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Domingo, 13 de diciembre de 2009

MúSICA > ERNESTO ROMEO, EL GURú ELECTRóNICO

Odisea del espacio interior

Pionero en la electrónica, dueño de un arsenal de teclados y enchufes en el que músicos de bandas como Babasónicos y Medeski, Martin & Wood encuentran sorpresas impensadas, miembro del grupo Krauss junto a Francisco Nicosia, Ernesto Romeo es un músico “medio de culto y medio culturoso”. Y si bien llegó a Creamfields, no tiene problema en seguir tocando para 20 personas que disfruten de oírlo rodeado de sus veinte instrumentos.

 Por Pablo Maciel

De espaldas al público, Ernesto Romeo conecta y desconecta cables y enchufes en un sintetizador modular tamaño heladera. Visto de lejos, podría pasar por un científico loco haciendo experimentos con el circuito integrado de un laboratorio de audio. Pero no: está operando un Emu de los ’70. El panel de control se completa con una veintena de instrumentos dispuestos de manera circular, entre otros sintetizadores, osciladores, piano Rhodes, Mellotron, clavinet, piano eléctrico y órgano. Lo que sale de esa mezcolanza de artefactos de la era analógica que compró a precio de chatarra y que hoy cotiza fortunas en el mercado vintage, podría haber sido usado tranquilamente por Stanley Kubrick en 2001: Odisea del espacio.

La escena anterior transcurre durante la presentación de E, el último disco de Klauss, en el teatro El Cubo. Frente a él se ubica su actual coequiper, Francisco Nicosia, con su respectivo arsenal de teclados, sintetizadores y perillas. Unos días más tarde, Romeo describe a su sintetizador Emu: “Es probablemente la herramienta más poderosa que tengo para hacer música. Es un centro para generar y procesar señales electrónicas. Es una nave total”. Lo cierto es que, más allá de sus particularidades, la puesta en escena completa del dúo remite a una película de ciencia ficción. Un vuelo comandado por pilotos de barba, pelo largo y una incipiente pelada en vez de casco, con más pinta de hippies que de tecnófilos.

“Usamos los instrumentos para viajar, realmente”, concede Romeo. Y completa: “Klauss fue concebido como un grupo ‘de vivo’: siempre nos gustó tocar. Por la complejidad de la música, mucha gente en vivo prende la computadora, pone play y a otra cosa. Para nosotros, al contrario, el centro de la música es tocarla. De hecho, hemos grabado pocos discos: E vendría a ser el tercero. Para una carrera de 21, casi 22 años, no es tanto”. A diferencia del doble Metales perfectos (2000) y de Cielos móviles (1997), el nuevo trabajo incorporó la tecnología digital a su plataforma de despegue. “Es el primero que grabamos con una compu, por eso tiene mucha edición.”

Repartidos entre la sala de ensayo y su casa, Romeo dice tener alrededor de cuarenta sintetizadores, una decena de teclados y una colección de cajas de ritmo y secuenciadores. Sin embargo, aclara que no es coleccionista. “Más allá de que sean llamativos, siguen siendo solamente un vehículo para obtener lo que buscamos”, asegura. Colegas como Diego Tuñón de Babasónicos saben que pueden encontrar más de una sorpresa en su extravagante tesoro de teclas y enchufes: en “Jessico”, “Infame” y “Mucho”, editadas por Tuñón, hay varias muestras de ello. Hasta los Medeski, Martin & Wood le pidieron prestados algunos instrumentos y, después de pegar onda, en 2006 lo invitaron a tocar en el Gran Rex. Más allá de sus eventuales colaboraciones, llegó a reportar como miembro estable de Pez durante una temporada: grabó en Folklore, compartió shows con Ariel Minimal y compañía y la experiencia quedó registrada en el álbum en vivo Para las almas sensibles.

“La música siempre fue importante, pero también me influyeron mucho el cine, la literatura y la pintura. Y los viajes: cuando uno viaja se queda como impregnado por los lugares. Cuando tocamos, siento que me traslado a través de la música por todas esas sensaciones que forman la historia de mi vida”, dice Romeo. Los temas de Klauss son instrumentales y llevan títulos como “3-3”, “Cs” o “Tecnoconvivencia”; aunque las connotaciones son inexistentes o escurridizas, llevan implícita la idea de viaje retro-futurista a un espacio más interior que exterior. Habría que decir entonces que Romeo nació en el paradigmático 1968 y que sus padres, una pintora y un poeta under, lo llevaban de chico al cine a ver 2001 o El espejo, de Tarkovsky. “Son películas que me influyeron mucho. Los tiempos, la escenas largas, la dedicación a la música. El clima subrayado por gestos casi imperceptibles, en medio del silencio”, evoca.

Por la misma época se colgaba tardes enteras con las tapas y el contenido de vinilos como Sgt. Pepper, de los Beatles, y Abraxas, de Santana. Y prestaba atención cuando pescaba en la radio algo de Alan Parsons o Giorgio Moroder. “Pero, realmente, nunca había tenido una inclinación por la música: soy horrible cantando. Hasta que a los 15 años, a través de unos amigos del colegio, descubrí a Vangelis. Y me encantó la sonoridad misteriosa de sus discos de los ’70: Beaubourg, Spiral, Albedo 0.39. La gente piensa en Vangelis por Carrozas de fuego, pero tiene una obra que va más allá, como la banda de sonido de Blade Runner. Y eso me cambió la cabeza y empecé a estudiar piano y a meterme con Yes, Tangerine Dream, Brian Eno. Al mismo tiempo llegué a cosas de música electroacústica, como Stockhausen, y la contemporánea tipo Ligeti. Me planteé conjugar el minimalismo con los sintetizadores: esa sonoridad que se escapa de los límites de la audición humana. Y de toda esa ensalada, en la que entra desde Pink Floyd hasta Human League, sale lo que hacemos en Klauss.”

Pionero de la electrónica a nivel local, el grupo ha encontrado su propio nicho. “Medio under, medio culturoso”, según su propia definición. En 2001 llegaron a participar en Creamfields, pero está claro que su lugar no está en las góndolas del supermercado en el que se ha convertido el género. Concluye Romeo: “Prefiero que nos vengan a ver veinte personas a tener que abaratar mi música para hacerla más redituable y más cómoda. No me interesa la comodidad: creo que es enemiga del arte. Uno tiene que hacer un esfuerzo interior para dejar una huella propia en la obra: cuando eso pasa, es movilizador”.

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