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Domingo, 31 de enero de 2010

ENTREVISTAS > LA DOBLE VIDA DE SOLEDAD VILLAMIL

El misterio de sus ojos

Tras el éxito descomunal de El secreto de sus ojos, la película en la que interpreta con sutileza, ductilidad y belleza a la protagonista, y que es finalista en las nominaciones al Oscar, Soledad Villamil sigue abocada a su doble vida: la de cantante. Lo que empezó en Glorias porteñas como parte de la actuación cobró vuelo propio con Soledad Villamil canta y ahora se confirma en Morir de amor, un disco de tangos, valses, milongas y hasta temas propios en los que despliega ese sereno y misterioso encanto.

 Por Juan Pablo Bertazza

Aún hoy que acaba de ser candidateada al Oscar y es difícil encontrarse con alguien que todavía no la haya visto, no queda para nada claro si El secreto de sus ojos se refiere a los ojos de Darín que, a lo largo de toda la película, no se animaba a expresarle su amor a su compañera de trabajo, a los del asesino que salía en todas las fotos con mirada de “quiero acostarme con ella o si no matarla”, o a los de Pablo Rago, cuyo personaje se volvía un muerto en vida a partir de la muerte del amor de su vida. Lejos de simplificarse, la cosa se complica si se tiene un mínimo contacto visual con Soledad Villamil. Porque –cómo no se había pensado antes–, el secreto de sus ojos también habla de esta actriz que, literalmente, tiene la capacidad de hablar y hasta dirigir el tránsito con su mirada verde. Y aunque se confundan los sentidos, al escuchar Morir de amor, su segundo disco muy a tono con esa película de la cual todavía se va a seguir hablando mucho, además de su voz trabajada, dulce y áspera al mismo tiempo, lo que suena también es su mirada. Basta una ojeada por la portada del disco, para que esos ojos nos lleven a todas las miradas que, alguna vez, nos dijeron cosas sin hablar. Basta una rápida estadía por estas doce canciones, entre las cuales está “Ojos verdes”, copla que aprendió de su tía abuela, una bailaora de flamenco, para darnos cuenta de que, además de escucharlo, se lo puede ver. Compuesto de tangos, valses y milongas, Morir de amor es un disco de letras muy fuertes, muy intensas y muy visuales, desde la canción de Alfredo Zitarrosa con letra de un poema de Idea Vilariño que dio nombre al disco hasta la archiconocida “Se dice de mí”, a la que Soledad Villamil logra aportarle un sello personal: la misma mirada, el mismo misterio.

“La selección del repertorio tiene dos momentos, uno muy intuitivo y otro organizador. La idea del primer disco, Soledad Villamil canta, arrancó con ‘Aguacero’, un tango que describe una tormenta en La Pampa, entonces busqué un repertorio a tono con esa cosa criolla, campera, muy de contemplación y paisaje. Morir de amor nació con canciones que empezábamos a probar en los conciertos para renovarnos, especialmente ‘Morir de amor’ –soy fan de Idea Vilariño y en algún momento tenía el proyecto de hacer un espectáculo sobre sus poemas– y el tango ‘Rencor’, que me llevaron hacia el amor sentimental, romántico, y entonces otra vez se orientó la búsqueda del repertorio en torno de ese tema. Una idea, algunas canciones y algo que se empieza a espesar como la salsa. Entonces empiezan a aglutinarse las canciones. Yo pienso mucho el repertorio en función del espectáculo en vivo, que tenga dinámica, un recorrido, que cambie de paisaje en cada variación rítmica y de estilo. Para mí es importante, y esto tiene que ver con mi experiencia actoral, que el disco, al igual que el espectáculo en vivo, tenga un corpus, gollete, un sentido”, se suelta Soledad Villamil a la hora de hablar de este nuevo disco que, a diferencia del primero, incluye dos canciones de su puño y letra. “La medida”, inspirada en una frase de Borges (“estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo”) y “Santa Rita”: “La primera, que es un vals, la había escrito hace mucho y la otra tuvo que ver con un pedido de José Teixidó, que es el arreglador y mi compañero de aventura en esto de la música. Nos faltaba en el disco una cosa más festiva, así nació ese tema”.

