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Domingo, 18 de abril de 2010

RESCATES > LA DESOPILANTE Y TEMIBLE INVESTIGACION DETRAS DE HOMBRES DE MENTES

Guerras de mentes

A mediados de los ’70, tras la derrota en Vietnam, el ejército norteamericano tenía la moral por el suelo y ninguna fe en sus capacidades de volver a ganar una guerra. Fue entonces que apareció un grupo de militares dispuesto a refundarlo mediante las técnicas más impensadas: mentalismo, música, parapsicología y terapias alternativas. El Proyecto Jedi se sostuvo durante dos décadas y terminó con cientos de soldados locos. Parece ficción, y la película Hombres de mentes así lo trata. Pero, por suerte, Ediciones B reedita Los hombres que miraban fijamente a las cabras, la increíble investigación del periodista galés Jon Ronson sobre el batallón de supersoldados con superpoderes, y las técnicas que resurgieron tras el 11-S.

 Por Mariano Kairuz

Ni armaduras de kevlar, ni sensores bioquímicos, ni letales robots piloteados a control remoto: la más sofisticada operación secreta del ejército norteamericano destinada a ganar La Guerra de una vez por todas consistió, de los años ‘70 a esta parte, en crear un pelotón de superhéroes con superpoderes. En los últimos años, Hollywood viene alimentando sus más violentas fantasías paladinescas con los productos de fabricaciones militares: el Batman de Christopher Nolan canjeó el batimóvil cool por una tanqueta, el Hulk de Ang Lee es una aberración salida de un laboratorio castrense y el Iron Man de Robert Downey Jr. es, sin más, un contratista militar dedicado a hacer artefactos hi-tech que explotan y aniquilan. Pero en el mundo “real”, el ejército y la CIA ya fueron un poco más lejos: crear un batallón de soldados psíquicos capaces de hacer cosas tales como mover objetos con la mente, volverse invisibles, levitar, evaporar nubes con la mirada, atravesar paredes y detener el corazón de sus oponentes.

Si la idea de un batallón de psíquicos suena más impresionante que cualquier efecto digital hollywoodense, hay que decir que es también bastante más tenebrosa, ya que, tal como lo cuenta el best seller del periodista galés Jon Ronson, Los hombres que miraban fijamente a las cabras (Ediciones B), no se trata de una película sino de una historia (increíble pero) real.

La mala noticia es que junto con la reedición de este libro de investigación llega esta semana a los cines Hombres de mentes, una ficcionalización del trabajo de Ronson que, a pesar de haber invocado casi automáticamente clásicos del cine sobre la locura militar (Trampa 22, Doctor Insólito, y por sus componentes psíquicos, la nada humorística El embajador del miedo), no les llega a los talones de los borceguíes a todos aquellos. La historia ya había sido objeto de una serie documental para la televisión inglesa realizada por Ronson y el otro artífice de la investigación, John Sergeant, titulada Crazy Rulers of the World. Ahora dirigida por el también actor y productor Grant Heslov, y protagonizada por Ewan McGregor (como un periodista basado en Ronson), y George Clooney, Jeff Bridges y Kevin Spacey como tres expertos de la unidad militar paranormal, Hombres de mentes se limita a convertir su intrincado e increíble argumento en un artefacto fumón, que sólo da cuenta de la ridiculez de todo el asunto, sin asumir las siniestras implicancias que tiene el hecho de ser un proyecto real en manos de gente peligrosa que ocupó y ocupa lugares de alta responsabilidad. De verdaderos locos de la guerra.

Puede fallar

El libro empieza en el verano de 1983 con el general Albert Stubblebine III en su oficina en Arlington, Virginia, considerando la idea de pasar a la oficina de al lado prescindiendo de la puerta. Stubblebine era en ese momento nada menos que el jefe del servicio de inteligencia de los Estados Unidos, con 16 mil efectivos bajo su mando, y para él la posibilidad de pasar a través de la pared no era una mera fantasía. (Apenas unas páginas más adelante, Ronson estará entrevistándose con el mentalista Uri Geller, quien dice haber sido uno de los primeros espías psíquicos de la CIA.) Entre 1981 y 1984, Stubblebine estuvo a cargo de la Unidad Secreta de Espionaje Psíquico del Ejército, emplazada en Fort Bragg, Carolina del Norte, y que consistía en un puñado de soldados que se pasaban las tardes tratando de poner en práctica sus habilidades paranormales. Entre los planes de estas Fuerzas Especiales hubo algo llamado Proyecto Jedi. El nivel Uno del entrenamiento Jedi consistía en entrar a una habitación “y ser consciente al instante de cada detalle”. “Usted ha pasado de la puerta principal a la puerta trasera. ¿Cuántas sillas hay en mi casa?”, interrogó de pronto Glenn Wheaton, uno de los ex espías psíquicos a los que Ronson entrevistó. “Un supersoldado no tendría que mirar.”

En Fort Bragg funcionó (quizá funciona aún) el llamado Laboratorio Cabras. Allí se hacían con estos animales experimentos que antes se habían intentado con perros, pero que fracasaron porque éstos inspiraban una compasión que el ganado caprino evidentemente no provoca. Las experiencias incluyen cirugía, radioactividad (ya en los ‘40 fueron los sujetos de una prueba conocida como El Arca Atómica) y, eventualmente, aniquilación telepática.

