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Domingo, 8 de mayo de 2011

ARTE > LUCIANA LAMOTHE Y LA MáQUINA DE DESTRUIR GALERíAS

Obra de destrucción masiva

Una sola obra con un solo propósito: una máquina hecha de andamios, con puntas afiladas y una muestra de su potencial: destruir las paredes de la sala donde se exhibe. Con esta cruza de funcionalismo y acto vandálico, de exhibición acabada y de vanguardia, Luciana Lamothe presenta su muestra más sutil y a la vez feroz. Función pone cara a cara el espacio de exhibición contemporáneo y la gran herramienta iconoclasta, en busca de una salida para el arte actual.

 Por Claudio Iglesias

Una pared agujereada, pedazos de yeso y pintura descascarada en el suelo. Una estructura de andamio negra con cuatro largos tubos de hierro cortados al bies, con las puntas agudas manchadas de polvo blanco. Una iluminación de hospital. Una sala semivacía, parcialmente ocupada por el portentoso instrumento de penetración, y a su lado la pared mancillada, en lo que parece una reversión neoconcreta del robot violador de Appetite for destruction de Robert Williams. Función, la última muestra de Luciana Lamothe en el subsuelo de Ruth Benzacar, consta de una anécdota simple y literal, realizada con energía, de la que quedan solamente las evidencias. Como muchas otras veces, Lamothe iguala la parquedad con la contundencia, golpea y deja el arma a la vista (alcanza con pensar en la brevísima acción en la Universidad Di Tella en la que desarmó una silla con una herramienta que dejó, también, junto a la víctima). Pero en Función esta forma de proceder se despliega sobre el espacio al punto de constituir por sí misma un lenguaje de exhibición (la exhibición consta, precisamente, de una sola idea desplegada con eficacia y aplomo). Este lenguaje tiene centro en la escultura, pero con elementos prestados de la instalación, la acción y el dibujo. De esta manera, Lamothe emplea un registro que ya había utilizado en acciones urbanas (en los años dorados de su vandalismo callejero, 2003-2006), pero lo usa para atacar directamente el espacio de la galería y, con él, la exhibición como problema, parándose sobre los hombros de una extensa tradición de artistas de vanguardia que atacaron el cubo blanco con la cabeza fría y el cuerpo caliente: Yves Klein, Claes Oldenburg y un largo etc.

La idea detrás de la pieza que domina el espacio, el gran instrumento de destrucción que Lamothe llama sintéticamente “escultura”, parte de una serie de obras recientes de índole funcionalista, cuyo mismo espíritu se autoexplica en el modernísimo título de la muestra: piezas que sirven para romper cosas, como un gran rodillo con pinchos que puede agujerear el piso y las paredes por los que tenga la suerte de rodar o un carrito de supermercado con puntas de madera que, según Lamothe, “perfectamente se puede usar para matar a alguien”. Estructuras usables, sintéticas, despojadas de toda información que no esté directamente relacionada con el uso y que hacen alarde de una actitud de vanguardia orgullosa y dinámica. El gran andamio octogonal con brazos de acero utilizado para perforar la pared de la galería no es la excepción: además de las ruedas, los caños negros en cruz y los tubos de puntas afiladas, apenas tiene unas manijas de hierro rellenas de concreto para darle dirección a la delantera y evitar el efecto borrachín típico de los carritos de supermercado. La muestra se puede utilizar para ilustrar a cualquiera sobre lo que significa el término función en el vocabulario del pensamiento moderno: nada que no sirva, nada que sobre, nada que embellezca, y todo para lograr un fin que, en este caso, es prolijamente iconoclasta. A modo de firma y pequeña coda humorística, Lamothe también ató con un cable de acero una barra de hierro rellena de concreto al vidrio de la puerta exterior de la galería: literalmente, la forma atada a la función, por si algún malcopado se anima a darle uso.

