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Domingo, 14 de noviembre de 2010

VADE RETRO

Durante la entrevista con el capitán Adolfo Scilingo, Horacio Verbitsky dio con un dato que detonó su investigación más extensa y exhaustiva: la concepción cristiana de muerte detrás del acto de arrojar prisioneros al río. Así empezaba a develarse la trama de la complicidad estructural de la Iglesia Católica con la Junta Militar en el exterminio bajo la dictadura. A El silencio y Doble juego, siguieron los cuatro tomos de la Historia política de la Iglesia Católica que se acaba de completar con la publicación de La mano izquierda de Dios. En esta entrevista, Verbitsky habla de los generales más integristas, los obispos más militaristas y la vasta red de relaciones intestinas entre la cruz y la espada.

 Por Martín Granovsky

La cruz y la espada es una imagen que atrasa frente a esta otra: “El capellán debe darnos el aval moral para nuestra lucha, y decirnos que nuestra lucha es una cruzada, para discernirla de la violencia en general”. La orden salió de Luciano Benjamín Menéndez, jefe del Tercer Cuerpo de Ejército. La impartió el 18 de agosto de 1976, cinco meses después del golpe, durante una jornada religiosa organizada con el Vicariato Castrense. Ya no era la cruz y la espada en alianza para la conquista de América, por ejemplo, sino la simbiosis de ambas en un mismo artefacto de muerte y gobierno.

La orden de Menéndez revela por anticipado tanto el conocimiento de las reglas como la intención de esquivarlas sin culpa ni castigo. Está transcripta en La mano izquierda de Dios, el tomo cuarto de la Historia política de la Iglesia Católica que acaba de publicar Horacio Verbitsky con una documentación tan contundente que asombró a su propio autor. Las referencias forman 1789 citas.

–Es casualidad, pero ahora no sé quién les quitará de la cabeza que se trata de un mensaje judeo-masónico –ironiza Verbitsky.

Pero no ironiza del todo. En 1789 la Revolución Francesa derrocó a Luis XVI como exponente del Antiguo Régimen. Y leyendo La mano izquierda de Dios, sin duda el trabajo más completo sobre el tema pero además un gran libro de historia, hay una conclusión inevitable: en la dictadura los obispos fueron más militaristas que los generales, y los generales más integristas que los obispos.

–Esa fusión es muy impresionante –dice Verbitsky–. Revisando documentos encontré que Jorge Videla en el vivac de Tucumán de la Nochebuena del ‘75 pronunció una homilía. Y las homilías de Tortolo, de Bonamín o de Laise eran directamente arengas militares.

Adolfo Tortolo fue el vicario castrense y presidente de la Conferencia Episcopal. Victorio Bonamín, su segundo en el Vicariato. Juan Rodolfo Laise, el obispo de San Luis. En su investigación Verbitsky cuenta una historia tomada de una sesión de los juicios por violaciones a los derechos humanos. Un oficial relató que Laise le había pedido la desaparición del sacerdote Juan Pablo Melto, que dependía de su diócesis, porque se había casado y participaba en movimientos por la regularización laboral. “¿Usted cree que soy un asesino?”, le respondió ofendido el coronel Miguel Angel Fernández Gez. Lo era, y fue condenado en 2009, pero evidentemente sintió que el pedido pasaba algún límite.

–Y además el oficial lo cuenta en un juicio –dice Verbitsky–. La historia completa dice que el oficial fue condenado a prisión perpetua pero el obispo está en libertad.

¿En San Luis?

–No. En Italia, protegido por la Iglesia. En el juicio ni siquiera lograron hacerlo declarar por videoconferencia.

En América latina la jerarquía de la Iglesia Católica no parece haber sido tan homogénea.

–No, el caso argentino es único. Solo puede compararse con la Iglesia española de la guerra civil. En ese momento se implantó el nacionalcatolicismo, o la concepción de la nación católica.

