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Domingo, 9 de marzo de 2003

LIBROS

Hombre orquesta

La aparición de Doctor Figari es un acontecimiento doble. La biografía rescata la figura múltiple de Pedro Figari, prócer indiscutido de la pintura uruguaya pero también abogado, jurista, educador, filósofo y utopista, y revela a un biógrafo igualmente versátil, José María Sanguinetti, que más de una vez –como sus antepasados en el siglo XIX– debió deponer la pluma para atender asuntos importantes. La presidencia del Uruguay, entre otras cosas.

 Por Laura Isola

Doctor Figari es una impecable biografía de ese raro personaje que fue Pedro Figari: abogado, jurista, hombre del pensamiento, educador y, por sobre todas las cosas, pintor. Su biógrafo no fue menos polifacético. José María Sanguinetti –autor de este libro bellamente editado por Alfaguara– ha sido abogado, periodista, político, presidente de la República Oriental del Uruguay y escritor. Lector privilegiado de los archivos y la correspondencia de Figari, Sanguinetti se abocó al estudio de su vida y obra durante los años de dictadura. Luego debió ocuparse de otras cosas –gobernar su país en más de una oportunidad, entre otras–, pero apenas accedió al extraño status de “ex presidente” sintió que la tarea de escribir el libro volvía como una deuda. “Mi amigo Belisario Betancur dice que los ex presidentes somos iguales a los pianos de media cola o esos floreros grandes, muy decorativos, pero que nadie sabe bien dónde ubicar.” Tampoco es fácil ubicar presidentes que, pasado el siglo XIX, persistan en dedicarse a actividades intelectuales, y esa incomodidad no pasa inadvertida para el político uruguayo: “En el siglo XIX había dos tipos de políticos –dice–: los caudillos rurales y los intelectuales, fundamentalmente abogados. No estaba incorporada la clase media, y por lo tanto no había nacido eso que después se llamó el ‘político profesional’. Tampoco los partidos eran estables. En el siglo XX irrumpen otros actores, provenientes de la clase media y de movimientos populares y de partidos estables, y la convivencia de los políticos con la vida intelectual ya no es tan común. Pero no por eso deja de haber ejemplos: el de Rómulo Gallegos en Venezuela, por ejemplo. Aunque fue el único: el resto de los hombres de su partido son políticos puros. En Brasil pasa igual, pero Fernando Henrique Cardoso ya es el caso de un intelectual que llega a la presidencia. En mi caso, yo primero fui político, pero como siempre fui también periodista, los dos personajes convivieron en mí”.
En su prólogo a la biografía de Figari, Natalio Botana destaca un comentario que hace Sanguinetti sobre el pintor: “El penalista molestaba al educador, el educador hacía extraño al político y al filósofo, el abogado al pintor y éste oscurecerá durante años a todos los anteriores, formidables personajes encarnados en el mismo constante agonista”. Así, lo que le interesa a Sanguinetti de este pintor no es precisamente su pintura. Mejor dicho: no es lo único. “No es un libro sobre la estética de Figari. Es un libro sobre un personaje complejo que incursionó en varias órbitas, y esa condición representó una ventura y una desgracia. En vida, el doctor le hizo mucho daño al pintor: nadie entendía que don Pedro Figari, el gran abogado, el penalista, el político y presidente del Ateneo, apareciera a los sesenta años pintando esos negritos borroneados. En la posteridad, en cambio, el pintor desvaneció al personaje. La idea de escribir un libro sobre ‘el doctor’ era mostrar también un momento representativo del pensamiento y la vida del Río de la Plata.”