Algunos de los soldados que participaron del Proyecto Jedi murieron, otros se volvieron locos. Era una de las llamadas black-ops (operaciones clandestinas), y cuando en 1995 la CIA decidió disolverla, empezó a filtrarse bastante información. Varios de los ex soldados psíquicos publicaron sus autobiografías (con títulos como El séptimo sentido: los secretos de la visión remota revelados por un espía psíquico). A través de los testimonios de estos hombres, Ronson rastreó los orígenes del proyecto hasta los ‘70, a los años inmediatamente posteriores a Vietnam. Moralmente derrumbado, el ejército aceptó abrirse a nuevas propuestas antes improbables, incluso a la posibilidad de abrazar las consignas de la Era de Acuario. Paz, amor y LSD. (O al menos paz y amor; con el tema del suministro de LSD a sus soldados ya tenían una larga y oscura relación.) Es ahí que entra en escena uno de los personajes clave de la cadena de dementes: el teniente coronel Jim Channon, otro veterano que volvió de Vietnam traumatizado y que se convertiría en el mentor de las técnicas Jedi, y de mirar fijo a las cabras para matarlas. Un hombre a quien Ronson le adjudica una influencia profunda y de alcances insospechados en la vida militar norteamericana contemporánea.

Pacifista hippón, lisérgico (Bridges lo interpreta en la película reeditando un poco al Dude de El gran Lebowski), Channon es el autor de un tomo de 125 páginas titulado Manual de Operaciones del Primer Batallón de la Tierra que, a pesar de todas sus buenas intenciones, terminaría siendo, dice Ronson, la fuente de inspiración para algunas de las torturas aplicadas en Irak en el nuevo siglo.

Channon volvió de la guerra convencido de que habían fracasado porque sus militares “no eran astutos”. “Al tipo de persona atraído por la carrera militar le cuesta ser astuto. Simplemente nos plantamos en Vietnam con nuestra superioridad moral y nos acribillaron”, dice Channon. En 1977 escribió una carta al Pentágono, proponiendo hacer un viaje de investigación para ver cómo avispar un poco al ejército. Increíblemente, el Pentágono accedió a financiarlo y Channon siguió el camino de Big Sur y se entrenó en todas las técnicas New Age disponibles. Un tiempo después ya estaba convencido de que, para los ‘80, los Estados Unidos serían irradiados por las ondas de paz californianas, y que abandonarían su inescrupuloso complejo industrial a favor de un nuevo sistema de valores en cuyo centro se encontrarían “la conservación y sensatez ecológica”. “Al ejército norteamericano no le queda otra alternativa que ser maravilloso”, les escribió en 1979 a sus superiores, al presentarles el Manual de Operaciones (el libro Jedi). El libro constaba de mapas, dibujos, ensayos, y planes para nuevos superuniformes munidos de reguladores de ginseng, utensilios zahorí, alimentos para reforzar la visión nocturna, y un altavoz que emitiría “música indígena y palabras de paz”. Al enemigo se lo abordaba con ofrendas de animales, con miradas penetrantes y abrazos. Si no funcionaban se lo confundiría y, para extraerle información o doblegarlo, se lo sometería a métodos tales como la aplicación de música y mensajes subliminales, sólo armas no letales. Al principio sus enseñanzas tuvieron cierta resistencia y fueron objeto de burla, pero eventualmente encontraron su público entre esas tropas desintegradas tras la experiencia vietnamita.

Por el camino, Ronson encuentra las historias de otros personajes “coloridos”, como un psicópata llamado Michael Echanis, otro ex veterano de Vietnam entrenado en las artes del combate mental, que terminó sus días en Nicaragua, con un contrato millonario de Somoza para entrenar en sus esotéricas habilidades a la guardia presidencial y a sus comandos antisandinistas. Ronson también intentó averiguar hasta qué punto pudo el mismísimo Ronald Reagan (artífice de su propio Star Wars) haber comulgado con el Proyecto Jedi, y encontró un dato por lo menos sugestivo: la consulta sistemática de la Casa Blanca a una astróloga de San Francisco sobre el alineamiento de los planetas antes de emprender cada nuevo proyecto. Por supuesto que muchas de las enseñanzas de Channon se vieron furiosamente reactivadas tras el 11-S.

El dinosaurio
enjaulado

Tras el 11-S, la aplicación de técnicas para marear y doblegar al enemigo de Channon fue, dice Ronson, transformada en instrumento para el mal, como salió a la luz en 2003 cuando se reveló que en una cárcel norteamericana en Medio Oriente se sometía a los prisioneros a la escucha de la canción de Barney, el dinosaurio púrpura del programa infantil (una melodía tintineante e irritante que repite: “Te quiero yo y tú a mí / Somos una familia feliz”) durante 24 horas seguidas. Hay quienes creen que la anécdota de Barney sirvió para que muchos periodistas trataran el tema de la tortura a la ligera, como un chiste. Ronson fue y se contactó con Christopher Cerf, veterano compositor de los temas musicales de Plaza Sésamo, algunos de los cuales también se estaban aplicando como instrumento de tortura. “Mi primera reacción fue pensar: ¿tan terrible es mi música?”, dice Cerf. Un rato después, reunido con Ronson y Danny Epstein, supervisor musical de Plaza Sésamo, evaluaba la posibilidad de cobrarle royalties al ejército norteamericano. “¿Por qué no? –preguntaba Cerf–. Sería de lo más americano. Si se me da bien escribir temas que vuelven loca a la gente de forma más rápida y eficaz que otros, ¿por qué no he de sacar provecho de ello?” Ronson cuenta la escena sabiendo que todo va un poco en broma y un poco en serio. Pero en el fondo, lo único cierto es que, en esta historia de monjes guerreros y Jedis que ya lleva más de treinta años, por ahora va ganando el lado oscuro de la fuerza.

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