radar

Domingo, 17 de julio de 2011

> ADIóS A FACUNDO CABRAL (1937 - 2011)

Lo que vieron en mí

 Por Pipo Lernoud

“En la época de los café concerts, yo era cantante de protesta para señoras con tapados de visón –define Facundo entre mate y mate–. Ahora estoy sumergido en la gente, y eso me hace feliz.” Y algo de eso debe haber, porque el galpón de Arrecifes en el que actuó anoche estaba lleno de gente de campo, gauchos de bombacha y boina, mujeres con caras curtidas por el sol. Todos coreaban “Vuele bajo” con los ojos cerrados, como rezándolo para adentro. Había algo de ceremonia religiosa en el aire, aunque después dijera que “Yo quiero hablar de Jesús o Buda como rebeldes, como personas libres, no como parte de una religión organizada”. Todos sus cuentos, que se hilvanan uno detrás del otro entre canción y canción, a veces dentro de las canciones mismas, tienen algo de realismo mágico latinoamericano. Un desfile de personajes extraños y grandes nombres (Borges, la Madre Teresa, Atahualpa, Lennon, Whitman, García Márquez...) enhebrados con bromas que parecen espontáneas y rematados con moralejas “edificantes”.

Estamos en 1984, Facundo disfruta su momento más popular, con un éxito arrasador después de los recitales masivos de Ferro, que fueron posteriormente registrados en el disco en vivo Ferrocabral, que se vende como pan caliente. Con el reciente regreso de la democracia, sus historias que mixturan ritmo de milonga con misticismo han encendido los ojos de un público que despierta a la libertad de expresión y la alegría de volver a juntarse.

En esos días yo vivía en el campo, cerca de Junín, y cuando supe que tocaba en la cercana Arrecifes me fui a verlo y saludarlo. No lo había visto desde el ‘68 o ‘69, cuando circulábamos con Miguel Abuelo curioseando en los circuitos de café concert, en La Botica del Angel y otros lugares de la noche top porteña, y veíamos a una Nacha Guevara de protesta, a unos I Musicisti que se convertirían en Les Luthiers, a Piazzolla, a Mercedes Sosa. Con ellos, Facundo, que venía de ser el Indio Gasparino, estaba saliéndose de los moldes de la “industria del entretenimiento” con canciones como “John Parker Dimitrinsky”, una burla a los imperialismos americano y soviético, o “Dale, dale, Federico” que lo hizo muy popular.

Facundo tenía una especie de monólogo permanente, como si estuviera siempre en el escenario, y yo quería sacarlo de sus carriles y hablar de su papel de rebelde, algo que lo acercaba a la actitud el rock.

Te estás volviendo una especie de líder o profeta religioso a los ojos de la gente. ¿Cómo te sentís en ese papel?

–Creo que la gente me escucha porque soy un triunfo de la fe. Se me acercan y me dicen: “Yo tenía miedo a la muerte, y a través suyo perdí el miedo. Cuando me siento mal escucho sus cassettes”. Vienen a verme en sillas de ruedas, porque saben que yo fui paralítico. Los ciegos saben que tuve desprendimiento de retina. Y soy como un mal ejemplo de triunfo de la fe, porque en mi vida hice las peores cosas, y con todas las enfermedades que tuve estoy vivo y tengo muchas ganas de vivir. Antes era inmensamente desdichado, porque no había compuesto una gran canción como “Eleanor Rigby”, de Los Beatles. Después me di cuenta de que yo estoy acá para dejar una experiencia: una vida desastrosa que se pudo recuperar hacia la felicidad. Yo he cambiado porque me he dejado invadir por cosas que antes sólo respetaba en los libros y no creía posibles en la vida cotidiana. Quiero salir con más fuerza a decir todo esto, por eso me compré una viola eléctrica (saca una Fender Telecaster, típica guitarra de rock and roll) y si le agarro la mano voy a hacer el Apocalipsis con una banda de rock a toda potencia, invitando a Pappo y a Moro, mostrando cómo se está cayendo el mundo de la ambición y el autoritarismo. Y terminar con una música calma, porque la vida siempre vuelve a empezar, renovada.

Vos decís que sos anarquista, y te tirás contra los poderes terrestres y contra los dogmas, no te hacés el santito como te pinta la gente...

–La gente me ha ido poniendo en ese lugar. Y la gente fue eligiendo, de lo mío, lo religioso. Yo creía que lo más fuerte de mi trabajo era esa rebeldía de cagarme en las formas sociales y ser un francotirador. Pero la gente no escuchó la parte de odio que había en mi mensaje. Eligieron el diez por ciento de amor a Dios, lo que tiene que ver con la armonía. ¿Qué pasó? Yo no subí al escenario para hablar de Dios, subí para cagarme en todo. Siempre cuento que llegué a Jesús a través de una puta de mi pueblo, la Cardo Seco. Mi lenguaje sigue siendo rebelde y violento. Porque yo no le veo salida a este mundo. Veo al socialismo como castrando al individuo y al capitalismo convirtiendo a todos en ovejas consumidoras. Los ciudadanos sueñan con la jubilación y la televisión del fin de semana, están atrapados. Hemos perdido virilidad, hemos perdido la fuerza de hacer nuestra vida a nuestra manera. Los hombres hoy son timoratos y cobardes. Y no encuentran satisfacción, porque por más cosas que tengan, sus vidas son pobres. Y están dejando que los gordos destruyan el mundo. Yo quiero volver a la vida simple, a las verdades humanas básicas. El campesino de aquí, de Arrecifes, es el mismo campesino de Polonia. Es la gente que está cerca de la tierra, de la vida, de las cosas simples.

Compartir: 

Twitter

Imagen: Guadalupe Lombardo
 
RADAR
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.