Este elemento iconoclasta de nuevo cuño no se define solamente por lo que vemos al entrar en la sala (una pared rota y un instrumento elegantemente oblongo, mezcla de andamio de construcción y batimóvil) sino también por la naturaleza de la acción que le dio lugar. Esta acción de romper está eludida (sólo vemos su pasado y su futuro: el objeto construido y los restos de pared), pero podemos imaginarla en perfecta sintonía con el carácter esperanzador, unidireccional y aeróbico del trabajo presentado y, en general, de toda vanguardia que se precie: el acto de romper maquinalmente, con la fuerza de los propios brazos y piernas, en un continuo empuje hacia adelante que guarda similitudes notables con las visiones y certezas más violentas del arte y la cultura modernos. Lo que está más allá de la pared, el espacio del que llegan luces amarillas que contrastan con la iluminación anoréxica de la sala blanca, es apenas la trastienda de la galería; metafóricamente, es un más allá equiparable al futuro, la tierra prometida que la vanguardia busca permanentemente en su éxodo, en su fuga hacia adelante. Entre ambos espacios, se encuentran cuatro líneas perfectas de agujeros, que parecen escritas sobre renglones por lápices de hierro a los que se les hubiera sacado punta para destruir lo viejo. Sin embargo, el efecto final de la muestra puede ser otro que el de ofrecernos una vía de escape.

En todo el trabajo de Lamothe, la escultura se vio reducida enfáticamente a puras variables instrumentales, reguladas por la noción de fuerza, al punto que la misma objetualidad, en muchas de sus piezas, se disolvió en pequeñas anécdotas a ser registradas o continuadas por otros medios. Herramientas que rompen cosas, procesos de destrucción documentados en video o fotografía, residuos de largas jornadas (o veladas, más bien) de vandalismo y frenesí sobre cualquier material. En Función, por primera vez, Lamothe apunta su instrumental contra la galería, contra el sistema de exhibición; es decir, casi por antonomasia, contra el presente del arte. Y lo hace mediante una idea, un proceso y un instrumento que reponen el aspecto visionario de las vanguardias en toda su amplitud. Pero ocurre que el resultado ya no debe ser recogido por fuera mediante un medio de registro (como ocurría entre una acción realizada en la calle y una fotografía) sino que es el mismo espacio de exhibición atacado el que a su vez recupera la acción y la convierte en una muestra. Es que ésta es la exhibición más “de cubo blanco” que Lamothe haya realizado nunca, y es precisamente un ataque al cubo blanco. Es verdad que, por un lado, Función repone en buena medida la política de la vanguardia en lo que hace al espacio de la galería, los sistemas de display y otras cajas de zapatos institucionales: diseñar un objeto para romper una galería tiene, obviamente, un efecto esperanzador que contagia entusiasmo y señala un punto de no retorno entre dos lenguajes: el del arte contemporáneo con sus limitaciones materializadas en sistemas de exhibición (da lo mismo si es galería, museo o stand de feria) y el de un proyecto doctrinario, gimnástico y superador que busque luz más allá de las paredes, en otro lugar y en otro tiempo. Pero, por otro lado, toda la pieza inmediatamente aparece como convertida desde antes en una pieza para galería, y es de hecho una excelente exhibición. Es, en definitiva, la conformación de un lenguaje de exhibición a partir del universo de ideas propio de Lamothe: diseñar, romper y dejar la evidencia, sin utilizar nuevos recursos o axiomas. He aquí la contradicción principal de la muestra que, más que un punto débil, constituye un punto de inflexión angustiante no sólo para su trabajo, sino para pensar en el arte en general, en su capacidad de regularse, ponerse fines y proyectarse. La conciencia vanguardista y volcada al futuro aparece homologada con su enemigo, su gran antagonista, su bête noire: el cubo blanco, el lenguaje de exhibición standard con el que Lamothe, por primera vez, parece sentirse enteramente cómoda. El blanco y el negro contrastantes que visualmente forman pared y escultura nos hablan de una exhibición lograda como pocas, al tiempo que contradictoria, antagónica, irresuelta en sus términos dialécticos. Al contraponer el espacio de exhibición contemporáneo y la gran herramienta iconoclasta que cualquier niño vanguardista querría usar al menos una vez en su vida, al permitirnos ver la colisión entre el contexto presente y la idea del futuro, al mostrarlos juntos, al dejarlos uno al lado del otro, Lamothe hace otra vez lo que siempre hizo y tan bien le sale: no nos deja una solución, sino un gran problema.

Función
Galería Ruth Benzacar
Florida 1000
durante todo mayo
lunes a viernes de 11.30 a 20.00.
Tel. 4313-8480
www.ruthbenzacar.com

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