La foto de tapa del tomo uno: una secuencia filmada por el Episcopado en el Congreso Eucarístico de 1934, en la que aparece el delegado apostólico Eugelio Pacelli, luego Papa como Pío XII. Lo recibe el presidente Agustín P. Justo, se suben a una carroza y emprenden el camino del puerto. “Cuando el carruaje está a punto de salir del puerto pasan dos sombras. Me pareció percibir algo familiar. Dura menos de un segundo. La pasé miles de veces hasta que conseguí fijar la imagen. Eran las sombras de Juan Perón y Edelmiro Farrell”, cuenta Verbitsky.

CADA MUERTE DE OBISPO

Francisco Franco era “Generalísimo por la gracia de Dios”. La jerarquía católica española justificó el alzamiento del bando nacional contra la República como un nuevo combate de la Cristiandad. Los sacerdotes muertos en el bando franquista, sin embargo, recién fueron beatificados por el Vaticano con el Papa Juan Pablo II, como suele recordar el historiador especializado Julián Casanova. Y el Papa actual, Benedicto XVI, acaba de incursionar en Santiago de Compostela criticando a la sociedad española por lo que definió como “un laicismo agresivo” típico de los años ‘30. Es decir, de la República.

Además del caso español, Verbitsky halla pocos ejemplos similares al argentino. Nombra el Portugal de la dictadura o formas conjuntas de ejercicio político en Estados del centro de Europa. Menciona también al arzobispo Alois Stepinac. Al día siguiente de que Alemania invadió Yugoslavia, en 1941, el fascista Ante Pavelic declaró la independencia de Croacia. Monseñor Stepinac estaba allí, para discernir violencia de cruzada.

–En los otros países de América latina la Iglesia Católica no tuvo esa posición homogénea –dice Horacio–. Quizá por eso fue tan distinta la dictadura argentina de la uruguaya o la brasileña. Todas las dictaduras comparten la doctrina de la seguridad nacional, pero sólo la Argentina sigue la doctrina francesa de la guerra contrarrevolucionaria. Por eso episcopados como el de Brasil, Chile y Uruguay fueron vallas de contención para las dictaduras y de amparo para los perseguidos, mientras en la Argentina la Iglesia forma parte fundamental del dispositivo de legitimación y, más aún, de complicidad directa. A pesar de que la Argentina tiene otra característica especial: es el país con mayor número de obispos asesinados. Mataron a dos, Enrique Angelelli y Carlos Ponce de León, además de una veintena de sacerdotes, centenares de laicos y miles de católicos practicantes.

Del libro no parece posible extraer la conclusión de que llegó la dictadura y la situación cambió de un día para otro. La conclusión es otra: la dictadura fue el momento en que la jerarquía católica ajustó viejas cuentas.

–Tiene que ver con la división profunda de la década del ‘60, con la divisoria de aguas que implicaron el Concilio Vaticano Segundo y la reunión del episcopado latinoamericano en Medellín, en 1968, cuando se plantea un camino revolucionario. El episcopado argentino lo incorpora en su documento de San Miguel, en 1969. Aquí existió un fuerte Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, más fuerte quizá que en otros países de la región. Y llegó a confrontar con el Episcopado como conducción de la Iglesia. Hay documentos sobre reuniones del episcopado a fines de los ‘60 y principios de los ‘70 donde los obispos se quejan de que el Movimiento les disputa lo que ellos llaman “el magisterio”. Un dato importante es que, como señala Emilio Mignone en su libro pionero, Iglesia y dictadura, las Fuerzas Armadas limpiaron el patio trasero de la Iglesia.

Se vengaron de las humillaciones.

–Sí.

CON DIOS DE NUESTRO LADO

El pedido de Laise de que un oficial secuestrase a un sacerdote se inscribe en esa lógica de vendetta. Pero del libro de Verbitsky queda claro que no se trató de una serie de venganzas individuales. Tampoco fue una suma de individualidades la masacre. Dentro de la máquina de matar, el Vicariato Castrense actuó como motor y corazón.

