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Domingo, 10 de abril de 2011

HITOS > YURI GAGARIN, A 50 ANOS DEL PRIMER HUMANO EN EL ESPACIO

Cronicas humanas

Fue el primer hombre en salir al espacio. Y de una vida ignota, el camarada Yuri Gagarin paso a prestar su nombre a decenas de calles de la URSS, a un glaciar, a un crater en la Luna, a un asteroide y hasta a su ciudad natal, rebautizada Ciudad Gagarin. Mientras, Picasso le hacia un dibujo, se abrazaba con Fidel Castro y el Che, besaba a Gina Lollobrigida y promocionaba la llegada conjunta de los humanos y el socialismo al espacio. Pero en poco tiempo, el hombre que fue el mas famoso de la Tierra por abandonarla, se convirtio en una leyenda oscura que termino incinerada. A 50 anos de aquel viaje del que nadie suponia iba a sobrevivir, se preparan homenajes en todo el mundo.

 Por Federico Kukso

Hay instantes que son infinitos. Momentos en los que todo el universo se condensa sobre sí mismo y sus 13.750 millones de años se compactan en un segundo lo suficientemente laxo como para saborear la eternidad. Ocurren todos los días: al subir (o bajar) en una escalera mecánica y cruzar una mirada con un desconocido en un duelo sin espadas. O en un ascensor en el que uno, acompañado por una de esas personas que califican como desagradables, no hace más que desear tener el poder de acelerar el tiempo y hacer que los números que indican los pisos desfilen al ritmo chaplinesco del fast-forward.

Para un ex obrero metalúrgico de 27 años, criado en una granja colectiva, bajito, rubio, de ojos algo separados y sonrisa tan boba como hipnótica, aquella fractura del tejido cósmico ocurrió exactamente el 12 de abril de 1961 a las 9.07 de la mañana. Ahí estaba él, hasta entonces un desconocido llamado Yuri Alekséyevich Gagarin: sin poder moverse salvo para respirar, encarcelado dentro de su traje anaranjado que lo hacía lucir como una piñata desinflada, y, lo peor, atado a la punta de una gigantesca bomba química a punto de estallar. Lo único que podía hacer, además de tararear una canción, era mirar hacia la única dirección que su incómoda posición le permitía: hacia arriba. Y así lo hizo. Respiró hondo y soltó aquel grito profundo y desaforado que puso en marcha la exploración espacial, “¡Poyejali!” o “¡Vámonos!”, como si fuera (y al fin, fue) el eslogan de una gran campaña publicitaria: la de una especie invasora –la humana– que, luego de tan sólo 200 mil años en los que se dispersó por los cinco continentes y reclamó como suya la tercera roca del Sistema Solar, se encaminaba a romper las cadenas que hasta entonces la ataban a la superficie.

Y entonces, todo empezó a temblar. Sin cuenta regresiva que lo preparase, los músculos de Gagarin se tensaron, su pulso aumentó hasta 150 pulsaciones por minuto y el peso de su cuerpo se multiplicó por cinco. Mientras, la pasta de carne y la mermelada que había comido en el desayuno se revolvían en su estómago. La cápsula esférica donde se encontraba, montada sobre tres cohetes de 39 metros de largo, se movía. Y de repente, el hijo de un carpintero y de un ama de casa fue catapultado por los aires. Nueve minutos más tarde, sus 157 cm de humanidad entraron en el espacio. Las vibraciones cesaron. Se acomodó el casco y entonces hizo algo que nadie había hecho antes: vio al planeta desde afuera.

“¡La Tierra es azul! ¡Es hermosa!”, gritó en un ruso claro y fuera del protocolo mientras el espacio se teñía de rojo (soviético). Y luego, pronunció las palabras más importantes del movimiento conservacionista: “Pobladores del mundo, salvaguardemos esta belleza, no la destruyamos”.

Con sólo mirar fuera de la ventana y sobrevivir, Gagarin cambió el mundo. Y el mundo cambió a Gagarin.

Los restos calcinados de Gagarin, reconocidos por un lunar en el cuello y homenajeados por el Kremlin, principal sospechoso de su muerte.

MISTER GAGA

En los cincuenta años que le siguieron a aquel instante infinito (y a los 108 minutos que duró en total su hazaña), 520 hombres y mujeres de 38 países vieron y vivieron lo mismo que este Cristóbal Colón del espacio. Pero solamente hubo y habrá un solo Gagarin. No sólo por lo que hizo (y cómo lo hizo) sino por el estupor que provocó. Mientras Copérnico, Darwin y Freud habían desinflado el ego humano, Gagarin lo volvió a inflar. Con la ayuda de un hombre rebosante de genialidad (Serguei Koroliov, el padre del programa espacial soviético que en 1957 le mojó la oreja a los Estados Unidos con el lanzamiento del primer satélite artificial, el Sputnik), Gagarin demostró que el ser humano era capaz de trascender sus limitaciones físicas más impensadas.

Su figura excede la de otros pioneros espaciales como Valentina Tereshkova (la primera mujer en el espacio) o Neil Armstrong, por otro aspecto fundamental. Gagarin representa al héroe trágico. Por más que la propaganda soviética reescribiera una y otra vez su biografía, su vida estuvo llena de contradicciones y malos tragos. El hombre por entonces más famoso del planeta fue alcohólico, no se cansó de engañar a su esposa y su muerte fue tan abrupta como estúpida.

