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Domingo, 6 de junio de 2010

La voz

Seis días antes del debut de la Selección comandada por Diego Maradona en el Mundial de Sudáfrica, Víctor Hugo Morales se hace lugar entre sus programas de radio y sus charlas sobre Fútbol para todos y la ley de medios para repasar la historia de los Mundiales y su propia historia como relator. A bordo de un auto que fue y vino entre Capital y Berazategui, uno de los hombres que más saben de fútbol en Argentina califica a Messi de artista (“no es Diego todavía, pero...”) y confiesa que no espera nada especial del primer campeonato que se juega en continente africano, aunque está seguro de que la Selección tiene posibilidades de ganar la Copa. En serio.

 Por Angel Berlanga

“La Argentina tiene enormes posibilidades de hacer un muy buen mundial, de ganarlo, incluso”, dice Víctor Hugo Morales, las piernas largas encogidas en el asiento delantero de un Renault Clío algo machucado que conduce Mario, su chofer desde hace muchos años, que renegará todo el viaje con la cinta adhesiva que sostiene malamente el retrovisor. El rumbo es Berazategui: dentro de un rato allá, en el gimnasio De Vicenzo, Víctor Hugo hablará ante unas 500 personas. “Me levantó mucho el ánimo el buen partido que hizo con Alemania –explica, todavía en el tránsito compacto del microcentro–. Estuvo mucho mejor el equipo que las individualidades, y como en su momento las individualidades van a rendir... Fue el primer partido en el que Diego le puso, como técnico, su propia firma al equipo.”

Unos minutos atrás salía extenuado de la radio, casi arrastrando los pies, tras el programa que conduce por Continental: es, por estos días, el díscolo que no cerró filas con los intereses de esta emisora del grupo Prisa, y tiene a su cargo seis horas diarias de programación, más las transmisiones de fútbol. Las ovejas blancas, ahí, van con los tapones de punta contra la ley de medios y cualquier cosa que haga o deje de hacer el Gobierno; en La mañana misma (que va tras Magdalena Ruiz y antecede a Fernando Bravo) Víctor Hugo mantiene sus buenas discusiones con periodistas-gerentes de la blancura que forman parte de su propio espacio. Y aunque pueda sonar lógico decir que le sería más fácil y más cómodo alinearse se intuye que no, que eso podría suavizarle el roce con las ovejas pero poner áspero el propio, el rumiar interno: si estuvo toda la vida contra la concentración mediática y el monopolio del fútbol, ¿cómo va a ponerse a hachar, eso, ahora? Para quitarse heroísmo, se declara inimputable: sabe que tiene espaldas anchas. El cansancio, dice, es por una gripe que tiene.

“¿Lo escuchaste a Víctor Hugo Morales?”, preguntó Rocha en 1981. Rocha es el amigo que uno tiene desde la infancia, uno que jugaba –y juega– de diez, el que armaba los equipos, y la pregunta fue hecha en un pueblo de la costa atlántica bonaerense, cuando ahí no había televisión y el relator (“de América”) era José María Muñoz. Estábamos acostumbrados al tono solemne de este hombre, a sus latiguillos: “toca el esférico”, “cargan varios, peligro de gol”, “córner número...”. Era desde hacía rato, allá (y en “América”) la voz del fútbol. Con Rocha sintonizamos a Víctor Hugo de inmediato: el tipo transmitía en colores, en detalle, se inventaba diálogos, era rapidísimo y narraba unas épicas fabulosas. Era distinto, otra cosa. Cabían, en su relato, la imaginación, la curiosidad, los matices. Como relator, Víctor Hugo es un extraordinario cronista, un fuera de serie. Pero en aquel momento era algo indefinible, como un viento renovador, un aire que ponía en evidencia qué respirábamos con Muñoz.