Figari empezó a pintar a los cincuenta y tantos años.
–Es muy curioso: fue un pintor de vejez. Tampoco es usual que primero haya sido teórico y luego pintor. En general, los pintores –caso Paul Klee o Kandinsky– se vuelven teóricos luego de desarrollar su arte. Por eso Figari siempre fue para mí una curiosidad. Durante treinta años estuvo desarrollando una teoría sobre el arte regional, y a los sesenta años la empezó a poner en práctica.
¿Qué pasa con la recepción de su arte cuando llega a Buenos Aires?
–Tuvo la suerte de que en 1921, cuando llega a la ciudad, se encuentra con que la gente de Martín Fierro estaba queriendo hacer eso mismo que él había pensado hace tiempo. Fue su salvación; si no, como el mismo Figari dice, se hubiera tenido que colgar de una higuera.
¿Cómo se conecta con el grupo Martín Fierro, en el que estaban Borges, Xul Solar, Girondo y Macedonio, entre otros?
–Es notable, pero el que lo descubre no era uno de los intelectuales del grupo sino un viejo patriarca: don Manuel Güiraldes, que era estanciero, ruralista, presidente de la Rural y el gran intendente del Centenario, pero no crítico de arte. Fue a la primera exposición sin saber quién era Figari, y cuando lo conoció se sorprendió. Pensaba que iba a encontrar a un muchacho, y lo que realmente ve es un abogado uruguayo de barba blanca.
Eso se ve muy bien en las fotos de la época: cómo contrasta Figari con la juventud de sus interlocutores porteños.
–Claro: don Pedro pasa a ser una suerte de patriarca. Por eso en las fotos siempre está sentado en la cabecera.
¿Viaja a Buenos Aires porque en Montevideo no lo entienden?
–Sí, aquí encontró el apoyo que en Montevideo no tuvo.
¿Cómo podría sintetizar su concepción de arte regional?
–Eran los motivos nuestros con un lenguaje moderno. En aquellos años el nativista, si era poeta, escribía con lenguaje agauchado o pintaba al modo de Blanes o Pueyrredón porque eran tradicionalistas y conservadores. Figari, por el contrario, tomaba esos motivos tradicionales, pero los representaba con un lenguaje vanguardista.
El pensamiento filosófico de Figari es muy de su época, pero usted resalta su singularidad.
–Es un spenceriano típico, con un pensamiento muy consistente para los parámetros de la época. Hoy leemos a Hegel y nos puede parecer muy hermético y mecanicista, pero no podemos desconocer su importancia. Figari no es un repetidor de sus maestros; la prueba está en que llama la atención y lo prologan filósofos de la envergadura de Roustang.
Sigamos con su pensamiento pedagógico.
–En ese aspecto es un hombre muy avanzado. Está en la misma línea de la Bauhaus, sólo que avant la lettre, y también está sincronizado con John Dewey. Pero nunca tuvo ninguna conexión. Son los aires del tiempo. Pasa mucho en las ciencias, porque los descubrimientos están como en un umbral: hay uno que lo cruza primero, pero el que lo cruzó una semana después no sabe nada de su antecesor.
¿Qué participación tiene Figari como abogado y jurista?
–Como jurista participó activamente en el debate contra la pena de muerte, y aquí aparece otro rasgo singular de su pensamiento. Para Figari, la pena de muerte no tenía efectos aleccionadores sobre los potenciales criminales, ya que participaban del evento como de una fiesta o culto al coraje. No hay que olvidar que luego de las ejecuciones se comía y bailaba, como en una romería. Sólo resultaría intimidatorio –pensaba él– para quienes se horrorizaran con ello.
¿Qué tipo de utopía es la historia kiria que construye Figari?
–Es una sociedad de gente feliz, positiva, trabajadora y con códigos morales ingenuos. Figari publica esa utopía y la ilustra él mismo. Hace lo que hoy llamaríamos “antropología filosófica”.
Que en él se relacionaba con su trabajo artístico.
–Claro, porque su pintura es una pintura de arquetipos humanos. Figari pinta al negro, al gaucho, al compadrito. Pinta al troglodita, que como tema pictórico es muy poco frecuente, pero a él le interesa porque es un hombre de la evolución. Para Figari todo es evolucionismo. El propio Salón Colonial, que puede parecer una pintura más trivial y societera, es también arquetípico. Él busca arquetipos humanos, los caracteres esenciales de los hombres en una determinada etapa de la evolución: así va del troglodita hasta la dama colonial.
También tiene unas pinturas de piedras. ¿En qué serie las ubica?
–Las piedras demuestran cómo su pintura es representativa de su filosofía. Figari les atribuye estados psicológicos, tensiones... Los títulos de estas obras son La dialéctica, La persistencia, etcétera. Para él no eran materia inerte sino otra forma de vida, definida por su capacidad de generar energía. Figari traduce a pintura su antropologíafilosófica y su teorización sobre el arte regional superador del tradicionalismo.
¿Cómo interpreta su fascinación por los negros y el magnífico desarrollo que hizo en sus cuadros?
–Allí interviene el factor descriptivo y lo psicológico. Figari se motiva con la picardía, la gracia y la sensualidad de los negros. En ellos encuentra mayor colorido, aunque siempre dentro de su vertiente positivista.

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