Verbitsky trabajó sobre actas judiciales. “Tengo centenares de testimonios sobre la participación de capellanes en actos de tortura. En algunos casos en forma directa y en otros como justificadores, incluso frente a los presos. Los capellanes les explican que está bien que los torturen, que es correcto que lo hagan. Sólo ponen límites. No más de 48 horas. También hay capellanes que, cuando las víctimas denuncian que fueron torturadas y violadas, dicen que no, que la violación no, y se escandalizan. Uno de ellos sigue en actividad, en Santa Fe.”

Adolfo Tortolo, obispo de Paraná, es un personaje central. De 1970 a 1976 fue presidente de la Conferencia Episcopal y desde el retiro del cardenal Antonio Caggiano hasta su muerte, en 1981, fue el vicario general castrense.

En el Comando de Institutos de Campo de Mayo, uno de los tres grandes centros de exterminio junto a La Perla, en Córdoba, y a la Escuela de Mecánica de la Armada, el sacerdote Luis Mecchia comandaba una legión de 33 capellanes. Desde 1961 Mecchia participaba de la implantación de la doctrina de la guerra contrarrevolucionaria. Fundó capellanías en la Escuela de Inteligencia y en la aviación militar y desparramó una consigna: “Si alguien es sorprendido armado, más le vale olvidar su nombre”. Un antecedente de los desaparecidos NN. Los capellanes formaron una verdadera red arterial que colaboraba en la cotidianidad de la máquina de matar y a la vez vigilaba y controlaba a los obispos. La guía era una máxima de Tortolo: “Démonos a nosotros mismos y a los militares los motivos teológicos que nos hagan obrar sin temor y en conciencia”.

“Conseguí los documentos del Vicariato Castrense”, cuenta Verbitsky. “Surge claramente de qué manera el vicario Tortolo y el provicario Bonamín participaban del dispositivo de la represión. En las jornadas de religión que realizaban rotativamente en las tres fuerzas, con participación de los jefes, directamente discutían la táctica y la estrategia de la represión. Transmitían los fundamentos teológicos para fundamentarla. En uno de esos encuentros, Carlos Guillermo Suárez Mason justifica la represión clandestina y los capellanes castrenses lo aplauden.”

Cuando Tortolo dice “sin temor”, ¿quiere decir “sin temor de Dios”?

–Claro, es alivio y seguridad para matar.

La orden de Menéndez refuerza la simbiosis entre jefes militares y obispos.

–Es que la violencia está mal, pero la Cruzada está bien. El acto violento es legítimo si se inscribe en el plan de Dios, que es uno, inmutable y eterno. Es un intento de congelar la realidad que no podía tener éxito pero explica muy bien lo asfixiante que fue, aparte de la represión, ese proceso militar. Hay muchos documentos de distintas líneas internas de la Iglesia. Explican involuntariamente cómo cubrió un espectro tan amplio de la vida argentina y no se limitó al desafío armado que planteaba la guerrilla.

La tapa del tomo dos: el presidente de facto Juan Carlos Onganía y el cardenal Antonio Caggiano durante un acto en la Catedral.