Gloria porteña

Así como hay ocasiones en que Soledad Villamil prefiere no desviarse en la senda del misterio para dejar vírgenes los enigmas, en algunos otros aspectos resulta ser de lo más concreta y directa. Lejos de considerarse una actriz que canta, asegura que nunca va a dejar la música aunque tampoco piensa descuidar la actuación. Ni siquiera terminada la pregunta, Villamil responde con el casete de los que se quejan por ser reconocidos por un solo papel. Ella encuentra entre el canto y la actuación más de un rasgo en común: “El hecho de ser reconocida como actriz me dio todas las ventajas para darme a conocer como cantante, no me perjudicó en nada. Sobre todo si lo contrasto con alguien que sale con un disco a la calle a mostrar su propuesta musical o conseguir lugares para tocar. Yo saqué el disco y me hicieron notas, y propuse tocar en tal lado y se me dio. A mí me resultó mucho más fácil que a cualquier cantante que sale de la nada. Y no sólo en la difusión sino también en lo artístico, porque tanto el actuar como el cantar tienen que ver con la representación”, afirma Villamil. Pero si bien la salida en el año 2007 del disco Soledad Villamil canta inauguró oficialmente su carrera de cantante, a ella le cuesta desligar una cosa de otra, como si la cantante hubiera convivido siempre con la actriz, sólo que necesitaba el momento indicado para independizarse del todo, para salir a la luz: “Uno de mis primeros comienzos como cantante fue mixto, durante un espectáculo de teatro musical en Glorias porteñas que hice durante mucho tiempo. Ocurría en un club de barrio y mi personaje era una cancionista de los años ’30. Ahí, amparada en el personaje y en la reconstrucción de época, subía a cantar. Después de eso me di cuenta de que quería seguir conservando la música como espacio de encuentro con el público. Sí me llevó un tiempo y una decisión interna subirme a cantar independientemente de un personaje, de una obra y un contexto: subir al escenario sin tener un guión que representar, sólo con el ‘qué tal, voy a cantar esta canción’, fue un verdadero abismo. Ahora con más conciertos encima me doy cuenta de que también eso tiene una estructura, su propia puesta. El escenario no es un lugar natural, es un lugar de ficción y las canciones son pequeñas historias, guiones de tres minutos”.

¿Y de chica te imaginabas como actriz o como cantante?

–De chica estudiaba música: flauta traversa, canto, guitarra y piano y cantaba todo el día. Pero era una práctica individual. En el secundario tocaba en las fiestas del colegio y me ponía muy nerviosa, me gustaba pero me ponía muy nerviosa. Hasta la mitad del secundario, más o menos, no me planteé una cuestión vocacional fuerte. Tanto la actuación, que fue lo primero en volverse un trabajo, como el canto fueron más la consecuencia de una práctica habitual que una meta. El escenario no era para mí una imagen motivadora.

El misterio nunca muere

Tanto el título Morir de amor como el tono de algunas canciones desgarradoras como “Qué te importa que te llore” (“si ha quedado roto mi castillo del ayer, dejame hacer un dios con sus pedazos”) o el mismo “Rencor”, hacen pensar en el artista torturado y consumido que hace uso del arte para poder olvidarse un segundo de la vida. Casada desde hace mucho tiempo con el actor Federico Olivera, con el que tiene dos hijos, el presente de Villamil parece estar muy lejos de lo que canta y, sin embargo, lo que canta lo canta como si lo estuviera viviendo: “La capacidad del intérprete radica en una especie de travestismo emocional al que una echa mano y no tiene que ver necesariamente con la biografía, o sí, depende. Pero, por ejemplo, están las canciones que escribe Chico Buarque en primera persona, como una mujer, y una se pregunta cómo sabe lo que yo siento si él es hombre. Yo creo que toda nuestra experiencia vital se mete en una especie de cofre pero en donde yo particularmente no busco por tema, es decir, no digo ‘Como esta canción habla de celos, voy a pensar en cuando estuve celosa’, no. Me pongo en la piel de ese personaje. Es muy raro que trabaje evocando algo que me haya ocurrido pero, a su vez, eso que me ocurrió está ahí, es algo misterioso y eso es lo importante porque, además, esas vivencias no son tan fáciles de manipular y cuando una más trata de apresarlas más se te escapan. Entonces, el mecanismo no es A + B = C. Es más raro, más mezclado, misterioso”.