Este hombre transmitirá desde Sudáfrica, en unos días, su décimo mundial. Barrilete cósmico, mandó, tras aquella jugada imposible en el Azteca, contra los ingleses. Le debe a Maradona sus mejores momentos como relator: su voz es la banda de sonido universal del que se considera el gol más notable de todos los tiempos. Ahí mismo, un rato antes, vio desde la cabina lo que las cámaras no alcanzaban a dilucidar, lo que sólo vieron los jugadores en la cancha, la mano de Dios. Sin embargo desde “lo técnico”, ha dicho alguna vez, su mejor relato fue el cuarto contra Grecia, en el ‘94, esa serie velocísima de toques cortos que terminó con el zurdazo al ángulo y el festejo furibundo a cámara: fue el último que Maradona hizo en un mundial. Víctor Hugo iba nombrando en simultáneo a cada uno de los participantes y lo gritó cuando la pelota iba todavía en el aire: “Un maravilloso remate al ángulo superior derecho como fin de una jugada fantástica del equipo argentino –dijo segundos después–. Una sucesión de toques, no se sabía dónde estaba la pelota, un flipper, pero toda la maquinita parecía azul”. Y al toque: “Maradona, acordándose de un griego que solía hablar con humildad, esta vez dijo ‘de fútbol, lo sé todo’”.

Bueno, quién podía imaginar el inminente corte de piernas. O este debut como técnico en mundiales, con Messi. “Es el artista de hoy –dice de él Víctor Hugo–. El equivalente a Diego de este momento. Pero sin ser Diego. No todavía.”

Ida

–¿Pensás que Messi va a brillar en la Selección, en este mundial?

–Sí, soy muy optimista de lo que puede, es un jugador fantástico. Si la Argentina anda bien, Di María va a ser otro jugador muy importante, se va a lucir. Y la Selección no va a andar bien si no anda bien Mascherano: sin él bien, difícil que salga campeón. Porque él fija el lugar del planteo del partido. Y eso repercute luego, por ejemplo, en cómo se articulan Messi y los otros.

–¿Cómo definirías la impronta de este equipo, cómo pensás que lo planteará Maradona?

–Creo que pretende lo que cualquiera: un equipo corto entre las líneas, que no haya una cancha de distancia entre Demichelis y Messi. Un equipo posicional, que no va a tener grandes movimientos tácticos y que jugará claramente en un esquema 4-4-2, por necesidad, por jugadores y por imperio de lo que hoy se estila. El partido con Alemania fue demostrativo de la cautela con la que se busca, porque en el fútbol actual el mayor peligro surge del resultado positivo de la presión del equipo que no tiene la pelota en la mitad de la cancha para tomar al rival, circunstancialmente, defendiendo con cuatro o cinco en lugar de ocho. Ese contraataque rápido puede dar más satisfacciones que tener la pelota mucho rato, arrinconar al rival, y no tener por dónde pasar. Ahí empieza ese fútbol insoportable, vueltero, de tocar para los costados y para atrás; eso, que para algunos es buen fútbol, para mí es lamentable. Y así van a ser la mayoría de los partidos del mundial: los jugadores no encaran, se paran frente al rival y tocan al costado, sin audacia personal. Por eso Messi es distinto.

–Claro, Messi hace esto todo el tiempo.

–Exactamente. Pelota, mano a mano con un tipo, y lo quiere pasar. Quiere ir más allá de la línea del jugador que lo marca. Y en general qué pasa: los jugadores pasan la pelota y no traspasan las líneas de los que marcan. Por eso el juego se pone poco entretenido.

–¿Lamentás que Riquelme no esté en la Selección?

–Lamento que se hayan enfrentado Diego y Riquelme, porque a los dos les debo grandes momentos como relator. Pero Román tiene un problema a nivel internacional, y es que al ser un jugador tan atractivo para sus compañeros, porque es como un imán, al anularlo a él se anula mucho del equipo. Si estuviera en el equipo no tendría objeciones; y tampoco las tengo si no está. Cuando hay alguien que capitaliza la atención, en todos los órdenes de la vida, tenés la dificultad de que no haya otras respuestas colectivas. Esto es lo que pasa hoy en día con el enganche con los pocos espacios que hay: se convierte en referente para que los rivales lo presionen y saquen la contra. Cuanto más haya adelantado sus líneas un equipo que lo tiene a Juan Román, o a los enganches en general, para salir de Riquelme, más riesgos se asumen. El fútbol se hace más estético, porque el que tiene la pelota la tiene porque sabe, y trata de concertar con una geometría más pausada, no tan vertiginosa, diferente a la del fútbol jugado a las revoluciones del 4-4-2. ¿Me das una pastilla, Mario?

