco azul, todo abultado”, le decía con desprecio a la pobre Anne Hathaway, paracaidista ficticia en el universo fashion. “Pero ignorás que no es azul sino turquesa, más bien un azul ultramarino, cerúleo. Resulta que, en 2002, Oscar de la Renta hizo vestidos cerúleos, que luego Yves Saint-Laurent sacó sacos militares cerúleos y el azul cerúleo apareció en ocho colecciones distintas ese año. Después se filtró en los almacenes y terminó en alguna tienda barata. Ese azul representa millones de dólares, muchísimo trabajo. Lo gracioso es que creas que elegiste algo que te libera de la industria de la moda.” Digamos entonces que una cámara en la trastienda de la edición que movió más de 300 mil millones de dólares dentro de esta industria puede ser algo más que espiar por el ojo de la cerradura de un universo siempre impecable.

EL PAPA Y LAS POLLERAS

El foco está puesto en Ana Wintour. ¿Quién no querría verla en acción, tener material de primera mano? Una mujer que casi no da entrevistas (la última en la que se la vio relajada se la dio a The Guardian, en 1986, cuando fue elegida directora británica de Vogue), que es capaz de levantarse al amanecer para maquillarse y pintarse, para vestirse con look inmaculado y transmitir la sensación de que vive en las páginas de su revista. “Hay algo en la moda que pone muy nerviosa a la gente”, dice al comienzo de The September Issue. “Les da miedo, se sienten inseguros o excluidos de nuestro mundo. Por eso dicen cosas, es normal.” Cosas: que ella impuso una estética elitista, por ejemplo. Que le negó la portada a Oprah Winfrey hasta que no bajara de peso. Que está obsesionada con reflejar sólo las aspiraciones de cierta clase lectora. Es más: un ex colaborador contó públicamente el caso de una nota sobre el cáncer de mama protagonizada por la azafata de una aerolínea. Como Wintour no quiso una azafata, tuvieron que salir a buscar de urgencia alguna mujer de negocios exitosa. Con cáncer. Además, el grupo proteccionista de los derechos de los animales, PETA, hizo de ella el blanco central de su campaña contra el uso de pieles y hasta le tiraron un pastel de tofu por la cabeza mientras esperaba para entrar a un desfile. Así y todo, Wintour puso pieles en la tapa de Vogue y el negocio, paralizado desde principios de los ’90, volvió a despuntar (en el documental, de hecho, la vemos abrigada con sus visones, siempre con esas gafas negras Chanel que ya son su marca registrada). A la hora de definir la influencia de esta mujer, los especialistas locales opinan: “Wintour es la madame de la moda desde el american way of life –aunque es inglesa– y la concibe como un gran negocio”, plantea la periodista e investigadora Victoria Lescano. “Es la reina madre de la Séptima Avenida, la zona de la industria de la moda en Nueva York.” La opinión de sus colaboradores, en cambio, parece algo más rotunda: “No hay ningún aspecto, en los desfiles o en la calle, en el que Ana Wintour no esté involucrada”, dice el jefe del equipo comercial. Y en claro guiño a la conocida definición de Vogue como Biblia de la moda: “Si esto es una iglesia, ella es el Papa”.