ESPERANDO AL MESIAS

El libro cita la revista fascista Cabildo, con los editoriales de Vicente Massot, luego viceministro de Defensa de Carlos Menem, que debió echarlo cuando en un reportaje a este diario Massot justificó la tortura. Massot controla el diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca, el único que reivindicó abiertamente al dictador Emilio Massera cuando murió. También estudia el contenido de Verbo y de Mikael, que según Verbitsky reflejan “el tradicionalismo más estricto”. En Verbo escribía Guillermo Gueydan de Roussel, colaborador de la Gestapo en Francia, fundador del Colegio Ario de París y presidente del Centro de Estudios Judeo-Masónico. Fue condenado a muerte pero huyó y se refugió en la Argentina. El libro contiene textos de Gueydan de Roussel. Uno dice que los francmasones pusieron en boga “el Mito-Humanidad” y luego los judíos “abrazaron con entusiasmo esa falsa religión humanitaria y creyeron que el advenimiento del Mesías-Humanidad marca el triunfo del antiguo sueño judaico”. En Verbo argumentó Miguel Angel Iribarne cosas como que la subversión no es un fenómeno reciente. Su primera etapa consistió en el desplazamiento de los valores religiosos por los políticos. La Cristiandad estalla como orden supranacional y el concepto de gobernante es sustituido por el del rey. La segunda etapa de la subversión es la Revolución Francesa, con el liberalismo y el democratismo, que en la sociedad comunista se transforma en ateísmo militante. En un contrapunto permanente entre doctrina y acción, Iribarne no sólo dirigió Verbo. Formó parte del gabinete del ministro del Interior Albano Harguindeguy.

Mikael toma su nombre del caudillo del ejército celeste que el día del juicio final apartará a los réprobos de los elegidos. La revista era publicada por el seminario de Paraná, a cargo de Tortolo, bajo la dirección del fundador de Tacuara Alberto Ezcurra Uriburu.

LA ESTRATEGIA DE LUCIFER

Los liberales se nuclearon en Criterio, pero según Verbitsky la formación dogmática no siempre facilita la distinción entre unos y otros. Durante la entrevista con Radar, Horacio toma un documento y lee unos subrayados en resaltador amarillo: “En el curso de la modernidad el hombre ha cometido deicidios. El Dios creador fue relevado de sus funciones por la ciencia. Se proclamó con jactancia que Dios había muerto. Era la vieja estrategia de Lucifer”. Y sigue con otro párrafo: “No hay guerras limpias, todas son sucias por la profundidad del mal”.

En ese momento dirigía Criterio Jorge Mejía, que terminó como bibliotecario y jefe de los archivos de la Santa Sede. No hace falta conocer los vericuetos de la inteligencia vaticana para saber la importancia de un bibliotecario. Basta leer El nombre de la rosa de Umberto Eco.

En los diferentes documentos, la dictadura y la acción de la Iglesia en ella aparecen como un gran instante de la lucha contra el secularismo que aún preocupa hoy a Benedicto XVI.

Verbitsky subraya, en la doctrina, “la idea del orden natural, el único admisible porque está inscripto por Dios en la conciencia de los hombres. Por eso se explica la amplitud y la diversidad de las fuerzas que cayeron bajo el interés de la represión. De ninguna manera era imprescindible empuñar las armas para caer dentro de esa mira”.

¿No hay espacio para diferencias terrenales? Impacta el dato de que, en la comisaría quinta de La Plata, los seminaristas alcanzaban las vituallas a los torturadores. Verbitsky señala que la práctica diaria también dependía de cada obispado. “Después de la pérdida de los Estados Pontificios, en 1870, el mismo momento en que se declaró la infalibilidad papal, la Iglesia quedó muy centralizada en Roma y al mismo tiempo muy descentralizada dentro de cada territorio nacional. Cada obispado es una Iglesia particular, en un determinado territorio, que sólo tiene dependencia jerárquica del Papa. El presidente de la Conferencia Episcopal tiene funciones de Coordinación y no puede hacer nada para sancionar a un obispo. A lo sumo tiene que recurrir a Roma. Por eso no era lo mismo monseñor Antonio Plaza en La Plata, donde se avituallaba un campo de concentración, que San Nicolás, donde monseñor Carlos Ponce de León fue atacado y finalmente asesinado justamente por su compromiso con las luchas populares. Al mismo tiempo, cada conferencia episcopal es el resumen de la relación de fuerzas dentro de cada territorio, porque en definitiva son los obispos los que eligen a la conferencia. Y el Vaticano se guía mucho por esa relación de fuerzas en cada Iglesia nacional. Eso explica que un mismo Papa tenga dos líneas distintas frente a las dictaduras de Chile y la Argentina. Pablo VI apoya a la Vicaría de la Solidaridad en Chile y se resiste a remover al cardenal Raúl Silva Enríquez, y no dice una palabra sobre la Argentina. Hasta se declara fascinado por la personalidad de Massera y le envía una felicitación.”