Mario conduce hacia el sur, por la autopista, despacio. Cada tanto atiende y le pasa el celular a Víctor Hugo, que entre ida y vuelta irá organizando con productores y/o amigos ubicaciones para él y su esposa para ver y oír cantar esta noche a Katherine Jenkins, materiales para los programas del día siguiente, detalles del viaje a París previo a Sudáfrica. Dice Víctor Hugo que su ego es escasísimo y que se siente “un espectador de alma”, lo que le permite estar muy cómodo diez o doce horas en la periferia de cualquier situación. “Mi trabajo es conducir y esto me coloca en el centro de la escena en el momento en el que laburo –explica–, pero en ningún acto de mi vida, ni siquiera en el ámbito familiar, soy el centro de atención, donde más bien están mis hijos, o los amigos, o los artistas. Diría, más bien, que escasamente ocupo ese sitio yo. No sé si siempre fue así, pero considero que un éxito personal es estar muy a buenas con mi poca solemnidad y mi escasa noción de importancia. No me paso de revoluciones respecto de mí mismo.”

–Dijiste, capaz que en sintonía, que no te considerás un tipo de talento.

–Tengo mucho respeto por esa palabra. Incluso cuando se la atribuyo a otros muchas veces me reprocho, porque uno acusa de talentosas a personas que son apenas ingeniosas. Creo que tengo inteligencias que, combinadas, me dan por lo menos una satisfacción en mi relación con las cosas, en las posibilidades de hacer mi trabajo con cierta repercusión, ¿pero talento? ¿Cuál sería, hablar muy bien? Siempre estoy disconforme. ¿Relatar muy bien? Ese podría ser un talento, sí, aunque no sé. Para mí talento tiene Dolina. Pero si hablás con él por ahí empezará hablando de las cosas en las que sabe que no lo tiene. Más que el talento me interesa la inteligencia para vivir, lo que llamamos la búsqueda de la felicidad. Y no estoy mal rumbeado.

–¿Pero no considerás que puede haber un arte, ahí, en el relato futbolero?

–Sí, algo puede haber. Pero hay que ver, porque se puede ser relator con nada, con buena voz, buen golpe de vista; las calidades de los relatores oscilan con el nivel cultural, su preparación, su entendimiento de la estética y de la ética: todo confluye, como en casi todas las actividades de la vida. Y cuando eso se hace con cierta magia, con algún elemento atrapante para la persona que te escucha, podríamos hablar de un pequeño talento. Bien hecho puede ser un arte menor, pero arte al fin. Y creo que me he mostrado que lo hago bastante bien, que he sido creativo y personal, como para decir que dentro de esa actividad he sido un poco artista, también.

Víctor Hugo viajó a cubrir por primera vez un mundial en el ‘78, cuando todavía estaba radicado en Montevideo, pero antes, en el de Alemania ‘74, transmitió para la televisión un par de partidos de Uruguay. Nació en Cardona a fines del ‘47 y a los 16 ya estaba trabajando en Radio Colonia. Debutó como relator en Argentina en febrero de 1981, el mismo día en que debutaba Maradona en Boca. “No vayas directo al lugar, Mario, veamos si encontramos antes un boliche como para comer algo”, propone. “Mi actitud general hacia el juego es de disfrute, de elemento que me sirve para construir mi trabajo, mi periodismo. Pero más que enamorado del fútbol, yo soy enamorado de la radio. Soy un periodista, un cronista que relata. Y eso no ha variado a lo largo de los años.”

