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Domingo, 21 de noviembre de 2010

ARTE > LA SELVA MISIONERA DE MóNICA MILLáN

Entre el follaje

Nacida y criada en Misiones, nieta de un compañero de bar de Horacio Quiroga, experta oyente del idioma secreto de la selva, estudiosa del arte del tejido con las tejedoras paraguayas, Mónica Millán expone su muestra Murmuran las ramas, delicadas y frondosas obras en las que capturó eso que no puede ser nombrado sino sentido en la inmensidad de la selva.

 Por Veronica Gomez

Son las 13.49 en la galería Palatina y el sonido apelmazado de la aspiradora Robot inunda el espacio. Francisca, con su guardapolvo celeste clarito, desplaza con cierta elegancia el artefacto sobre la mullida alfombra beige. Se detiene para encender uno de los circuitos de luces de la sala y aparecen, como fantasmas, los delicados y obsesivos dibujos de Mónica Millán. Hace quince años que Francisca trabaja en la galería. Los cuatro años anteriores supo trabajar en un geriátrico y llegó al puesto de encargada.

–Francisca, ¿qué tienen en común una galería de arte y un geriátrico?

–Un abismo.

La respuesta llega fácil. Francisca sonríe amplia mientras abre los ojos como platos. Y habla de una viejita a la que solía cuidar, que era tan chiquitita y que dormía acurrucada y que bien podría haber entrado en una cuna. Habla sobre la vulnerabilidad con ternura y repasa aquella rutina de esmeros que exige la vida cuando empieza a consumirse. En tanto habla, recuerda, y en tanto recuerda algo sucede a sus espaldas: detrás del plano celeste de su guardapolvo comienza a desplegarse un colibrí tejido con finísimos y esqueléticos trazos de carbonilla. Alguien le recuerda a Francisca que debe volver a sus asuntos y el sonido de la aspiradora se desparrama en la sala nuevamente como una bocina tuerta. Eso no impide que el colibrí continúe libando y conversando con una flor.

¿Qué tienen en común Mónica Millán y los pájaros?

Habrá que recorrer la serie de dibujos que presenta en estos días bajo el título Murmuran las ramas para desentrañar este misterio. Importante: no ir apurado. Hay que saber detenerse. Al principio es impenetrable. Como la selva. Todo es demasiado. Demasiado olor, demasiados sonidos, demasiada humedad, demasiados matices del verde, demasiadas cosas ocultas. Y encima, todo esto se entrelaza. Pero si uno quiere ser feliz, se deja entrelazar, se deja arrastrar por la corriente.

El texto que compuso Alejandra Urresti en ocasión de la muestra recoge con inteligencia fragmentos de mails de Mónica Millán:

Asunto: pájaros somos. 24 de octubre.

Y pensaba mientras comía fruta y escupía las semillas y la cáscara como los pájaros, por qué sentía tanto a los pájaros, y recordé que en mi aventura por el Paraná, todos los días cuando salía de la carpa a las 5 de la mañana lo que hacía era grabar a los pájaros y a mí contestándoles, y mi cuerpo se ponía emulando a un pájaro, el esternón se abría y desde allí emitía un sonido.

Que estos dibujos le han llevado a Mónica tantísimo tiempo es una obviedad. A vuelo de pájaro es lo primero que salta a la vista. Millones de segundos en hilera forman líneas retorciéndose, penetrando cada milímetro del muro vegetal. Por allá, una flor se trenza con las hojas de una enredadera y las ramas de un níspero se desperezan, más acá, bulbos, estambres, pastos de Alaska, injertos, tálamos, ovarios, filamentos, pentaquenios, cariópsides. Las láminas brillantes del diccionario ilustrado nos pueden dar algunos nombres y definiciones de lo que se revuelve en los dibujos de Mónica y aun así estaríamos en babia. Pues se trata justamente de aquello que no puede ser nombrado, sino sentido, experimentado. La voluptuosidad de la naturaleza es fijada en un registro amoroso y agudo. Estamos frente a un mapa de los órganos que laten ocultos en las plantas. Y avanzando sobre la voluptuosidad, grandes lagunas blancas acuden para silenciar tanto ruido.