En el libro quedan registrados los matices y los desacuerdos entre obispos. No hablemos de Angelelli, Ponce de León, Novak o De Nevares, que enfrentaron abiertamente la máquina de matar, sino de Justo Laguna.

–Laguna disentía con Tortolo en las discusiones internas y era parte de la comisión de enlace con la Junta Militar que se reunía a comer una vez por mes durante siete años. Deja constancia por escrito que los temas no avanzan y que los militares los entretienen. Pero esos encuentros blanquean a las Juntas. Incluso cuando discuten casos de desaparecidos, lo hacen de modo discreto. De otro modo quedarían obligados a un pronunciamiento público. Conseguí hasta minutas de reuniones con anotaciones a mano de Vicente Zazpe, por ejemplo.

¿Cuál es la conclusión de las minutas del arzobispo de Santa Fe?

–Los niveles de complicidad son impresionantes. En un momento Zazpe, Juan Carlos Aramburu y Raúl Primatesta plantean a Videla la necesidad de dar información, y señalan las consecuencias de no hacerlo con mucha lucidez política.

Eran perfectamente conscientes.

–Claro. Pero Videla les responde que no sabe cómo hacerlo y que hay que proteger a las personas, o sea a los torturadores. Por eso hablo de complicidad. Parecen dos secciones de un mismo emprendimiento discutiendo en una reunión reservada cómo hacer control de daños: hasta dónde actuar, de qué manera hacerlo, qué conviene más para evitar qué consecuencias negativas. Y todo el tiempo reiterando adhesión, simpatía, respeto, agradecimiento... Los miembros de la Comisión Ejecutiva de ninguna manera fueron los peores. Pero eran la conducción episcopal, y en estos documentos, redactados por ellos mismos, se aprecia un grado de complicidad muy superior a lo que yo podía imaginar cuando empecé esta investigación, la más vasta, profunda y extensa que hice en toda mi vida por entrevistas, documentos, diarios, revistas, publicaciones oficiales y testimonios judiciales. Tengo una habitación entera de documentación.

La tapa del tres: el vicario castrense y presidente de la Conferencia Episcopal Adolfo Tortolo predicando a las tropas del Operativo Independecia en Tucumán.

LA CIA, EL PAPA Y LA P-2

La habitación entera con documentos sirvió para formar las 1789 citas que divierten a Horacio. Muchas de esas citas surgen de documentos sobre otro tema que venía del tomo tres, Vigilia de armas, y aparece redondeado en La mano izquierda de Dios: la organización fascista Propaganda Dos, o P-Due.

–En la Argentina tuvo una actuación muy fuerte –explica Verbitsky–, pero no tiene sentido analizarla independientemente del Vaticano. Es una rama más. Por ejemplo, tuvo gran importancia en el retorno de Juan Perón a la Argentina para su último gobierno. Antes de regresar, Perón mantuvo una entrevista con el secretario de Estado del Vaticano, Agostino Casaroli, y llegó aquí con la bendición de la Iglesia Católica. Los principales operadores del regreso fueron Licio Gelli y Giancarlo Elia Valori.

Gelli, uno de los jefes de la P-Due, fue condecorado por Perón y terminó como funcionario argentino dentro de la embajada en Italia. Víctor Basterra, secuestrado y sometido a esclavitud en la Esma, dijo a la Justicia que fue obligado a fabricar pasaportes para Gelli.