Entretiempo

El gimnasio Roberto De Vicenzo es un galpón amplio, nuevo, multiuso. A las tres de la tarde casi todas las sillas plásticas que se dispusieron están ocupadas: unas 500 personas se acercaron a este rincón de Berazategui para oír su charla sobre ley de medios y Fútbol para todos. En los últimos meses ha dado conferencias de estas en diversas localidades: Laprida, San Antonio de Areco, Necochea, La Plata. Víctor Hugo entrelaza los dos temas cuando sostiene que el multimedios Clarín construyó una situación oligopólica de 260 y pico de canales a expensas del dinero que le robó al fútbol. “Hablan de ‘El robo del siglo’ en referencia al atraco al banco, pero a mí me parece más valiente que el que perpetraron en nuestra cara con el cuento de la libertad de opinión, una bandera para robarnos miles de millones de pesos del fútbol, que de alguna manera, a través de los clubes, eran de la gente”, dice ante el público. Y sí: bastante angurrientos los caballeros, que pisaban dedos si a alguien se le ocurría pasar alguito antes que Fútbol de Primera. En 2001 Cablevisión le mandó cartas documento por haber dejado de fondo, a un costado, mientras conducía el programa Desayuno, la transmisión de la final de la Intercontinental entre Boca y el Real Madrid. Víctor Hugo argumenta a favor de por qué es beneficioso que el Estado ponga plata en el fútbol para pasarlo gratis por televisión abierta: mejor vía de publicidad, reencauce de fondos, masividad, escasísimo costo dividido entre los televidentes, llegada a sectores de bajos recursos que no podían pagar cable. “Cuando llega el fin de semana, millones de personas tienen ocio. Cuando hay un plan, salir con los amigos, comer con la patrona, nos provoca felicidad. Pero hay muchísima gente que cuando llega su tiempo libre no tiene proyecto: la previsión de sábado y domingo es el aburrimiento, quedarse en casa, muchas veces porque no hay plata para gastar. El fútbol permite, al menos, juntarse a ver el partido. Proyecto de vida es salud mental, y salud mental es estar contento. Para mí, hay una cuestión de salud en este proyecto, que ahora está disponible para 25 millones de personas.”

Luego de la ovación sobreviene una hora de autógrafos, consejos, agradecimientos, fotos. Rodeado, paciente, con una sonrisa que se va desvaneciendo de a poco. Mario intenta rescatarlo, pero no hay caso. Cuando consigue zafar de eso, lo pescan los organizadores. “Es así en todas partes”, dice Mario, al pie del Clío, resignado a esperar un poco más.

Vuelta

–¿Qué es para vos un mundial?

–Para mí es un viaje. El sitio me marca mucho más el entusiasmo que el propio campeonato. Un mundial jugado en Francia, Alemania, España, México o Colombia, por distintos motivos, me interesa más que el de Estados Unidos, Corea o este de Sudáfrica. Pienso la vida en función de viajes, del interés que me despierta el sitio. El campeonato del mundo es algo que saca al fútbol demasiado de su esencia, lo pone en un ámbito que te desborda, te supera, en el que sos una cosita muy pequeña, seas jugador o periodista. Es algo de los dirigentes, de la política, de la figuración, de los sponsors. Hasta el año ‘90 todavía había un poco de fútbol a escala humana; ahora, salvo que tengan un apellido vinculado al marketing fuerte –Ronaldo, Messi–, los jugadores se ven como piezas poco interesantes. Tanto es un viaje para mí que, para hacer promedio con Sudáfrica, que presumo no me va a interesar tanto, me armé para pasar unos días antes en Roland Garros. Sudáfrica va a ser una burbuja, irreal, encapsulada: no voy a conocer su sociedad mejor; estoy seguro de que no voy a entenderla mejor que a través de la lectura de Coetzee, que es un escritor formidable, que he leído mucho. Así que no tengo un fuerte interés, de momento, salvo las sorpresas que puedan venir o la elaboración que yo haga. Pero veremos: antes de ir a Japón tenía un extraordinario desinterés y dije no, no voy a estar rezongando, y me propuse conocer Tokio a fondo, en la medida de lo posible.

Va haciéndose de noche en el regreso. Mario soluciona un asunto: saca el retrovisor. Víctor Hugo no tiene muchas expectativas futbolísticas: “Va a estar muy por debajo, en estética, de lo que vemos en los campeonatos locales –dice–. Un fútbol muy vinculado al miedo de volverse en la primera fase, de perder en las instancias siguientes. Es muy difícil bajo tanta presión. Pero bueno, a veces hay rachas. En fin, creo que va a ser un mundial muy pobre”.

–Como se viene dando en los últimos.