OBSERVADORES SUTILES

Lo más difícil fue negociar el contrato con Condé Nast: al gigante editorial no le causaba mucha gracia tener un equipo de cine pegado durante nueve meses. De ahí que Cutler recurriera a sus amigos de A&E Indie Films y consiguiera que se embarcaran en el proyecto, financiándolo y actuando como productores ejecutivos. Una garantía más para el megagrupo que finalmente dio el sí, pero con recelo. Si el mérito de los buenos documentales es el de atravesar obstáculos para dejar ver cosas que el común de la gente ignora, aquí hubo unas cuantas piedras en el camino que enaltecen la tarea de Cutler. A saber: la desconfianza de la gente de la moda con respecto a la cámara, la hostilidad inicial, la tranquilidad engañosa, los problemas ocultos, la falta de diálogos. “Estábamos filmando a un grupo de gente que trabaja junta desde hace años, en algunos casos durante décadas. Se comunicaban con un simple movimiento de cabeza y a través de miradas, sin grandes discursos”, dice el director. “Cuando empezamos a grabar, nos sentimos bloqueados. ¿Cuándo se tomó esa decisión? ¿Cómo sabés que está ocurriendo esa historia? ¿Quién recortó ese artículo a página completa? Era desconcertante. De repente, nos dimos cuenta de que la clave del proceso creativo estaba en los gestos, las miradas y las conversaciones de cinco segundos de duración.” Así, como observadores sutiles y mudos, llevaron a cabo un rodaje que duró ocho meses, con 300 horas grabadas y un intenso proceso de edición. La frutilla final la puso la misma Wintour. “El plan de rodaje no iba a ser estricto, nuestro trabajo sería más bien estar ahí, ver”, cuenta Cutler. “Ana lo comprendió y accedió a trabajar con nosotros. Cuando le dije que yo tendría el control sobre el montaje final, ella contestó: ‘Mi padre era periodista, yo soy periodista, lo entiendo perfectamente’.” Lo entiende, sí, pero se cuida. Habla lo justo y lo necesario, llena los silencios con información que ella misma digita: no levanta el tono, no confronta, no hace visible la toma de decisiones. En todo caso, el lenguaje corporal habla por ella. Se toma la frente, retacea sonrisas, cierra los ojos e inclina apenas la cabeza cuando el cierre de la edición se acerca, cuando en las fotos que Mario Testino hizo en Roma no hay suficiente ropa, cuando la colección que Jean-Paul Gaultier le adelanta en exclusiva no la convence.

¿A CARA LAVADA O LAVADO DE CARA?

Si cotejamos lo que se ve en The September Issue con la ficción de El diablo viste a la moda, hay puntos que son exactamente iguales: los consagrados le rinden tributo (Lagerfeld hace un vestido llamado Ana, Yves Saint-Laurent le organiza desfiles privados), los más nuevitos la comparan con Madonna y admiten haber temblado ante su presencia, los paparazzi la persiguen para sacarle fotos y los medios del mundo la definen como “la figura más importante del negocio de la moda” y “la mujer más influyente de los Estados Unidos”. En el back de un desfile, una periodista se acerca para entrevistarla. “Mucha gente dice que sos una mujer de hielo.” Ana esboza una media sonrisa: “Pues esta semana fue muy fría, eso es lo que tengo para decir”. Y uno, con ella, también sonríe. Como si en algún punto el documental fuera un (¿involuntario?) lavado de imagen. Porque si el estreno comercial pudo hacerse recién este año, lo cierto es que The September Issue se filmó muy poco tiempo después del estreno de la película que estigmatizó a Wintour como “diablo”, que ella misma dio su consentimiento y hasta sugirió que el disparador fuera el seguimiento de este número especial. Y entonces, después de los estereotipos, detrás de la imagen mediatizada que circuló por el mundo, volvemos a verla. Haciendo chistes a la cámara. Digitándolo todo con mano de hierro. Recomendando ignotos diseñadores a GAP. En su casa de Long Island, junto a una hija adorable que estudia Derecho y dice no querer saber nada del mundo de la moda. Hablando de su familia en un medio tono susurrado: los hermanos que hacen trabajo social o editan secciones de política y se toman a risa que se dedique a esto, el padre periodista que prácticamente decidió su destino por ella, sin lugar a cuestionamientos. ¿Más humana, podríamos decir?