–Y Valori es el vocero de Perón. Cuando yo era más joven que ahora y tenía 30 años, me parecía pintoresco que Perón tuviera como vocero a un italiano en su regreso a la Argentina. Pero después fui sabiendo otras cosas. Valori era un lobbyista de la FIAT que pagó el avión de regreso, y revistaba como caballero de capa y espada del Papa.

En este tomo cuarto contás cómo la P-Due se vincula con las Fuerzas Armadas, con Massera y con Suárez Mason. Pero al mismo tiempo está relatado el vínculo del Vaticano con la inteligencia de los Estados Unidos en el mismo período.

–Es que se relacionan Europa central, Centroamérica y el Cono Sur sobre todo desde que es entronizado Juan Pablo II en 1978. Hay mucha documentación sobre eso y sobre el rol que cumple Antonio Quarracino en la justificación del asesinato de monseñor Oscar Romero en El Salvador.

En 1980. Y casualmente un 24 de marzo. ¿Qué dice Quarracino?

–Su informe retrata a Romero como un subversivo. Una cosa que descubrí, y me asombró notablemente, es que todo el establishment de inteligencia y seguridad nacional de los Estados Unidos está integrado en ese momento por católicos, en un país donde el catolicismo no es la religión del poder sino, más bien, de los trabajadores.

El clan Kennedy es una excepción, ¿no? Pero hablemos del establishment de inteligencia.

–Comienza con William Casey, jefe de la CIA. Su viuda, que coleccionaba estatuas de la Virgen, cuenta que él se reunía a orar con el Papa. Cumple un papel muy activo Vernon Walters, el experto en misiones especiales. Y recordemos al secretario de Estado Alexander Haig. Hubo más de 15 reuniones secretas entre Walters y Casey con el Papa. Le daban información sobre América Central y Polonia.

En el libro vos marcás que entre esa información figuraba la transcripción de escuchas sobre sacerdotes y obispos de Nicaragua y El Salvador.

–Bueno, y el Papa en 1983 dio su respaldo a la dictadura haitiana de Baby Doc y condenó al sandinismo en Nicaragua. Otro nexo importante entre el presidente Ronald Reagan y el Vaticano fue Pio Laghi.

Nuncio en Buenos Aires y después en Washington.

–Exacto. Las relaciones parecen a veces tan naturales, tan regulares, que terminan siendo invisibles.

¿Te propusiste el trabajo de hacerlas visibles?

–Sí, pero no sólo en relación con la trama internacional. Mi trabajo fue desnaturalizar lo natural, reconstruir paso a paso qué sucedió, qué se dijo y qué consecuencias tuvo. Restituirle históricamente a la Iglesia Católica su papel político central, que muchas veces aparece escamoteado. Es la única dimensión que me interesa investigar. No opino sobre el dogma.

La tapa del tomo cuatro: Videla, Massera, el jefe aeronáutico Orlando Agosti y Laghi en una cena ofrecida por el cuerpo diplomático a la Junta Militar en 1977.

HISTORIA DE UNA CURIOSIDAD

Los cuatro tomos de Historia política de la Iglesia Católica tienen una advertencia. Dice: “Estas páginas no contienen juicios de valor sobre el dogma ni el culto de la Iglesia Católica Apostólica Romana sino un análisis de su comportamiento en la Argentina como ‘realidad sociológica de pueblo concreto en un mundo concreto’, según los términos de su propia Conferencia Episcopal. En cambio, su ‘realidad teológica de misterio’ sólo coresponde a los creyentes, que merecen todo mi respeto”.

Horacio narra que su curiosidad sobre el tema se hizo metódica cuando en 1995 publicó su libro El vuelo, con la entrevista al marino Adolfo Scilingo. “Scilingo me cuenta que el mecanismo de tirar prisioneros al mar era una forma cristiana de muerte y que los capellanes decían que habían cumplido con su deber al separar la cizaña del trigo. Yo no tenía conciencia de hasta qué punto el estilo de la represión era de cuño eclesiástico y absolutamente inseparable del rol de la Iglesia. Y ahí empecé la investigación.”