La misma intensidad con la que canta muestra Villamil al actuar en sus películas, especialmente en El secreto de sus ojos, donde recrea el personaje de una mujer casada cuyos ojos esconden, sin embargo, un pedido que es la aceptación y el hacerse cargo del deseo de su compañero de trabajo en el juzgado que nunca se anima a dar el primer paso: “Cuando leí el guión pensé ‘Esto es un peliculón porque la película es el guión’, la novela la leí mucho después. Me lo devoré en una hora, me llegó muchísimo el suspenso que tiene, lloré, todo lo que le ocurre al espectador con la película a mí me pasó leyendo el guión, lo cual no es algo habitual. También tuve la certeza de que eso se iba a mantener en la película porque era Campanella el encargado de llevar el barco a buen puerto. Pero nunca me imaginé que iba a tener dos millones y medio de espectadores ni que iba a ser candidata al Oscar. Otra vez, algo del orden del misterio que se escapa de todo y yo prefiero que se escape: ¿dónde hizo la película esa conexión tan particular, tan emotiva? Tal vez tiene que ver con la historia de nuestro país, o con algo social, pero lo cierto es que se trata de algo que excede una película; pasó otra cosa”.

Las historias que encarnaron Darín y Villamil en El secreto de sus ojos pero también en El mismo amor, la misma lluvia parecen ser ejemplos, justamente, de que el misterio nunca muere. Y a propósito de amor y muerte, en esa típica sección de curiosidades de algunos diarios que anuncian a los cuatro vientos, a veces, que el helado engorda y, otras veces, que ayuda a adelgazar, afirmaban en el año 2007 que sí era posible morir de amor. Al parecer, un grupo de investigadores de la Universidad de Glasgow, Escocia, habían descubierto que la pérdida de la persona amada podía conducir a la muerte.

“Morir de amor me parece algo de otra época, no sé si es un fenómeno que pueda darse hoy, aunque no lo descarto como posibilidad. Me gusta ampliar un poco y pensar esa frase también en el sentido de suspensión del tiempo, la idea de lo eterno, de esa petite mort con que los franceses llaman al orgasmo; el éxtasis del amor que hace desaparecer todo lo ordinario y cotidiano. No hay otra cosa que nos conecte tanto con la idea de la muerte. Idea Vilariño dice: ‘Quisiera morir ahora de amor para que supieras cómo y cuánto te quería’. Claro, sólo muriendo ahora, delante de vos, en este momento, podría explicarte cuánto te quise; me pone la piel de gallina. Pero, bueno, seguramente, los de la Universidad de Escocia tengan razón, sobre todo si el que está a punto de morir de amor tiene un mal congénito en el corazón que no sabía que tenía.”

Soledad Villamil presenta Morir de amor los jueves, viernes y sábados de febrero a las 22 hs. en el Torquato Tasso (Defensa 1575).

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“Me llevó un tiempo y una decisión subirme a cantar independientemente de un personaje, de una obra y un contexto. Fue un verdadero abismo. Ahora me doy cuenta de que también eso tiene una estructura, su propia puesta. El escenario no es un lugar natural, es un lugar de ficción y las canciones son pequeñas historias, guiones de tres minutos.”
Imagen: foto: nora lezano
 
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