EL ARTE VS. NO VA

La pregunta es en qué momento una directora de revistas deviene celebrity. Cómo se produce ese quiebre en que la responsable de dirigir un medio se convierte en protagonista de otros. “Más que de celebrities, me gusta usar la expresión ‘gente monitora’, la escena de la moda actual y local está plagada de tales personajes. Y es pintoresco y necesario poner el ojo ahí, pero sólo por un rato”, dice Lescano. Se puede comparar, entonces, esta escena actual con lo que ocurrió muchos años antes, cuando a cargo de Vogue estaba Diana Vreeland, con un perfil bien distinto al de Wintour. “Antes los editores eran burócratas del periodismo de moda”, plantea Felisa Pinto, pionera del periodismo de moda en nuestro país. “Lo que hizo Vreeland fue darle un sello propio.” Intima amiga de Capote, mujer culta y arriesgada, se animó a convocar escritores, implementar un criterio independiente de belleza (usaba modelos bizcas, por ejemplo) y dar lugar a términos como “rosa Matisse” a la hora de describir una prenda. “La Wintour cultiva un mito que no le llega a los talones a la Vreeland, que era realmente una artista, no una difusora de tendencias”, opina Pinto. “Ella recomendaba desde un cuadro hasta unos aros de plumas de la Feria de Guadalajara, y no le redituaba un centavo. Wintour, en cambio, es una burócrata que dirige muy bien una publicación al servicio de las multinacionales del vestir. No le interesa el arte.” Algo que se refleja en la constante tensión con Grace Coddington, la directora creativa de la revista. Porque si otro mecanismo de este documental es crear ficción dentro de la realidad, Grace es claramente la contrafigura de Wintour: una ex modelo de Vogue, que tuvo que abandonar su carrera por un terrible accidente de autos y regresó varios años más tarde como directora creativa. Sensible, respetuosa y tranquila, Grace “es” el Arte. Indiferente a la cantidad de anunciantes, sufre si no logra recrear la estética de los ’20, si eliminan la foto que más se asemeja a un cuadro renacentista con diseños de Galliano, es capaz de tirarse al suelo para acomodar el zapato de una modelo y, sobre todo, es la única que se anima a enfrentar a Wintour, después de haber trabajado juntas durante 20 años: ¿cómo ignorar ese vestido maravilloso porque no es “ropa ponible”?, ¿cómo eliminar esa foto vanguardista sin haberla consultado? Para todo, Ana tiene la misma y tajante respuesta: “No va”.

DE FELLINI A REVLON

“Yo tuve el especial de septiembre de Vogue de los ’70: fue un número íntegramente dirigido por Fellini, en blanco y negro, con fotografías de Helmut Newton, que era capaz de ponerte una modelo atropellada por un auto, con sangre en la boca”, dice Pinto. El September Issue 2007, por su parte, funciona casi como catálogo de publicidad: 840 páginas de las que 727 son únicamente avisos. De Fellini a Revlon, directo y sin escalas. “Vreeland innovó mucho más en el circuito, pero es cierto que las presiones del mundo editorial son mayores y que tal vez no hubiera sobrevivido a los mandatos actuales del marketing, que son insoportables para los seres humanos”, opina Lescano, haciendo alusión a una premisa que hoy rige en casi todos los medios gráficos. Ocurre que el hallazgo de Wintour es digitar el mercado desde el interior del mercado mismo: sus alianzas son las marcas que acatan sus pedidos, los diseñadores que la veneran y los propios medios que retroalimentan el juego, una y otra vez. Las tensiones, en cambio, se encuentran puertas adentro de Vogue, en su equipo: ahí es donde se filtran las grietas que ella preferiría ocultar; primero vemos la desazón de Grace al descubrir que Wintour voló la foto renacentista; después somos testigos de su venganza, cuando ordena a los retocadores que dejen intacta la panza del camarógrafo del documental, incluido espontáneamente en las fotos. Pequeños sinsabores del trabajo cotidiano, para simbolizar la eterna polémica del arte frente al mercado. Pero tal vez habría que evitar el maniqueísmo en pos de una perspectiva más amplia. En definitiva, The September Issue muestra a Ana Wintour como una mujer implacable que sacrifica el Arte para llegar a un objetivo que considera mayor: dar forma a algo llamado tendencia en lo que todos –todos– estamos inmersos. Nos guste, o no.

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AUNQUE LA PELICULA SOBRE WINTOUR TODAVIA NO SE PUEDE VER EN BUENOS AIRES, ESTA SEMANA LA ALIANZA FRANCESA PROYECTA UN CICLO DE DOCUMENTALES DE DAVID TEBOUL SOBRE OTROS ICONOS DE LA MODA: DOS SOBRE YVES SAINT LAURENT (LUNES Y JUEVES) Y DOS SOBRE LA REVISTA ELLE (MARTES Y VIERNES), TODOS LOS DIAS A LAS 20 HS. EN LA SEDE DE LA AV. CORDOBA 946.
 
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