Dice que fue un trabajo complicado y hoy se ríe de ignorancias propias. “Ni sabía quién había sido el Papa anterior a Pío XII, jefe del Vaticano cuando nací y que murió cuando yo tenía 17 años. Tuve que aprender muchas cosas elementales que ignoraba. Cuando trataba de entender el rol de la Iglesia en la dictadura argentina me faltaban muchos elementos. Tenía demasiados agujeros. Me resultaba incomprensible. Y como la Iglesia es una institución que no es argentina sino supranacional, o concedámosle que es universal, y además bimilenaria, me fui remontando cada vez más en el tiempo y en el espacio. Me intoxiqué de encíclicas, de obras teológicas. Llegué a tener escritas más de 1500 páginas creyendo que eso podía ser un libro. Separé un episodio y en 2005 publiqué El silencio.”

El silencio es el nombre de la isla del Tigre donde los jefes de la ESMA llevaron a los secuestrados cuando vino a Buenos Aires la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. La isla había funcionado como recreo del cardenal de Buenos Aires y el Vicariato la transfirió a los marinos.

Después de ese trabajo Verbitsky publicó Doble juego, “básicamente un análisis de la manipulación informativa de la Iglesia sobre su propia historia en la Argentina”.

Como presidente del Centro de Estudios Legales y Sociales, Verbitsky escribió a uno de los presidentes de la Conferencia Episcopal, Estanislao Karlic, “probablemente el de mayor nivel intelectual y no comprometido con la represión dictatorial, considerado comunista por los militares”, por qué no abrían los archivos para que los datos sirvieran a las víctimas de pecados que el Papa había reconocido. Karlic tenía diálogo con Chela Mignone, la esposa de Emilio. “Me mandó una carta muy atenta. Me dijo que el Episcopado no tenía archivos. A mí me pareció una burla en medio de dos mil años de preservación de tesoros en los monasterios. También me mandó un folleto. Cotejé los documentos con lo que se había publicado en los diarios de la época. Ahí descubrí la manipulación. En esa época los documentos se publicaban completos en los diarios. Hoy es inimaginable, aun en los más reaccionarios.”

Verbitsky llegó a una hipótesis: el Episcopado preparaba un juego de piezas para el archivo, “como el Vaticano durante el nazismo”. Su función era ser descubiertas. “Luego, entonces, quedaría certificado el nivel de preocupación que el nazismo había despertado en el Vaticano.”

Había llegado el momento de escribir la Historia política de la Iglesia Católica. Además de documentos, Horacio vio películas antiguas, como la que el Episcopado filmó en el Congreso Eucarístico de 1934. En una secuencia aparece el delegado apostólico Eugenio Pacelli, luego Papa como Pío XII. Lo recibe el presidente Agustín P. Justo, se suben a una carroza y emprenden el camino del puerto. “Cuando el carruaje está a punto de salir del puerto pasan dos sombras. Me pareció percibir algo familiar. Dura menos de un segundo. La pasé miles de veces hasta que conseguí fijar la imagen. Eran las sombras de Juan Perón y Edelmiro Farrell”, cuenta Verbitsky. Fue la tapa del tomo uno.

La tapa del tomo cuatro muestra a Videla, Massera, el jefe aeronáutico Orlando Agosti y Laghi en una cena ofrecida por el cuerpo diplomático a la Junta Militar en 1977. El título del libro proviene de una frase del arzobispo de Córdoba Raúl Primatesta, que en 1975 dijo: “Dios va a defender su creación. Va a defender al hombre. Pero puede ser que el remedio sea duro, porque la mano izquierda de Dios es paternal, pero puede ser pesada”.

En la dictadura los procedimientos de represión se llamaron “por izquierda”. Hasta el código de la muerte tiene el sello de un obispo.

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Imagen: Verónica Mastrosimone
 
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