Un momento. Volvamos al diccionario:

Estambre. Parte del vellón de lana que se compone de hebras largas. // Hilo formado de estas hebras.// Urdimbre del tejido. //Bot. Organo sexual masculino de las plantas fanerógamas, que se halla hacia el centro de las flores.

Mónica teje. Cuando dibuja, cuando piensa, cuando siente, cuando borda un jardín de flores coloridas alrededor de una manta y espera a sus invitados para el picnic a orillas del río Paraná. Las hebras son largas. Interminables. Es un trabajo de hormiga. Recordemos la instalación que realizó para el Mamba (Jardín de resonancias, 2002) donde presentaba una serie de hormigueros esbeltos, figuras toscas y espectrales erguidas contra una iluminación teatral y sobre ellos, suspendidos, nidos entramados con plumas, huesos y palitos. Estas estructuras guardaban sonidos de la selva mezclados con la voz de Mónica. El sonido se activaba por un mecanismo de sensores cuando el espectador ingresaba al radio de la intimidad. De la misma manera estos dibujos comienzan a vibrar con la cercanía. Hablan bajito y con precisión.

Durante los años que trabajó en su proyecto Mapa de recorrido sonoro, Mónica se ha impregnado del paisaje misionero, su tierra natal. Ha navegado el río Paraná bebiendo la savia, los olores y los sonidos, ofreciéndose como recipiente de la atmósfera tropical y memorizando los bordes de una tierra que pronto desaparecería, inundada por los efectos de la puesta en funcionamiento de las turbinas a su máximo nivel de la represa Yacyretá. Ella, tan flaquita y sensible como un termómetro, se internaba en la espesura para luego volver a Buenos Aires y escurrirse como una esponja lentamente sobre la tela o el papel.

¿Qué diría Horacio Quiroga de estos dibujos? Quiroga fue amigo de su abuelo y solía encontrarse con él en un bar del pueblo. Se dedicaban a estar, simplemente a estar, en completo silencio. Tal vez por eso, gran parte del fruto de Mónica sea fruto del saber estar. Horacio Quiroga y ella comparten la pasión por el mismo paisaje, conocen sus recovecos, fueron modelados por el entorno mientras intentaban modelarlo. Un vitalismo frondoso los une. Un vitalismo en el que el hombre no sólo lucha contra la naturaleza, cuerpo a cuerpo, sino que el cuerpo es también el escenario donde la naturaleza se expande y libra sus batallas dulcemente, habla y susurra, se acongoja y suspira.

El cúmulo de inspiraciones que nutre el trabajo de Mónica tiene que ver con el tejido, no sólo como labor femenina y antiquísima sino también como entramado social y emotivo. Tiene una sensibilidad prodigiosa para involucrarse en el discurrir de una comunidad cuyas actividades cíclicas la conmueven. En el marco del proyecto El vértigo de lo lento, Mónica visitó y convivió asiduamente con las tejedoras de algodón del pueblo de Yataity, a 164 kilómetros de Asunción. El lazo afectivo con Digna, Petrona, Paulina y otras tantas mujeres de edad avanzada traza la urdimbre del trabajo de Millán. Esta fascinación por el tejido social se produce no sólo a escala humana sino también animal. Así fue como investigó, con la guía de una entomóloga, el comportamiento de las termitas en la construcción de sus nidos. Se maravilló con el perfecto sistema por el cual estos nidos resultan inmunes ante las embestidas climáticas o animales. Las termitas transportan el alimento en su estómago y lo transmiten de un individuo a otro a través del boca a boca. Un beso multiplicado es capaz de modelar una catedral indestructible. Su instalación Búsqueda de consolidantes, en el MOCA (2008) evocaba un enorme termitero en construcción.

Mónica Millán tiene el poder de convertirse, como sugiere Urresti en su texto, en un animal laborioso. Un segundo antes de la conversión, frente a la lona antigua de puro algodón, tiembla un poco. El vacío está intacto aún. Cuando aparece la primera línea ya no es Mónica quien dibuja, es un colibrí danzando entre gotas de rocío ambarinas.

Murmuran las ramas
Mónica Millán
Hasta el 29 de noviembre
Galería Palatina
Arroyo 821

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