De hecho, Gagarin ni siquiera debía sobrevivir a aquel vuelo virginal a bordo de la Vostok 1. Los primeros que se sorprendieron fueron los propios soviéticos. Nadie sabía qué le podía hacer la ingravidez al ser humano. Algunos médicos hasta pensaban que el cosmonauta se volvería loco, que empezaría a convulsionarse o directamente que se convertiría en otra cosa.

Todo estaba preparado para lo peor: antes del vuelo, Gagarin grabó un mensaje oficial dirigido al pueblo soviético y le escribió una carta a su esposa Valentina y a sus dos hijas. Incluso, en pleno vuelo fue ascendido de segundo teniente a comandante porque pensaban que iba a morir en el descenso. Y si lograba aterrizar con éxito, pero lo hacía en algún país enemigo, tenía por las dudas una pistola y comida para unos cuantos días.

Sin embargo, Gagarin hizo lo impensable: sobrevivió. Y regresó a la Tierra de la manera más hollywoodense posible. Luego de un desperfecto técnico y un principio de incendio, se eyectó de la cápsula y descendió en paracaídas en Tajtarova, Siberia. Una sorprendida campesina lo recibió. “¿Viene del espacio exterior?”, le preguntó como si nada. “Sí, pero no se alarme –respondió Gagarin–, soy soviético.”

TODOS SOMOS GAGARINOS

Si bien fue elegido entre tres mil jóvenes pilotos por su perfil de chico campesino que lo volvía perfecto para encarnar al héroe soviético de origen humilde, Gagarin abandonó la Tierra como un desconocido y volvió convertido en aquello que vio ahí arriba, una estrella. Fue un héroe, el hombre más famoso del mundo, aquel personaje que Nikita Kruschev necesitaba para engrandecer a la Unión Soviética ante los ojos del mundo y para envenenar de envidia a Estados Unidos. “Este logro se entiende por el genio de los soviéticos y por la poderosa fuerza del socialismo –le dijo Kruschev por teléfono a Gagarin, de ahí en más conocido como ‘Gaga’ por los soviéticos–. Dejemos ahora a los países capitalistas que intenten alcanzar a nuestro gran país.”

Todos los honores que se pudo imaginar Gagarin los tuvo: se cansó de desfilar por las calles; su ciudad natal, Gzhastsk, pasó a llamarse Ciudad Gagarin (y sus habitantes, “gagarinos”); un glaciar, un cráter en la Luna y un asteroide fueron bautizados con su nombre; se levantaron monumentos; Picasso le hizo un dibujo; viajó alrededor del mundo para promocionar la hazaña soviética; abrazó a Fidel Castro y al Che Guevara y besó a Gina Lollobrigida. Y más. En sintonía con la ficción en la que se había convertido su vida, le inventaron frases que nunca dijo en el espacio (“Aquí no veo a ningún dios”, por ejemplo) y empezaron a hacer correr todo tipo de leyendas urbanas, como aquella que asegura que en realidad el primer hombre en el espacio fue un tal Vladimir Ilyushin, un piloto soviético que habría sido lanzado a órbita el 7 de abril de ese mismo año.

Pero cuando Gagarin pensó que era el hombre más feliz del planeta, le cortaron las alas. Le prohibieron volver a volar por miedo a que muriera. Frustrado y presionado por la fama, Gagarin empezó a beber como nunca lo había hecho y su vida comenzó a desintegrarse. “Quitarle a un piloto la posibilidad de volar es como quitarle la vida”, llegó a decir. Sus derrapes no tardaron en aparecer. En octubre de 1961 Gagarin sufrió un accidente automovilístico en una escapada a Crimea acompañado de una enfermera.

Fue diputado, entrenó a la primera mujer en el espacio, diseñó naves espaciales y volvió a tener esperanzas luego de que el gobierno soviético le levantó la prohibición de volar. Y entonces, murió misteriosamente cuando el avión tipo caza MiG-15 que piloteaba se estrelló a las afueras de Moscú. Tenía 34 años e identificaron lo que quedó de su cuerpo por un lunar en el cuello.

La palabra “conspiración” no tardó en aparecer. Y no hay aniversario en el que las hipótesis no vuelvan a actualizarse. Ahora, por ejemplo, se amplifican gracias a la publicación del libro Starman: the truth behind the legend of Yuri Gagarin, en el que Jamie Doran y Piers Bizony recuerdan la historia de Vladimir Komarov, amigo íntimo de Gagarin, que murió calcinado en abril de 1967 al fallar los sistemas de la nave Soyuz 1 mientras regresaba a la Tierra.

Gagarin sabía que la cápsula tenía problemas estructurales antes de ser lanzada y escribió un memo de diez páginas contándolo, pero nadie se animó a abortar la misión. El honor soviético estaba otra vez en juego.

Verdad o tergiversación, los autores de este libro aseguran que tres semanas después de la muerte de su amigo, Gagarin fue a pedirle explicaciones al mismísimo Leonid Brézhnev. Y en un arranque de furia, agarró un vaso y se lo arrojó al por entonces líder soviético.

Mientras el líquido volaba por el aire y las gotas impactaban como balas en las gruesas cejas del secretario general del Partido Comunista, Gagarin lo supo. Por segunda vez en su vida, el tiempo se detenía y experimentaba un instante-infinito.

Como todos los 12 de abril, este año también se celebra en todo el mundo “La noche de Yuri” (http://www.yurisnight.net) con todo tipo de eventos. Este día se estrenará por YouTube el documental First Orbit (www.firstorbit.org), que combina imágenes de archivo con aquellas tomadas desde la Estación Espacial Internacional para ver qué vio Gagarin cuando viajó al espacio.

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