–El fútbol se hace entretenido, lamentablemente, hoy en día, cuando hay una gran superioridad de un equipo sobre otros. Los del ‘82 y el ‘86 fueron los últimos grandes campeonatos del mundo, con muchos buenos equipos. El ‘70 fue aceptable, 74 y 78 malos. El ‘86 fue el mejor para mí, con el agregado emocional del triunfo de Argentina. El ‘90 fue paupérrimo, ‘94 muy malo, ‘98 algo mejor. El 2002 no se podía ni mirar. Y el 2006 fue malísimo.

–¿Qué es un mundial desde lo sociológico?

–Una gran distracción de masas. Aparece un elemento más palpable de pertenencia a lo que se llama país, patria, nación, sociedad: fortalece, para bien y para mal, esos conceptos. Estás más advertido de dónde vivís, de dónde venís.

–Suelen generarse unos estados de ánimo que se desinflan, instantáneamente, en cuanto el equipo queda afuera.

–Se muere el mundial. Al otro día de que tu equipo se vuelve, le interesa al 80 por ciento menos de gente. Pasa a ser una noticia: quiénes juegan la final, quién ganó. Quiere decir que no es el fútbol el que convoca, realmente.

–Pero es muy curioso cómo un penal puede provocar semejante cambio en el estado de ánimo y la percepción respecto de un equipo.

–Es una inmensa trampa. Tiene que ver también con la presión mediática. Yo no vivo así, de ninguna manera. Cuando me entristezco, o me gana un poco la euforia, es en función de la tristeza o de la euforia de quienes no van a poder minimizar eso.

Víctor Hugo dice que cuando relata se pone en marcha un rol actoral, un libreto que empieza a funcionar, escrito sobre la marcha. “Soy otra persona en una cabina –explica–. Ofrezco un espectáculo para los oídos, y eso no puede decaer: si te aburrís, te vas. Yo soy un amante del espectáculo, pero cuando termina el partido, paso a otra cosa”.

–¿Y no te llega la épica del juego, avanzar o no en un campeonato? Los penales contra Alemania, por ejemplo.

–Es que el fútbol está lleno de situaciones absolutamente impostoras, que me mortifican. Que Italia ganara el mundial pasado y quedara un rato como el mejor por el trámite del partido, lo que pasó con Zidane... No me gusta que sea así. No me gusta el peso que tienen los imponderables, cuando los partidos se rompen, los cambios tan radicales del juego. Contra Holanda, en el ‘98, Argentina tiene una situación bárbara y Batistuta mete un tiro en el palo: ganaba, iba a semifinales, era un buen equipo. Y termina perdiéndolo al final. Y hubo gente que llegó a decir que ese equipo de Passarella fue malo. Sobran los ejemplos de lo que digo.

–Bielsa, en el 2002.

–Qué te parece. Injusticia más grande que ésa no conozco. El período que manejó, entre el ‘98 y el 2002, fue lo más extraordinario que viví en la Selección a largo plazo. Hubo dos etapas maravillosas: el mes del ‘86 y los cuatro años con Bielsa. Yo disfruté extraordinariamente con su juego, con esa urgencia por hacerse dueño de la pelota, por esa valentía de jugar igual en todos lados. La Argentina ganó en ese período algo mucho más lindo que un mundial; por eso digo que a veces uno es prisionero de la tristeza o la alegría de los destinatarios de nuestro trabajo, porque yo, al haber disfrutado tanto de lo anterior, no tendría ningún motivo de mortificación con ese mundial.

Y acá la despedida: ya es plena noche cuando Mario para el auto sobre avenida Santa Fe. En unos días Víctor Hugo transmitirá desde Sudáfrica, nomás, y vuelta con los millones de hipnotizados. Mientras, de momento, reaparece algo emparentado con lo que acaba de decir: un rato atrás, en Berazategui, el mismísmo De Vicenzo, sentado en primera fila, le preguntó lo importante: “¿Ganamos?”. “Tenemos muchas posibilidades, y lo digo en serio –repitió Víctor Hugo–. Pero si me dan a elegir entre ganar el mundial y que salga la ley de medios, me quedo con la ley de medios.”

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